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lunes, 30 de marzo de 2020

La casa de papel (I)

Ruinas del hospital de cartón de la central de Capdella (1911).

Las calamidades, pandemias y guerras otorgan un protagonismo especial a una arquitectura concreta: la de los hospitales de campaña. La república socialista china intentó superar la nefasta gestión de los dos primeros meses de contagio (con censura incluida) con la construcción en 10 días en Wuhan de toda una escenografía arquitectónica, envidiada por las potencias occidentales. En el Reino de España, la propaganda de Estado no para estos días de recordarnos la eficacia del ejército al levantar todo un hospital de campaña en las instalaciones de IFEMA en Madrid. Un icono ya de la crisis del coronavirus por estos lares.

Hace justo un año el Observatori del Paisatge nos invitó a participar en unas jornadas sobre los significados y los valores de los paisajes hidráulicos. Esos días en Tremp (Lleida), gracias a las organizadoras del seminario, conocimos de primera mano el ingente patrimonio relacionado con la construcción a comienzos del siglo XX de los primeros embalses y centrales que suministraron energía a Barcelona, la ciudad de los prodigios. Gracias a la arquitecta Sígrid Remacha tuvimos acceso a un edificio único en el mundo, un hospital de campaña construido originalmente en... cartón. La investigación llevada a cabo por nuestra colega es una maravillosa historia para la Arqueología del Conflicto, por eso la compartimos hoy con todos vosotros.

Docker-Baracken en Austria durante la Iª Guerra Mundial (1916)

En 1911 la recién creada Empresa Eléctrica de Cataluña inicia la construcción de la Central de Capdella (Vall Fosca, Pallars Jussà, Lleida). Durante 23 meses, tres mil trabajadores acometieron la obra, en una veloz carrera para ser los primeros en suministrar luz y energía a Barcelona. Esta premura hizo que la mayor parte de edificios para dar servicio a esa población flotante contasen con materiales prefabricados. Esta arquitectura efímera encuentra su mejor ejemplo en el hospital de campaña construido por la empresa Christoph & Unmack. Esta casa alemana-danesa (1882) se hizo con la patente de un prototipo conocido como Docker-baracken, diseñado por Johann Gerhard Clemens Docker, ganador del concurso internacional de barracones promovido por la Cruz Roja en 1885. Con el inicio de la Iª Guerra Mundial se abrió un suculento mercado que fue aprovechado por la empresa para iniciar la producción en masa de casernas de madera y de cartón, y que se emplearon tanto en hospitales como en campos de prisioneros.
Aunque se carece de documentación, Sígrid Remacha ha demostrado que el hospital de Capdella ya estaba en uso en 1913. Sobre el cese de su actividad se sabe que en 1940 ya estaba cerrado, siendo usado como almacén por los vecinos.

Modelo de hospital de campaña de cartón, publicitado por Christoph & Unmack (1895). Interior de la sala de curas (en Remacha 2017)

Referencia
Remacha Acebrón, Sígrid. 2017. L'hospital de cartó de Christoph and Unmack a la colònia de la central de Capdella.  La electrificación y el territorio. Historia y futuro. IV Simposio Internacional sobre Historia de la electrificación (8-9 de mayo de 2017).

martes, 29 de octubre de 2019

Superficies contestadas


Superficie de estela nazi de Urbina en 2017 (izda.) y reconstrucción (dcha.) (fuente: Iratxe Jaio y Klaas Van Gorkum).

Hace dos semanas, el 10 de octubre, se podía leer el siguiente titular en un medio alternativo de Vitoria-Gasteiz: "La Guardia Civil retiró ayer una placa en homenaje a Iñaki Ormaetxea Antepara de la plaza de Urbina" (Hala Bedi Irratia). Por orden de la Audiencia Nacional, la Guardia Civil retiraba así una placa en recuerdo a Iñaki Ormaetxea, vecino de este pueblo alavés y militante de ETA abatido por fuerzas policiales en San Sebastián en 1991.

Recientemente, en julio de 2018, dos guardias civiles del GAR (Grupo Antiterrorista Rural), con base en el cuartel de Intxaurrondo, que habían participado en el tiroteo con el Comando Donosti aquel año de 1991, fueron entrevistados por el diario El Español y subrayaron que tuvieron "el placer de escupir a las tripas de los etarras". Para después añadir: "A esos ya nunca los va a llevar Pedro Sánchez a su casa; ya no tendrán ni gusanos, fueron vilmente acribillados". Uno de aquellos, en palabras de los propios agentes, "vilmente acribillados" fue Iñaki Ormaetxea, miembro del Comando Donosti y, como decimos, vecino de Urbina.

Tiroteo entre la Guardia Civil y el Comando Donosti en 1991 (izda.) y placa en recuerdo a Iñaki Ormaetxea en su casa natal en Urbina (dcha.).

La Guardia Civil tuvo una presencia concreta y física en el municipio de Legutio, al que pertenece Urbina, hasta la madrugada del 14 de mayo de 2008. Aquella noche ETA hizo explotar una furgoneta-bomba frente a la casa-cuartel, destrozando gran parte de la fachada del edificio y acabando con la vida de José Manuel Piñuel, agente que se encontraba haciendo guardia en la garita de la entrada. Éste fue el último atentado de ETA contra la Guardia Civil en el País Vasco. En 2011 la organización puso fin a su actividad armada y en mayo de 2018 anunció su disolución.

