lunes, 23 de enero de 2012

Arqueología de la Guerra Civil en Toledo

Trazas de la lucha entre los cigarrales toledanos (Barroso et al. 2011)

La historia de todas las guerras, tal y como la cuentan los libros de historia, parece una sucesión lineal de hechos bélicos clave. Da la impresión de que unos escenarios suceden a otros y la guerra se condensa, cada vez, en un nuevo campo de batalla en el que se concentran todos los ejércitos, todas las armas, todas las personas. Como si los conflictos del siglo XX fueran iguales a las Guerras Napoleónicas. Uno casi se sorprende de encontrar un casquillo percutido de Mosin Nagant en una trinchera madrileña de 1938. Parece un anacronismo: ¿no había acabado la Batalla de Madrid muchos meses antes? Al leer cualquier síntesis de la Guerra Civil, resulta difícil imaginarse a soldados viviendo y luchando en otro sitio más que en el Ebro en agosto de 1938 o el Cinturón de Hierro de Bilbao en junio de 1937.

La arqueología nos da una visión distinta del conflicto. No abandona los lugares después de que la Historia pase por ellos. Se queda a investigar historias,  a veces con minúscula, otras no tanto. Es una forma menos lineal de hablar del pasado.

Un interesante trabajo en este sentido es el publicado recientemente por Rafael Barroso y otros investigadores sobre la Guerra Civil en los cigarrales toledanos. Toledo y Guerra Civil es el sitio del Alcázar. Cuesta pensar que hubiera podido ocurrir algo en esa ciudad después de septiembre de 1936. Barroso y su equipo nos recuerdan que sí pasaron cosas, cosas que supusieron miles de bajas a republicanos y franquistas. 

Los arqueólogos realizaron una exhaustiva labor de documentación de las fortificaciones de ambos contendientes en el frente sur del Tajo. Examinaron además en detalle varias posiciones. entre ellas el denominado Cigarral de Menores, que fue propiedad del Doctor Marañón y un lugar clave en la vida cultural y política de la República.

A lo largo de sus trabajos documentaron materiales relacionados con los combates que tuvieron lugar alrededor de Toledo en mayo de 1937, muchos meses después de que cayera el Alcázar. El denominado combate del Cerro de los Palos fue el resultado de una ofensiva ideada por Yagüe para ampliar las cabezas de puente en los accesos a Toledo. Como tantas otras batallas de la Guerra Civil, acabó prácticamente en tablas, pero no sin que antes ambos bandos tuvieran que movilizar a gran número de tropas (nada menos que la 11ª División de Líster, por parte republicana) y sufrir un elevado número de bajas (4.000 caídos entre ambos ejércitos). 

Los arqueólogos estudiaron las trazas de esos combates en el Cigarral de Menores. Casquillos de Máuser y Mannlicher Carcano, balas, anillas de granadas alemanas y metralla aparecieron dispersos entre las ruinas del cigarral del siglo XVI o XVII, convertidas en fortificación improvisada. La arqueología nos recuerda que la Guerra Civil no tuvo lugar en un tablero de ajedrez, sino en paisajes cargados de historia. Y las ruinas de otros tiempos se movilizaron también para el combate: castillos, castros, cigarrales y parideras.

Entre los hallazgos interesantes figuran vainas de 88 mm alemanas. Los autores nos recuerdan que los cañones Flak 88 se utilizaron por primera vez en la Guerra Civil no para abatir aviones, sino para destruir tanques rusos. Aquí encontramos un testimonio material de este hecho que tendría tantas consecuencias en la Segunda Guerra Mundial. 

En conclusión, un trabajo muy recomendable que os podéis descargar aquí.

