sábado, 16 de mayo de 2020

Pipas y Letras

A la derecha, Carballo Calero paseando por Compostela, cuando hacía el servicio militar (1932).

Muchos temporeros gallegos se encontraban en Madrid y aledaños cuando se produce el golpe de Estado. Cuadrillas de segadores se repartían por las poblaciones rurales cercanas, hoy subsumidas en la gran urbe. Canteros cincelaban las fachadas de edificios en construcción, como los de la Ciudad Universitaria. Diputados iban a presentar en las Cortes el estatuto de autonomía, aprobado por la ciudadanía gallega en referéndum el mes anterior. Y licenciados universitarios se presentaban a las oposiciones a cátedras en aquellos aciagos días. Este último fue el caso del filólogo, ensayista y escritor Ricardo Carvalho Calero (1910-1990) a quien se dedica este año el Día das Letras Galegas. Nacido en Ferrol en el seno de una familia de la pequeña burguesía local, fue un líder destacado de la FUE en la universidad compostelana y uno de los miembros más activos del Seminario de Estudos Galegos. Como miembro ya del Partido Galeguista corredactó el anteproyecto del estatuto para Galicia. Hizo toda la guerra en el ejército republicano y pagó caras las consecuencias. Fue condenado a años de prisión y quedó inhabilitado para el ejercicio del magisterio durante décadas. Como tantos docentes, sobrevivió dando clases en centros de enseñanza privados, hasta que fue readmitido en la década de 1960.

Reunión del SEG en Pontevedra (1928). Ricardo es el quinto por la izquierda, en la fila de atrás, entre Vicente Risco y Filgueira Valverde (ambos apoyarían al régimen franquista).

Como tantos compañeros de generación, militantes de izquierdas y/o galleguistas, Ricardo no habló nunca en público de su experiencia traumática de la guerra y la represión, salvo en algún poema suelto:


Non sei
se matei.
Estiven na trincheira.
Non vin
o meu nemigo.
Disparei.
Non sei
se matei.
Fun ferido.
Mais
non
sei
se 
matei.
Toupa cega,
non teño outro ollo
que o ollo
do meu fusil.

En 1987 publica su testamento literario, la novela Scórpio, tres años antes de su muerte. Esta obra es un prodigio técnico, con múltiples voces narrativas. Lo más interesante, para el caso que nos ocupa, es la segunda parte, en donde pone en boca de los personajes su experiencia en las trincheras de Madrid, en la escuela de mando de Paterna (Valencia) y en el frente andaluz. A partir de ella podemos reconstruir su periplo en la guerra civil.


Junto a otros compañeros gallegos, como el también escritor y periodista Raimundo García Domínguez Borobó, muchos de ellos licenciados en Filosofía y Letras, se integró en el conocido como el batallón de los maestros, el Batallón de la Federación Española de Trabajadores de la Enseñanza (FETE) formado por afiliados a la UGT. La unidad, integrada en el Quinto Regimiento, se bautizó con el nombre de Félix Bárzana, así llamado en honor de un maestro fallecido en los primeros combates que tuvieron lugar en Somosierra. El batallón se creó en el palacio del Duque de Terranova, en Recoletos, y ahí se convirtieron en soldados catedráticos de universidad e instituto, inspectores de primera enseñanza, profesores, maestros y bedeles. El comisario era un asturiano comunista, César Lombardía, que de estudiante de la Universidad Central pasó a ser director General de Primera Enseñanza. Como no podía ser de otra forma, la instrucción tuvo lugar en los locales del Museo Pedagógico y de la antigua Escuela Superior del Magisterio, en el Paseo de la Castellana, en el edificio que hoy ocupa el Centro Superior de Estudios de la Defensa (CESEDEN).

Miembros del Batallón Félix Bárzana, en Madrid.

Esta unidad de chapones, los más listos de la clase, eran vistos con recelo por los milicianos de primera hora, curtidos en el combate. El capitán era Federico Bonet, catedrático de Ciencias Naturales y director del Instituto Nebrija; de tenientes, entre otros, estaban un maestro pontevedrés, Marcelo Martín, y Manuel Sanchís, éste ayudante de Navarro Tomás en la sección de lingüística del Centro de Estudios Históricos. Los intelectuales de la FETE sirvieron una batería hispano-italiana de apoyo a los brigadistas internacionales, una auténtica torre de Babel gestionada por el políglota Jesús Prados Arrarte, que en 1936 había ganado la cátedra de Economía y Hacienda en la Universidad de Santiago. El general Kléber lo utilizó de traductor y lo adjuntó a su Estado Mayor.


