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sábado, 1 de mayo de 2021

La estructura nº 1

Fotointerpretación del poblado central (según Luis A. Ruiz).

Mediante la utilización de las herramientas propias de la teledetección, la arqueología está descubriendo poblados y recintos monumentales bajo el manto impenetrable de las frondosas selvas de Centroamérica. Lo mismo ocurre con el Valle de los Caídos. A través de la investigación archivística y de la fotointerpretación, nuestro compañero Luis Antonio ha ido identificando las diferentes estructuras que conforman la primera zona de trabajo de nuestro proyecto: el campamento de la empresa Román, en donde hoy en día se dispone el poblado de los trabajadores de Patrimonio Nacional. Con esta información previa llegamos al Valle. El primer día llevamos a cabo una prospección extensiva de toda la zona para identificar en campo chabolas, basureros y áreas de actividad. Esta inspección visual nos permitió seleccionar una serie de estructuras de carácter habitacional, presumiblemente ocupadas en su día por los obreros y presos y sus familiares. Al mismo tiempo, peinamos con el detector de metales todo el entorno. Comenzaba nuestro viaje en el tiempo, una exploración que nos metía de lleno en la década de 1940.

La estructura 1 antes de su excavación. Vista hacia el N.

Parte del equipo arqueológico llegamos directamente de Galicia, en donde estuvimos excavando una casa campesina ocupada por la guerrilla antifranquista entre 1947 y 1949. Nuestra compañera Cristina está estudiando esta arquitectura doméstica rural y los cambios que conllevó la llegada de la Modernidad. Lo que nos muestra la arqueología es que este proceso no es lineal, sino que presenta rupturas y continuidades. En 1939 España había retrocedido décadas, si tenemos en cuenta los indicadores de desarrollo económico. En la inmediata posguerra, la construcción del Valle o de los primeros embalses se hicieron con técnicas premodernas, ante la escasez de materia prima, de bienes de equipo, de gasolina y de suministros. Pero se hicieron -con un gran coste humano. 

Proceso de excavación de la estructura 1. (Foto de Álvaro Minguito).

Por eso nos impresionan las estructuras rupestres del Valle, como la estructura nº 1 que hemos excavado esta semana. Es una construcción rectangular asentada directamente en el sustrato granítico y que aprovecha el roquedo como pared natural para protegerse del viento gélido del norte. Desde un punto de vista formal nos recuerda a una cabaña de la Edad del Hierro o a un eremitorio altomedieval. Pero no, estamos hablando de los años 40. En realidad, es muy parecida a otras construcciones que hemos exhumado en otros contextos similares, como en el destacamento penal de Bustarviejo en la sierra norte de Madrid. Allí también los familiares construyeron chabolas para estar cerca de sus seres queridos.

Dispersión de materiales en la cota superior del depósito.

De la estructura 1 se conserva apenas una hilada del paramento, levantado con grandes bloques de granito local. El interior estaba cubierto de maleza y de raíces secas. Una vez retirada la capa vegetal documentamos un gran depósito de tierra negra, de naturaleza muy orgánica y con evidentes restos de combustión. Esta gran mancha ocupa la mitad meridional de la estancia y continúa siguiendo la línea de la pendiente.

Depósito UE1001 definido en planta. Vista hacia el S.

Se dispone en algunas zonas directamente sobre la roca y en otras sobre un pavimento de saprolita, es decir, granito meteorizado empleado para elaborar un pavimento. Este tipo de suelos tienen una larga tradición. Los encontramos en yacimientos prehistóricos pero también en contextos rurales de la primera mitad del siglo XX.

Selección de materiales del depósito UE1001.

Este depósito (UE1001) contenía cientos de objetos de la inmediata posguerra. Creemos que esta estructura fue reutilizada como basurero por la familia que habitaba una cabaña ubicada al lado. Este totum revolutum nos recuerda a aquellos sobres-sorpresa que comprábamos de niños a comienzos de los años 80. A pesar de la variedad de objetos y fragmentos, podemos rastrear la presencia de un hombre adulto, que podría ser vigilante del campo: recogimos un cristal de gafas de sol, hebillas de uniforme, un botón con el águila franquista, una funda de puñal, una bala de Mauser y un casquillo no percutido con la pólvora dentro. Esta munición se corresponde con los fusiles rusos Mosin-Nagant capturados al Ejército Popular y que fueron transferidos a la Guardia Civil en la posguerra. La disciplina militar conllevaba prácticas de higiene y de cuidado de la indumentaria, como demuestra la aparición de un frasco de Búfalo empleado para dar lustre a las botas. Asimismo, las labores burocráticas propias del personal del campo se reflejan en la documentación de lápices, portaminas y tinteros.

Botón de uniforme militar y casquillo de Mosin Nagant. (Foto de Álvaro Minguito).

Este señor era el padre de, al menos, una niña. Hemos recuperado una suela de zapato, elaborada en un taller riojano, de la marca Zarina. Desde luego, esta familia compartía la dureza de las condiciones de vida en el Valle, pero tenía acceso a buenos suministros. Nos aparecen restos de medicamentos y evidencias de prácticas de consumo en donde no faltan las gaseosas, las bebidas alcohólicas y las paellas, de las que quedaron cientos de chirlas esparcidas por el depósito. Entre los materiales metálicos cabe destacar la presencia de clavos, vientos y objetos vinculados con la actividad del hogar, todos ellos realizados por procedimientos de herrería tradicional, posiblemente en una forja que existía en el Valle.

Suela de zapato infantil.

Los arqueólogos y las arqueólogas soñamos con la basura, somos así. Un vertedero es un contexto fantástico para nuestra investigación. Muros georreferencia con la estación total la ubicación de cada objeto para elaborar planos de dispersión. Candela, ya en laboratorio, sistematiza y cataloga cada uno de los restos. Cada cosa tiene una historia detrás. La tierra también: por eso recogimos muestras de carbón para llevar a cabo estudios antracológicos, así como muestras edafológicas para análisis geoquímicos.