Desde 2008, un vecino de Vitoria-Gasteiz coloca sistemáticamente varios elementos en recuerdo al agente José Manuel Piñuel. Estos elementos -unas flores, una fotografía, algún texto, etc.- han sido retirados cada semana en una dinámica binaria de "poner" y "quitar" realmente machacona. La persistencia en el recuerdo al guardia civil ha sido simétricamente (cor)respondida estos años por el empeño anónimo en retirar el memorial.

Seis días después de la retirada del recordatorio a Iñaki Ormaetxea en Urbina, se pudo leer otro titular, esta vez en la propia web de la Guardia Civil: "La Guardia Civil detiene a dos personas por un presunto delito de humillación a las víctimas del terrorismo". Por orden del Juzgado Central de Instrucción nº 3 de la Audiencia Nacional, el 16 de octubre, hace apenas unos días, la Guardia Civil detuvo a dos personas, una en Bilbao y otra en el propio Legutio, como presuntas autoras de la retirada continua del memorial en recuerdo al agente.

Hueco en el murete de la antigua casa-cuartel de la Guardia Civil dejado por el atentado de 2008 (izda.) y memorial en recuerdo al agente Piñuel en 2016 (dcha.).

No son éstos los únicos hitos en clave de memoria que han estado presentes en este municipio que fue primera línea del frente entre 1936 y 1937. Hasta el año pasado, un Monumento a los Caídos de la IV Brigada de Navarra se erigía frente al solar, ahora vacío, en el que se situaba la casa-cuartel de la Guardia Civil de Legutio. Así, durante una década, han convivido frente a frente, cuneta frente a cuneta en la carretera N-240, el memorial "semanal" del agente de la Guardia Civil muerto en 2008 y el Monumento a los Caídos franquista. En mayo de 2018, mediante una subvención del Gobierno Vasco, el Ayuntamiento de Legutio, cumpliendo de forma rigorista con el artículo 15 de la Ley de 2007 sobre memoria histórica, retiró el monumento de la IV Brigada de Navarra.

Monumento a los Caídos de la IV Brigada de Navarra, situado hasta mayo de 2018, frente a la antigua casa-cuartel de la Guardia Civil.

En el caso de Urbina, éste es un pequeño pueblo al norte de Álava del que ya hemos hablado en más de una ocasión en este blog. Un pequeño pueblo desde el que se inició la Ofensiva franquista sobre Bizkaia el 31 de marzo de 1937, con el mismísimo general Mola a la cabeza y con la decisiva ayuda de la Legión Cóndor alemana. Frente a la mentira oficial del Régimen que negó la colaboración de la Alemania nazi en la destrucción de la Euzkadi republicana, durante décadas Urbina albergó un monolito de piedra en recuerdo a tres artilleros alemanes que precisamente resultaron heridos aquel 31 de marzo de 1937, en el contexto de una operación que ha sido caracterizada como la primera operación combinada aire-tierra de la historia militar moderna (Jiménez de Aberasturi 2003: 178). Un monolito, con un texto escrito en alemán y con tipografía gótica, colocado, para más inri, en un terreno propiedad de la familia Ormaetxea, la familia de Iñaki.

En la década de 1980, varios jóvenes de Urbina, entre ellos Iñaki, tiempo antes de ingresar en ETA, procedieron a la destrucción parcial de la estela funeraria nazi (Cabello 2004). No fue ésta, ni mucho menos, la última acción política que dejó una huella perenne sobre la piedra. Y es que, diferentes capas, tanto -arqueológicamente hablando- "positivas" (de adición) como "negativas" (de resta), han formado parte del monumento. Acciones de ultraderecha, presuntamente relacionadas con foros de Internet de las Fuerzas Armadas españolas, y acciones de la izquierda independentista vasca, algunas recientes como una en invierno de 2017, fueron haciendo mella en la piedra. Iratxe Jaio y Klaas Van Gorkum, pareja artística empeñada -en el sentido más positivo posible- en trabajar sobre encrucijadas entre arte y arqueología, señalan al respecto (Jaio 2019: 10):

"El monolito es un agujero negro que succiona todas y cada una de las ideologías que han cruzado su camino. Ya no es que pudiera funcionar como una representación del conflicto, sino que el conflicto se manifiesta en él."

A principios de 2018, dentro de las labores de retirada de símbolos subvencionadas por el Gobierno Vasco en el pueblo, la estela nazi de Urbina fue igualmente retirada por el Ayuntamiento de Legutio. Aunque se ha preguntado a la institución local por su paradero actual, éste se desconoce por el momento.

Volviendo al presente, este mismo mes de octubre, mientras los conflictos sobre memoria reciente han sido objeto de judicialización en la localidad alavesa, Iratxe y Klaas han trabajado en un espacio de creación artística de Bilbao llamado "La Taller". En este sotano de la capital vizcaína dedicado al grabado en piedra, en metal y en otros materiales, han expuesto el resultado de un molde realizado sobre el monolito nazi de Urbina hace ya más de dos años. Un molde en el que quedaron grabadas todas las cicatrices de las diferentes acciones políticas acontecidas sobre/en el monumento.

Realización del molde del monolito nazi de Urbina en 2017 (izda.) y superposición de la pieza artística y el monolito original (dcha.), obra de Iratxe Jaio y Klaas Van Gorkum.

La semana pasado visitamos su proyecto en vivo y en directo y nos encontramos con una curiosa decisión expositiva: el molde desarrollado a partir de la estela, en cuya cara "posterior" se materializa el negativo de las cicatrices en la piedra y en cuya cara "anterior" se ha reconstruido el texto original, se hallaba expuesto "colgado bocabajo". No es la primera vez que un símbolo del fascismo es colgado bocabajo: pensemos en aquellos días de abril de 1945 y la imagen del cuerpo de Mussolini como punto de partida de la nueva democracia italiana.