Carballo Calero combatió en la carretera de Andalucía y en la defensa del barrio de Usera. Su descripción en Scórpio es muy útil para conocer el ambiente que se vivía en esta guerra de posiciones [la traducción es nuestra]:

La guerra es nuestro porvenir. Esta otra consigna que se nos dio un día, motivó sarcásticos y sombríos comentarios. Algunos desearían ir a Madrid a ver en el cine las hazañas del guerrillero ruso Chapáiev, que al parecer se movía en la estepa con gran ligereza, mientras nosotros estamos condenados a permanecer casi inmóviles en las trincheras, en las chabolas o en las ruinas, en medio del frío y del barro. Cuando llueve, una infinita tristeza nos invade, excepto a los que están afiliados a partidos políticos avanzado que, inmersos en la esperanza de la victoria y la revolución, no piensan más que en contraataques que no se ordenan nunca. La guerra se mueve en otros frentes. Aquí vigilamos y fortificamos, tostamos en el fuego nuestro pan de munición clavado en el machete y vivimos como ratas, impenetrablemente estoicos, como Rafael o resignadamente fatalistas, como yo.

En Villaverde fueron reforzados por un batallón de jornaleros de Ciudad Real, el Mancha Roja. El ideal revolucionario de obreros, campesinos y estudiantes parecía materializarse en la lucha contra el fascismo, en las batallas por Madrid. En los momentos de descanso en un chalet requisado, Ricardo pasaba horas en la biblioteca, leyendo La Montaña Mágica de Thomas Mann y la edición ilustrada del Afrodite de Pierre Loüys, un clásico de la literatura erótica. Acabó la guerra como teniente en el ejército de Andalucía, en la misma zona del frente en la que combatió mi abuelo Antonio, éste en el franquista Ejército del Sur.

Detalle de posiciones defendidas por el Félix Bárzana en Usera.

Ricardo Carballo Calero siempre estuvo en donde él consideró que debía estar, manteniendo una coherencia ideológica envidiable toda su vida. En 1980 Álvaro Cunqueiro fue nombrado doctor honoris causa por la Universidad de Santiago de Compostela. Una fotografía resume el acto y el devenir de aquellos jóvenes poetas galleguistas de preguerra: Ricardo acompaña a su amigo Álvaro y responde a su discurso en calidad de catedrático de la casa. Álvaro Cunqueiro vistió camisa azul y vivió de la prensa falangista en Ortigueira y San Sebastián, hasta caer en desgracia a mediados de los años 40, cuando se recluyó en su villa natal de Mondoñedo. El miedo es libre. La trayectoria de Carballo Calero, fiel siempre a sus principios, fue impecable desde un punto de vista ético. Sufrió el castigo de los vencedores y después el oficialismo del sistema cultural gallego heredero de la Transición. Su nacionalismo, su republicanismo y su apoyo a las tesis reintegracionistas (acercar de nuevo el idioma gallego a la lusofonía) explican el olvido al que fue sometido durante la década de 1980. Él, que dotó de herramientas básicas a nuestra lengua, como son su monumental Historia de la literatura gallega contemporánea o su utilísima Gramática del gallego común.

Cunqueiro (izq.) y Carballo (dcha.) en la Universidad compostelana (1980).

Aquel miliciano del Félix Bárzana, después oficial del Ejército Popular, volvió a Madrid en 1972, a opositar, de nuevo, esta vez en el CSIC, para ganar la cátedra de Lengua y Literatura Gallega. El poeta Dámaso Alonso debía presidir el tribunal. Finalmente lo hizo Filgueira Valverde (quien no era profesor universitario), antiguo galleguista, compañero de Ricardo en el Seminario de Estudios Galegos y que, tras apoyar la Cruzada, llegó a ser alcalde franquista de Pontevedra; ya en democracia fue conselleiro de Fraga y presidente del Consello da Cultura Galega. En 2015 se le dedicó el Día das Letras Galegas. El camaleón cambia de colores según la ocasión.
Como decía Rosendo, maneras de vivir.









martes, 12 de mayo de 2020

La queimada nació en una trinchera (y II)

Refugio en el asilo de Santa Cristina en la Ciudad Universitaria de Madrid. Campaña de 2017 (Foto Minguito).