Georreferenciación de piezas. (Foto de Álvaro Minguito).

La arqueología de campo es un proceso de construcción del conocimiento en el que cada día nos obliga a plantear nuevas hipótesis, a desechar unas y plantear otras. Creíamos estar delante de una chabola y nos encontramos finalmente ante un basurero vinculado al día a día de un vigilante del campo y de su familia. De ahí la importancia de una documentación rigurosa, completa y objetiva. Nuestro trabajo consiste en documentar estos vestigios materiales tal y como los encontramos, para recuperar la huella de todos y todas los que vivieron en el Valle de los Caídos, una huella que en muchos casos no se conserva ni en la memoria oral ni en la documentación existente.

Manilla para dar cuerda a un reloj. Seguimos viajando en el tiempo (Foto de Álvaro Minguito).






 




martes, 12 de mayo de 2020

La queimada nació en una trinchera (y II)

Refugio en el asilo de Santa Cristina en la Ciudad Universitaria de Madrid. Campaña de 2017 (Foto Minguito).

En los últimos 150 años, el orujo fue en la Galicia interior la principal medicina y la herramienta higiénica más eficaz. Formaba parte de la parva, del desayuno previo a las labores del campo. Las cuadrillas de nuestros abuelos se llevaban a la siega a Castilla litros de este combustible casero: Cando van, van como rosas/cando vén, vén coma negros, cantaba Rosalía de Castro. En las zonas vinícolas, sobre todo aquellas en las que no predominaba la calidad, se producía mucho aguardiente, llegando a ser el producto principal. Eso pasaba, por ejemplo, en la zona miñota de la actual Ribeira Sacra, en esta terra de Lemos. Un ejemplo maravilloso es Bodegas Moure, en A Cova, que en los años 50 y siguientes se centró en esta actividad para pasarse después al mencía y al godello. Cómo olvidar esas pinturas murales en la bodega, de tema clásico, con un centauro tocando la gaita gallega... Incluso existía una profesión ambulante, el alambiqueiro, que iba por las aldeas y hacía aguardiente en las casas. Una profesión de riesgo. Los calores trajeron hijos y el fuego a veces generó incendios catastróficos. Hoy en día, cuentan que alambiques de estraperlo de Portugal hacen su función en las aldeas gallegas, de casa en casa, pasándose por el forro la normativa de la Xunta, pero eso son solo rumores.

Campaña antialcohólica del Ejército Popular.

En 1963 alcohol adulterado, sobre todo augardente y licor café, causó la muerte de 51 personas y dejó ciegas a otras 9. Se conoció como el Caso del Metílico y tuvo un gran impacto en la vecina zona vinatera de O Ribeiro en Ourense. Durante años el mal nombre acompañó a los licores de esta comarca. Este garrafonazo se explica en parte por la gran demanda de licores y aguardientes que existía en esa época y que obedecía a pautas culturales y hábitos de consumo consolidados que se extendían también entre los emigrantes retornados. Historiadores como Xavier Castro han estudiado este fenómeno con detalle. De hecho, todo apunta a que la queimada como objeto cultural surge en esta década, generando toda la escenografía ad hoc, incluido el canónico juego cerámico de pota, cucharón y pocillos. Hoy en día, es uno de los productos más vendidos por la empresa Sargadelos, que se harta de enviar pedidos a... Japón. La sombra de Mariano Marcos de Abalo es alargada. Ya Álvaro Cunqueiro comentó en su día que este invento de la queimada tenía que ser posterior a la guerra civil. Hacer aguardiente llevaba su tiempo y su dinero, como para andar quemándolo por ahí.

Moral anarquista.

Benigno (pronúnciese Binino) había fallecido dos años antes. Aquella casa d'O Izquierdo de la aldea de Cimadevila, en Cereixa (A Pobra do Brollón, Lugo), se quedó huérfana y deshabitada desde entonces. La vivienda, en el mundo rural, es todo un repositorio de la memoria, una máquina perfecta de generar identidad. Dos años después estábamos allí su nieto, Xoel y yo, arqueólogo. Y bajamos a la bodega. Allí permanecía, a oscuras, la cubeta en la que reposaba parte del legado del abuelo, el último aguardiente que hizo en vida. Recordamos las historias de Benigno, la represión en Vilachá, la masacre de Badajoz, la lucha invernal por la ciudad de Teruel, la vida comunitaria de la parroquia. Todo un mundo ido, reflejado en el cobre ahumado del viejo alambique. Al patrón le gustaba que el vino rascase un poco y a veces le añadía un refuerzo de orujo que, desde luego, no dejaba indiferente a nadie. Benigno fue uno de esos gallegos llamados a quintas y que nutrieron el frente de guerra de orujo casero. Como mi abuelo paterno, Antonio, cabo del ejército del Sur. A la vuelta de cada permiso, todos los compañeros de armas eran amigos suyos. Hasta los republicanos preguntaban voz en grito desde el otro lado: ¿Ha vuelto el gallego? Mi yayo era el puto amo en los intercambios nocturnos. También mi abuelo materno, Jesús, sabía que tenía un as en la manga. Medio desertor y herido en un pie, se ganó el aprecio de una monja cuidadora en el hospital militar de Zaragoza, a cambio de su debido suministro de agua bendita.

Benigno y Ramona en la Casa d'O Izquierdo. Años 90 (Foto Xoel).

