martes, 29 de octubre de 2019

Superficies contestadas


Superficie de estela nazi de Urbina en 2017 (izda.) y reconstrucción (dcha.) (fuente: Iratxe Jaio y Klaas Van Gorkum).

Hace dos semanas, el 10 de octubre, se podía leer el siguiente titular en un medio alternativo de Vitoria-Gasteiz: "La Guardia Civil retiró ayer una placa en homenaje a Iñaki Ormaetxea Antepara de la plaza de Urbina" (Hala Bedi Irratia). Por orden de la Audiencia Nacional, la Guardia Civil retiraba así una placa en recuerdo a Iñaki Ormaetxea, vecino de este pueblo alavés y militante de ETA abatido por fuerzas policiales en San Sebastián en 1991.

Recientemente, en julio de 2018, dos guardias civiles del GAR (Grupo Antiterrorista Rural), con base en el cuartel de Intxaurrondo, que habían participado en el tiroteo con el Comando Donosti aquel año de 1991, fueron entrevistados por el diario El Español y subrayaron que tuvieron "el placer de escupir a las tripas de los etarras". Para después añadir: "A esos ya nunca los va a llevar Pedro Sánchez a su casa; ya no tendrán ni gusanos, fueron vilmente acribillados". Uno de aquellos, en palabras de los propios agentes, "vilmente acribillados" fue Iñaki Ormaetxea, miembro del Comando Donosti y, como decimos, vecino de Urbina.

Tiroteo entre la Guardia Civil y el Comando Donosti en 1991 (izda.) y placa en recuerdo a Iñaki Ormaetxea en su casa natal en Urbina (dcha.).

La Guardia Civil tuvo una presencia concreta y física en el municipio de Legutio, al que pertenece Urbina, hasta la madrugada del 14 de mayo de 2008. Aquella noche ETA hizo explotar una furgoneta-bomba frente a la casa-cuartel, destrozando gran parte de la fachada del edificio y acabando con la vida de José Manuel Piñuel, agente que se encontraba haciendo guardia en la garita de la entrada. Éste fue el último atentado de ETA contra la Guardia Civil en el País Vasco. En 2011 la organización puso fin a su actividad armada y en mayo de 2018 anunció su disolución.

Desde 2008, un vecino de Vitoria-Gasteiz coloca sistemáticamente varios elementos en recuerdo al agente José Manuel Piñuel. Estos elementos -unas flores, una fotografía, algún texto, etc.- han sido retirados cada semana en una dinámica binaria de "poner" y "quitar" realmente machacona. La persistencia en el recuerdo al guardia civil ha sido simétricamente (cor)respondida estos años por el empeño anónimo en retirar el memorial.

Seis días después de la retirada del recordatorio a Iñaki Ormaetxea en Urbina, se pudo leer otro titular, esta vez en la propia web de la Guardia Civil: "La Guardia Civil detiene a dos personas por un presunto delito de humillación a las víctimas del terrorismo". Por orden del Juzgado Central de Instrucción nº 3 de la Audiencia Nacional, el 16 de octubre, hace apenas unos días, la Guardia Civil detuvo a dos personas, una en Bilbao y otra en el propio Legutio, como presuntas autoras de la retirada continua del memorial en recuerdo al agente.

Hueco en el murete de la antigua casa-cuartel de la Guardia Civil dejado por el atentado de 2008 (izda.) y memorial en recuerdo al agente Piñuel en 2016 (dcha.).

No son éstos los únicos hitos en clave de memoria que han estado presentes en este municipio que fue primera línea del frente entre 1936 y 1937. Hasta el año pasado, un Monumento a los Caídos de la IV Brigada de Navarra se erigía frente al solar, ahora vacío, en el que se situaba la casa-cuartel de la Guardia Civil de Legutio. Así, durante una década, han convivido frente a frente, cuneta frente a cuneta en la carretera N-240, el memorial "semanal" del agente de la Guardia Civil muerto en 2008 y el Monumento a los Caídos franquista. En mayo de 2018, mediante una subvención del Gobierno Vasco, el Ayuntamiento de Legutio, cumpliendo de forma rigorista con el artículo 15 de la Ley de 2007 sobre memoria histórica, retiró el monumento de la IV Brigada de Navarra.

Monumento a los Caídos de la IV Brigada de Navarra, situado hasta mayo de 2018, frente a la antigua casa-cuartel de la Guardia Civil.

En el caso de Urbina, éste es un pequeño pueblo al norte de Álava del que ya hemos hablado en más de una ocasión en este blog. Un pequeño pueblo desde el que se inició la Ofensiva franquista sobre Bizkaia el 31 de marzo de 1937, con el mismísimo general Mola a la cabeza y con la decisiva ayuda de la Legión Cóndor alemana. Frente a la mentira oficial del Régimen que negó la colaboración de la Alemania nazi en la destrucción de la Euzkadi republicana, durante décadas Urbina albergó un monolito de piedra en recuerdo a tres artilleros alemanes que precisamente resultaron heridos aquel 31 de marzo de 1937, en el contexto de una operación que ha sido caracterizada como la primera operación combinada aire-tierra de la historia militar moderna (Jiménez de Aberasturi 2003: 178). Un monolito, con un texto escrito en alemán y con tipografía gótica, colocado, para más inri, en un terreno propiedad de la familia Ormaetxea, la familia de Iñaki.