En los últimos 150 años, el orujo fue en la Galicia interior la principal medicina y la herramienta higiénica más eficaz. Formaba parte de la parva, del desayuno previo a las labores del campo. Las cuadrillas de nuestros abuelos se llevaban a la siega a Castilla litros de este combustible casero: Cando van, van como rosas/cando vén, vén coma negros, cantaba Rosalía de Castro. En las zonas vinícolas, sobre todo aquellas en las que no predominaba la calidad, se producía mucho aguardiente, llegando a ser el producto principal. Eso pasaba, por ejemplo, en la zona miñota de la actual Ribeira Sacra, en esta terra de Lemos. Un ejemplo maravilloso es Bodegas Moure, en A Cova, que en los años 50 y siguientes se centró en esta actividad para pasarse después al mencía y al godello. Cómo olvidar esas pinturas murales en la bodega, de tema clásico, con un centauro tocando la gaita gallega... Incluso existía una profesión ambulante, el alambiqueiro, que iba por las aldeas y hacía aguardiente en las casas. Una profesión de riesgo. Los calores trajeron hijos y el fuego a veces generó incendios catastróficos. Hoy en día, cuentan que alambiques de estraperlo de Portugal hacen su función en las aldeas gallegas, de casa en casa, pasándose por el forro la normativa de la Xunta, pero eso son solo rumores.

Campaña antialcohólica del Ejército Popular.

En 1963 alcohol adulterado, sobre todo augardente y licor café, causó la muerte de 51 personas y dejó ciegas a otras 9. Se conoció como el Caso del Metílico y tuvo un gran impacto en la vecina zona vinatera de O Ribeiro en Ourense. Durante años el mal nombre acompañó a los licores de esta comarca. Este garrafonazo se explica en parte por la gran demanda de licores y aguardientes que existía en esa época y que obedecía a pautas culturales y hábitos de consumo consolidados que se extendían también entre los emigrantes retornados. Historiadores como Xavier Castro han estudiado este fenómeno con detalle. De hecho, todo apunta a que la queimada como objeto cultural surge en esta década, generando toda la escenografía ad hoc, incluido el canónico juego cerámico de pota, cucharón y pocillos. Hoy en día, es uno de los productos más vendidos por la empresa Sargadelos, que se harta de enviar pedidos a... Japón. La sombra de Mariano Marcos de Abalo es alargada. Ya Álvaro Cunqueiro comentó en su día que este invento de la queimada tenía que ser posterior a la guerra civil. Hacer aguardiente llevaba su tiempo y su dinero, como para andar quemándolo por ahí.

Moral anarquista.

Benigno (pronúnciese Binino) había fallecido dos años antes. Aquella casa d'O Izquierdo de la aldea de Cimadevila, en Cereixa (A Pobra do Brollón, Lugo), se quedó huérfana y deshabitada desde entonces. La vivienda, en el mundo rural, es todo un repositorio de la memoria, una máquina perfecta de generar identidad. Dos años después estábamos allí su nieto, Xoel y yo, arqueólogo. Y bajamos a la bodega. Allí permanecía, a oscuras, la cubeta en la que reposaba parte del legado del abuelo, el último aguardiente que hizo en vida. Recordamos las historias de Benigno, la represión en Vilachá, la masacre de Badajoz, la lucha invernal por la ciudad de Teruel, la vida comunitaria de la parroquia. Todo un mundo ido, reflejado en el cobre ahumado del viejo alambique. Al patrón le gustaba que el vino rascase un poco y a veces le añadía un refuerzo de orujo que, desde luego, no dejaba indiferente a nadie. Benigno fue uno de esos gallegos llamados a quintas y que nutrieron el frente de guerra de orujo casero. Como mi abuelo paterno, Antonio, cabo del ejército del Sur. A la vuelta de cada permiso, todos los compañeros de armas eran amigos suyos. Hasta los republicanos preguntaban voz en grito desde el otro lado: ¿Ha vuelto el gallego? Mi yayo era el puto amo en los intercambios nocturnos. También mi abuelo materno, Jesús, sabía que tenía un as en la manga. Medio desertor y herido en un pie, se ganó el aprecio de una monja cuidadora en el hospital militar de Zaragoza, a cambio de su debido suministro de agua bendita.