Me agotan los debates acerca de la fiabilidad sobre las fuentes orales por parte de arqueólogos e historiadores. O las desprecian directamente o solo atienden a ellas cuando corroboran sus hipótesis. No hay nada más aburrido y predecible que escuchar a un tipo de éstos diciéndote a quien tienes que creer. Yo solo sé que una noche fría de diciembre, en la cocina de la casa do Izquierdo, Benigno, socialista de toda vida, nos contó su paso por la batalla de Teruel en el ejército franquista, y lloraba como un niño. Hay que ser muy ben actor para sollozar y mentir al mismo tiempo, y no era el caso. Él fue camillero en aquella carnicería y allí estuvo en la defensa y en la reconquista de la ciudad aragonesa, con otros vecinos aguardentóforos como él. Y fue entonces cuando nos contó que al borde de la congelación solían quemar el aguardiente de casa, mezclándolo con cosas que compraban a los moros. Esa es la razón por la que nunca le gustó esta moda de la queimada en las fiestas, porque le traía de nuevo el traumático recuerdo de la guerra. Esto nos lo contó en el año 1997.

Puesto de moro vendiendo vinos, aguardiente y tabaco. Frente de Aragón, sector Teruel, 14 de febrero de 1938 (Digital Hispánica, BNE).

Pedro García Trapiello es un escritor cazurro (palabra polisémica) con columna de opinión (Cornada de Lobo) en el Diario de León. El 2 de marzo de 2020 publicó una historia curiosa bajo el título de Cazurro queimón (advierto que el final es deleznable). La escuchó de boca de su padre. Teruel, 18 de febrero de 1938, víspera de ofensiva. Veinte grados bajo cero. Una compañía franquista formada por leoneses, asturianos y gallegos espera por el asaltaparapetos, esto es, su botella de brandy o sucedáneo para enardecer los ánimos y ahuyentar el miedo a morir. La importancia de este combustible en el frente era tal, que en el lado franquista se organizaron cuestaciones populares como El Día del Licor del Soldado o Tabaco del Herido. El 27 de enero de 1938, por ejemplo, se llevó a cabo una en el Teatro Liceo de Salamanca: Las botellas y cajas que se adquieran serán entregadas en el frente de Teruel por los organizadores del Acto.


Pero los licores no llegaron a la compañía de soldados leoneses, gallegos y bercianos. Despesperado, el cabo furriel decide echar mano del alcohol del hospital de campaña. Para hacerlo bebible lo queman y aderezan con azúcar a dolor, restos de mondas y granos de café. 

Como diría Manquiña en Airbag, el concepto es el concepto, y éste surgió en la guerra civil.

El falangista Carlos Alonso del Real solo tenía razón en una cosa en su interpretación sobre el origen de la queimada. Efectivamente se dio gracias a una mezcla, que él conocía muy bien, de elementos célticos (del noroeste de la Península Ibérica), germánicos (Legión Cóndor) y musulmanes (las tropas coloniales).

P.S. Como mis abuelos, tengo la fiel costumbre de llevar a los frentes que excavamos un surtido amplio de caña blanca, aguardiente de hierbas y licor café, de Trasmonte y A Ponte. Nada de orujo cantinero. Como decían los abuelos: É da casa, neno, non che fai dano.


Referencia.
María Luz de Prado Herrera (2012). La contribución popular a la financiación de la guerra civil: Salamanca, 1936-1939. Salamanca: Ediciones de la Universidad de Salamanca.






sábado, 9 de mayo de 2020

La queimada nació en una trinchera (I)

Carlos Alonso del Real y Ramos (1914-1993).

El camisa vieja Carlos Alonso del Real fue uno de esos intelectuales que lo dio todo en la Falange durante la guerra y la inmediata postguerra. Compuso algunas de las canciones e himnos fascistas más conocidos, fue formador en la escuela de mandos José Antonio del Escorial y formó parte de la División Azul. A la vuelta de Rusia se convirtió en un fiel servidor de Martínez-Santaolalla, el falangista que controlaba el entramado institucional arqueológico de la Nueva España. Carlos Alonso ocupó diversos cargos administrativos a la sombra del Comisario General hasta que los tentáculos de los tecnócratas del Opus Dei llegaron también al ámbito de las Humanidades. Martínez-Santaolalla, como tantos otros azules, fue defenestrado y nuestro personaje acabó alejado de Madrid, ganando la cátedra de Prehistoria en una universidad periférica, de provincias, como era Santiago de Compostela en 1955. Como otros intelectuales falangistas acabó por apoyar la resistencia estudiantil convirtiéndose en un auténtico disidente, respetado por el alumnado que acudía a sus aulas. Colaboró con el galleguismo cultural y político en el tardofranquismo, de ahí que publicase en revistas y medios afines, como la revista Grial. Aquí publicó en 1972 un artículo en gallego titulado: As orixes da queimada. Capítulo programático dun libro en preparación. El volumen al que se refiere no llegó a publicarse nunca, si bien por azares del destino, hemos encontrado la versión manuscrita de ese libro. Estamos preparando una edición crítica del mismo y es por ello que hemos indagado en la figura de Carlos Alonso, un tipo inteligente que supo modelar una determinada imagen de sí mismo. Por lo que estamos viendo, era un fabulador y, sobre todo, un cínico. De quemar libros de Gordon Childe en Madrid en 1939 pasó a ser su máximo admirador décadas después. Su recuerdo en Compostela no tiene nada que ver con la memoria que se guarda de él en Madrid, por ejemplo. Ciertamente, nunca renegó del fascismo, y aún en los años 70 reconocía por escrito la genialidad de Mussolini, por ejemplo. Su programa de investigación se centró en parte en el análisis de los orígenes de cuestiones muy queridas para esa ideología como la guerra, el deporte o el mando. En esta línea cabe encuadrar este curioso artículo sobre el origen de la queimada en el que nos habla de sustratos e influencias culturales. Resumiendo mucho la queimada sería un melting pot, un crisol en el que, igual que se mezclan café y cáscaras de naranja, se vislumbran influencias célticas, germánicas y musulmanas. Su origen sería medieval, ya que el alambique se introduce en Galicia hacia el siglo XII, según él. Esta investigación sobre la queimada respondía a su interés por la brujería como fenómeno histórico, en la línea de Julio Caro Baroja.