En la década de 1980, varios jóvenes de Urbina, entre ellos Iñaki, tiempo antes de ingresar en ETA, procedieron a la destrucción parcial de la estela funeraria nazi (Cabello 2004). No fue ésta, ni mucho menos, la última acción política que dejó una huella perenne sobre la piedra. Y es que, diferentes capas, tanto -arqueológicamente hablando- "positivas" (de adición) como "negativas" (de resta), han formado parte del monumento. Acciones de ultraderecha, presuntamente relacionadas con foros de Internet de las Fuerzas Armadas españolas, y acciones de la izquierda independentista vasca, algunas recientes como una en invierno de 2017, fueron haciendo mella en la piedra. Iratxe Jaio y Klaas Van Gorkum, pareja artística empeñada -en el sentido más positivo posible- en trabajar sobre encrucijadas entre arte y arqueología, señalan al respecto (Jaio 2019: 10):

"El monolito es un agujero negro que succiona todas y cada una de las ideologías que han cruzado su camino. Ya no es que pudiera funcionar como una representación del conflicto, sino que el conflicto se manifiesta en él."

A principios de 2018, dentro de las labores de retirada de símbolos subvencionadas por el Gobierno Vasco en el pueblo, la estela nazi de Urbina fue igualmente retirada por el Ayuntamiento de Legutio. Aunque se ha preguntado a la institución local por su paradero actual, éste se desconoce por el momento.

Volviendo al presente, este mismo mes de octubre, mientras los conflictos sobre memoria reciente han sido objeto de judicialización en la localidad alavesa, Iratxe y Klaas han trabajado en un espacio de creación artística de Bilbao llamado "La Taller". En este sotano de la capital vizcaína dedicado al grabado en piedra, en metal y en otros materiales, han expuesto el resultado de un molde realizado sobre el monolito nazi de Urbina hace ya más de dos años. Un molde en el que quedaron grabadas todas las cicatrices de las diferentes acciones políticas acontecidas sobre/en el monumento.

Realización del molde del monolito nazi de Urbina en 2017 (izda.) y superposición de la pieza artística y el monolito original (dcha.), obra de Iratxe Jaio y Klaas Van Gorkum.

La semana pasado visitamos su proyecto en vivo y en directo y nos encontramos con una curiosa decisión expositiva: el molde desarrollado a partir de la estela, en cuya cara "posterior" se materializa el negativo de las cicatrices en la piedra y en cuya cara "anterior" se ha reconstruido el texto original, se hallaba expuesto "colgado bocabajo". No es la primera vez que un símbolo del fascismo es colgado bocabajo: pensemos en aquellos días de abril de 1945 y la imagen del cuerpo de Mussolini como punto de partida de la nueva democracia italiana.

Sin embargo, no parece que Iratxe y Klaas optaran por exponer la pieza bocabajo por simple rechazo al sustrato totalitario de la imagen. Sino que, la vista horizontal de las marcas negativas de diferentes acciones sobre el monumento -desde mazazos contra la piedra, hasta las letras rayadas con un instrumento punzante- se nos muestra como un paisaje geológico, con sus pendientes y su relieve. En las paredes, rodeando esta extraña "maqueta" de un paisaje geológico impresionante, Iratxe y Klaas han realizado numerosos grabados de diversas vistas panorámicas del norte de Álava.

Exhibición del negativo del monolito nazi de Urbina. Geología de superficies contestadas.

Unas vistas panorámicas en las que la topografía de montes, colinas y pueblos corta el horizonte. Diferentes flechas señalan algunos hitos en el paisaje: el monte "Albertia", el "pinar de Txabolapea", el pueblo de "Legutio", una "fosa", unas "trincheras", etc. La base de estas panorámicas nos sitúa en el lenguaje, entre naïf y funcional, de los croquis panorámicos militares de la Guerra Civil. Y es que, en enero de 1937, tras la sangrante Batalla de Villarreal, la única ofensiva emprendida por el Ejército Vasco en todo el conflicto, el Estado Mayor franquista emitió una orden por la cual todas las posiciones artilleras debían cartografiar el paisaje visible "enemigo" que tuviesen delante. Así, esta guerra cada vez más moderna se llenó de imágenes de un paisaje tradicional vasco atravesado por aldeas, caseríos, bosques y montañas. Un paisaje vasco militarizado, con posiciones republicanas que aprovechaban la topografía del territorio al máximo: barrancos, cuevas y simas kársticas, cumbres, arroyos, miradores naturales, etc. Algo que, sin embargo, resultó inútil cuando la aviación y la artillería se mostraron como las nuevas armas capaces de "superar" las limitaciones del territorio y elevar la destrucción bélica a cotas antes inimaginables.