Sin embargo, no parece que Iratxe y Klaas optaran por exponer la pieza bocabajo por simple rechazo al sustrato totalitario de la imagen. Sino que, la vista horizontal de las marcas negativas de diferentes acciones sobre el monumento -desde mazazos contra la piedra, hasta las letras rayadas con un instrumento punzante- se nos muestra como un paisaje geológico, con sus pendientes y su relieve. En las paredes, rodeando esta extraña "maqueta" de un paisaje geológico impresionante, Iratxe y Klaas han realizado numerosos grabados de diversas vistas panorámicas del norte de Álava.

Exhibición del negativo del monolito nazi de Urbina. Geología de superficies contestadas.

Unas vistas panorámicas en las que la topografía de montes, colinas y pueblos corta el horizonte. Diferentes flechas señalan algunos hitos en el paisaje: el monte "Albertia", el "pinar de Txabolapea", el pueblo de "Legutio", una "fosa", unas "trincheras", etc. La base de estas panorámicas nos sitúa en el lenguaje, entre naïf y funcional, de los croquis panorámicos militares de la Guerra Civil. Y es que, en enero de 1937, tras la sangrante Batalla de Villarreal, la única ofensiva emprendida por el Ejército Vasco en todo el conflicto, el Estado Mayor franquista emitió una orden por la cual todas las posiciones artilleras debían cartografiar el paisaje visible "enemigo" que tuviesen delante. Así, esta guerra cada vez más moderna se llenó de imágenes de un paisaje tradicional vasco atravesado por aldeas, caseríos, bosques y montañas. Un paisaje vasco militarizado, con posiciones republicanas que aprovechaban la topografía del territorio al máximo: barrancos, cuevas y simas kársticas, cumbres, arroyos, miradores naturales, etc. Algo que, sin embargo, resultó inútil cuando la aviación y la artillería se mostraron como las nuevas armas capaces de "superar" las limitaciones del territorio y elevar la destrucción bélica a cotas antes inimaginables.

Imagen de uno de los grabados panorámicos de Iratxe y Klaas.

Así, Iratxe y Klaas establecen un diálogo a múltiples escalas entre las cicatrices en la piedra del monolito nazi de Urbina y las numerosas cicatrices que pueblan el paisaje inmediato. La noción de estratigrafía está muy presente y esta pareja artística nos deja palabras que podrían parecer sacadas de una manual de Arqueología:

"Nos interesa cómo la piedra absorbe lo que ha pasado en su entorno desde que se colocó aquí hasta que un día desaparezca. Como si su superficie, aparentemente abstracta, fuese un registro exacto de los acontecimientos en los que ha estado presente."

Su propuesta, como artistas, es la de la "traducción" de hitos incómodos y complejos como éste. "Traducción", como señalan en su etimología como "acción de pasar de un punto a otro" o "traslado". Esta traducción resulta comprensible cuando vemos las cicatrices del monolito nazi convertidas en un paisaje topográfico completo. Y es que, como señalan igualmente, el arte no sólo se basa en mostrar un objeto como "singular", sino que también es "una cuestión de cómo se expone, del display o el dispositivo de visualización". De esta forma, "este objeto una vez expuesto sería un objeto artístico, pero también de forma simultánea un monumento nazi, un documento arqueológico, una superficie contestada o una piedra que forma parte de un muro".

El muro del que formaba parte esta piedra no es otro sino el muro en el que los vencedores quisieron fijar su mensaje de autoritarismo y fuerza. Y ahora, aunque al muro le falte una piedra, quizá éste siga siendo tan sólido como siempre. En este octubre caliente de mandatos judiciales, sentencias y acciones policiales lo que queda claro es que, junto a las inscripciones y los grabados, no hay mayor superficie contestada que el espacio, la calle.



Referencias

- Cabello, A. (2004): La plaza de Urbina. Una biografía de Iñaki Ormaetxea, Txalaparta, Tafalla.
- Jaio, I. (2019): La piedra porosa / Harri porotsua / The Porous Stone. [Texto del proyecto artístico].
- Jiménez de Aberasturi, L. M. (2003): Crónica de la guerra en el norte (1936-1937), Txertoa, Donostia-San Sebastián.

lunes, 21 de octubre de 2019

Los invisibles


Totum revolutum: latas de la 2ª Guerra Mundial, ladrillos del campamento partisano, latas de cazadores de los años 1980 y latas consumidas por refugiados en 2019.

Desde la Arqueología comienzan a surgir iniciativas para afrontar las tragedias humanitarias desencadenadas por los procesos migratorios. En el congreso de la asociación europea de arqueólogos, celebrado en Maastricht (Holanda) en 2017, Yannis Hamilakis, uno de los arqueólogos mundiales de referencia, impartió una conferencia titulada Una arqueología afectiva de las fronteras, en la que dio buena cuenta del proyecto que lleva a cabo en las costas griegas con sus estudiantes de la Universidad de Brown. La ponencia generó una ardiente polémica entre los congresistas; mientras unos aplaudían la implicación de la arqueología en esta crisis humanitaria, otros se preguntaban qué sentido tenía sacar fotos a los salvavidas y lanchas abandonados. ¿No sería mejor y más útil que los recursos de la Universidad de Brown se invirtiesen en una ayuda real a los refugiados? ¿No es éste un ejemplo de vacua moda arqueológica que obedece a una necesidad académica de ir à la page? Como podemos apreciar, estas cuestiones tienen que ver con la ética. 