En todas las viviendas campesinas gallegas con familiares en la emigración, se colgaban en las paredes del comedor (utilizado solo el día del banquete de la fiesta parroquial) souvenirs folclóricos de todo pelaje, procedentes de las grandes ciudades españolas, europeas y americanas. En el comedor de la casa de mi abuelo en A Ponte (Cereixa, A Pobra do Brollón, Lugo) recuerdo siempre dos elementos bastante más autóctonos, y eso que teníamos gente viviendo en Caracas y Barcelona: una gaita y el conjuro de la queimada. Este último tenía forma de pergamino y un cierto marchamo heráldico, que poco tenía que ver con ese mundo imaginario medieval del que hablaba Carlos Alonso del Real. Estoy hablando de inicios/mediados de la década de 1980. Se lo había regalado mi padre Julio a mi tío Suso.

El conjuro de la casa de A Ponte (Foto Suso 40).

La política turística promocionada por Manuel Fraga Iribarne en la década de 1960 consolidó una imagen folklorizante de Galicia que legitimó toda una serie de prácticas performativas como las ferias del vino, las Reales Órdenes de la Alquitara y el Albariño, acuñó eslóganes que son historias de éxito (Y para comer Lugo) e incluso propició la invención de paisajes a través de la caza deportiva como la Serra dos Ancares.  Esta estrategia se extendió a la emigración gallega y contribuyó a desactivar políticamente los Centros Gallegos que, sobre todo en América, mantenían encendida la llama del exilio republicano. El desarrollismo acabó con todo eso. Los gallegos de fuera y de dentro nutrieron todo este entramado arquetípico, promocionado por el NO-DO y el Ministerio de Información y Turismo. Los gobiernos democráticos autonómicos de Albor y Fraga en los 1980 y 1990 bebieron directamente de ese modelo. Y como siempre, hubo intelectuales de nivel que sirvieron entusiásticamente a la causa (Cunqueiro, Castroviejo), pero también hubo gente avispada, buscavidas que aportaron su granito de arena a todo el proceso. En este contexto surge la figura titánica, fulcral, de Mariano Marcos de Abalo. Os aconsejo leer la entrevista que le hizo la periodista Sandra Penelas en 2007 para el periódico El Faro de Vigo. Una joya. El titular es el siguiente: El Conxuro nació en los guateques de los sesenta.

Mariano en el Museo Liste en 2018 (Atlántico Diario).

Mariano es poeta, dibujante, coleccionista de pipas y esquelas con mote, trabaja el marfil y le llueven las ofertas para dar pregones por las fiestas de Galicia, que no son pocas. Ideó el conjuro en 1967 en una pensión al lado del puerto de Vigo y en el año 1974, cuando ya actuaba en la discoteca Fausto, añadió las dos últimas estrofas, en las que se apela al recuerdo de los emigrantes que están fuera. Después, durante nueve años, hizo queimadas en el  barco nocturno de la Ría, sobre todo para japoneses. Se convirtió en un clásico de la Fiesta del Turista y del Parador de Baiona, en donde su número era la gran atracción de la noche. Por supuesto, en 1988 le nombraron caballero de la Orden Serenísima de la Alquitara de Portomarín y fue al programa Luar de la TVG, el decano de los programas de entretenimiento de toda Europa, pero allí, según él, las queimadas no las disfrutas igual porque no ves a la gente y Gayoso [el presentador] me trató con un poco de desprecio. Solo quiere destacar él.

El queimador Mariano en 2016 (Foto de Xoán C. Gil, La Voz de Galicia)

Su éxito setentero llevó a una imprenta viguesa a editar el conjuro. Un acuerdo entre autor y empresa  le permitió cobrar 1 peseta por conjuro vendido. Sin embargo, la demanda era tal que fue imposible controlar las copias, los sucedáneos y las versiones. Una de las más famosas, impresa en una tela marrón era la que colgaba de la pared del comedor de casa de mi abuelo. Tan típica como las figuritas de meigas que se venden en el monte de Santa Trega o los collares de conchas de La Lanzada y La Toja. Finalmente en 2001, Mariano registró el conjuro en la SGAE. Este artista siempre anda con un maletín preparado por si le llaman. Durante años ha perfeccionado su puesta en escena:

Me pongo un hábito negro, colgantes y un gorro de punta y sobre la mesa coloco una calavera, que me regaló en 1956 un amigo que estudiaba Medicina en Santiago, y un cuerno de cabra, ambos con velas encima. Primero cuento la historia de la queimada, o mellor remedio para producir felicidade, las diferentes acepciones de la palabra carallo y varios chistes. Enciendo el aguardiente sobre una concha de vieira y después el del pote. A continuación echo el azúcar mientras remuevo la mezcla y pronuncio el conjuro. Cuando el color de la llama es medio azulado lo apago con un paño que tiene un anxo de vento dibujado.

Mariano ha creado escuela. Existe todo un mercado veraniego en el que fulanos disfrazados de brujos o de Juego de Tronos, no se sabe muy bien, meten unas clavadas enormes por recitar el conjuro y perpetrar una queimada en aniversarios, banquetes, bodas y reencuentros estivales con emigrantes. Yo soy uno de ellos. Como veterano de campos de trabajo arqueológicos internacionales me he comido unas cuantas. Gusta mucho (sobre todo los asiáticos y los de Europa del Este) la parte esa de los pedos de los infernales culos y poner voz chunga al recitar. También vendo vino y camisetas para financiar el proyecto de turno. Como decía Lisa Simpson, todo científico que se precie tiene que tener alma de feriante, sobre todo en Galicia.


Referencias
Alonso del Real, C. 1972. "As orixes da queimada. Capítulo programático dun libro en preparación". Grial. Revista Galega de Cultura, 35: 74-82. 

miércoles, 9 de octubre de 2019

Pánico en el bosque


Panorámica del combate del Palacio de Ibarra, en el Museo de Brihuega. Albert Álvarez Marsal.

