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martes, 29 de octubre de 2019

Superficies contestadas


Superficie de estela nazi de Urbina en 2017 (izda.) y reconstrucción (dcha.) (fuente: Iratxe Jaio y Klaas Van Gorkum).

Hace dos semanas, el 10 de octubre, se podía leer el siguiente titular en un medio alternativo de Vitoria-Gasteiz: "La Guardia Civil retiró ayer una placa en homenaje a Iñaki Ormaetxea Antepara de la plaza de Urbina" (Hala Bedi Irratia). Por orden de la Audiencia Nacional, la Guardia Civil retiraba así una placa en recuerdo a Iñaki Ormaetxea, vecino de este pueblo alavés y militante de ETA abatido por fuerzas policiales en San Sebastián en 1991.

Recientemente, en julio de 2018, dos guardias civiles del GAR (Grupo Antiterrorista Rural), con base en el cuartel de Intxaurrondo, que habían participado en el tiroteo con el Comando Donosti aquel año de 1991, fueron entrevistados por el diario El Español y subrayaron que tuvieron "el placer de escupir a las tripas de los etarras". Para después añadir: "A esos ya nunca los va a llevar Pedro Sánchez a su casa; ya no tendrán ni gusanos, fueron vilmente acribillados". Uno de aquellos, en palabras de los propios agentes, "vilmente acribillados" fue Iñaki Ormaetxea, miembro del Comando Donosti y, como decimos, vecino de Urbina.

Tiroteo entre la Guardia Civil y el Comando Donosti en 1991 (izda.) y placa en recuerdo a Iñaki Ormaetxea en su casa natal en Urbina (dcha.).

La Guardia Civil tuvo una presencia concreta y física en el municipio de Legutio, al que pertenece Urbina, hasta la madrugada del 14 de mayo de 2008. Aquella noche ETA hizo explotar una furgoneta-bomba frente a la casa-cuartel, destrozando gran parte de la fachada del edificio y acabando con la vida de José Manuel Piñuel, agente que se encontraba haciendo guardia en la garita de la entrada. Éste fue el último atentado de ETA contra la Guardia Civil en el País Vasco. En 2011 la organización puso fin a su actividad armada y en mayo de 2018 anunció su disolución.

Desde 2008, un vecino de Vitoria-Gasteiz coloca sistemáticamente varios elementos en recuerdo al agente José Manuel Piñuel. Estos elementos -unas flores, una fotografía, algún texto, etc.- han sido retirados cada semana en una dinámica binaria de "poner" y "quitar" realmente machacona. La persistencia en el recuerdo al guardia civil ha sido simétricamente (cor)respondida estos años por el empeño anónimo en retirar el memorial.

Seis días después de la retirada del recordatorio a Iñaki Ormaetxea en Urbina, se pudo leer otro titular, esta vez en la propia web de la Guardia Civil: "La Guardia Civil detiene a dos personas por un presunto delito de humillación a las víctimas del terrorismo". Por orden del Juzgado Central de Instrucción nº 3 de la Audiencia Nacional, el 16 de octubre, hace apenas unos días, la Guardia Civil detuvo a dos personas, una en Bilbao y otra en el propio Legutio, como presuntas autoras de la retirada continua del memorial en recuerdo al agente.

Hueco en el murete de la antigua casa-cuartel de la Guardia Civil dejado por el atentado de 2008 (izda.) y memorial en recuerdo al agente Piñuel en 2016 (dcha.).

No son éstos los únicos hitos en clave de memoria que han estado presentes en este municipio que fue primera línea del frente entre 1936 y 1937. Hasta el año pasado, un Monumento a los Caídos de la IV Brigada de Navarra se erigía frente al solar, ahora vacío, en el que se situaba la casa-cuartel de la Guardia Civil de Legutio. Así, durante una década, han convivido frente a frente, cuneta frente a cuneta en la carretera N-240, el memorial "semanal" del agente de la Guardia Civil muerto en 2008 y el Monumento a los Caídos franquista. En mayo de 2018, mediante una subvención del Gobierno Vasco, el Ayuntamiento de Legutio, cumpliendo de forma rigorista con el artículo 15 de la Ley de 2007 sobre memoria histórica, retiró el monumento de la IV Brigada de Navarra.

Monumento a los Caídos de la IV Brigada de Navarra, situado hasta mayo de 2018, frente a la antigua casa-cuartel de la Guardia Civil.