Entorno del hospital partisano. Zona de descanso de refugiados, con abundante material en superficie.

El recrudecimiento de las políticas antiinmigración en Estados Unidos también ha movilizado a arqueólogos como Jason de León o Randall McGuire. Este último, uno de los máximos representantes de la arqueología marxista en aquel país, lleva años trabajando en tareas humanitarias con la organización No Más Muertes en Nogales, Sonora, dedicada a ayudar a personas deportadas. El contacto diario con el muro fronterizo y su impacto sobre las poblaciones locales le llevaron a desarrollar una arqueología de la frontera con sus alumnos de la Universidad de Binghamton. En España se comienza a prestar atención desde una perspectiva arqueológica a fenómenos como la tragedia que se vive día a día en el estrecho de Gibraltar, donde han muerto miles de migrantes en las últimas dos décadas, o la creación por el Estado de los denominados centros de internamiento de extranjeros (CIES).


En el mismo espacio recogemos una pieza de una máscara antigás italiana, amortizada por los partisanos, y restos de comida de los refugiados de 2019, incluida una lata de conserva gallega. Globalizaciones de ayer y de hoy.

Nuestros proyectos de lo que podemos denominar Arqueología de la Hospitalidad han abordado la temática de los refugiados en el pasado. En los bosques del entorno de Dreznica, buscando los rastros de los partisanos de los años 40 nos encontramos con los nuevos invisibles del presente. refugiados del Próximo Oriente que intentan llegar a Austria y Alemania, después de recorrer cientos, miles de kilómetros. Tenemos la suerte de contar en nuestro equipo con el realizador croata Matija Kralj, quien conoce bien esta realidad, tras haber estado en Lesbos, Ceuta, Turquía, y reconoce perfectamente los efectos de la propaganda oficial en las comunidades rurales de Croacia.

Matija Kralj, registrando los paisajes de la resistencia, para el documental sobre nuestro proyecto.

Nosotros mismos hemos escuchado de boca de nuestros colaboradores locales cosas como: estos son soldados, muyahidines, estamos viviendo una invasión silenciosa. Incluso en la localidad de Krakar nos enseñaron una casa abandonada (que perteneció a un partisano conocido en la región), la cual, según ellos, fue quemada por refugiados recientemente, porque vieron allí una cruz. Estos relatos socavan la ética solidaria heredada de la lucha partisana. Si bien la gente más mayor reconoce la necesidad moral de ayudar a estos refugiados del presente, también nos encontramos con miembros de la generación nacida en el bosque muy críticos con esta realidad. Los más jóvenes incluso se organizan, en algunos casos, para autogestionar el asunto. Este miedo al Otro se manifiesta en los cercados, las rejas metálicas cerrando puertas y ventanas de segundas residencias y casas rurales vacías. Y se refleja en toda su crudeza en la acción de comandos enviados directamente desde Zagreb para la caza del hombre. Esta policía incrementa el PIB local con sus pernoctas, vicios y hobbies.

Vivienda supuestamente incendiada por los refugiados (estaba asegurada).

Los mismos bosques que acogieron a los partisanos son los únicos amigos de los refugiados sirios, afganos, kurdos, muchos de ellos desertores del ejército de turno. En los bordes de las dolinas documentamos esta realidad perenne. Una pieza de una máscara antigás italiana comparte espacio con latas de atún Calvo, en un espacio habilitado como campamento de una noche. Se puede llevar a cabo toda una etnoarqueología binfordiana de estos nómadas, perseguidos, del siglo XXI. Se esconden. Evitan ser vistos. Caminan de noche. Partisanos de hoy que subsisten como pueden, una vez más, en el bosque. Perseguidos por la policía del limes europeo, encargada de que la barbarie no acceda al Imperio. ¿Quienes son los bárbaros?





miércoles, 2 de octubre de 2019

La gente del bosque


Hace un frío que pela. Entramos en la casa de la familia Radulovic, en la aldea de Tomicic. Calor de hogar. Esta pareja de jubilados vive sola todo el año. Una hija emigró a Estados Unidos y la otra a Alemania. El petrucio, Mihajlo Radulovic, está entusiasmado con la idea de que yo venga de España. No pasarán. Estamos en su casa porque el historiador, Milan, y la antropóloga, Ivona, quieren hacerles una entrevista. Pero antes, hay que mojar la palabra. Sobre la mesa, rakija y otros licores caseros, torreznos, embutidos, quesos. La hospitalidad de esta gente es proverbial. Aunque yo no sé hablar nada de croata, echamos mano de un lenguaje internacional: el fútbol. Las raíces serbias de esta familia se hacen notar: aquí son del Estrella Roja de toda la vida. Tras los prolegómenos, Mihajlo, como aviso previo a la entrevista, declara: Yo soy marxista. Y a partir de ahí la crónica del horror. Su madre fue asesinada por los fascistas, junto con dos de sus hijas, una de ellas un bebé de dos días. Esta es la historia de cada familia de aquí. Septuagenarios y septuagenarias nacieron en la primera mitad de los años 40 en el bosque. Son hijos e hijas del bosque. De un  bosque impenetrable, lleno de agujeros kársticos, de pendientes imposibles, de afloramientos rocosos. Un bosque protector, invisible a la aviación enemiga, imposible para la artillería italiana dispuesta en acorazados en el mar Adriático.