Imagen de uno de los grabados panorámicos de Iratxe y Klaas.

Así, Iratxe y Klaas establecen un diálogo a múltiples escalas entre las cicatrices en la piedra del monolito nazi de Urbina y las numerosas cicatrices que pueblan el paisaje inmediato. La noción de estratigrafía está muy presente y esta pareja artística nos deja palabras que podrían parecer sacadas de una manual de Arqueología:

"Nos interesa cómo la piedra absorbe lo que ha pasado en su entorno desde que se colocó aquí hasta que un día desaparezca. Como si su superficie, aparentemente abstracta, fuese un registro exacto de los acontecimientos en los que ha estado presente."

Su propuesta, como artistas, es la de la "traducción" de hitos incómodos y complejos como éste. "Traducción", como señalan en su etimología como "acción de pasar de un punto a otro" o "traslado". Esta traducción resulta comprensible cuando vemos las cicatrices del monolito nazi convertidas en un paisaje topográfico completo. Y es que, como señalan igualmente, el arte no sólo se basa en mostrar un objeto como "singular", sino que también es "una cuestión de cómo se expone, del display o el dispositivo de visualización". De esta forma, "este objeto una vez expuesto sería un objeto artístico, pero también de forma simultánea un monumento nazi, un documento arqueológico, una superficie contestada o una piedra que forma parte de un muro".

El muro del que formaba parte esta piedra no es otro sino el muro en el que los vencedores quisieron fijar su mensaje de autoritarismo y fuerza. Y ahora, aunque al muro le falte una piedra, quizá éste siga siendo tan sólido como siempre. En este octubre caliente de mandatos judiciales, sentencias y acciones policiales lo que queda claro es que, junto a las inscripciones y los grabados, no hay mayor superficie contestada que el espacio, la calle.



Referencias

- Cabello, A. (2004): La plaza de Urbina. Una biografía de Iñaki Ormaetxea, Txalaparta, Tafalla.
- Jaio, I. (2019): La piedra porosa / Harri porotsua / The Porous Stone. [Texto del proyecto artístico].
- Jiménez de Aberasturi, L. M. (2003): Crónica de la guerra en el norte (1936-1937), Txertoa, Donostia-San Sebastián.

lunes, 21 de octubre de 2019

Los invisibles


Totum revolutum: latas de la 2ª Guerra Mundial, ladrillos del campamento partisano, latas de cazadores de los años 1980 y latas consumidas por refugiados en 2019.

Desde la Arqueología comienzan a surgir iniciativas para afrontar las tragedias humanitarias desencadenadas por los procesos migratorios. En el congreso de la asociación europea de arqueólogos, celebrado en Maastricht (Holanda) en 2017, Yannis Hamilakis, uno de los arqueólogos mundiales de referencia, impartió una conferencia titulada Una arqueología afectiva de las fronteras, en la que dio buena cuenta del proyecto que lleva a cabo en las costas griegas con sus estudiantes de la Universidad de Brown. La ponencia generó una ardiente polémica entre los congresistas; mientras unos aplaudían la implicación de la arqueología en esta crisis humanitaria, otros se preguntaban qué sentido tenía sacar fotos a los salvavidas y lanchas abandonados. ¿No sería mejor y más útil que los recursos de la Universidad de Brown se invirtiesen en una ayuda real a los refugiados? ¿No es éste un ejemplo de vacua moda arqueológica que obedece a una necesidad académica de ir à la page? Como podemos apreciar, estas cuestiones tienen que ver con la ética. 

Entorno del hospital partisano. Zona de descanso de refugiados, con abundante material en superficie.

El recrudecimiento de las políticas antiinmigración en Estados Unidos también ha movilizado a arqueólogos como Jason de León o Randall McGuire. Este último, uno de los máximos representantes de la arqueología marxista en aquel país, lleva años trabajando en tareas humanitarias con la organización No Más Muertes en Nogales, Sonora, dedicada a ayudar a personas deportadas. El contacto diario con el muro fronterizo y su impacto sobre las poblaciones locales le llevaron a desarrollar una arqueología de la frontera con sus alumnos de la Universidad de Binghamton. En España se comienza a prestar atención desde una perspectiva arqueológica a fenómenos como la tragedia que se vive día a día en el estrecho de Gibraltar, donde han muerto miles de migrantes en las últimas dos décadas, o la creación por el Estado de los denominados centros de internamiento de extranjeros (CIES).


En el mismo espacio recogemos una pieza de una máscara antigás italiana, amortizada por los partisanos, y restos de comida de los refugiados de 2019, incluida una lata de conserva gallega. Globalizaciones de ayer y de hoy.

