Panorámica del combate del Palacio de Ibarra, en el Museo de Brihuega. Albert Álvarez Marsal.
Nuestro compañero Luis Antonio Ruiz Casero acaba de presentar su nuevo libro El Palacio de Ibarra,1937 en el que reconstruye al detalle la contraofensiva republicana que dio inicio al descalabro italiano en Guadalajara. Hay un aspecto del libro
que nos parece muy reseñable, por lo novedoso en el contexto historiográfico español.
El autor señala la obra mítica de Olao Conforti, de dudoso valor
historiográfico, pero de indudable calidad literaria a la hora de recrear los
combates en el palacio de Ibarra en aquellos días de marzo de 1937. Del mismo modo que el italiano, Luis Antonio
se pone en la piel de los soldados y esboza un ensayo claro de lo que la
arqueología postprocesual británica denominó Arqueología de la Percepción. Las páginas en las que nos habla de
las oscilaciones en la moral de los defensores del palacio son fantásticas.
Extensión del encinar en el entorno del palacio de Ibarra, marcado sobre la fotografía aérea de la Legión Cóndor. (Luis Antonio Ruiz Casero).
La
percepción y los sentidos son un campo de estudio que empieza a atraer la
atención de los investigadores en arqueología del conflicto (Saunders y Cornish
2017). Participando de este enfoque, el autor describe las sensaciones y el
estado de psicosis colectiva de los militares italianos en el encinar de Ibarra,
sin buena visibilidad, cercados por el enemigo. Acostumbrados a la guerra celere y a la lucha en campo abierto, el
ejército de Mussolini encuentra aquí su tumba. Esta misma psicosis se dio en el
territorio ocupado por los italianos en Abisinia, un imperio africano que se reducía, en realidad, a ciudades
fortificadas, asediadas, en medio de un territorio hostil (González Ruibal et
al. 2010).
Miembros del Batallón Celta del Ejército de Euzkadi, en las trincheras, en un pinar de Larrabetzu, mayo de 1937. (Fundación Anselmo Lorenzo).
La experiencia del bosque de Ibarra se repitiría poco después, en la
campaña de Bizkaia, cuando los italianos volvieron a luchar en masas
forestales, en este caso, pinares extensos en la montaña vasca. El olor a
resina de pino, las astillas voladoras que herían de gravedad a los soldados y
la lucha en los bosques son una referencia constante en las memorias de los
combatientes de ambos bandos en la primavera de 1936 en Bizkaia. Y a los
italianos tampoco le fue muy bien, ya que a punto estuvieron de sufrir otro
descalabro en su avance hacia Bilbao por la costa cantábrica. Haciendo gala de una
genial intuición, el autor defiende la idea de que Ibarra, el high-water-mark del avance italiano en
la batalla de Guadalajara, se convierte en el punto de inflexión de la ofensiva
y en el inicio de la derrota fascista ese 14 de marzo, debido, en gran medida,
a ese pánico en el bosque.
Tropas italianas de la brigada Flechas Negras en la campaña de Bizkaia, 1937 (Biblioteca Nacional).
Luis Antonio esboza aquí una línea de trabajo que
está por abrir en la historiografía de la guerra civil: escribir una historia
del miedo. El mismo miedo que sentirían los italianos en los inmensos bosques de Croacia entre 1941 y 1943. La inaccesibilidad y la resistencia partisana en los montes fue combatida con la política de tierra quemada en los fondos de valle.
Bosques de Krakar (Drznica, Croacia) en donde se ubicó uno de los primeros campamentos partisanos (afloramiento rocoso) (Fot. de Carlos Otero).
Referencias:
González Ruibal, A.; Fernández
Martínez, V.; Falquina Aparicio, Á.; Ayán Vila, X. M. y Rodríguez Paz, A. 2010.
Arqueología del fascismo en Etiopía (1936-1941). Ebre 38. Revista internacional de la Guerra Civil 1936-1939, 4:
233-254.
Ruiz Casero, L. A. 2019. El Palacio de Ibarra, maro de 1937. Reconstruyendo un paisaje bélico efímero. Madrid: Audema.