En el caso de Urbina, éste es un pequeño pueblo al norte de Álava del que ya hemos hablado en más de una ocasión en este blog. Un pequeño pueblo desde el que se inició la Ofensiva franquista sobre Bizkaia el 31 de marzo de 1937, con el mismísimo general Mola a la cabeza y con la decisiva ayuda de la Legión Cóndor alemana. Frente a la mentira oficial del Régimen que negó la colaboración de la Alemania nazi en la destrucción de la Euzkadi republicana, durante décadas Urbina albergó un monolito de piedra en recuerdo a tres artilleros alemanes que precisamente resultaron heridos aquel 31 de marzo de 1937, en el contexto de una operación que ha sido caracterizada como la primera operación combinada aire-tierra de la historia militar moderna (Jiménez de Aberasturi 2003: 178). Un monolito, con un texto escrito en alemán y con tipografía gótica, colocado, para más inri, en un terreno propiedad de la familia Ormaetxea, la familia de Iñaki.

En la década de 1980, varios jóvenes de Urbina, entre ellos Iñaki, tiempo antes de ingresar en ETA, procedieron a la destrucción parcial de la estela funeraria nazi (Cabello 2004). No fue ésta, ni mucho menos, la última acción política que dejó una huella perenne sobre la piedra. Y es que, diferentes capas, tanto -arqueológicamente hablando- "positivas" (de adición) como "negativas" (de resta), han formado parte del monumento. Acciones de ultraderecha, presuntamente relacionadas con foros de Internet de las Fuerzas Armadas españolas, y acciones de la izquierda independentista vasca, algunas recientes como una en invierno de 2017, fueron haciendo mella en la piedra. Iratxe Jaio y Klaas Van Gorkum, pareja artística empeñada -en el sentido más positivo posible- en trabajar sobre encrucijadas entre arte y arqueología, señalan al respecto (Jaio 2019: 10):

"El monolito es un agujero negro que succiona todas y cada una de las ideologías que han cruzado su camino. Ya no es que pudiera funcionar como una representación del conflicto, sino que el conflicto se manifiesta en él."

A principios de 2018, dentro de las labores de retirada de símbolos subvencionadas por el Gobierno Vasco en el pueblo, la estela nazi de Urbina fue igualmente retirada por el Ayuntamiento de Legutio. Aunque se ha preguntado a la institución local por su paradero actual, éste se desconoce por el momento.

Volviendo al presente, este mismo mes de octubre, mientras los conflictos sobre memoria reciente han sido objeto de judicialización en la localidad alavesa, Iratxe y Klaas han trabajado en un espacio de creación artística de Bilbao llamado "La Taller". En este sotano de la capital vizcaína dedicado al grabado en piedra, en metal y en otros materiales, han expuesto el resultado de un molde realizado sobre el monolito nazi de Urbina hace ya más de dos años. Un molde en el que quedaron grabadas todas las cicatrices de las diferentes acciones políticas acontecidas sobre/en el monumento.

Realización del molde del monolito nazi de Urbina en 2017 (izda.) y superposición de la pieza artística y el monolito original (dcha.), obra de Iratxe Jaio y Klaas Van Gorkum.

La semana pasado visitamos su proyecto en vivo y en directo y nos encontramos con una curiosa decisión expositiva: el molde desarrollado a partir de la estela, en cuya cara "posterior" se materializa el negativo de las cicatrices en la piedra y en cuya cara "anterior" se ha reconstruido el texto original, se hallaba expuesto "colgado bocabajo". No es la primera vez que un símbolo del fascismo es colgado bocabajo: pensemos en aquellos días de abril de 1945 y la imagen del cuerpo de Mussolini como punto de partida de la nueva democracia italiana.

Sin embargo, no parece que Iratxe y Klaas optaran por exponer la pieza bocabajo por simple rechazo al sustrato totalitario de la imagen. Sino que, la vista horizontal de las marcas negativas de diferentes acciones sobre el monumento -desde mazazos contra la piedra, hasta las letras rayadas con un instrumento punzante- se nos muestra como un paisaje geológico, con sus pendientes y su relieve. En las paredes, rodeando esta extraña "maqueta" de un paisaje geológico impresionante, Iratxe y Klaas han realizado numerosos grabados de diversas vistas panorámicas del norte de Álava.

Exhibición del negativo del monolito nazi de Urbina. Geología de superficies contestadas.

Unas vistas panorámicas en las que la topografía de montes, colinas y pueblos corta el horizonte. Diferentes flechas señalan algunos hitos en el paisaje: el monte "Albertia", el "pinar de Txabolapea", el pueblo de "Legutio", una "fosa", unas "trincheras", etc. La base de estas panorámicas nos sitúa en el lenguaje, entre naïf y funcional, de los croquis panorámicos militares de la Guerra Civil. Y es que, en enero de 1937, tras la sangrante Batalla de Villarreal, la única ofensiva emprendida por el Ejército Vasco en todo el conflicto, el Estado Mayor franquista emitió una orden por la cual todas las posiciones artilleras debían cartografiar el paisaje visible "enemigo" que tuviesen delante. Así, esta guerra cada vez más moderna se llenó de imágenes de un paisaje tradicional vasco atravesado por aldeas, caseríos, bosques y montañas. Un paisaje vasco militarizado, con posiciones republicanas que aprovechaban la topografía del territorio al máximo: barrancos, cuevas y simas kársticas, cumbres, arroyos, miradores naturales, etc. Algo que, sin embargo, resultó inútil cuando la aviación y la artillería se mostraron como las nuevas armas capaces de "superar" las limitaciones del territorio y elevar la destrucción bélica a cotas antes inimaginables.