Nuestro compañero Luis Antonio Ruiz Casero acaba de presentar su nuevo libro El Palacio de Ibarra,1937 en el que reconstruye al detalle la contraofensiva republicana que dio inicio al descalabro italiano en Guadalajara. Hay un aspecto del libro que nos parece muy reseñable, por lo novedoso en el contexto historiográfico español. El autor señala la obra mítica de Olao Conforti, de dudoso valor historiográfico, pero de indudable calidad literaria a la hora de recrear los combates en el palacio de Ibarra en aquellos días de marzo de 1937. Del mismo modo que el italiano, Luis Antonio se pone en la piel de los soldados y esboza un ensayo claro de lo que la arqueología postprocesual británica denominó Arqueología de la Percepción. Las páginas en las que nos habla de las oscilaciones en la moral de los defensores del palacio son fantásticas. 

Extensión del encinar en el entorno del palacio de Ibarra, marcado sobre la fotografía aérea de la Legión Cóndor. (Luis Antonio Ruiz Casero).

La percepción y los sentidos son un campo de estudio que empieza a atraer la atención de los investigadores en arqueología del conflicto (Saunders y Cornish 2017). Participando de este enfoque, el autor describe las sensaciones y el estado de psicosis colectiva de los militares italianos en el encinar de Ibarra, sin buena visibilidad, cercados por el enemigo. Acostumbrados a la guerra celere y a la lucha en campo abierto, el ejército de Mussolini encuentra aquí su tumba. Esta misma psicosis se dio en el territorio ocupado por los italianos en Abisinia, un imperio africano que se reducía, en realidad, a ciudades fortificadas, asediadas, en medio de un territorio hostil (González Ruibal et al. 2010). 

Miembros del Batallón Celta del Ejército de Euzkadi, en las trincheras, en un pinar de Larrabetzu, mayo de 1937. (Fundación Anselmo Lorenzo).

La experiencia del bosque de Ibarra se repitiría poco después, en la campaña de Bizkaia, cuando los italianos volvieron a luchar en masas forestales, en este caso, pinares extensos en la montaña vasca. El olor a resina de pino, las astillas voladoras que herían de gravedad a los soldados y la lucha en los bosques son una referencia constante en las memorias de los combatientes de ambos bandos en la primavera de 1936 en Bizkaia. Y a los italianos tampoco le fue muy bien, ya que a punto estuvieron de sufrir otro descalabro en su avance hacia Bilbao por la costa cantábrica. Haciendo gala de una genial intuición, el autor defiende la idea de que Ibarra, el high-water-mark del avance italiano en la batalla de Guadalajara, se convierte en el punto de inflexión de la ofensiva y en el inicio de la derrota fascista ese 14 de marzo, debido, en gran medida, a ese pánico en el bosque. 

Tropas italianas de la brigada Flechas Negras en la campaña de Bizkaia, 1937 (Biblioteca Nacional).

Luis Antonio esboza aquí una línea de trabajo que está por abrir en la historiografía de la guerra civil: escribir una historia del miedo. El mismo miedo que sentirían los italianos en los inmensos bosques de Croacia entre 1941 y 1943. La inaccesibilidad y la resistencia partisana en los montes fue combatida con la política de tierra quemada en los fondos de valle.

Bosques de Krakar (Drznica, Croacia) en donde se ubicó uno de los primeros campamentos partisanos (afloramiento rocoso) (Fot. de Carlos Otero).


Referencias:

González Ruibal, A.; Fernández Martínez, V.; Falquina Aparicio, Á.; Ayán Vila, X. M. y Rodríguez Paz, A. 2010. Arqueología del fascismo en Etiopía (1936-1941). Ebre 38. Revista internacional de la Guerra Civil 1936-1939, 4: 233-254.

Ruiz Casero, L. A. 2019. El Palacio de Ibarra, maro de 1937. Reconstruyendo un paisaje bélico efímero. Madrid: Audema.

Saunders, N. y Cornish, P. (eds.). 2017. Modern Conflict and the Senses. Londres y Nueva York: Rouledge.

Proyecto Heritage from below. Traces and memories. Dreznica 1941-1945.

miércoles, 2 de octubre de 2019

La gente del bosque


Hace un frío que pela. Entramos en la casa de la familia Radulovic, en la aldea de Tomicic. Calor de hogar. Esta pareja de jubilados vive sola todo el año. Una hija emigró a Estados Unidos y la otra a Alemania. El petrucio, Mihajlo Radulovic, está entusiasmado con la idea de que yo venga de España. No pasarán. Estamos en su casa porque el historiador, Milan, y la antropóloga, Ivona, quieren hacerles una entrevista. Pero antes, hay que mojar la palabra. Sobre la mesa, rakija y otros licores caseros, torreznos, embutidos, quesos. La hospitalidad de esta gente es proverbial. Aunque yo no sé hablar nada de croata, echamos mano de un lenguaje internacional: el fútbol. Las raíces serbias de esta familia se hacen notar: aquí son del Estrella Roja de toda la vida. Tras los prolegómenos, Mihajlo, como aviso previo a la entrevista, declara: Yo soy marxista. Y a partir de ahí la crónica del horror. Su madre fue asesinada por los fascistas, junto con dos de sus hijas, una de ellas un bebé de dos días. Esta es la historia de cada familia de aquí. Septuagenarios y septuagenarias nacieron en la primera mitad de los años 40 en el bosque. Son hijos e hijas del bosque. De un  bosque impenetrable, lleno de agujeros kársticos, de pendientes imposibles, de afloramientos rocosos. Un bosque protector, invisible a la aviación enemiga, imposible para la artillería italiana dispuesta en acorazados en el mar Adriático.