Algún día de estos esperamos amanecer con la noticia de que han
sacado a Francisco Franco del Valle de los Caídos. La operación
es sencilla, de costes modestos y sin complicaciones técnicas, pero
está generando un gran revuelto. Hasta tal punto es así, que para
evitar el encuentro frente a frente, cuerpo a cuerpo, entre los medios, los
curiosos, las víctimas del dictador celebrando el traslado y
franquistas protestando en contra, la exhumación se intentará
hacer con la máxima discreción. Nos enteraremos cuando ya haya
pasado y Franco esté enterrado de nuevo en algún otro destino,
esperemos que más acorde con una aspiración democrática;
donde la familia pueda recordar al dictador en privado, pero sin que ocupe
un lugar público honorífico.
Aún sin esta ceremonia pública de exhumación y
reinhumación, la importancia de la acción material reside en algo
inmaterial: su valor simbólico. Y como tal, para hacer su lectura, es
útil armarnos de claves que pertenecen al ámbito de la
performatividad y la representación. La decisión de trasladar los
restos pasaría desapercibida si no tuviésemos en cuenta a
quién pertenecen, la carga del memorial fascista dónde están
ubicados o la actual jerarquía que se establece formalmente con el
resto de los inhumados, por ejemplo. Poco pueden decir ya los muertos sobre
su enterramiento y desenterramiento. Sin embargo, para los vivos este
traslado es una forma de restablecer y actualizar el lugar simbólico
que queremos que estos ocupen. En definitiva, el traslado físico es
también un traslado conceptual.
Primer acto: Kilómetro 0
Restos de la excavación en Abánades, Guadalajara
En octubre del 2017, emprendimos un viaje en colaboración con el
arqueólogo Alfredo González-Ruibal. El viaje comenzaba en la sede
del Instituto de Ciencias del Patrimonio (Incipit-CSIC) en Santiago de
Compostela y acababa en Abánades, Guadalajara. Llevábamos con
nosotros los restos de 13 soldados que habían estado guardados en los
almacenes del Incipit durante casi cinco años. El equipo del
arqueólogo los había encontrado casualmente cuando excavaba en
terrenos de Abánades. Habían muerto en batalla, la mayor parte
luchando con el ejército sublevado, aunque también había un
caído republicano y otros con adscripción desconocida.
Una vez acabada la investigación arqueológica, los restos
habían quedado atascados en el almacén del Incipit-CSIC.
Siguiendo el protocolo arqueológico, se deberían depositar en el
Museo de Arqueología de la provincia donde se encontraron, sin embargo
esta solución provocaba un conflicto ético al equiparar restos
humanos con objetos arqueológicos. Por otra parte, ante la
imposibilidad de identificarlos, tampoco podían entregarse a
familiares que pudiesen hacerse cargo. Así que, antes de llevarlos a
alguna parte, había que afrontar una cuestión: ¿Quién
tenía la autoridad legítima para decidir sobre su destino?
¿El equipo de arqueólogos que los encontró? ¿Los
colectivos o asociaciones ideológicamente afines? ¿El Estado?
¿El Ejército? ¿La Iglesia?... En definitiva: ¿De
quién eran estos muertos?
Es en este momento cuando González-Ruibal nos invitó a
involucrarnos para buscar una solución y visibilizar el caso de los 13
soldados: ¿Podíamos desde el arte encontrar la forma de que los
restos entraran en un debate público más amplio sobre el legado
de la historia reciente y traumática de la Guerra Civil y la
dictadura?
Cajas en Incipit - CSIC, Santiago de Compostela
El asunto hubiera sido menos complicado si los restos perteneciesen a
republicanos; al menos la identificación con ellos como antecesores y
defensores de un sistema democrático hubiese sido más fácil.