Imagen de uno de los grabados panorámicos de Iratxe y Klaas.

Así, Iratxe y Klaas establecen un diálogo a múltiples escalas entre las cicatrices en la piedra del monolito nazi de Urbina y las numerosas cicatrices que pueblan el paisaje inmediato. La noción de estratigrafía está muy presente y esta pareja artística nos deja palabras que podrían parecer sacadas de una manual de Arqueología:

"Nos interesa cómo la piedra absorbe lo que ha pasado en su entorno desde que se colocó aquí hasta que un día desaparezca. Como si su superficie, aparentemente abstracta, fuese un registro exacto de los acontecimientos en los que ha estado presente."

Su propuesta, como artistas, es la de la "traducción" de hitos incómodos y complejos como éste. "Traducción", como señalan en su etimología como "acción de pasar de un punto a otro" o "traslado". Esta traducción resulta comprensible cuando vemos las cicatrices del monolito nazi convertidas en un paisaje topográfico completo. Y es que, como señalan igualmente, el arte no sólo se basa en mostrar un objeto como "singular", sino que también es "una cuestión de cómo se expone, del display o el dispositivo de visualización". De esta forma, "este objeto una vez expuesto sería un objeto artístico, pero también de forma simultánea un monumento nazi, un documento arqueológico, una superficie contestada o una piedra que forma parte de un muro".

El muro del que formaba parte esta piedra no es otro sino el muro en el que los vencedores quisieron fijar su mensaje de autoritarismo y fuerza. Y ahora, aunque al muro le falte una piedra, quizá éste siga siendo tan sólido como siempre. En este octubre caliente de mandatos judiciales, sentencias y acciones policiales lo que queda claro es que, junto a las inscripciones y los grabados, no hay mayor superficie contestada que el espacio, la calle.



Referencias

- Cabello, A. (2004): La plaza de Urbina. Una biografía de Iñaki Ormaetxea, Txalaparta, Tafalla.
- Jaio, I. (2019): La piedra porosa / Harri porotsua / The Porous Stone. [Texto del proyecto artístico].
- Jiménez de Aberasturi, L. M. (2003): Crónica de la guerra en el norte (1936-1937), Txertoa, Donostia-San Sebastián.

lunes, 11 de febrero de 2019

El Campo de Concentración de Nanclares de la Oca: Presos

Campo de Concentración de Nanclares y su entorno (1956-7).


“Disciplina nuestro orgullo es
el trabajo nuestro afán
siempre anhelando firmes,
la hermosa libertad.”

(Himno de los presos de Nanclares, en Monago 1998: 56).


Seguimos tirando del hilo de la historia del Campo de Concentración de Nanclares de la Oca, en Araba/Álava. Después de hablar de las “piedras”, nos toca centrarnos ahora en la otra materia prima producto de explotación en este complejo represivo: los presos. 

En el artículo anterior se mencionaba que fue en el invierno de 1940 cuando varios cientos de prisioneros procedentes del saturado Campo de Concentración de Miranda de Ebro fueron trasladados a la aldea de Garabo con un objetivo muy claro: construir su propia cárcel. Garabo se sitúa junto a un meandro del río Zadorra. Al otro lado del río, a día de hoy se observa bien el pueblo de Víllodas que domina la Llanada Alavesa sobre una loma que asciende a la Sierra de Badaya. La única vía de conexión entre Garabo y Víllodas es un paso hecho de piedras y cemento en el mismo lecho del río. En invierno no se puede transitar por él, pero parece que antaño había alguna barca con soga que cumplía esta función de enlace. En esa otra orilla de enfrente, los presos debían acudir forzosamente a misa y dónde mejor que en la ermita de San Pelayo. Un pequeño templo, muy importante en la economía moral de la zona como punto de encuentro popular, pero aún más vital dentro de la gran obra de “Reconquista” nacionalcatólica. Pelayo blandía su espada contra los infieles, no en la Asturias del siglo VIII, sino en la Álava de 1940.

Ermita de San Pelayo, en Víllodas y en la orilla opuesta a Garabo. 