Ubicación del primer campamento partisano en los montes de Krakar. De izquierda a derecha: Xurxo, Carlos, Sanja y Nedeljko. (Fotografía de Matja Kralj).

Esta es también la historia de nuestro guía por las montañas de Krakar, el bueno de Nedeljko Maravic. Él nació en el bosque. Su relación cromosómica con el mundo vegetal le llevó a estudiar ingeniería forestal en Zagreb. De hecho fue el máximo responsable del distrito, hasta que en 1991 fue relevado injustamente de su puesto. Era serbio... en el nuevo estado croata independiente. En los inicios de la última guerra, tuvo que pasar por un control de carretera. Allí estaban apostados paramilitares croatas. Según nos cuenta, le amenazaron con una típica frase balcánica: te mataremos a ti, serás pasto de los zorros, y nos los comeremos. Nedeljko nos guía con pericia por los vericuetos del monte, un laberinto de pistas de tierra maltratadas por las cadenas de los tractores y camiones de la madera. Nos lleva al que se considera el primer campamento base partisano en la zona, habilitado en otoño de 1941. En esta fase paleolítica de la guerrilla, se habilitó un refugio en un monumental abrigo rocoso. Nedeljko va recogiendo flores y hojas, recita sus nombres en latín y nos ofrece una lección magistral sobre propiedades curativas y alucinógenas. Los servicios sanitarios partisanos echaban mano del saber local ante la falta de suministros, como así aparece reflejado en las crónicas de la época. El bosque protege, cura, calma, adormece, hace soñar.

Carlos tomando las coordenadas de la nueva cueva.

En el interior de la cueva.

Tras este viaje maravilloso por el bosque animado, Nedeljko nos lleva a su casa en la aldea de Krakar en donde nos aguarda una sorpresa. La antigua casa familiar estaba apoyada directamente en la pared rocosa. La parte trasera conectaba directamente con una cueva empleada por los partisanos, probablemente como almacén de municiones, suministros y alimentos. La entrada en pendiente a la cueva está llena de escombros y materiales etnográficos, probablemente de la segunda mitad del siglo XX cuando se empleó como basurero doméstico. Sin embargo, al fondo, parece conservarse el nivel de ocupación original. Allí documentamos algunas piezas de uniforme del Ejército italiano.


Arriba: objetos en el suelo de la cueva. Abajo: los mismos objetos en laboratorio (Fotos de Carlos Otero)

Nedeljko nos ofrece un tentempié, con salchichas y vino de casa. Él fue refugiado en su día y, ahora, su pueblo se encuentra en la ruta de paso de los refugiados que vienen de Próximo Oriente. La nueva gente del bosque, que deja sus propias huellas, que maneja su propia estrategia de ocultación. Los invisibles de Europa. De todo ello hablaremos mañana.

Proyecto Heritage from below. Traces and memories. Dreznica 1941-1945.







martes, 24 de septiembre de 2019

Vera

Diario de Istria en el que se recoge la entrevista a Vera, realizada en la conmemoración del sábado pasado: Fue muy difícil, pero teníamos la moral alta por la camaradería.

La familia de Vera era judía. Era, porque nadie sobrevivió al Holocausto ni a la 2ª Guerra Mundial. Solo ella. Desde Zagreb, con sus gafas de siete dioptrías, huyó a la zona liberada para luchar con los partisanos. Ella fue una de las mujeres que atendió a enfermos y heridos en el hospital nº 7, hasta que no pudo más. Cada día fallecían, entre sus brazos, compañeros, guerrilleros y refugiados. Incluso niños. La epidemia de tifus de 1943 se cebó con la resistencia.

Vera, 98 años, delante del osario de los partisanos fallecidos en el hospital nº 7.

En la postguerra mujeres como Vera, enfermeras, médicas, comisarias políticas, fueron un pilar fundamental a la hora de mantener viva la llama de la memoria, de preservar el recuerdo de los caídos. En esta fotografía de 1956 la podemos ver delante del osario y del monumento (hoy desaparecido) que recoge la labor asistencial de estas partisanas.

1956. Vera es la primera mujer de la izquierda.

Vera tiene una memoria prodigiosa. En la ofrenda floral en homenaje a la población civil asesinada por los fascistas, no pudo contener las lágrimas, mientras Pipo, partisano de 97 años, iba relatando las atrocidades cometidas y el surgimiento del movimiento guerrillero en la zona de Dreznica. El testimonio de Pipo y Vera, protagonistas heroicos de esta historia, es fundamental para que las nuevas generaciones sepan lo que aquí ocurrió. Dentro de poco solo nos quedará la Arqueología como fuente de conocimiento de los paisajes de la resistencia.

Sanja, codirectora del proyecto arqueológico, Vera y Pipo en la ofrenda floral en el monumento de la antigua escuela de Dreznica. (Foto de Ivona Grgurinovic).

Vera formó parte de todo un auténtico ejército del bosque, en donde ya sabemos habitan en muchas culturas los seres maravillosos, encantados, mágicos. A pesar de su delicado estado de salud, Vera quiso volver a su bosque, con el paso decidido de quien no olvida. Al solar del hospital en donde salvó vidas y asistió en los momentos finales a otros compañeros. Allí un coro de la vecina región de Istria interpretó canciones partisanas que Vera tarareaba con orgullo. También se cantaron himnos de la guerra de España, como el 5º Regimiento o Los campesinos.

Y Vera volvió a su hospital.

Desde su llegada al hospital Vera escribía un diario en el que detallaba la evolución de los enfermos, las altas, las bajas, las incidencias... En un ataque alemán tuvieron que huir y atravesar un río. Ella se despojó de su abrigo y se lo pasó a otro compañero que quedaba atrás abriendo fuego al enemigo. Ese partisano cayó en combate y con él, el diario. Vera, con una gran miopía, perdió sus gafas, y pasó el resto de la campaña en esas condiciones. Como dice ella, la solidaridad y la camaradería la ayudaron a salir adelante. Tras tres años en el bosque, al acabar la guerra, volvió al oculista y éste certificó que le habían bajado las dioptrías a la mitad. Milagros cromáticos del bosque.