Pero el conjunto se conformaba con soldados de ambos bandos. Teníamos
que repensar las herramientas artísticas a las que estábamos
recurriendo para no caer en el lenguaje de la conmemoración, y al
mismo tiempo, evitar suavizar o camuflar las aristas más afiladas del
caso. Alfredo González-Ruibal envió una carta al Ejército
preguntando sobre los protocolos y la responsabilidad de la
institución al encontrarnos ante soldados caídos en combate. La
respuesta del que entonces era director del Gabinete Técnico del
Ministerio de Defensa fue escueta y evasiva. Como solución indicaba
que, al tratarse de restos no identificados, se debían inhumar en el
cementerio de la población donde se hallaron. Añadía que, si
fuese necesario, se podría disponer del osario del panteón
militar del cementerio de Guadalajara. No había ninguna mención
sobre cómo había que hacerlo o quién se ocuparía de
sufragar los gastos
Entrada al cementerio de Guadalajara
Visitamos primero el cementerio de Guadalajara. Presidiendo el recinto nos
topamos con una gran cruz sobre una lápida, brillante y cuidada con
flores frescas, dedicada a los "Caídos por Dios y por España". En
contraste, en una zona apartada, estaban los vestigios de la fosa con las
casi 1000 víctimas de la represión franquista en la ciudad, donde
unos meses más tarde comenzarían las exhumaciones para
identificar a Timoteo Mendieta. En definitiva, el camposanto repetía
espacialmente la narrativa del Valle de los Caídos. No parecía el
lugar adecuado para los restos de los 13 soldados
Detalle de la fosa de las víctimas del franquismo en el cementerio de Guadalajara
Así que decidimos llevarlos hasta Abánades y dar una
dimensión pública al viaje. Con este objetivo, en el camino,
hicimos una parada en Madrid. Allí, en colaboración con el
Ayuntamiento de Madrid, a través de la Oficina de Derechos Humanos y
Memoria, organizamos un seminario para debatir sobre posibles destinos para
los restos y los problemas prácticos con los que se encuentra un
arqueólogo como consecuencia de un pasado con un marco legal sin
resolver. Invitamos a un grupo de gente que desde su bagaje profesional y
político reflexionó sobre los diferentes posibles escenarios.
Participaron Juan Pablo Calero (historiador), Pedro Corral (periodista,
escritor y concejal del PP del Ayuntamiento), Francisco Ferrándiz
(antropólogo), Alfredo González-Ruibal (arqueólogo), Jimi
Jiménez (investigador y arqueólogo), Queralt Solé
(historiadora), Guillermo Zapata (concejal de Ahora Madrid en el
Ayuntamiento) y Jesús Carrillo (historiador del arte) como moderador.
"La ruta más larga", Centro Conde Duque, Madrid, 14 de octubre del 2017
Alfredo González-Ruibal introduce las cuestiones principales en torno
al caso de los 13 soldados. "No pueden ir a la vitrina de un museo, pero
tampoco tienen que ser enterrados como enterraríamos a nuestros seres
queridos ahora en el presente", establece. Por otro lado, una vez
encontrado un lugar para darles sepultura, resalta el problema con el
epitafio y la denominación de los contendientes, sobre todo para los
que lucharon en las filas del ejército franquista,
"¿Ejército sublevado? ¿Ejército nacional?
¿Qué ponemos?", se pregunta.
Encontrar restos de soldados franquistas todavía sin exhumar no es lo
habitual. La inmensa mayoría de fosas comunes que quedan están
llenas de víctimas republicanas, y son las familias, de forma no
oficial, las que se han encargado de ellas en los casos en los que ha sido
posible. Aún así, se calcula que todavía quedan sin
localizar cerca de 114.000 víctimas de la Guerra Civil y la dictadura.
Como indica Juan Pablo Calero, la Memoria Histórica ha existido
siempre, pero ha sido una historia familiar: "Las familias recuerdan a sus
muertos. Lo han hecho en el franquismo, en la Transición y
después. Por ejemplo, cuando empieza la Transición, se abren
muchas fosas y se sacan muchos cadáveres. Pero lo hacen las familias.
La gente sabe dónde están sus muertos. Iba, abría y sacaba.
Curiosamente esas exhumaciones solo salían en el Interview.
(…) ¿Qué es lo que ocurre? Que llega un momento en que la
magnitud del problema hace que deje de ser un asunto puramente familiar".
En el momento en que hacemos de la memoria una cuestión de Estado es
cuando se complica.
Queralt Solé y Jimi Jiménez hablan sobre las soluciones
encontradas en el País Vasco y Cataluña. Se comenta que tal vez
sea más fácil afrontar este tema en contextos donde hay un
"nosotros" más claro.
A nivel estatal, Guillermo Zapata recuerda las dificultades para construir
una política de memoria en un contexto político en el que no hay,
ni habrá, consenso en cuanto a un relato sobre el pasado de la Guerra
Civil y la dictadura. Advierte sobre la sobre-institucionalización de
las políticas de memoria, y propone distinguir entre la lectura de
Estado de un determinado problema y las políticas públicas. La
función del Estado sería crear "recursos y protocolos, normas y
regulaciones, que permiten intervenir en un determinado problema", sin
tratar de construir un relato histórico común.