Ubicación del primer campamento partisano en los montes de Krakar. De izquierda a derecha: Xurxo, Carlos, Sanja y Nedeljko. (Fotografía de Matja Kralj).

Esta es también la historia de nuestro guía por las montañas de Krakar, el bueno de Nedeljko Maravic. Él nació en el bosque. Su relación cromosómica con el mundo vegetal le llevó a estudiar ingeniería forestal en Zagreb. De hecho fue el máximo responsable del distrito, hasta que en 1991 fue relevado injustamente de su puesto. Era serbio... en el nuevo estado croata independiente. En los inicios de la última guerra, tuvo que pasar por un control de carretera. Allí estaban apostados paramilitares croatas. Según nos cuenta, le amenazaron con una típica frase balcánica: te mataremos a ti, serás pasto de los zorros, y nos los comeremos. Nedeljko nos guía con pericia por los vericuetos del monte, un laberinto de pistas de tierra maltratadas por las cadenas de los tractores y camiones de la madera. Nos lleva al que se considera el primer campamento base partisano en la zona, habilitado en otoño de 1941. En esta fase paleolítica de la guerrilla, se habilitó un refugio en un monumental abrigo rocoso. Nedeljko va recogiendo flores y hojas, recita sus nombres en latín y nos ofrece una lección magistral sobre propiedades curativas y alucinógenas. Los servicios sanitarios partisanos echaban mano del saber local ante la falta de suministros, como así aparece reflejado en las crónicas de la época. El bosque protege, cura, calma, adormece, hace soñar.

Carlos tomando las coordenadas de la nueva cueva.

En el interior de la cueva.

Tras este viaje maravilloso por el bosque animado, Nedeljko nos lleva a su casa en la aldea de Krakar en donde nos aguarda una sorpresa. La antigua casa familiar estaba apoyada directamente en la pared rocosa. La parte trasera conectaba directamente con una cueva empleada por los partisanos, probablemente como almacén de municiones, suministros y alimentos. La entrada en pendiente a la cueva está llena de escombros y materiales etnográficos, probablemente de la segunda mitad del siglo XX cuando se empleó como basurero doméstico. Sin embargo, al fondo, parece conservarse el nivel de ocupación original. Allí documentamos algunas piezas de uniforme del Ejército italiano.


Arriba: objetos en el suelo de la cueva. Abajo: los mismos objetos en laboratorio (Fotos de Carlos Otero)

Nedeljko nos ofrece un tentempié, con salchichas y vino de casa. Él fue refugiado en su día y, ahora, su pueblo se encuentra en la ruta de paso de los refugiados que vienen de Próximo Oriente. La nueva gente del bosque, que deja sus propias huellas, que maneja su propia estrategia de ocultación. Los invisibles de Europa. De todo ello hablaremos mañana.

Proyecto Heritage from below. Traces and memories. Dreznica 1941-1945.







miércoles, 25 de septiembre de 2019

Colección de referencia

Milan, nuestro historiador, atiende a las explicaciones de Perica.

Dreznica es una caja de sorpresas. Las prospecciones arqueológicas suelen hacerse en territorios rurales. Más raro es llevarlas a cabo en contextos urbanos, en donde prima la denominada Arqueología de Urgencia, centrada en controles y excavaciones de solares y edificios que van a ser demolidos, rehabilitados o construidos. Gracias a Perica, un vecino del pueblo, nuestra compañera Sanja ha descubierto un sitio alucinante, una cápsula del tiempo, un museo fosilizado desde la desaparición de Yugoslavia en 1991. En un cuarto de la actual clínica (edificio utilizado por los partisanos en su día) se conserva tal cual una suerte de centro de interpretación de la guerra de liberación de los pueblos

Emil excava entre papeles.

Un retrato del mariscal Tito preside la habitación. En unos paneles se registran los nombres y apellidos de los vecinos y vecinas asesinados por los fascistas. Varias fotografías en gran tamaño ilustran distintos episodios de la resistencia en la comarca. En armarios  y estantes se apilan carpetas con documentación del proceso de conversión de Dreznica en un parque temático de la memoria. Incluso una maqueta nos recuerda el sueño utópico de una nueva Dreznica que nunca se llevó a cabo. También se ubica en sitio preferente una caja-maleta de madera que funcionó de biblioteca popular móvil en la segunda mitad de la década de 1940.

Caja para transportar libros por las escuelas, segunda mitad de los años 40.

Este yacimiento arqueológico tiene un valor incalculable para abordar los ejes temáticos de nuestro proyecto: la materialidad de la guerra partisana y la construcción de la memoria de los vencedores en la postguerra. En cuanto al primer aspecto, nos encontramos, al pie de una estantería, una pila de objetos que fueron recogidos en el solar del hospital nº 7 en los años 1960 con vistas a la monumentalización del sitio. Este acopio de materiales, olvidado de todos, es para nosotros una auténtica colección de referencia. Objetos que encontramos en la cueva-hospital, tienen su gemelo en esta colección, lo que nos permite identificar procedencias y tipologías. Por ejemplo, contamos con un manómetro idéntico al de la cueva. El de la clínica fue fabricado en Milán. Así mismo, frascos de gran tamaño de color marrón presentan aquí la marca del Esercito Italiano.







