Sin embargo, por lo que respecta a la visión de los vencedores, la novela constituye una lectura iluminadora. Porque Rafael García Serrano era un auténtico fascista. No se trata de un insulto, sino de una definición (como diría Valle-Inclán), que el propio escritor probablemente no rechazaría. García Serrano se declara falangista convencido, un camisa vieja joseantoniano que sigue a pies juntillas el credo del Movimiento. Un fanático, en suma ("entonces combatíamos los fanáticos de los dos bandos, los que solo podíamos luchar sin cuartel").
El escritor se acerca en muchas de sus posiciones a las ideas y valores del fascismo italiano: glorificación de la violencia ("con un arma en sus brazos, [un mozo es] más que un un semidiós", "también es virtuoso odiar"), la jerarquía ("gusto natural del señorío", "da gusto sentirse superior"), la fuerza ("Sabe que los fuertes tienen derecho a todo y no ha pensado jamás en los débiles"), el caudillismo ("porque se dejaban mandar de un solo hombre, desconfiaban de la Humanidad"), el imperio ("como va a misa y ha leído los prodigios de los conquistadores, está con nosotros"), la venganza ("la hermosa paz del ojo por ojo"), nacionalismo exacerbado ("La grandeza de la Patria es la única finca para la felicidad de los desheredados") y al mismo tiempo defensa de la justicia social y crítica al viejo orden. La diferencia con los italianos radica en su devoto catolicismo: la marca característica del fascismo patrio. Un catolicismo que no impide a los protagonistas, por cierto, engañar a sus novias y esposas, irse de putas siempre que pueden, asesinar prisioneros y mostrar una absoluta falta de piedad con los vencidos.
García Serrano es, de hecho, un fascista en lo político y en lo estético. Su novela tiene trazas vanguardistas que recuerdan al futurismo italiano y que se apartan del estilo grimoso-casposo-pelotillero que caracterizó a los escritores propiamente franquistas.
Porque García Serrano no es evidentemente franquista. No al menos cuando escribe la novela. José Antonio aparece por todas partes, el Caudillo solo un par de veces y de pasada. Normal: el autor es un creyente y es honesto y coherente en su ideología (salvo en el catolicismo, claramente); Franco, en cambio, un advenedizo sediento de poder. El propio García Serrano deja entrever a lo largo de la novela que la revolución nacional-sindicalista acabará siendo traicionada por quienes la apoyan momentáneamente (cedistas, empresarios explotadores, aristócratas): "los caciques y los cobardes... que tenían voluntad de asqueroso dinero con que hacernos mercenarios".
El motivo por el que traigo a colación este libro es por la justificación que ofrece de la Guerra Civil. Es de lo más interesante porque da la razón a la perspectiva republicana sobre el origen del conflicto y lleva la contraria, en cambio, a los historiadores franquistas (Stanley Payne y colegas de segunda fila), propagandistas exterroristas (Pío Moa) y demás apologetas de la dictadura ¿Cómo es esto posible?
Muy fácil. La tesis Payne-Moa se basa en decir que la República en el 36 ya no era una democracia, porque había sido secuestrada por una izquierda totalitaria empeñada en hacer la revolución e instaurar un régimen comunista en España. Desde este punto de vista, el golpe militar habría sido una contrarrevolución oportuna que habría impedido que la dictadura del proletariado acabara de imponerse. De ahí se colige, en opinión del ala extremista (Moa), que tenemos que agradecer al Caudillo todo lo que ha hecho por nosotros, al salvarnos de las hordas rojas. Naturalmente, esto tiene poco de original. Es la teoría que fabricó el régimen franquista a partir de mediados de los años 40, cuando cambió el fascismo por el anticomunismo, mucho más útil en tiempos de Guerra Fría.
Pero a García Serrano la Guerra Fría y la geopolítica se la trae al pairo. Entre otras cosas porque acaba su novela en 1942, en plena apoteosis fascista, y en segundo lugar porque, como ya indiqué, es un creyente insobornable. Fascismo o muerte. Así que lo que nos cuenta es lo que pensaban los falangistas, los carlistas y buena parte de la derecha que participó en el golpe del 18 de julio o lo apoyó en silencio. Es decir, antes de que comenzara la ingenería historiográfica de la dictadura a reconstruir la historia.
¿Son los rojos los enemigos para el escritor? No mucho. La palabra "rojo" no aparece regularmente hasta el último cuarto del libro y solo para referirse a los soldados enemigos, no a una ideología. En cambio, sorpresa, aparecen varios simpáticos personajes anarquistas reconvertidos: cenetistas y faístas que cayeron en la cuenta de que la auténtica revolución la tenía que hacer la falange y fueron aceptados con los brazos abiertos por sus camaradas. ¿Es la Unión Soviética el enemigo para Garía Serrano? Frío frío. La URSS no aparece más que una vez o dos ("petardos moscovitas") y sin connotación ideológica.
¿Quiénes son pues los enemigos? Pues los de los fascistas: el parlamentarismo ("sonaban las pisadas con esa unanimidad que nunca se consigue en el parlamento"), la democracia ("unas elecciones inglesas hacían que su ironía estallase bajo la camisa azul", "juego de idiotas el sufragio"), el humanitarismo ("Ahora sé que mi amor por una entelequia llamada humanidad no era sino un atavismo de la temporada en que fui vegetariano", "me paso el amor por el arco del triunfo"), el diálogo racional ("el hombre armado reconoce que el más poderoso argumento es la victoria", "si discute de política no admite más razón que la suya"), la civilización burguesa decadente representada por las grandes ciudades, la cultural liberal y progresista ("¿Admiras a Proust, a Zweig, a Gide, a Lawrence?... yo los ahorcaría por supercivilizados"), el pacifismo, Inglaterra, Francia, etc. El escritor le tiene una tirria insuperable a los franceses ("franceses, qué asco"), que aparecen continuamente descritos de la forma más negativa ¿Por qué los franceses? Evidentemente, porque representan lo que más odia el fascismo. Repetimos: parlamentarismo, democracia, política, civilización, liberalismo, pacifismo, etc.
Si uno lee las perlas de muchos de los militares africanistas que promovieron el golpe del 36 verá que los enemigos son muy semejantes (añadamos unos masones por aquí, unos judíos por allá), incluso cuando no se autodefinen como fascistas o falangistas. Son ideas ultrarreaccionarias que estaban en el aire desde el final de la Primera Guerra Mundial. En España, Italia, Rumanía o Alemania.
Bastante terrible es tener un régimen democrático y parlamentario, pensaron estos individuos, pero si encima es de izquierdas la situación resulta intolerable. Queda meridianamente claro en La Fiel Infantería que García Serrano no necesitaba una insurrección marxista para comenzar la guerra ("Nuestra intención era fecundar la Patria con la pólvora violenta del Alzamiento y que naciese otro mundo distinto"). Tampoco Yagüe, Mola o el propio Franco. En realidad, solo habrían tolerado una República corporativa, autoritaria y de derechas, a la austríaca. Cuando la CEDA no lo consiguió, solo quedaba la alternativa de la violencia. Y violencia tuvimos hasta cansarnos y más.
Mientras algunos historiadores se dedican a inventarse la Historia para justificar lo injustificable, aquellos que la protagonizaron se empeñan en llevarles la contraria ¡Incluso aquellos que son más afines a sus ideas! Un motivo más que suficiente para leer literatura fascista y no solo a aquellos que se encargan de glosarla. Y hay que hacerlo aunque tengamos que leer frases como esta, digna de Marta Sánchez:
¿Pero es que hay algún camino que no sea soldados y amor?
Virgen santa.