Pedro Corral, en cambio, opina que sí se debería buscar el
consenso. "Pongámonos de acuerdo en ponernos de acuerdo", dice. Cree
que para esto "debemos seguir un proceso desmitificador" y romper con las
etiquetas que se establecen con la victoria del franquismo para identificar
a unos y a otros en una Guerra Civil. "El franquismo hizo una cosa muy
inteligente. Cogió a todos los que había asesinado el terror
frentepopulista y se los metió en su saco. Eso es falso. Había
liberales, había republicanos, había gente que, de llegar a
sobrevivir a esa tragedia, seguramente no habría estado conforme con
el franquismo. En eso la izquierda también ha caído en el
engaño y deja esa etiqueta, porque bueno, 'esos eran franquistas
fusilados'". Considera que esto es una forma de distinguir entre
víctimas de primera y de segunda, y que a partir de esta
distinción es cuando se origina conflicto. "Las leyes en
Andalucía y Aragón están reduciendo a condición de
víctima a los de un solo bando: los que lucharon por la libertad y la
democracia (…). Estamos creando nuestro propio martirologio, como
hizo la dictadura. Negando los excesos del otro bando".
Francisco Ferrándiz también se inclina por una solución
global y "crear nuevos lenguajes para entender el pasado", pero considera
que no podemos aislar la Guerra Civil de los 40 años de dictadura
posterior, "la sombra de la guerra es alargadísima", dice Queralt
Solé. El franquismo se encargó de honrar la memoria de sus
muertos durante la guerra civil a través de los cuales construyó los rituales que conocemos como mecanismos de
significación. Jesús Carrillo añade que "el problema con el
Estado Español es que inició su fundación sobre un mausoleo,
el Escorial, que luego el franquismo recupera en el Valle de los
Caídos. Pero hay una muy débil tradición de monumentos
liberales". Por eso, Ferrándiz advierte sobre los riesgos de adaptar
los protocolos y funerales oficiales que ya conocemos. Cuestiona
también si los protocolos de los caídos en la II Guerra Mundial
serían extrapolables al caso español: "cero jerarquía entre
rangos, ajardinado al milímetro... Hay una neutralización de los
aspectos más políticos".
Se debate sobre la sobre-interpretación de la subjetividad de los
soldados y sobre posibles denominadores comunes para abordar la
representatividad desde la actualidad. Pedro Corral considera que el
denominador común es que son españoles: "Salvo que se demuestre
lo contrario son españoles caídos en un momento de nuestra
historia. Forman parte de nuestras huellas, cicatrices y hay que ir
volviendo con ellas". No todos los participantes están de acuerdo con
esta denominación y se cuestionan si sería aplicable a otros
casos como el de los gudaris o los anarquistas. Alfredo González
Ruibal propone el conflicto como posible seña de identidad:
"Quizás el reconocer que llevamos 500 años desde las guerras
civiles castellanas matándonos unos a otros no deja de ser un elemento
identificador y podría formar parte también de la forma en que
recordemos a nuestros muertos". Guillermo Zapata añade:
"¿Cuál es la condición básica común? A mí me
sale que están muertos. Si estuvieran vivos estarían peleando en
una contienda".
Desde el público, alguien propone una solución poética,
mencionando la enigmática frase encontrada en el bolsillo del poeta
Antonio Machado al morir: "Estos cielos azules y este sol de la infancia".
Se pregunta si esta cita no sería adecuada como epitafio.
Damos por terminado el seminario y seguimos nuestro viaje. Estamos ya
más cerca de nuestro destino: Abánades, Guadalajara, donde el
Ayuntamiento se ha comprometido a ocuparse del enterramiento de los 13
soldados en el cementerio municipal.
Tercer acto: Kilómetro 735
Museo de la Guerra Civil, Abánades, Guadalajara
Abánades es un pequeño y pintoresco pueblo agrícola donde
viven, según sea invierno o verano, 30 o 300 personas. Uno de los
pocos episodios memorables con los que cuenta históricamente es que,
durante la Guerra Civil, fue el escenario de una violenta batalla. El
suceso no cambió el devenir de la guerra, sin embargo, se habla de que
dejó unas 7.000 bajas de ambos lados, entre ellas las de los 13
soldados que tenemos en nuestras manos. Aún hoy, los restos
bélicos forman parte del paisaje local. Cada año se celebra una
festiva recreación de la batalla y se ha creado un pequeño centro
para la memoria con objetos que han ido juntando los vecinos, el Museo de
la Guerra Civil de Abánades.