En cuanto al segundo aspecto, hemos descubierto los planos originales y todo el anteproyecto de puesta en valor del complejo del hospital nº 7. Milan, el historiador, tiene mucho trabajo por delante para revisar toda la documentación histórica. Emil, el arquitecto, escaneará y estudiará planos, levantamientos topográficos y proyectos. Sanja ha visto cumplido un sueño: aquí tenemos el making off de todo un proyecto memorialístico de carácter monumental en la Yugoslavia socialista. Y para celebrarlo, el bueno de Perica regala a nuestra jefa la medalla conmemorativa oficial de la Dreznica Partisana. Un día redondo.



martes, 24 de septiembre de 2019

Vera

Diario de Istria en el que se recoge la entrevista a Vera, realizada en la conmemoración del sábado pasado: Fue muy difícil, pero teníamos la moral alta por la camaradería.

La familia de Vera era judía. Era, porque nadie sobrevivió al Holocausto ni a la 2ª Guerra Mundial. Solo ella. Desde Zagreb, con sus gafas de siete dioptrías, huyó a la zona liberada para luchar con los partisanos. Ella fue una de las mujeres que atendió a enfermos y heridos en el hospital nº 7, hasta que no pudo más. Cada día fallecían, entre sus brazos, compañeros, guerrilleros y refugiados. Incluso niños. La epidemia de tifus de 1943 se cebó con la resistencia.

Vera, 98 años, delante del osario de los partisanos fallecidos en el hospital nº 7.

En la postguerra mujeres como Vera, enfermeras, médicas, comisarias políticas, fueron un pilar fundamental a la hora de mantener viva la llama de la memoria, de preservar el recuerdo de los caídos. En esta fotografía de 1956 la podemos ver delante del osario y del monumento (hoy desaparecido) que recoge la labor asistencial de estas partisanas.

1956. Vera es la primera mujer de la izquierda.

Vera tiene una memoria prodigiosa. En la ofrenda floral en homenaje a la población civil asesinada por los fascistas, no pudo contener las lágrimas, mientras Pipo, partisano de 97 años, iba relatando las atrocidades cometidas y el surgimiento del movimiento guerrillero en la zona de Dreznica. El testimonio de Pipo y Vera, protagonistas heroicos de esta historia, es fundamental para que las nuevas generaciones sepan lo que aquí ocurrió. Dentro de poco solo nos quedará la Arqueología como fuente de conocimiento de los paisajes de la resistencia.

Sanja, codirectora del proyecto arqueológico, Vera y Pipo en la ofrenda floral en el monumento de la antigua escuela de Dreznica. (Foto de Ivona Grgurinovic).

Vera formó parte de todo un auténtico ejército del bosque, en donde ya sabemos habitan en muchas culturas los seres maravillosos, encantados, mágicos. A pesar de su delicado estado de salud, Vera quiso volver a su bosque, con el paso decidido de quien no olvida. Al solar del hospital en donde salvó vidas y asistió en los momentos finales a otros compañeros. Allí un coro de la vecina región de Istria interpretó canciones partisanas que Vera tarareaba con orgullo. También se cantaron himnos de la guerra de España, como el 5º Regimiento o Los campesinos.

Y Vera volvió a su hospital.

Desde su llegada al hospital Vera escribía un diario en el que detallaba la evolución de los enfermos, las altas, las bajas, las incidencias... En un ataque alemán tuvieron que huir y atravesar un río. Ella se despojó de su abrigo y se lo pasó a otro compañero que quedaba atrás abriendo fuego al enemigo. Ese partisano cayó en combate y con él, el diario. Vera, con una gran miopía, perdió sus gafas, y pasó el resto de la campaña en esas condiciones. Como dice ella, la solidaridad y la camaradería la ayudaron a salir adelante. Tras tres años en el bosque, al acabar la guerra, volvió al oculista y éste certificó que le habían bajado las dioptrías a la mitad. Milagros cromáticos del bosque.

Pipo lee su discurso, escrito a mano por él, bajo la atenta mirada de Vera.

Pueden tirar abajo con dinamita monumentos de hormigón armado. Pueden destruir memoriales, robar placas y recristianizar cementerios partisanos. Pero nada podrán con el tesón y el testimonio de mujeres como Vera. Se entregó a los demás para combatir el terror. Con personas como Vera, uno aún mantiene un mínimo de esperanza en la Humanidad. El amor en los tiempos del cólera.

Proyecto Heritage from below. Traces and memories. Dreznica 1941-1945.







viernes, 20 de septiembre de 2019

El pasado es un país extraño

Emil trabajando en la restauración y acondicionamiento del osario.

Emil Jurcan es un arquitecto de los que hay pocos en mi país. Él viene de Istria y desarrolla un interesantísimo proyecto de investigación sobre el uso político e ideológico de las ruinas romanas en la Croacia actual, desde el Imperio Austrohúngaro hasta la actualidad. Ideología, política, patrimonio y arqueología son realidades que van cogidas de la mano, como ya sabéis los que seguís este blog desde hace tiempo. Emil está reparando con cariño el muro de la entrada al osario que acoge los restos de 300 partisanos que murieron luchando contra el fascismo. 

Placa conmemorativa en el interior del osario.

Este cementerio forma parte de un complejo memorialístico generado en la postguerra y que fue culminado en 1981 con los monumentos erigidos en el solar original del hospital número 7. La desaparición de Yugoslavia y el triunfo del nacionalismo ultraconservador croata en 1990-1991 generaron una nueva realidad política en la que el pasado partisano y todo lo que oliera a comunista era borrado del mapa. Este proceso de damnatio memoriae ha sido sistemático y se ha agudizado en los últimos tiempos. La historiadora del arte Sanja Horvatincic lleva años estudiando la biografía y la vida social de estos monumentos que obedecen al proyecto de construcción de una sociedad socialista y no a meros criterios estéticos. Estos días hemos visitado con ella numerosos de estos repositorios materiales de la memoria. Es sorprendente la cantidad de lugares, casas, parajes que acogieron y acogen estos memoriales. Auténticos parques públicos, temáticos, construidos en aldeas alejadas, en medio de esta zona rural que dista apenas quince kilómetros en línea recta de la costa, otro mundo. 