Benigno y Ramona en la Casa d'O Izquierdo. Años 90 (Foto Xoel).

Me agotan los debates acerca de la fiabilidad sobre las fuentes orales por parte de arqueólogos e historiadores. O las desprecian directamente o solo atienden a ellas cuando corroboran sus hipótesis. No hay nada más aburrido y predecible que escuchar a un tipo de éstos diciéndote a quien tienes que creer. Yo solo sé que una noche fría de diciembre, en la cocina de la casa do Izquierdo, Benigno, socialista de toda vida, nos contó su paso por la batalla de Teruel en el ejército franquista, y lloraba como un niño. Hay que ser muy ben actor para sollozar y mentir al mismo tiempo, y no era el caso. Él fue camillero en aquella carnicería y allí estuvo en la defensa y en la reconquista de la ciudad aragonesa, con otros vecinos aguardentóforos como él. Y fue entonces cuando nos contó que al borde de la congelación solían quemar el aguardiente de casa, mezclándolo con cosas que compraban a los moros. Esa es la razón por la que nunca le gustó esta moda de la queimada en las fiestas, porque le traía de nuevo el traumático recuerdo de la guerra. Esto nos lo contó en el año 1997.

Puesto de moro vendiendo vinos, aguardiente y tabaco. Frente de Aragón, sector Teruel, 14 de febrero de 1938 (Digital Hispánica, BNE).

Pedro García Trapiello es un escritor cazurro (palabra polisémica) con columna de opinión (Cornada de Lobo) en el Diario de León. El 2 de marzo de 2020 publicó una historia curiosa bajo el título de Cazurro queimón (advierto que el final es deleznable). La escuchó de boca de su padre. Teruel, 18 de febrero de 1938, víspera de ofensiva. Veinte grados bajo cero. Una compañía franquista formada por leoneses, asturianos y gallegos espera por el asaltaparapetos, esto es, su botella de brandy o sucedáneo para enardecer los ánimos y ahuyentar el miedo a morir. La importancia de este combustible en el frente era tal, que en el lado franquista se organizaron cuestaciones populares como El Día del Licor del Soldado o Tabaco del Herido. El 27 de enero de 1938, por ejemplo, se llevó a cabo una en el Teatro Liceo de Salamanca: Las botellas y cajas que se adquieran serán entregadas en el frente de Teruel por los organizadores del Acto.


Pero los licores no llegaron a la compañía de soldados leoneses, gallegos y bercianos. Despesperado, el cabo furriel decide echar mano del alcohol del hospital de campaña. Para hacerlo bebible lo queman y aderezan con azúcar a dolor, restos de mondas y granos de café. 

Como diría Manquiña en Airbag, el concepto es el concepto, y éste surgió en la guerra civil.

El falangista Carlos Alonso del Real solo tenía razón en una cosa en su interpretación sobre el origen de la queimada. Efectivamente se dio gracias a una mezcla, que él conocía muy bien, de elementos célticos (del noroeste de la Península Ibérica), germánicos (Legión Cóndor) y musulmanes (las tropas coloniales).

P.S. Como mis abuelos, tengo la fiel costumbre de llevar a los frentes que excavamos un surtido amplio de caña blanca, aguardiente de hierbas y licor café, de Trasmonte y A Ponte. Nada de orujo cantinero. Como decían los abuelos: É da casa, neno, non che fai dano.


Referencia.
María Luz de Prado Herrera (2012). La contribución popular a la financiación de la guerra civil: Salamanca, 1936-1939. Salamanca: Ediciones de la Universidad de Salamanca.






sábado, 9 de mayo de 2020

La queimada nació en una trinchera (I)

Carlos Alonso del Real y Ramos (1914-1993).