Es en este espacio donde depositamos los restos. Nos reciben el alcalde del
pueblo, sus dos concejales y los responsables del espacio, y entre todos,
trasladamos las cajas hasta el local. Mientras tanto, se comentan los
costes de la inhumación y sobre cómo se podrían afrontar.
Tienen su propia agenda sobre lo que se podría hacer, y las
consideraciones prácticas son un factor determinante. Madrid queda muy
lejos.
Dejamos cuidadosamente las cajas con los restos sobre una mesa. Los
encargados del Museo las custodiarán a partir de ahora hasta que
llegue el día en que pueda hacerse la inhumación. Hoy los
soldados siguen atrapados en su larga ruta. Tal y como dijo Guillermo
Zapata en el seminario, "En el momento en que estos restos encuentren su
descanso, su papel en términos políticos desaparece".
Iratxe Jaio y Klaas van Gorkum trabajan juntos como artistas visuales desde
2001. Mirando más allá del horizonte de su propia disciplina,
colaboran habitualmente con gente de otros ámbitos. Su práctica
está motivada por un interés por repensar el papel del artista en
la sociedad, abordando nociones comunes sobre autoría, identidad
cultural y relaciones de producción. Más información en
www.parallelports.org
La ruta más larga se enmarcó en el contexto del proyecto europeo
NEARCH - Nuevos escenarios para una arqueología en comunidad, en
colaboración con Incipit - CSIC (Santiago de Compostela) y la academia
Van Eyck (Maastricht, Holanda). El seminario se organizó con el
Ayuntamiento de Madrid, a través de la Oficina de Derechos Humanos y
Memoria.
La Primera Guerra Mundial trajo consigo una nueva forma de hacer la guerra. O más bien, de no hacerla. Consistía en esconderse bajo tierra y esperar a que amainara la tormenta de acero sobre la superficie. A veces la sepultura temporal se convertía en permanente y los soldados acababan enterrados vivos por la explosión de una granada de artillería certera. Las trincheras y los refugios subterráneos han caracterizado los paisajes bélicos desde finales de 1914. De hecho, todavía los caracterizan hoy en buena medida. Pero no son la única forma de protección de los soldados. Los pozos de tirador son otra estructura subterránea muy utilizada, esta de carácter temporal. En la Segunda Guerra Mundial los pozos predominaron sobre las trincheras en frentes móviles como Normandía y las Ardenas. En el primer escenario, arqueólogos franceses han sacado a la luz campos enteros de hoyos cavados por los soldados estadounidenses para protegerse del fuego alemán. En su interior aparecen con frecuencia restos de munición, equipamiento y objetos personales. En octubre de 2014 tuvimos ocasión de excavar en la posición republicana de Los Castillejos, en Abánades, otro tipo de refugios: se trata de pequeñas cavidades del tamaño de una persona, parcialmente excavadas en la tierra (la roca madre aparece aquí enseguida) y reforzadas con muretes de piedra.
Refugios unipersonales de Los Castillejos.
Son auténticas madrigueras humanas: tienen el espacio justo para un soldado plegado sobre sí mismo. Los Castillejos dejaron de ser una posición de primera línea en marzo de 1938. Por ello, en el interior de estas madrigueras no aparece apenas munición: un cartucho, un par de balas, algunas guías de peine. Los hallazgos más interesantes son un galón de sargento y una aceitera de Mosin Nagant. También encontramos latas de conservas. En cualquier caso, no se trataba de pozos de tiro, si no más bien de puestos de vigilancia que rodeaban el puesto republicano -por si acaso alguien trataba de infiltrarse.
Lata de atún y aceitera de Mosin en uno de los abrigos.
En estas madrigueras pasarían los soldados muchas horas de aburrimiento y padecerían frío y una humedad que cala los huesos. No es de extrañar que en el frente nos encontremos tantas medicinas para la artritis y las enfermedades pulmonares.
Los objetos arqueológicos que cuentan las historias más interesantes no son, necesariamente, los más espectaculares. Esto es particularmente cierto en el caso de la Guerra Civil Española. Algunas cosas humildes esconden grandes historias - grandes porque están ligadas a hechos fundamentales de la historia del siglo XX o grandes por lo que tienen de misteriosas e intrigantes. Veamos tres ejemplos:
He aquí una pieza anodina donde las haya: un enganche metálico. Pero no es un enganche cualquiera, sino el de una máscara antigás alemana M-1930, con su pintura Feldgrau original. Apareció en un corral reutilizado como base temporal por un pelotón de soldados franquistas, concretamente parte de las tropas que pararon la gran ofensiva republicana en el Alto Tajuña, en abril de 1938. Las máscaras antigás formaban parte, por lo que se ve, de su equipamiento, pese a que no se llegaron a utilizar - ni aquí ni en ningún otro frente. Al menos para defenderse de ataques con gases tóxicos. No es el único elemento de máscara que localizamos en la zona. De hecho, encontramos con cierta frecuencia filtros, gafas y otras piezas.