Monumento a héroes partisanos, con la forma del típico gorro croata. Sanja nos muestra el expolio al que ha sido sometido en los dos últimos años.

El desdén de la administración, los ataques fascistas, el robo de las placas y bustos de bronce han acabado con gran parte de este legado. Una materialidad generada en su día por escultores y arquitectos de prestigio. Auténticas obras de arte, como esas esculturas icónicas de partisanos en actitud desafiante, fusil en mano.


Este expolio se ha cebado con los monumentos de Dreznica. El bajorrelieve en bronce que honraba la memoria de los médicos y enfermeras del hospital partisano ha desaparecido. Las placas explicativas del hospital fueron expoliadas y se habrán fundido en algún otro lugar. En este contexto, la comunidad serbia pretende revertir este proceso de abandono y recuperar estos lugares de memoria. 


Placas retiradas del complejo memorial del hospital nº 7.

En este contexto, emociona ver a Emil limpiar con cariño las grietas del muro de la entrada al cementerio, hacer masa para restituir los bloques caídos. Gracias a él, esta arquitectura lucirá como en sus mejores tiempos en el homenaje que mañana se brindará a los héroes y heroínas que yacen aquí, en el bosque que les acogió durante cuatro años de resistencia.

Memorial en la antigua escuela de Dreznica, con los nombres de las 700 víctimas civiles de la vesania fascista.

Durante la prospección en este paisaje rural, durante las entrevistas a la gente mayor nos damos cuenta del alcance del terror fascista, que acabó con la vida de cientos y cientos de mujeres, niños, bebés, ancianos y hombres. La Convención de Ginebra no fue tenida en cuenta por las fuerzas de ocupación y los fascistas croatas, obsesionados con acabar con las redes de ayuda y los hospitales que sostenían la moral y la lucha partisana. Todos estos lugares de memoria, vandalizados, expoliados y olvidados nos remiten a un Estado croata que ve en ese pasado un país extraño. Por el contrario, la comunidad serbia de Dreznica reivindica el legado de la solidaridad entre pueblos. De hecho la guerra de 1991-1995 no afectó a esta zona de Croacia. Toda una lección para el presente y para el futuro.

El cartel de los actos de mañana recoge un diseño del monumento a los servicios médicos partisanos, escultura en bronce que fue robada hace años. La comunidad local pretende reponerlo en breve.




jueves, 19 de septiembre de 2019

La Hojarasca

Base partisana en los montes de Krakar, aprovechando la espesura del bosque y los afloramientos rocosos.


De pronto como si un remolino hubiera echado raíces en el centro del pueblo, llegó la compañía bananera perseguida por la hojarasca. Era una hojarasca revuelta, alborotada, formada por los desperdicios humanos y materiales de los otros pueblos: rastrojos de una guerra civil que cada vez parecía más remota e inverosímil. La hojarasca era implacable. Todo lo contaminaba de su revuelto olor multitudinario, olor de secreción a flor de piel y de recóndita muerte.

Gabriel García Márquez: La Hojarasca (1955).

Voluntad de resistir. Ahí está el origen de muchas de las materialidades que conforman los paisajes  bélicos que estamos estudiando desde la Arqueología del Conflicto en los últimos años. La cueva en la que se escondió el guerrillero Gorete en las estribaciones de los Picos de Europa. Las chabolas republicanas construidas precipitadamente en vaguadas de la Alcarria, habilitadas como hospitales de campaña. Los hospitales en el interior de cuevas en el contexto de la batalla del Ebro. Los chozos de la Cidade da Selva en la zona de Pena Trevinca (Ourense). La cueva etíope de Zeret en donde ancianos, mujeres y niños fueron masacrados con gas mostaza por los fascistas italianos. Alfredo González-Ruibal ha remarcado un aspecto crucial de la guerra civil española. Mientras la tecnología militar de vanguardia se ponía a prueba en los frentes de España, el conflicto suponía en muchos casos la vuelta al pasado. Chabolas que parecen cabañas de la Edad del Hierro. Soldados heridos que son atendidos en cuevas paleolíticas como si fuesen especímenes tipo Homo Antecessor.

En el callejero de Dreznica todavía se conserva el nombre de Dreznica de los Partisanos.

La resistencia partisana en Dreznica contra los ocupantes italianos y alemanes es el paradigma de la lucha de guerrillas. Esta zona de Croacia, habitada por serbios, es conocida por su riqueza forestal. Los aserraderos en la época de preguerra conocieron un incipiente movimiento sindicalista en defensa de los intereses de los trabajadores. Aquí ellos y ellas tienen, desde siempre, madera de héroes y de heroínas. Tras la rendición del ejército regular yugoslavo en 1941, muchos hombres regresaron a casa, sí, pero armados. Durante tres años trágicos se enfrentaron a cuatro ejércitos: los fascistas croatas (ustasha), los monárquicos serbios (chetniks), los italianos y los alemanes. Voluntad de resistir. Las masacres se sucedieron entre la población campesina que apoyó masivamente la causa partisana. Hasta 1991 el topónimo oficial del pueblo fue precisamente ese: Dreznica de los partisanos. Y lo siguen defendiendo con orgullo.