Muchos de los prisioneros de Nanclares eran brigadistas internacionales. Una parte importante de las decenas de miles de voluntarios que acudieron en defensa de la República. En el campo de Miranda la realidad ya era tremendamente internacional, con aproximadamente una veintena de nacionalidades distintas (Fernández López 2003). En Nanclares el panorama sería posteriormente similar. Como muestra de ello, la prensa local vitoriana en 2013 se hacía eco de la extraordinaria y silente vida de un ex-presidiario que parece sacada de la película Alguien voló sobre el nido del cuco (Miloš Forman, 1975).
El caso es que en 2013 falleció Nicola Jolic alias “El Croata”. Este hombre había sido uno de aquellos brigadistas internacionales. Después del clásico periplo represivo del “turismo penitenciario” en la España de Franco por diversos campos de concentración, estuvo preso en Nanclares y parece que entonces ya se hallaba inmerso en un silencio total. Una mudez absoluta. 
A finales de los años 50, un fraile yugoslavo afincado en Madrid se interesó por su estado, pero no hubo respuesta. Tres años después, la Cruz Roja fue la encargada de intentar poner en contacto a Jolic con su familia, con una hermana suya que vivía en Canadá. A pesar de todo, no dijo nada. En 1971, el arzobispo de la localidad bosnia Banja Luka volvía a intentar un nuevo contacto con el brigadista mudo, pero siguió sin obtener respuesta alguna. Cuatro años después, fue una sobrina la que se puso en contacto con Nicola Jolic a través de una asistenta social.
Diez años más tarde, otro sobrino, residente en Alemania, intentó entablar comunicación con él y hasta la embajada yugoslava mostró interés en su repatriación. El proceso parecía que podía ser exitoso, pero fue entonces cuando la guerra azotó la vida de aquel país y hasta significó su fin como estado federal unificado. Fin del contacto. Mientras tanto, Nicola Jolic seguía mudo, internado desde hacía tiempo en el psiquiátrico de Las Nieves, el actual Aulario del Campus Universitario de Vitoria-Gasteiz. 

Las Nieves, antiguo Hospital Psiquiátrico y actualmente Aulario del Campus de Araba/Álava.

Este mutismo y esta incapacidad para llevar una vida autónoma se relacionaron directamente con una excesiva “institucionalización” de Nicola Jolic. Como en la famosa película Cadena perpetua (Frank Darabont, 1994), este anciano, mudo y prácticamente carente de emocionalidad se había convertido en algo inerte. Casi como si fuese un sillar de piedra más en el muro de la institución. 
Como relata el artículo del periodista local Francisco Góngora, Nicola Jolic murió en 2013 y muy pocas personas acudieron a su funeral. De hecho, mucha gente, habitual de la misa en esa parroquia, no había oído hablar nunca de él. Nadie sabía que se trataba de alguien que había permanecido encerrado en el edificio de Las Nieves de Vitoria-Gasteiz durante décadas o que proviniese del cautiverio en Nanclares y menos aún que se tratase de un exbrigadista croata que había luchado, había perdido y que por ello hasta había abandonado la capacidad del habla. Un silencio de por vida como sello lacrado para una vida probablemente de puro horror en el régimen disciplinario de Franco. Al contrario de lo que decía el himno oficial del Campo de Concentración, “El Croata” nunca pudo recobrar la “anhelada libertad”. 
Pero, sin duda, la Nicola Jolic es una más de las muchas historias de aquellos cautivos del franquismo en Nanclares. Su extraño origen y su mutismo son precisamente los factores que han permitido que su historia haya transcendido (un poco) en prensa. Las condiciones de vida generales del resto de prisioneros siguen siendo poco conocidas. Por suerte, contamos con el libro El Campo de Concentración de Nanclares de la Oca (1940-1947), de Juanjo Monago y publicado en 1998. Esta obra tiene como una de sus privilegiadas fuentes de información el diario del médico encargado del Campo de Concentración. 

Torre de vigilancia central del Campo de Nanclares. 

En el diario del médico no sólo se recoge la multitud de patologías que sufrían los prisioneros que, recordémoslo, sufrían una tasa de mortalidad importante (1-2 muertos al mes), sino que también se mencionan algunos apartados que nos hablan de otros aspectos interesantes del sistema represivo franquista. Para empezar, en él se recogen algunas referencias a las prácticas psiquiátricas de Antonio Vallejo Nájera. Este hombre, el abuelo de Nicolás Vallejo Nájera, más conocido como “Colate” y aún más conocido como el “ex de Paulina Rubio” –las genealogías del “mundo rosa” español pueden ser escalofriantes–, era Catedrático de Psiquiatría y uno de los hombres que más lejos llevó la idea de persecución del “gen rojo”. Es relativamente célebre su estudio sobre varias presas republicanas con el que buscaba establecer relaciones entre falta de higiene moral y racial y el “contagio” del marxismo a través de la vía materna. Además, gracias a la gran diversidad de orígenes que ofrecía la población presidiaria de las Brigadas Internacionales, amplió sus muestreos con combatientes de distintos países y distintas razas. En cuanto a su rastro dejado en Nanclares, el médico del Campo escribió lo siguiente sobre un preso recién ingresado en la Enfermería:

“Eduardo Araynes, de 25 años, ingresado ayer dice que padece del corazón desde la terminación de la guerra civil, que siente palpitaciones sobre todo cuando toma seis tazas de café y que así llega a perder el conocimiento pero que le ponían aceite alcanforado y quedaba bien. Que el año 1940 y 1941 estuvo en Ciempozuelos [Madrid], clínica militar, siendo tratado de esquizofrenia por el doctor Vallejo Nájera.” (La cursiva es mía).

En apuntes como éste y en muchos otros se entiende que el médico de Nanclares no tomaba muy en serio algunos de los problemas de los presos. Son muy comunes las fórmulas “dice que”, “cuenta que”, “viene contando que” y otras que se suman con narraciones casi absurdas como la que hemos visto de “siente palpitaciones sobre todo cuando toma seis tazas de café”. Además, a menudo tiende a tener un tono paternalista con los presos, a los que ve como víctimas de sus propios desmanes, personas equivocadas que no se cuidan lo suficiente. 
En cualquier caso, los apuntes del médico nos cuentan también cómo entre 1944 y 1945 llegó un nuevo tipo de población al Campo con motivaciones y orígenes muy diferentes a los de los presos que se hacinaban allí desde el 40.

“Filo Walter, de 44 años. Es oficial del ejército alemán, dice tener problemas de sordera desde la caída de un obús ruso en el frente este en el 29 de julio de 1943”.

Dos cuadros que presidían las oficinas de la Cárcel de Nanclares al menos hasta 1998 –lo desconozco en la actualidad–, mostraban una firma que inequívocamente nos remite a la existencia de nazis fugados de Europa y acogidos en el centro. Los combatientes alemanes que huían de la derrota del nazismo a manos de los Aliados, eran encerrados en Nanclares el tiempo que durase su tramitación de salida hacia Sudamérica. Así es como resulta interesante imaginar a brigadistas internacionales, combatientes por la República y en muchos casos combativos comunistas de toda Europa, teniendo que compartir presidio con unos “retenidos especiales” como aquellos nazis que buscaban eludir la derrota. 

Cuadro del exterior del Campo de Concentración de Nanclares de la Oca pintado por el alemán Anso Weiss. 

En mayo de 1945, en los convulsos días en los que se ponía punto y final a la Segunda Guerra Mundial, un grupo de periodistas de la agencia internacional Associated Press consiguió visitar el interior del Campo de Concentración. Pudieron conocer una parte del complejo penitenciario y sin duda debieron quedarse impresionados con lo que vieron allí. No sabemos si llegaron a conocer a alguno de aquellos mismos nazis a los que se daba caza en Europa pero que en la España de Franco gozaban de una vía de escapatoria. En cualquier caso, cuando la prensa internacional se hizo eco de las terribles condiciones de Nanclares, la prensa local vitoriana, concretamente el diario (de contradictorio nombre) El Pensamiento Alavés, respondió lo siguiente:

“Otra información difamatoria contra España. (…) El afán vejatorio ha sido el móvil de la información dada por la Agencia Associated Press, y lo que dice de alimentación deficiente y precaria, puede comprobarse lo contrario con las estadísticas de aumento de peso de la gran mayoría de los internados y su estado sanitario y de salud” (El Pensamiento Alavés, 15 de mayo de 1945).

En estos días en los que se ha estado hablando de mesas, relatores y mediaciones internacionales, la fórmula de la reacción sigue siendo la misma que en aquella España aislada y paranoica de 1945. Lo de fuera, sobre todo si se hace desde la posición del trabajo por los Derechos Humanos, no es más que “otra información difamatoria contra España”.

Continuará…




Referencias bibliográficas

-FERNÁNDEZ LÓPEZ, J. A. (2003): Historia del campo de concentración de Miranda de Ebro (1937-1947), J. A. Fernández, Miranda de Ebro.

-GÓNGORA, F. (2013): “La terrible historia del brigadista Nicola Jolic, ‘El croata’”, El Correo (Edición Álava). Disponible en: https://www.elcorreo.com/alava/20131209/local/terrible-historia-brigadista-nicola-201312090824.html.