Pipo lee su discurso, escrito a mano por él, bajo la atenta mirada de Vera.

Pueden tirar abajo con dinamita monumentos de hormigón armado. Pueden destruir memoriales, robar placas y recristianizar cementerios partisanos. Pero nada podrán con el tesón y el testimonio de mujeres como Vera. Se entregó a los demás para combatir el terror. Con personas como Vera, uno aún mantiene un mínimo de esperanza en la Humanidad. El amor en los tiempos del cólera.

Proyecto Heritage from below. Traces and memories. Dreznica 1941-1945.







viernes, 20 de septiembre de 2019

El pasado es un país extraño

Emil trabajando en la restauración y acondicionamiento del osario.

Emil Jurcan es un arquitecto de los que hay pocos en mi país. Él viene de Istria y desarrolla un interesantísimo proyecto de investigación sobre el uso político e ideológico de las ruinas romanas en la Croacia actual, desde el Imperio Austrohúngaro hasta la actualidad. Ideología, política, patrimonio y arqueología son realidades que van cogidas de la mano, como ya sabéis los que seguís este blog desde hace tiempo. Emil está reparando con cariño el muro de la entrada al osario que acoge los restos de 300 partisanos que murieron luchando contra el fascismo. 

Placa conmemorativa en el interior del osario.

Este cementerio forma parte de un complejo memorialístico generado en la postguerra y que fue culminado en 1981 con los monumentos erigidos en el solar original del hospital número 7. La desaparición de Yugoslavia y el triunfo del nacionalismo ultraconservador croata en 1990-1991 generaron una nueva realidad política en la que el pasado partisano y todo lo que oliera a comunista era borrado del mapa. Este proceso de damnatio memoriae ha sido sistemático y se ha agudizado en los últimos tiempos. La historiadora del arte Sanja Horvatincic lleva años estudiando la biografía y la vida social de estos monumentos que obedecen al proyecto de construcción de una sociedad socialista y no a meros criterios estéticos. Estos días hemos visitado con ella numerosos de estos repositorios materiales de la memoria. Es sorprendente la cantidad de lugares, casas, parajes que acogieron y acogen estos memoriales. Auténticos parques públicos, temáticos, construidos en aldeas alejadas, en medio de esta zona rural que dista apenas quince kilómetros en línea recta de la costa, otro mundo. 

Monumento a héroes partisanos, con la forma del típico gorro croata. Sanja nos muestra el expolio al que ha sido sometido en los dos últimos años.

El desdén de la administración, los ataques fascistas, el robo de las placas y bustos de bronce han acabado con gran parte de este legado. Una materialidad generada en su día por escultores y arquitectos de prestigio. Auténticas obras de arte, como esas esculturas icónicas de partisanos en actitud desafiante, fusil en mano.


Este expolio se ha cebado con los monumentos de Dreznica. El bajorrelieve en bronce que honraba la memoria de los médicos y enfermeras del hospital partisano ha desaparecido. Las placas explicativas del hospital fueron expoliadas y se habrán fundido en algún otro lugar. En este contexto, la comunidad serbia pretende revertir este proceso de abandono y recuperar estos lugares de memoria. 


Placas retiradas del complejo memorial del hospital nº 7.

En este contexto, emociona ver a Emil limpiar con cariño las grietas del muro de la entrada al cementerio, hacer masa para restituir los bloques caídos. Gracias a él, esta arquitectura lucirá como en sus mejores tiempos en el homenaje que mañana se brindará a los héroes y heroínas que yacen aquí, en el bosque que les acogió durante cuatro años de resistencia.

Memorial en la antigua escuela de Dreznica, con los nombres de las 700 víctimas civiles de la vesania fascista.

Durante la prospección en este paisaje rural, durante las entrevistas a la gente mayor nos damos cuenta del alcance del terror fascista, que acabó con la vida de cientos y cientos de mujeres, niños, bebés, ancianos y hombres. La Convención de Ginebra no fue tenida en cuenta por las fuerzas de ocupación y los fascistas croatas, obsesionados con acabar con las redes de ayuda y los hospitales que sostenían la moral y la lucha partisana. Todos estos lugares de memoria, vandalizados, expoliados y olvidados nos remiten a un Estado croata que ve en ese pasado un país extraño. Por el contrario, la comunidad serbia de Dreznica reivindica el legado de la solidaridad entre pueblos. De hecho la guerra de 1991-1995 no afectó a esta zona de Croacia. Toda una lección para el presente y para el futuro.

El cartel de los actos de mañana recoge un diseño del monumento a los servicios médicos partisanos, escultura en bronce que fue robada hace años. La comunidad local pretende reponerlo en breve.




domingo, 31 de marzo de 2019

La lluvia al final de la guerra



Madrid se rindió el 28 de marzo de 1939. Después de dos años y medio de resistencia, cayó sin un tiro. Los republicanos no perdieron ninguna batalla en la capital, pero perdieron la guerra. El verano pasado excavamos en el lugar exacto donde se escenificó la rendición, junto al Asilo de Santa Cristina, a los pies del Hospital Clínico, en la Ciudad Universitaria. Encontramos la trinchera por la que se retiraron los coroneles Losas y Prada, el uno a celebrar la victoria, el otro camino del cautiverio. Sobre el suelo de la trinchera aparecieron los últimos objetos abandonados de la Guerra Civil: una granada de artillería sin explosionar, restos de ropa, latas, cristales rotos. 

Granada alemana de 77 mm sin detonar que apareció en el relleno de la trinchera.
 
También encontramos una botella de sidra. Y no es la única. Junto a la entrada de una galería de contraminado, a poca distancia de la trinchera, encontramos varias botellas de sidra intactas, al lado de restos de cordero y chirlas.