El camisa vieja Carlos Alonso del Real fue uno de esos intelectuales que lo dio todo en la Falange durante la guerra y la inmediata postguerra. Compuso algunas de las canciones e himnos fascistas más conocidos, fue formador en la escuela de mandos José Antonio del Escorial y formó parte de la División Azul. A la vuelta de Rusia se convirtió en un fiel servidor de Martínez-Santaolalla, el falangista que controlaba el entramado institucional arqueológico de la Nueva España. Carlos Alonso ocupó diversos cargos administrativos a la sombra del Comisario General hasta que los tentáculos de los tecnócratas del Opus Dei llegaron también al ámbito de las Humanidades. Martínez-Santaolalla, como tantos otros azules, fue defenestrado y nuestro personaje acabó alejado de Madrid, ganando la cátedra de Prehistoria en una universidad periférica, de provincias, como era Santiago de Compostela en 1955. Como otros intelectuales falangistas acabó por apoyar la resistencia estudiantil convirtiéndose en un auténtico disidente, respetado por el alumnado que acudía a sus aulas. Colaboró con el galleguismo cultural y político en el tardofranquismo, de ahí que publicase en revistas y medios afines, como la revista Grial. Aquí publicó en 1972 un artículo en gallego titulado: As orixes da queimada. Capítulo programático dun libro en preparación. El volumen al que se refiere no llegó a publicarse nunca, si bien por azares del destino, hemos encontrado la versión manuscrita de ese libro. Estamos preparando una edición crítica del mismo y es por ello que hemos indagado en la figura de Carlos Alonso, un tipo inteligente que supo modelar una determinada imagen de sí mismo. Por lo que estamos viendo, era un fabulador y, sobre todo, un cínico. De quemar libros de Gordon Childe en Madrid en 1939 pasó a ser su máximo admirador décadas después. Su recuerdo en Compostela no tiene nada que ver con la memoria que se guarda de él en Madrid, por ejemplo. Ciertamente, nunca renegó del fascismo, y aún en los años 70 reconocía por escrito la genialidad de Mussolini, por ejemplo. Su programa de investigación se centró en parte en el análisis de los orígenes de cuestiones muy queridas para esa ideología como la guerra, el deporte o el mando. En esta línea cabe encuadrar este curioso artículo sobre el origen de la queimada en el que nos habla de sustratos e influencias culturales. Resumiendo mucho la queimada sería un melting pot, un crisol en el que, igual que se mezclan café y cáscaras de naranja, se vislumbran influencias célticas, germánicas y musulmanas. Su origen sería medieval, ya que el alambique se introduce en Galicia hacia el siglo XII, según él. Esta investigación sobre la queimada respondía a su interés por la brujería como fenómeno histórico, en la línea de Julio Caro Baroja.


En todas las viviendas campesinas gallegas con familiares en la emigración, se colgaban en las paredes del comedor (utilizado solo el día del banquete de la fiesta parroquial) souvenirs folclóricos de todo pelaje, procedentes de las grandes ciudades españolas, europeas y americanas. En el comedor de la casa de mi abuelo en A Ponte (Cereixa, A Pobra do Brollón, Lugo) recuerdo siempre dos elementos bastante más autóctonos, y eso que teníamos gente viviendo en Caracas y Barcelona: una gaita y el conjuro de la queimada. Este último tenía forma de pergamino y un cierto marchamo heráldico, que poco tenía que ver con ese mundo imaginario medieval del que hablaba Carlos Alonso del Real. Estoy hablando de inicios/mediados de la década de 1980. Se lo había regalado mi padre Julio a mi tío Suso.

El conjuro de la casa de A Ponte (Foto Suso 40).