Nuestros proyectos de lo que podemos denominar Arqueología de la Hospitalidad han abordado la temática de los refugiados en el pasado. En los bosques del entorno de Dreznica, buscando los rastros de los partisanos de los años 40 nos encontramos con los nuevos invisibles del presente. refugiados del Próximo Oriente que intentan llegar a Austria y Alemania, después de recorrer cientos, miles de kilómetros. Tenemos la suerte de contar en nuestro equipo con el realizador croata Matija Kralj, quien conoce bien esta realidad, tras haber estado en Lesbos, Ceuta, Turquía, y reconoce perfectamente los efectos de la propaganda oficial en las comunidades rurales de Croacia.

Matija Kralj, registrando los paisajes de la resistencia, para el documental sobre nuestro proyecto.

Nosotros mismos hemos escuchado de boca de nuestros colaboradores locales cosas como: estos son soldados, muyahidines, estamos viviendo una invasión silenciosa. Incluso en la localidad de Krakar nos enseñaron una casa abandonada (que perteneció a un partisano conocido en la región), la cual, según ellos, fue quemada por refugiados recientemente, porque vieron allí una cruz. Estos relatos socavan la ética solidaria heredada de la lucha partisana. Si bien la gente más mayor reconoce la necesidad moral de ayudar a estos refugiados del presente, también nos encontramos con miembros de la generación nacida en el bosque muy críticos con esta realidad. Los más jóvenes incluso se organizan, en algunos casos, para autogestionar el asunto. Este miedo al Otro se manifiesta en los cercados, las rejas metálicas cerrando puertas y ventanas de segundas residencias y casas rurales vacías. Y se refleja en toda su crudeza en la acción de comandos enviados directamente desde Zagreb para la caza del hombre. Esta policía incrementa el PIB local con sus pernoctas, vicios y hobbies.

Vivienda supuestamente incendiada por los refugiados (estaba asegurada).

Los mismos bosques que acogieron a los partisanos son los únicos amigos de los refugiados sirios, afganos, kurdos, muchos de ellos desertores del ejército de turno. En los bordes de las dolinas documentamos esta realidad perenne. Una pieza de una máscara antigás italiana comparte espacio con latas de atún Calvo, en un espacio habilitado como campamento de una noche. Se puede llevar a cabo toda una etnoarqueología binfordiana de estos nómadas, perseguidos, del siglo XXI. Se esconden. Evitan ser vistos. Caminan de noche. Partisanos de hoy que subsisten como pueden, una vez más, en el bosque. Perseguidos por la policía del limes europeo, encargada de que la barbarie no acceda al Imperio. ¿Quienes son los bárbaros?





miércoles, 9 de octubre de 2019

Pánico en el bosque


Panorámica del combate del Palacio de Ibarra, en el Museo de Brihuega. Albert Álvarez Marsal.

Nuestro compañero Luis Antonio Ruiz Casero acaba de presentar su nuevo libro El Palacio de Ibarra,1937 en el que reconstruye al detalle la contraofensiva republicana que dio inicio al descalabro italiano en Guadalajara. Hay un aspecto del libro que nos parece muy reseñable, por lo novedoso en el contexto historiográfico español. El autor señala la obra mítica de Olao Conforti, de dudoso valor historiográfico, pero de indudable calidad literaria a la hora de recrear los combates en el palacio de Ibarra en aquellos días de marzo de 1937. Del mismo modo que el italiano, Luis Antonio se pone en la piel de los soldados y esboza un ensayo claro de lo que la arqueología postprocesual británica denominó Arqueología de la Percepción. Las páginas en las que nos habla de las oscilaciones en la moral de los defensores del palacio son fantásticas. 

Extensión del encinar en el entorno del palacio de Ibarra, marcado sobre la fotografía aérea de la Legión Cóndor. (Luis Antonio Ruiz Casero).

La percepción y los sentidos son un campo de estudio que empieza a atraer la atención de los investigadores en arqueología del conflicto (Saunders y Cornish 2017). Participando de este enfoque, el autor describe las sensaciones y el estado de psicosis colectiva de los militares italianos en el encinar de Ibarra, sin buena visibilidad, cercados por el enemigo. Acostumbrados a la guerra celere y a la lucha en campo abierto, el ejército de Mussolini encuentra aquí su tumba. Esta misma psicosis se dio en el territorio ocupado por los italianos en Abisinia, un imperio africano que se reducía, en realidad, a ciudades fortificadas, asediadas, en medio de un territorio hostil (González Ruibal et al. 2010). 

Miembros del Batallón Celta del Ejército de Euzkadi, en las trincheras, en un pinar de Larrabetzu, mayo de 1937. (Fundación Anselmo Lorenzo).

La experiencia del bosque de Ibarra se repitiría poco después, en la campaña de Bizkaia, cuando los italianos volvieron a luchar en masas forestales, en este caso, pinares extensos en la montaña vasca. El olor a resina de pino, las astillas voladoras que herían de gravedad a los soldados y la lucha en los bosques son una referencia constante en las memorias de los combatientes de ambos bandos en la primavera de 1936 en Bizkaia. Y a los italianos tampoco le fue muy bien, ya que a punto estuvieron de sufrir otro descalabro en su avance hacia Bilbao por la costa cantábrica. Haciendo gala de una genial intuición, el autor defiende la idea de que Ibarra, el high-water-mark del avance italiano en la batalla de Guadalajara, se convierte en el punto de inflexión de la ofensiva y en el inicio de la derrota fascista ese 14 de marzo, debido, en gran medida, a ese pánico en el bosque. 