No es descabellado interpretar este contexto como el festín de la victoria. Sabemos que los soldados solían recibir raciones extra de comida y sobre todo bebida después de un triunfo militar. Disponemos de una fotografía tomada en el Hospital Clínico poco después de acabar la Batalla de Brunete, en la que se ve a unos legionarios celebrando con alcohol el fracaso de la ofensiva republicana.

"Unos cuantos legionarios del Hospital Clínico celebrando con unas botellas de manzanilla la derrota de los rojos en Brunete". Ciudad Universitaria, 2 de agosto de 1937. Biblioteca Nacional, 6C.Caja/60/2/100.


La caída de Madrid, sin embargo, no fue un triunfo cualquiera. Fue el definitivo. Y un triunfo definitivo exigía una celebración especial. Por eso encontramos botellas de sidra. El alcohol era corriente en los campos de batalla, tan habitual -y tan necesario- como el pan o las latas de sardinas. Sin embargo, lo que consumían los soldados diariamente era vino, jerez o brandy. De ellos estaban llenas las ubicuas botellas de Pedro Domecq que documentamos en las posiciones sublevadas a los largo de la guerra -como cabe imaginar, Domecq era un acérrimo partidario de Franco. También eran frecuentes los licores y el anís. Pero la sidra no. De todos los sitios de la Guerra Civil que hemos excavado hasta la fecha, solo en otra posición, además del Asilo de Santa Cristina, hemos encontrado botellas de esta bebida.


Es comprensible. El vino se fabrica en muchas partes de España y en grandes cantidades. La sidra fundamentalmente en el norte: en Asturias, el País Vasco y, en menor medida, Galicia. De hecho, el otro sitio de la Guerra Civil donde hemos encontrado una botella de esta bebida es en la posición republicana de Castiltejón, en el límite entre León y Asturias. Su baja graduación (5-6º) la hace poco apropiada para el frente, donde los soldados necesitan alcoholes con mayor contenido alcohólico para aguantar la guerra. Es dulce, como el cava, y de hecho ha desempeñado durante mucho tiempo su papel: la sidra fue la bebida preferente para las Navidades en buena parte de España, más que el champán. También durante la guerra: los franquistas arrojaron sobre las líneas republicanas en diciembre de 1938 miles de pasquines en los que prometían una cesta de Navidad a todos aquellos soldados que se pasaran a sus filas, como recoge Pedro Corral en su libro Desertores (2006, p. 188). La cesta incluía, entre otras cosas, turrón, frutas escarchadas, galletas Artiach (!) y una botella de sidra. El diseño de las botellas que encontramos en el asilo, de hecho, es un remedo de las de champán. Irónicamente, el sello que las acompaña muestra la efigie de la República. Pero no la española: la Republique Française, donde la sidra en cuestión recibió una medalla en una feria internacional. 

Medalla de una feria internacional en una de las botellas de Sidra.


El que se haya conservado intacto este contexto único del final de la guerra se debe a una sencilla razón. El diario de operaciones de la 16 División franquista, que cubría el sector de la Ciudad Universitaria, indica que el mismo 28 de marzo de 1939 se ordenó a las tropas que iban a ocupar las líneas republicanas que cegaran las entradas a las minas. Y eso hicieron, al menos, en el caso de las que se encuentran en el Asilo de Santa Cristina (algunas de las del Clínico permanecieron abiertas durante años). Prueba de que no tardaron mucho en cumplir las órdenes lo demuestra el hecho de que junto a las botellas y el cordero encontramos una gran cantidad de munición y cuatro proyectiles de mortero sin explotar (que no pudieron permanecer a la vista durante mucho tiempo, por motivos obvios), todo ello sellado bajo gran cantidad de tierra y escombro. En el relleno solo aparece material del período de la guerra o anterior, ni un solo objeto que se pueda datar con seguridad después de 1939.


Granada de mortero Stokes-Brandt sin detonar junto a botella de sidra.  

El sellado no se llevó a cabo el mismo día 28, claro. Los soldados tenían otras preocupaciones: beber, comer, cantar, ocupar las posiciones enemigas, enviar a los vencidos a campos de concentración. Pero no se demoró mucho. El año 1939 había comenzado muy seco. Hasta que finalmente el día 31 de marzo llovió. Las impresionantes fotos de Deschamps en la Ciudad Universitaria, tomadas nada más caer la capital, captan este tiempo gris y tormentoso -como si la Naturaleza comprendiera la tragedia de la República y se solidarizara con ella. También el 19 de mayo, cuando se celebró el Desfile de la Victoria, llovió durante una hora.

 La Escuela de Arquitectura captada por Deschamps tras la rendición de Madrid, bajo un cielo tormentoso.

Nubes de lluvia el Día de la Victoria (Juan Miguel Pando Barrero).

Un periodista de ABC hace referencia a esas lluvias del 31 de marzo. Después de hablar de la sequía que ha persistido hasta ese momento escribe con la prosa engolada del régimen: "Hoy la decoración súbitamente cambió, y el Señor de las alturas nos mandó, para que la paz fructificara, raudales de agua bendita del cielo, que traerá mañana espigas de oro" (ABC nº10.347, p. 5).  

Esa "agua bendita del cielo" anegó el suelo del refugio donde se encontraba la bocamina. Lo sabemos porque los objetos aparecen incrustados en un estrato de limo craquelado como el de los charcos secos. También porque una de las botellas de sidra estaba llena de agua sucia. El agua del último día de la Guerra civil española. O de los primeros días de la posguerra.

Dicen los homeópatas, contra toda evidencia científica, que el agua tiene memoria. Pero en el caso del Asilo de Santa Cristina es cierto. El agua de la botella de sidra tiene, contiene o, más bien, es memoria. La memoria de unos día grises que truncaron la historia de España.