La política turística promocionada por Manuel Fraga Iribarne en la década de 1960 consolidó una imagen folklorizante de Galicia que legitimó toda una serie de prácticas performativas como las ferias del vino, las Reales Órdenes de la Alquitara y el Albariño, acuñó eslóganes que son historias de éxito (Y para comer Lugo) e incluso propició la invención de paisajes a través de la caza deportiva como la Serra dos Ancares.  Esta estrategia se extendió a la emigración gallega y contribuyó a desactivar políticamente los Centros Gallegos que, sobre todo en América, mantenían encendida la llama del exilio republicano. El desarrollismo acabó con todo eso. Los gallegos de fuera y de dentro nutrieron todo este entramado arquetípico, promocionado por el NO-DO y el Ministerio de Información y Turismo. Los gobiernos democráticos autonómicos de Albor y Fraga en los 1980 y 1990 bebieron directamente de ese modelo. Y como siempre, hubo intelectuales de nivel que sirvieron entusiásticamente a la causa (Cunqueiro, Castroviejo), pero también hubo gente avispada, buscavidas que aportaron su granito de arena a todo el proceso. En este contexto surge la figura titánica, fulcral, de Mariano Marcos de Abalo. Os aconsejo leer la entrevista que le hizo la periodista Sandra Penelas en 2007 para el periódico El Faro de Vigo. Una joya. El titular es el siguiente: El Conxuro nació en los guateques de los sesenta.

Mariano en el Museo Liste en 2018 (Atlántico Diario).

Mariano es poeta, dibujante, coleccionista de pipas y esquelas con mote, trabaja el marfil y le llueven las ofertas para dar pregones por las fiestas de Galicia, que no son pocas. Ideó el conjuro en 1967 en una pensión al lado del puerto de Vigo y en el año 1974, cuando ya actuaba en la discoteca Fausto, añadió las dos últimas estrofas, en las que se apela al recuerdo de los emigrantes que están fuera. Después, durante nueve años, hizo queimadas en el  barco nocturno de la Ría, sobre todo para japoneses. Se convirtió en un clásico de la Fiesta del Turista y del Parador de Baiona, en donde su número era la gran atracción de la noche. Por supuesto, en 1988 le nombraron caballero de la Orden Serenísima de la Alquitara de Portomarín y fue al programa Luar de la TVG, el decano de los programas de entretenimiento de toda Europa, pero allí, según él, las queimadas no las disfrutas igual porque no ves a la gente y Gayoso [el presentador] me trató con un poco de desprecio. Solo quiere destacar él.

El queimador Mariano en 2016 (Foto de Xoán C. Gil, La Voz de Galicia)

Su éxito setentero llevó a una imprenta viguesa a editar el conjuro. Un acuerdo entre autor y empresa  le permitió cobrar 1 peseta por conjuro vendido. Sin embargo, la demanda era tal que fue imposible controlar las copias, los sucedáneos y las versiones. Una de las más famosas, impresa en una tela marrón era la que colgaba de la pared del comedor de casa de mi abuelo. Tan típica como las figuritas de meigas que se venden en el monte de Santa Trega o los collares de conchas de La Lanzada y La Toja. Finalmente en 2001, Mariano registró el conjuro en la SGAE. Este artista siempre anda con un maletín preparado por si le llaman. Durante años ha perfeccionado su puesta en escena:

Me pongo un hábito negro, colgantes y un gorro de punta y sobre la mesa coloco una calavera, que me regaló en 1956 un amigo que estudiaba Medicina en Santiago, y un cuerno de cabra, ambos con velas encima. Primero cuento la historia de la queimada, o mellor remedio para producir felicidade, las diferentes acepciones de la palabra carallo y varios chistes. Enciendo el aguardiente sobre una concha de vieira y después el del pote. A continuación echo el azúcar mientras remuevo la mezcla y pronuncio el conjuro. Cuando el color de la llama es medio azulado lo apago con un paño que tiene un anxo de vento dibujado.

Mariano ha creado escuela. Existe todo un mercado veraniego en el que fulanos disfrazados de brujos o de Juego de Tronos, no se sabe muy bien, meten unas clavadas enormes por recitar el conjuro y perpetrar una queimada en aniversarios, banquetes, bodas y reencuentros estivales con emigrantes. Yo soy uno de ellos. Como veterano de campos de trabajo arqueológicos internacionales me he comido unas cuantas. Gusta mucho (sobre todo los asiáticos y los de Europa del Este) la parte esa de los pedos de los infernales culos y poner voz chunga al recitar. También vendo vino y camisetas para financiar el proyecto de turno. Como decía Lisa Simpson, todo científico que se precie tiene que tener alma de feriante, sobre todo en Galicia.


Referencias
Alonso del Real, C. 1972. "As orixes da queimada. Capítulo programático dun libro en preparación". Grial. Revista Galega de Cultura, 35: 74-82.