También hacemos excavaciones en los monumentos. En este, situado cerca de Ogulin, se conmemora un enfrentamiento con fuerzas chetniks. Hemos recuperado en el entorno los fragmentos del texto de la primera placa de mármol que se colocó en el lugar hace décadas.

Una de las cosas que estamos haciendo en nuestro proyecto es registrar los monumentos erigidos durante el régimen comunista en conmemoración de los hechos bélicos protagonizados por los partisanos. En los textos conservados en las placas se pasa del genérico terror fascista a indicar en ocasiones el enemigo allí batido: chetniks, ustashas, italianos o alemanes. Proliferan sobre todo en carreteras principales, lugares propicios para emboscadas y golpes de mano. Lógicamente, la guerrilla evita siempre la lucha en campo abierto. Su gran aliado: el bosque. La Arqueología del Paisaje nos permite reconstruir la genealogía de los espacios liberados. En un primer momento, la resistencia se organizó en los pequeños pueblos rurales. Desde el inicio de la insurrección, los encargados de echar a andar todo el entramado partisano fueron veteranos de la guerra de España, pertenecientes en su día a las Brigadas Internacionales (de esto hablaremos en posts venideros). El primer hospital se habilitó en la casa de un notario en la aldea de Sekulic. Duró poco. Los ustasha enviaron una expedición de castigo y liquidaron a 28 civiles, hombres, mujeres y ancianos. Los heridos fueron asesinados y solo unos pocos pudieron escapar a una cueva cercana.

Ruinas del hospital partisano en la aldea de Sekulic, quemado por los ustasha. Así permanece desde entonces.

En esta primera etapa de la resistencia los partisanos contaron con una base en los montes de Krakar. Podemos definirla como una etapa paleolítica. Los afloramientos rocosos típicos de este paisaje kárstico, las dolinas, sirvieron de abrigo natural para los combatientes. La masa boscosa, las cuevas y la piedra maciza eran un buen contrapeso para los ataques de la artillería italiana en esa época. En 1942 se organizó el hospital nº 7 en los montes Javornica en los alrededores de Dreznica, constantemente hostigado por el enemigo. La zona central del sitio fue monumentalizada a comienzos de la década de 1960 a iniciativa, en gran parte, de enfermeras y comisarias políticas que trabajaron allí veinte años antes.

El conjunto monumental que conmemora el hospital nº 7 es obra de Zdenko Kolazio y fue inaugurado en 1981. Cada uno de estos hitos de cemento marca un área de actividad del antiguo campamento. En la imagen, el puesto de ambulancia.

Uno de nuestros objetivos es llevar a cabo una prospección intensiva de este paraje de Gorski Kotar que nos permita ir más allá de las fuentes escritas y reconstruir arqueológicamente todo el sistema defensivo y asistencial partisano. Para ello contamos con la colaboración de la comunidad local. Dragan, joven cazador, se ofreció a llevarnos a una cueva oculta que se utilizó para evacuar a los enfermos durante los episodios de mayor peligro. Como decía el poeta del Caurel Uxío Novoneyra, aquí se siente lo poco que es un hombre. Llueve en el bosque. Nubes de mosquitos al acecho. Arces y abetos monumentales, raíces que descansan como dinosaurios fosilizados. Objetos de higiene y bolsas de comida desparramadas aquí y allá nos remiten al paso reciente de refugiados, de camino hacia el norte. La hojarasca nos recuerda aquella novela menor de Gabriel García Márquez, pero en la que aparece ya reflejado el realismo mágico de Macondo. Dragan avanza decidido sorteando el lapiaz y las dolinas que se suceden en bucle. Llegamos a la entrada, idéntica a la de la cueva de Altamira, por poner un ejemplo, pero sin puerta. Entonces experimentamos aquello que se cuenta del descubrimiento de la tumba de Tutankhamon, cuando Carnarvon le pregunta a Carter: ¿qué ves?, y éste le contesta Cosas maravillosas.

¿Qué ves?... Cosas maravillosas. (Foto de Sanja Horvatincic).

Volvemos al día siguiente pertrechados cual espeleólogos domingueros. Conseguimos bajar al interior. Todavía se conservan los pilotes de madera y las vigas que servían para habilitar plataformas horizontales (probablemente a dos alturas) en donde descansaban los heridos. Esta cueva se ubica  a poca distancia, en línea recta (pero con una gran pendiente) del lugar en donde se emplazaba la botica y la cabaña en donde se atendía a los enfermos de tifus. Podemos imaginarnos las condiciones que tuvieron que soportar los heridos, tanto durante la evacuación como durante su estancia en la cueva.

Acceso a la cueva. Vista desde el interior. (Fotografía de Carlos Otero).

El papel de las mujeres partisanas fue crucial en estas labores de mantenimiento. Muchas de ellas hacían kilómetros y kilómetros con cántaros de agua en la cabeza para hacerla llegar al hospital. Hay que tener en cuenta que el tifus era la enfermedad más temida, debida a la ausencia de agua potable. A su vez, el papel de las enfermeras fue heroico, coordinadas por el famoso médico judío Otto Kraus. Sobrevivir en el hospital nº 7 dependía de la solidaridad, la camaradería, pero también de la cultura material, como veremos a continuación. Entre las dolinas, los arces y la hojarasca, bajo tierra, se forjó la resistencia. Aquí, en el bosque, nació un país nuevo... que ya no existe. El viento de la Historia se llevó (¿para siempre?) sus hojas caducas.
Interior de la cueva. Vista parcial. (Foto de Carlos Otero).