R. Barroso CAbrera, J. Carrobles, J. Morín de Pablos, J.L. Isabel, J. López Fraile, L. Rodríguez-Avello, J.M. Carado e I. Criado (2011): Arqueología de la Guerra Civil en Toledo. El frente sur del Tajo y el Cigarral de Menores: un escenario de guerra. Archivo Secreto. Revista Cultural de Toledo 5: 330-348.

lunes, 16 de enero de 2012

Historias que ya nadie podrá contar

Objetos sin historia: material expoliado de la Guerra Civil a la venta en Internet

El interés por conocer y experimentar la historia a través de sus restos materiales no es algo que se dé sólo entre los profesionales de la arqueología. Esa es la idea, al menos, que alienta este blog: son muchas las personas a las que les apasiona descubrir las historias que encierran los objetos del pasado. El problema es que ese interés, a veces, conduce a la destrucción del mismo pasado que ansiamos conocer. Es bien sabido que los arqueólogos destruimos el registro arqueológico al mismo tiempo que lo descubrimos y no hay necesidad de ocultarlo. Donde estuvo el basurero del 549 Batallón de la 138 Brigada Mixta en Alto del Molino (Abánades), hoy sólo queda un hoyo (tapado). En eso, y en nuestra pasión por el pasado, no nos diferenciamos de los expoliadores y los aficionados al detectorismo.

Pero ahí se acaban las similitudes. Nosotros excavamos el basurero de Alto del Molino con sumo cuidado. Fotografiamos los distintos estratos, levantamos planos y registramos tridimensionalmente cada uno de los objetos que fueron saliendo de la tierra. 

Pepe Peinado prepara meticulosamente la primera capa del basurero de Alto del Molino para fotografiar.

El basurero al final de la excavación con todas las latas in situ.

 Planimetría de los objetos relacionados con la alimentación aparecidos en el basurero.

Posteriormente limpiamos, inventariamos y etiquetamos esos objetos. En breve finalizaremos el informe completo sobre el yacimiento, que será accesible en este mismo blog. Finalmente publicaremos artículos científicos y de divulgación. Contaremos en ellos (como hemos hecho aquí) la historia del 549 Batallón en el frío invierno de 1938. Y la contaremos a través de las latas, las botellas de coñac y los botones de camisa que quedaron abandonados en Abánades. Se perderá el contexto, pero ganaremos historias. No se perderán los objetos, que serán accesibles para todos en un museo, ni la memoria de los combatientes. El producto de nuestro trabajo no nos pertenece a los arqueólogos: es público y queda a disposición del público.

Si alguien hubiera descubierto el basurero de Alto del Molino con un detector, hoy sólo lo sabría quien lo hubiera expoliado. Se habrían perdido para todos los demás los hallazgos, el contexto y la memoria. Las balas y las monedas acabarían criando polvo en alguna estantería, hasta que alguien, desconocedor de su origen (o quiza el mismo descubridor aburrido de ellas), las acabase tirando a la basura.

Naturalmente no toda labor de expolio es igual de grave: recoger unos casquillos en un camino forestal o un trozo de metralla en un campo arado no supone mayor problema. Son contextos ya alterados. Excavar un refugio intacto o una fosa y vaciarlos de su contenido sí supone, en cambio, una pérdida de información importante. Es peor todavía cuando se hace no por afición, sino por afán de lucro: proliferan las ventas en Internet de lotes de artefactos recuperados "en las trincheras" (¿qué trincheras?). Destruir la memoria de un lugar por unos euros no es justificable. Especialmente si consideramos la memoria de la que estamos hablando: recuerdos de experiencias traumáticas por las que han pasado personas cercanas a nosotros -nuestros padres o nuestros abuelos. Ya no es una cuestión de respeto al patrimonio, sino de respeto a las personas que han sufrido la guerra.

En campos de batalla como los del Ebro, donde los desechos militares se mezclan con huesos humanos, hay algo de macabro en la práctica del expolio. En cierta manera, es como matar a los combatientes dos veces: la primera vez se les quitó la vida y ahora se aniquila su recuerdo, un recuerdo materializado en los artefactos con los que lucharon y vivieron durante una época clave en la historia de España.