-MONAGO, J. J. (1998): El Campo de Concentración de Nanclares de la Oca (1940-1947), Departamento de Justicia del Gobierno Vasco, Vitoria-Gasteiz.
Post by Josu Santamarina Otaola (GPAC, UPV/EHU).

jueves, 24 de enero de 2019

El Campo de Concentración de Nanclares de la Oca: Piedras



El domingo 17 de junio de 2018, por iniciativa de la asociación cultural Geltoki del municipio alavés de Iruña de Oca, llevamos a cabo un paseo arqueológico por el paisaje disciplinario del antiguo Campo de Concentración de Nanclares de la Oca, germen de la famosa prisión actual. Las expectativas eran pequeñas en un principio, pero medio centenar de personas emprendieron el camino que, no sólo sirvió para dar a conocer esta historia, sino que esperamos que sirva para iniciar una nueva. 
Tal y como cuenta Juanjo Monago en su libro El Campo de Concentración de Nanclares de la Oca (1940-1947) (ed. Dpto. de Justicia del Gob. Vasco, 1998), en diciembre de 1940, la aldea  alavesa de Garabo recibió a los primeros presos. Muchos de ellos eran brigadistas internacionales, traídos aquí desde el saturado campo de concentración de Miranda de Ebro. Llegaron en tren, por la vía férrea que une Miranda con Vitoria, a su paso por un pueblo que todavía hoy es sinónimo de cárcel: Nanclares.

Aquel invierno de 1940-1941, cientos de presos fueron alojados en tiendas de campaña y barracones precarios. El lugar era conocido como Montecillo de Garabo y se trataba de un promontorio rocoso rodeado por un meandro del río Zadorra. El borde de agua hace que este sitio sea casi como una isla en el corazón de Álava. La elección del lugar fue obra de un militar de la zona, alavés, pero los técnicos que trajeron sus planos eran alemanes. Tenían experiencia en esto.

Imagen aérea del campo de concentración de Nanclares (vuelo americano de 1956/7).

Enseguida aquellos primeros presos fueron obligados a detonar, picar y moler la roca caliza del Montecillo. En muy poco tiempo lograron alterar profundamente el relieve para crear así una gran zona llana de más de 50.000 metros cuadrados. La piedra extraída sirvió también para la construcción de ocho grandes barracones, con capacidad para doscientas personas cada uno. Fueron construidos siguiendo una llamativa planta trapezoidal. Cada barracón tenía un único acceso, orientado al sur, bajo la atenta mirada de una imponente torre de vigilancia. Esta disposición constructiva no era invención propia, sino que era la aplicación de un modelo que se mostraba muy eficiente en otros lugares.

Imágenes aéreas del campo de concentración de Buchenwald (izda.) y de Sachsenhausen (dcha.), Alemania.

El río Zadorra, traicionero con las crecidas invernales, hacía muy difícil cualquier tipo de huida. De ello da fe, por ejemplo, la aparición de un preso ahogado en 1943. La lógica penitenciaria de los lugares remotos y de las barreras de agua, presente en toda la historia de las colonias penales, atroz y obvia en sitios como Tasmania o Nueva Caledonia, se presenta aquí a una escala mucho más pequeña pero igualmente efectiva. Esta tierra de Garabo sólo ofrece una salida posible, por un estrecho camino junto al río, siempre bajo la supervisión de la torre de vigilancia. 

Mapa de visibilidades desde la torre de vigilancia del Campo a 1 km. 

Como expuso Michel Foucault en Vigilar y castigar, la ciencia disciplinaria es un saber que implica un conocimiento sobre los individuos –de sus culpas y de sus penas, de sus posibilidades de redención y, en definitiva, de sus almas. Pero este es un saber que apela también a la materialidad. La disciplina carcelaria necesita de una serie de arquitecturas que la sustenten y la reproduzcan. Bentham ya lo dejó claro en el siglo XVIII con su modelo de panóptico y su ideal arquitectónico del control sobre los individuos. En el caso del Campo de Concentración de Nanclares no sólo apreciamos su arquitectura disciplinaria, sino que la topología de la zona es igualmente una herramienta de vigilancia. La morfología geológica del lugar fue un factor determinante para la instalación del centro. Y yendo más allá, la roca era de suma importancia. 
Durante décadas, los presos de Nanclares trabajaron intensamente en la cantera del centro. El trabajo era el medio para la redención nacionalcatólica. La contribución necesaria para construir la Nueva España, mediante el sudor y, en ocasiones, mediante la sangre. El 10 de abril de 1945, una explosión en la cantera produjo nueve heridos graves. Aunque la mortalidad anual del Campo era de una media de 12-13 presos por año. Es decir, una muerte al mes.

Presos del campo trabajando en las canteras.