Tropas italianas de la brigada Flechas Negras en la campaña de Bizkaia, 1937 (Biblioteca Nacional).

Luis Antonio esboza aquí una línea de trabajo que está por abrir en la historiografía de la guerra civil: escribir una historia del miedo. El mismo miedo que sentirían los italianos en los inmensos bosques de Croacia entre 1941 y 1943. La inaccesibilidad y la resistencia partisana en los montes fue combatida con la política de tierra quemada en los fondos de valle.

Bosques de Krakar (Drznica, Croacia) en donde se ubicó uno de los primeros campamentos partisanos (afloramiento rocoso) (Fot. de Carlos Otero).


Referencias:

González Ruibal, A.; Fernández Martínez, V.; Falquina Aparicio, Á.; Ayán Vila, X. M. y Rodríguez Paz, A. 2010. Arqueología del fascismo en Etiopía (1936-1941). Ebre 38. Revista internacional de la Guerra Civil 1936-1939, 4: 233-254.

Ruiz Casero, L. A. 2019. El Palacio de Ibarra, maro de 1937. Reconstruyendo un paisaje bélico efímero. Madrid: Audema.

Saunders, N. y Cornish, P. (eds.). 2017. Modern Conflict and the Senses. Londres y Nueva York: Rouledge.

Proyecto Heritage from below. Traces and memories. Dreznica 1941-1945.

miércoles, 2 de octubre de 2019

La gente del bosque


Hace un frío que pela. Entramos en la casa de la familia Radulovic, en la aldea de Tomicic. Calor de hogar. Esta pareja de jubilados vive sola todo el año. Una hija emigró a Estados Unidos y la otra a Alemania. El petrucio, Mihajlo Radulovic, está entusiasmado con la idea de que yo venga de España. No pasarán. Estamos en su casa porque el historiador, Milan, y la antropóloga, Ivona, quieren hacerles una entrevista. Pero antes, hay que mojar la palabra. Sobre la mesa, rakija y otros licores caseros, torreznos, embutidos, quesos. La hospitalidad de esta gente es proverbial. Aunque yo no sé hablar nada de croata, echamos mano de un lenguaje internacional: el fútbol. Las raíces serbias de esta familia se hacen notar: aquí son del Estrella Roja de toda la vida. Tras los prolegómenos, Mihajlo, como aviso previo a la entrevista, declara: Yo soy marxista. Y a partir de ahí la crónica del horror. Su madre fue asesinada por los fascistas, junto con dos de sus hijas, una de ellas un bebé de dos días. Esta es la historia de cada familia de aquí. Septuagenarios y septuagenarias nacieron en la primera mitad de los años 40 en el bosque. Son hijos e hijas del bosque. De un  bosque impenetrable, lleno de agujeros kársticos, de pendientes imposibles, de afloramientos rocosos. Un bosque protector, invisible a la aviación enemiga, imposible para la artillería italiana dispuesta en acorazados en el mar Adriático.

Ubicación del primer campamento partisano en los montes de Krakar. De izquierda a derecha: Xurxo, Carlos, Sanja y Nedeljko. (Fotografía de Matja Kralj).

Esta es también la historia de nuestro guía por las montañas de Krakar, el bueno de Nedeljko Maravic. Él nació en el bosque. Su relación cromosómica con el mundo vegetal le llevó a estudiar ingeniería forestal en Zagreb. De hecho fue el máximo responsable del distrito, hasta que en 1991 fue relevado injustamente de su puesto. Era serbio... en el nuevo estado croata independiente. En los inicios de la última guerra, tuvo que pasar por un control de carretera. Allí estaban apostados paramilitares croatas. Según nos cuenta, le amenazaron con una típica frase balcánica: te mataremos a ti, serás pasto de los zorros, y nos los comeremos. Nedeljko nos guía con pericia por los vericuetos del monte, un laberinto de pistas de tierra maltratadas por las cadenas de los tractores y camiones de la madera. Nos lleva al que se considera el primer campamento base partisano en la zona, habilitado en otoño de 1941. En esta fase paleolítica de la guerrilla, se habilitó un refugio en un monumental abrigo rocoso. Nedeljko va recogiendo flores y hojas, recita sus nombres en latín y nos ofrece una lección magistral sobre propiedades curativas y alucinógenas. Los servicios sanitarios partisanos echaban mano del saber local ante la falta de suministros, como así aparece reflejado en las crónicas de la época. El bosque protege, cura, calma, adormece, hace soñar.

Carlos tomando las coordenadas de la nueva cueva.

En el interior de la cueva.