Queremos que quede claro, de todas maneras, que no se trata de apartar a la gente de la historia (su historia). Nosotros, como arqueólogos, estaremos siempre dispuestos a colaborar con colectivos y personas de todos los ámbitos y no dejaremos de animar a todos aquellos que se dedican a localizar, inventariar y divulgar los vestigios de la guerra. Hemos aprendido mucho de estas colaboraciones. Pero la excavación sin garantías de sitios intactos de la Guerra Civil sólo beneficia (si se puede decir así) a unos pocos y nos perjudica a todos. 
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Agradecemos a Leopoldo Medina el comentario que ha dado pie a esta entrada.

viernes, 13 de enero de 2012

El vano ayer engendrará un mañana vacío y ¡por ventura! pasajero (A. Machado, "El mañana efímero")

“... la posibilidad de la confusión tiene sus riesgos: podríamos caer, una vez más, en la denuncia del franquismo basada en el género esperpéntico (...), acentuando los elementos más risibles, la visión ridiculizante de un régimen que, antes que grotesco (que lo era y mucho) fue brutal. Consciente o inconscientemente, muchos novelistas, periodistas y ensayistas (y cineastas, no lo olvidemos) han transmitido una imagen deformada del franquismo, en la que se cargan las tintas en aquellos aspectos más garbanceros (el estrafalario lenguaje oficial, el generalito barrigudo y de voz tiplisonante que provoca más risa que horror, la paranoia sobre los enemigos de la patria, la demasía freudiana de los sacerdotes, las sentencias de muerte pringadas de chocolate con picatostes, la épica caduca de los manuales escolares, la estética cutre del nacionalcatolicismo, los desmanes surrealistas de la censura). Se construye así una digerible impresión de régimen bananero frente a la realidad de una dictadura que aplicó, con detalle y hasta el último día, técnicas refinadas de tortura, censura, represión mental, manipulación cultural y creación de esquemas psicológicos de los que todavía hoy no nos hemos desprendido por completo. Se forma así una memoria que es fetiche antes que de uso; una memoria de tarareo antes que de conocimiento, una memoria de anécdotas antes que de hechos, palabras, responsabilidades. En definitiva, una memoria más sentimental que ideológica.”

(Isaac Rosa, 2007, El vano ayer, pp. 31-32)

viernes, 6 de enero de 2012

La última cena en la Enebrá

  
Cucharas usadas por los regulares sitiados en la Enebrá (Abánades)

Como siempre sucede en los campos de batalla, los restos que encontramos en la paridera de la Enebrá son una mezcla de vida cotidiana y violencia. Es esa contraposición en un mismo espacio de objetos en los que nos reconocemos y otros que resultan extraños por completo a nuestra experiencia diaria lo que convierte a las trincheras de la Guerra Civil en algo tan perturbador y atractivo al mismo tiempo. En esta entrada podéis ver varias imágenes de objetos pertenecientes a la primera categoría -la de las cosas cotidianas.


Latas de sardinas recuperadas en la paridera donde quedaron cercados los regulares al comienzo de la Batalla del Alto Tajuña (marzo-abril de 1938). Estas latas, de origen gallego, son las más habituales en las posiciones franquistas. Una vez que quedaron cercados, los soldados tuvieron que sobrevivir a base de rancho frío. Las sardinas fueron su alimento base.


Latas de atún, carne, leche condensada y otras recogidas en el interior de la paridera.

Cepillo de dientes de plástico descubierto en la paridera. Los cepillos de dientes se generalizaron durante los años 30, a raíz de la invención del cepillo de plástico. La Guerra Civil, como la Segunda Guerra Mundial para otros países, desempeñó un papel importante en la popularización de la higiene dental. Los ejércitos se ocuparon seriamente de que mejorasen los hábitos de salud e higiene de la tropa para evitar bajas por enfermedad.