A finales de la década de 1970, se inició una gran remodelación de la prisión. Se pasó del orden trapezoidal de barracones a un sistema de patios y módulos más moderno. La cárcel, con su morfología actual, fue reinaugurada en 1984. La piedra fue sustituida por el ladrillo. Casi todo rastro del pasado concentracionario fue borrado, pero el material de obra sigue delatando el origen de algunas de las instalaciones. O dicho de otra forma, es la petrología –la caracterización del tipo de piedra– la que señala el contexto arqueológico original del Campo de Concentración.

Vista aérea de 1968 (izda.) y vista actual de la prisión con los restos en piedra original (dcha):
1- Acceso; 2- Restos del molino de piedra. 

El edificio de acceso sigue siendo parte del antiguo Cuerpo de Guardia. Se aprecian también los muros de piedra de una gran construcción al pie del complejo, en el parking de Visitas. Estos muros son los escasos restos de un gran molino en el que se picaba la roca extraída en la cantera para distribuirla en camiones. Algunas empresas constructoras hicieron grandes sumas de dinero con este negocio y, una vez más, nuestras gafas petrológicas nos advierten de la presencia de estas piedras de sangre, incluso en edificios y barrios de Vitoria. 

Barrio “Martín Ballesteros” de Armentia (izda.) y edificio de la calle Ramiro de Maeztu (dcha.).

Estos, al igual que muchísimos otros a lo largo del Reino de España, son los restos silentes de una explotación del hombre por hombre a una escala sin precedentes en nuestra historia. Y así es como, desde la Arqueología, esa ciencia que dedica tantos esfuerzos en descifrar piedras, nos ayuda a acercarnos a un pasado poco conocido, el del Campo de Concentración de Nanclares de la Oca.

Continuará…

Post by Josu Santamarina Otaola (GPAC, UPV/EHU).

jueves, 1 de marzo de 2018

Fe de erratas: la verdadera historia del cartógrafo del monte San Pedro




Rectificando datos con la familia Sagarduy-Gancedo.


Sólo hay una cosa peor que equivocarse: no admitirlo y no tratar de enmendar el error. Así que hoy toca publicar un texto en clave de fe de erratas.
El 25 de noviembre de 2016, en este blog, se publicó una entrada titulada “(Re)dibujando líneas ‘en el’ campo”. En aquel texto se recogían algunos datos biográficos sobre el teniente cartógrafo Jesús Gancedo, uno de los responsables del diseño y la ejecución del sistema defensivo del monte San Pedro (Amurrio, Araba), así como de otras posiciones en el frente occidental vasco. Conocimos la historia de este hombre gracias a su yerno, Jesús María Sagarduy, montañero aficionado y atento visitante a nuestras actividades arqueológicas en la zona. Algunos de los datos que aportó Sagarduy no se reflejaron bien en aquel artículo, así que, un tiempo más tarde, este vecino nos señaló amablemente las deficiencias de nuestro trabajo. De esta forma, se inició un pequeño proceso de revisión de la información y ahora ya podemos dibujar mejor la historia de Gancedo, el teniente de la V Brigada del Ejército Vasco que dibujó las defensas republicanas del monte San Pedro.
A continuación, re-relatamos una parte de su historia.


Vista aérea de las posiciones de guerra en el entorno del monte San Pedro.




Jesús Gancedo Huidobro era delineante. Su principal arma era la pantómetra. Un compás con el que calcular la proporcionalidad entre segmentos y así poder tomar mediciones precisas en superficies topográficas. En Amurrio se decía que Gancedo era una buena persona, alguien en quien confiar. Su trabajo exigía esa autoridad moral: a menudo era el encargado de medir terrenos y localizar mojones, ocasionalmente en lugares que eran objeto de largos litigios entre vecinos. Ya sabemos que en el ámbito rural, la parcelación y los conflictos de propiedad son asuntos de enorme importancia. La supervivencia real de muchas personas puede depender de ello. En ese sentido, Gancedo era un medidor, pero también un mediador que salomónicamente intentaba evitar que se produjesen juicios innecesarios y que los conflictos se enquistasen en el tiempo.
Jesús Gancedo era conocido en Amurrio por otra habilidad en la que destacaba: miembro del Círculo Artesano (antecedente del equipo de fútbol actual), hay fotos en bares del pueblo que atestiguan su carrera deportiva. Su hermano, Inocencio, incluso llegó a ser jugador del Jerez. El hermanastro de Jesús, Pepe, era igualmente conocido en la zona por su labor fabricando txistus.


Círculo Artesano de Amurrio en 1927 (fuente: Amurrio Club).