Tras este viaje maravilloso por el bosque animado, Nedeljko nos lleva a su casa en la aldea de Krakar en donde nos aguarda una sorpresa. La antigua casa familiar estaba apoyada directamente en la pared rocosa. La parte trasera conectaba directamente con una cueva empleada por los partisanos, probablemente como almacén de municiones, suministros y alimentos. La entrada en pendiente a la cueva está llena de escombros y materiales etnográficos, probablemente de la segunda mitad del siglo XX cuando se empleó como basurero doméstico. Sin embargo, al fondo, parece conservarse el nivel de ocupación original. Allí documentamos algunas piezas de uniforme del Ejército italiano.


Arriba: objetos en el suelo de la cueva. Abajo: los mismos objetos en laboratorio (Fotos de Carlos Otero)

Nedeljko nos ofrece un tentempié, con salchichas y vino de casa. Él fue refugiado en su día y, ahora, su pueblo se encuentra en la ruta de paso de los refugiados que vienen de Próximo Oriente. La nueva gente del bosque, que deja sus propias huellas, que maneja su propia estrategia de ocultación. Los invisibles de Europa. De todo ello hablaremos mañana.

Proyecto Heritage from below. Traces and memories. Dreznica 1941-1945.







miércoles, 25 de septiembre de 2019

Colección de referencia

Milan, nuestro historiador, atiende a las explicaciones de Perica.

Dreznica es una caja de sorpresas. Las prospecciones arqueológicas suelen hacerse en territorios rurales. Más raro es llevarlas a cabo en contextos urbanos, en donde prima la denominada Arqueología de Urgencia, centrada en controles y excavaciones de solares y edificios que van a ser demolidos, rehabilitados o construidos. Gracias a Perica, un vecino del pueblo, nuestra compañera Sanja ha descubierto un sitio alucinante, una cápsula del tiempo, un museo fosilizado desde la desaparición de Yugoslavia en 1991. En un cuarto de la actual clínica (edificio utilizado por los partisanos en su día) se conserva tal cual una suerte de centro de interpretación de la guerra de liberación de los pueblos

Emil excava entre papeles.

Un retrato del mariscal Tito preside la habitación. En unos paneles se registran los nombres y apellidos de los vecinos y vecinas asesinados por los fascistas. Varias fotografías en gran tamaño ilustran distintos episodios de la resistencia en la comarca. En armarios  y estantes se apilan carpetas con documentación del proceso de conversión de Dreznica en un parque temático de la memoria. Incluso una maqueta nos recuerda el sueño utópico de una nueva Dreznica que nunca se llevó a cabo. También se ubica en sitio preferente una caja-maleta de madera que funcionó de biblioteca popular móvil en la segunda mitad de la década de 1940.

Caja para transportar libros por las escuelas, segunda mitad de los años 40.

Este yacimiento arqueológico tiene un valor incalculable para abordar los ejes temáticos de nuestro proyecto: la materialidad de la guerra partisana y la construcción de la memoria de los vencedores en la postguerra. En cuanto al primer aspecto, nos encontramos, al pie de una estantería, una pila de objetos que fueron recogidos en el solar del hospital nº 7 en los años 1960 con vistas a la monumentalización del sitio. Este acopio de materiales, olvidado de todos, es para nosotros una auténtica colección de referencia. Objetos que encontramos en la cueva-hospital, tienen su gemelo en esta colección, lo que nos permite identificar procedencias y tipologías. Por ejemplo, contamos con un manómetro idéntico al de la cueva. El de la clínica fue fabricado en Milán. Así mismo, frascos de gran tamaño de color marrón presentan aquí la marca del Esercito Italiano.







En cuanto al segundo aspecto, hemos descubierto los planos originales y todo el anteproyecto de puesta en valor del complejo del hospital nº 7. Milan, el historiador, tiene mucho trabajo por delante para revisar toda la documentación histórica. Emil, el arquitecto, escaneará y estudiará planos, levantamientos topográficos y proyectos. Sanja ha visto cumplido un sueño: aquí tenemos el making off de todo un proyecto memorialístico de carácter monumental en la Yugoslavia socialista. Y para celebrarlo, el bueno de Perica regala a nuestra jefa la medalla conmemorativa oficial de la Dreznica Partisana. Un día redondo.



martes, 24 de septiembre de 2019

Vera

Diario de Istria en el que se recoge la entrevista a Vera, realizada en la conmemoración del sábado pasado: Fue muy difícil, pero teníamos la moral alta por la camaradería.

La familia de Vera era judía. Era, porque nadie sobrevivió al Holocausto ni a la 2ª Guerra Mundial. Solo ella. Desde Zagreb, con sus gafas de siete dioptrías, huyó a la zona liberada para luchar con los partisanos. Ella fue una de las mujeres que atendió a enfermos y heridos en el hospital nº 7, hasta que no pudo más. Cada día fallecían, entre sus brazos, compañeros, guerrilleros y refugiados. Incluso niños. La epidemia de tifus de 1943 se cebó con la resistencia.