Al estallar la guerra, Jesús Gancedo ejerció como teniente cartógrafo en la V Brigada: la fuerza compuesta por los batallones Bakunin (CNT), Leandro Carro (PCE) y Araba (PNV) que defendió los montes San Pedro y Txibiarte entre 1936 y 1937. Gracias a su yerno, Jesús Mari, sabemos que este teniente diseñó sistemas defensivos realmente complejos en esta zona del frente occidental vasco, ante el temor de que la ofensiva franquista sobre Bilbao se desatase por aquí. Al fin y al cabo, era la vía más corta y rápida para una operación relámpago.
Sin embargo, como sabemos, el ataque dirigido por Mola se desarrolló por otro lado, al este, en la zona de Villarreal (hoy Legutio), alargando así el conflicto y el sufrimiento de miles de civiles y combatientes. Los técnicos alemanes a menudo criticaban la lentitud con la que Mola avanzaba por Bizkaia aquella primavera de 1937. Sólo la voluntad psicópata de purga y destrucción podía explicar el lento avance de unas fuerzas inmensamente superiores a las del Ejército Vasco. Tanto se alargaron las operaciones que el propio Mola no pudo tomar Bilbao. Como es sabido, murió en un accidente aéreo dos semanas antes de la conquista de la villa vizcaína, cuando sobrevolaba Alcocero, Burgos (todavía hoy, Alcocero de Mola)



Fotografía aérea de la Legión Cóndor en el “Sector Orduña-Amurrio-Murguía”, 1937
 (fuente: Archivo Militar General de Ávila).


Ya casi al final de la guerra en el frente vasco, ante la inminente rendición de Santoña, Gancedo fue nombrado capitán del Ejército de Euzkadi. Por supuesto, cuando fue apresado por las fuerzas sublevadas omitió cualquier referencia a este ascenso para así tener más posibilidades de sobrevivir. Una vez hecho preso, coincidió en el Penal de El Dueso con el célebre socialista Ramón Rubial, con quien mantuvo una relación amistosa durante años. De hecho, durante el periodo de la Transición, Gancedo charlaba con Rubial, quien era muy duro con el camino que estaba tomando el PSOE bajo las órdenes de Felipe González.
En Santoña, Gancedo fue condenado a doce años de cárcel por “auxilio a la rebelión”, pero finalmente cumplió sólo tres. Una vez en libertad estaba obligado a ir a firmar al cuartel de la Guardia Civil una vez al mes. Esta rutina mensual marcó la vida de Gancedo hasta bien entrada la década de 1950. Un día, uno de los agentes pensó que ya no era posible que este hombre tuviese que seguir yendo cada mes a firmar. Buscando en los archivos encontró la documentación que acreditaba el fin de la pena, ¡cuando Gancedo llevaba nueve años yendo de más!
Posteriormente, la Administración pública volvería a hacerle la puñeta a Gancedo. En 1984 entró en vigor la Ley 37/1984 de reconocimiento de derechos y servicios prestados a quienes durante la guerra civil formaron parte de las Fuerzas Armadas, Fuerzas de Orden Público y Cuerpo de Carabineros de la República. Esta ley reconocía a quienes habían combatido con la República en tanto que excombatientes, con sus pensiones correspondientes, en igualdad de condiciones con quienes disfrutaron de ese estatus durante la Dictadura, es decir, los vencedores. Según nos cuenta la propia hija de Gancedo, éste tuvo algunos problemas para que se reconociese su situación, en la medida en que el Gobierno de González alegaba que le faltaban dos meses de pena (cuando, como hemos visto, estuvo décadas bajo en régimen de privación de libertad). Imaginamos que las críticas que vertía su amigo Rubial sobre Felipe González resonarían de forma contundente en la cabeza de Gancedo en aquel momento.

 Carnet de excombatiente de Jesús Gancedo (gentileza de la familia Gancedo).



Finalmente, tras un largo proceso burocrático, Jesús Gancedo, quien dibujó las defensas republicanas de San Pedro frente a la sublevación, consiguió ser considerado un excombatiente de pleno derecho. Este reconocimiento llegó tras varios años de cárcel, silencio, convivencia con sus captores y trajín de documentos traspapelados que marcaron su vida. No es más que otra historia de la guerra. Sin embargo, es buen ejemplo de un devenir vital marcado por el maniqueo discurso de vencedores y vencidos, represión oficial por parte del Estado y falta de libertades en la larga duración. Que este artículo, a modo de fe de erratas, sirva como muestra de visibilización de las injusticias. Mientras tanto, seguiremos excavando en las trincheras de la historia y de la memoria. 

Agradecimientos
Agradezco a la familia Sagarduy-Gancedo la atención con que señalaron los errores del primer artículo y el tiempo y esfuerzo que emplearon en reconstruir materialmente –con fotografías, documentos y otros objetos– la historia de Jesús Gancedo. Eskerrik asko. 

Post by Josu Santamarina Otaola (GPAC, UV/EHU).