Vera, 98 años, delante del osario de los partisanos fallecidos en el hospital nº 7.

En la postguerra mujeres como Vera, enfermeras, médicas, comisarias políticas, fueron un pilar fundamental a la hora de mantener viva la llama de la memoria, de preservar el recuerdo de los caídos. En esta fotografía de 1956 la podemos ver delante del osario y del monumento (hoy desaparecido) que recoge la labor asistencial de estas partisanas.

1956. Vera es la primera mujer de la izquierda.

Vera tiene una memoria prodigiosa. En la ofrenda floral en homenaje a la población civil asesinada por los fascistas, no pudo contener las lágrimas, mientras Pipo, partisano de 97 años, iba relatando las atrocidades cometidas y el surgimiento del movimiento guerrillero en la zona de Dreznica. El testimonio de Pipo y Vera, protagonistas heroicos de esta historia, es fundamental para que las nuevas generaciones sepan lo que aquí ocurrió. Dentro de poco solo nos quedará la Arqueología como fuente de conocimiento de los paisajes de la resistencia.

Sanja, codirectora del proyecto arqueológico, Vera y Pipo en la ofrenda floral en el monumento de la antigua escuela de Dreznica. (Foto de Ivona Grgurinovic).

Vera formó parte de todo un auténtico ejército del bosque, en donde ya sabemos habitan en muchas culturas los seres maravillosos, encantados, mágicos. A pesar de su delicado estado de salud, Vera quiso volver a su bosque, con el paso decidido de quien no olvida. Al solar del hospital en donde salvó vidas y asistió en los momentos finales a otros compañeros. Allí un coro de la vecina región de Istria interpretó canciones partisanas que Vera tarareaba con orgullo. También se cantaron himnos de la guerra de España, como el 5º Regimiento o Los campesinos.

Y Vera volvió a su hospital.

Desde su llegada al hospital Vera escribía un diario en el que detallaba la evolución de los enfermos, las altas, las bajas, las incidencias... En un ataque alemán tuvieron que huir y atravesar un río. Ella se despojó de su abrigo y se lo pasó a otro compañero que quedaba atrás abriendo fuego al enemigo. Ese partisano cayó en combate y con él, el diario. Vera, con una gran miopía, perdió sus gafas, y pasó el resto de la campaña en esas condiciones. Como dice ella, la solidaridad y la camaradería la ayudaron a salir adelante. Tras tres años en el bosque, al acabar la guerra, volvió al oculista y éste certificó que le habían bajado las dioptrías a la mitad. Milagros cromáticos del bosque.

Pipo lee su discurso, escrito a mano por él, bajo la atenta mirada de Vera.

Pueden tirar abajo con dinamita monumentos de hormigón armado. Pueden destruir memoriales, robar placas y recristianizar cementerios partisanos. Pero nada podrán con el tesón y el testimonio de mujeres como Vera. Se entregó a los demás para combatir el terror. Con personas como Vera, uno aún mantiene un mínimo de esperanza en la Humanidad. El amor en los tiempos del cólera.

Proyecto Heritage from below. Traces and memories. Dreznica 1941-1945.







domingo, 22 de septiembre de 2019

Hermanos de sangre

Dependencia principal del hospital nº 7 en el monte Jabornica en 1943. 

El coronel Djordje Dragic publicó una serie de monografías en la postguerra sobre la organización de los servicios médicos en los campamentos guerrilleros yugoslavos. En ellas recoge la experiencia partisana como posible ejemplo a seguir en una guerra de guerrillas.Todo un manual de supervivencia. Cómo atender a los heridos en contextos marcados por la superioridad técnica del enemigo, por el peligro constante de asedio, por la necesidad de moverse constantemente por el territorio, por la ineludible obligación de mantener la moral de lucha en los hospitales, por la nula accesibilidad a servicios y recursos básicos, como puede ser el agua potable. A diferencia de los ejércitos regulares, que tienden a la concentración de enfermos y heridos para maximizar los recursos de intendencia, la guerrilla se ve obligada a dispersarlos. Así mismo, la llegada de suministros es muy limitada, debido a la política de tierra quemada del enemigo, que destruye los apoyos de la guerrilla del Llano (pueblos enteros quemados, masacres, quema de almacenes y campos de cultivo).

Interior de la cueva en el entorno del hospital nº 7. Restos de la estructura de madera sobre la que se asentarían los camastros de los enfermos y heridos. (Foto de Carlos Otero).

Hacia finales de 1942 los hospitales en Croacia estaban organizados de tal manera que cada comando regional partisano tuviese un hospital propio en su zona. En este contexto debemos ubicar el hospital nº 7 que estamos estudiando, un auténtico modelo de esos hospitales secretos ubicados en zonas boscosas dentro de territorio liberado. Cuando se desataba una ofensiva enemiga, normalmente en primavera-verano, la táctica empleada por los responsables de estos hospitales era evacuar a los heridos más graves a refugios subterráneos ubicados a una distancia de no más de 10 minutos a pie. Los refugios podían ser construidos o podían consistir en cuevas naturales, muy abundantes en este paisaje kárstico. Un ejemplo bien conocido es el hospital de Pavla en Eslovenia o la evacuación de 95 heridos graves de los hospitales de Lika a la cueva de Bajnovac, durante la séptima ofensiva enemiga. Se habilitaron siete plataformas de madera y allí estuvieron los heridos durante una semana, atendidos por quince enfermeras. La cueva, de 50 m de largo, contaba con una letrina e incluso un área de enterramiento al fondo.

Piezas pertenecientes a un equipo de oxígeno de campaña, documentadas en el interior de la cueva (Foto de Carlos Otero).

Djordje Dragic analiza en su manual los problemas de abastecimiento de medicinas y equipamientos, que se solventaban de dos maneras: o echando mano de recursos locales o mediante la organización de misiones destinadas a capturar en las posiciones enemigas ese tipo de material. Así por ejemplo, para abastecer al hospital del monte Borija, sobre la localidad de Teslic (en uso entre 1941 y 1942), se organizó un golpe de mano para acceder al interior del hospital de Kotor Varos. Este tipo de ataques sorpresa también tuvieron lugar en Krasic en septiembre de 1942 y en el psiquiátrico de Popovaca al comienzo de 1944, por poner algunos ejemplos (Dragic, 1965: 81-82). Así mismo, ante ofensivas partisanas a mayor escala, los encargados de la sección farmacéutica organizaban la evacuación a los hospitales de retaguardia de todo el material, para evitar su deterioro en el traslado a las montañas. Así se hizo en la toma de Bihac (1942) y Banja Luka (1944). Ante la escasez, lo más apremiante era hacerse con vendas, instrumentos quirúrgicos, termómetros, vacunas (antitetánica, sobre todo), jeringuillas, narcóticos y desinfectantes.

Frasco documentado in situ, con el líquido todavía en su interior (Foto de Carlos Otero).

La ayuda aliada que llegaba por el aire fue también muy importante, sobre todo en todo lo que se refiere a alimentos envasados. Las fuentes escritas de que disponemos se centran sobre todo en la descripción de los bunkers subterráneos que fueron construidos por las unidades partisanas, con espectaculares entibados y estructuras de madera. Sin embargo, no conocemos tan bien cómo funcionaban esos hospitales improvisados dentro de cuevas naturales. Por eso es tan importante el contexto cerrado, fosilizado, que nos aporta la cueva en el entorno del hospital nº 7.

Latas de conserva y frascos de vidrio correspondientes a medicamentos. Localización in situ dentro de la cueva (Foto de Carlos Otero).

La sima se ubica a menos de 15 minutos andando desde la zona donde se emplazaban la farmacia y el habitáculo ocupado por los enfermos de tifus. Nos podemos imaginar las terribles condiciones de vida de los pacientes dentro de la gruta. La necesidad de evitar la humedad y las filtraciones de agua explican el esfuerzo a la hora de habilitar superficies de madera para ubicar los camastros, así como el uso de lonas de tiendas de campañas. La ventilación se solventaba con pequeñas salidas para el aire, como los dos agujeros que se abrieron a la derecha de la entrada, en un abrigo rocoso. Lámparas de petróleo (petroleikas) aportaban un mínimo de iluminación.

Lámpara petroleika. Localización in situ dentro de la cueva (Foto de Carlos Otero).

En el interior de la cueva no encontramos en superficie restos de munición ni de armas, pero sí numerosos objetos que remiten a usos médicos, quirúrgicos y asistenciales: elementos asociados a una bombona de oxígeno (con un manómetro probablemente fabricado en Milán), varias botellas de medicamento del Ejército italiano, un envase minúsculo que aún conserva el líquido en su interior (¿morfina?) e incluso otro con las iniciales D.R.G.M. (Deutsches Reichsgebrauchsmuster) que podríamos traducir como diseño registrado en el Imperio alemán. Esta marca se usó desde antes de la 1ª Guerra Mundial y perduró hasta el fin de la 2ª.

Frascos de medicinas documentados en el interior de la cueva, la mayoría procedente del Ejército italiano.


El angosto acceso a la cueva da buena cuenta de la dificultad para introducirse en ella. En la roca se esculpieron dos semicírculos con el espacio justo para que se adentre una persona de pie sin lesionarse en la cabeza. Después, unos cuatro metros de pared, posiblemente salvados con una escalera de madera. Estremece pensar en el sufrimiento de los enfermos y heridos aquí evacuados. El papel de las enfermeras era crucial. En muchos casos fueron las personas que asistieron a los partisanos en el momento de su muerte. Una de ellas se llama Vera. De ella escribiremos mañana.

 Soporte metálico para instrumental quirúrgico (Foto de Carlos Otero).

Referencia:

Dragic, Dj. 1965. Partisan Hospitals in Yugoslavia. Belgrado: Vojnoizdavacki Zavod.

Proyecto Heritage from below. Traces and memories. Dreznica 1941-1945.