Contenedores de máscaras antigás alemanas: en la cinta de tela va el enganche metálico que encontramos.
Después de la Primera Guerra Mundial, el bombardeo químico se convirtió en una fantasía colectiva equivalente al de la bomba atómica después de la Segunda. Escritores de ciencia ficción, políticos y ciudadanos imaginaban grandes metrópolis arrasadas por gases tóxicos y los ejercicios de protección civil se centraban sobre todo en el manejo de máscaras. La catástrofe no llegó a materializarse, como no lo hizo el holocausto nuclear (por ahora). Pero millones de soldados cargaron con un equipo inútil en varias guerras ante la eventualidad de un ataque. No quiere decir eso que el combatiente de a pie tuviera necesariamente miedo de un ataque químico. Hace ya unos cuantos años compré una máscara M-1930 a un veterano de la Guerra Civil Española. Quitándole importancia al artefacto, me dijo: "cuando salíamos corriendo, esto es lo primero que tirábamos".
La siguiente pieza es humilde para nosotros, pero seguramente no para el soldado que la perdió durante los combates de la Enebrá Socarrá, también en el Alto Tajuña en abril de 1938. Es lo que queda de un reloj. El uso de relojes todavía no era habitual en la España de los años 30, al menos en el mundo rural del que provenían una gran parte de los combatientes. Tenemos que hacer un esfuerzo para ponernos en el lugar de esos soldados que no sabían leer o escribir (o apenas), para quienes el espacio se reducía a su pueblo o su comarca y para quienes el tiempo no se medía necesariamente por horas, minutos y segundos.
Para ellos tuvo que ser un shock la guerra moderna, que es inseparable de la cronometría: recordemos el mítico "sincronicemos nuestros relojes" de las películas bélicas, el Día D, Hora H, o las espoletas de tiempos de algunos explosivos (que no dejan de ser relojes mortíferos). La cronometría de la guerra, además, es solo una parte de la obsesión por sincronizar el mundo que caracteriza el desarrollo del capitalismo en el siglo XIX: sin una cronometría exacta no hay ni globalización ni producción en serie.
Los relojes personales se fueron popularizando durante el primer tercio del siglo XX y se convirtieron en una posesión preciada. Tan ligados están a la identidad de una persona que cuando hoy los recuperamos en las fosas comunes llaman nuestra atención tanto o más que los huesos humanos. Se cuenta de algunas personas que tuvieron que comprar el reloj de su familiar a la persona que lo había asesinado - como si compraran un miembro de su cuerpo. Y quizá, en cierta manera, estuvieran comprando una parte de su ser querido.
La última historia no es una gran historia en sentido estricto. Pero es sí es una historia intrigante. Se trata de una estrella metálica de seis puntas. Este tipo de estrella iba prendida en la galleta de pecho que llevaban los alféreces del ejército sublevado. No tendría nada de peculiar si no fuera por el lugar en el que apareció: el fortín de la paridera del Saso, a las afueras de Belchite. Sabemos que esta posición estaba comandada por el alférez Jesús Moreno Corella. Durante los días caóticos de la batalla de Belchite en agosto de 1937 las informaciones sobre el Saso son contradictorias.
Alférez con parche de pecho en el que se puede observar la estrella de seis puntas.
El historiador militar Martínez Bande afirma que la paridera se rindió sin resistencia porque Jesús Moreno fue traicionado por un cabo que lo asesinó y entregó la fortificación al enemigo. En otros testimonios, sin embargo, parece colegirse que sí hubo algún tipo de enfrentamiento. En nuestras excavaciones localizamos numerosos testimonios de combate en forma de casquillos, balas, metralla, espoletas de artillería, granadas de mortero, espoletas de granada de mano, bolas de metrallero y otros elementos bélicos.
Arqueológicamente no podemos decir qué pasó exactamente con Jesús Moreno, pero algo pasó. La estrella aparece al lado de lo que debieron de ser unos pantalones (se conservan las hebillas y un botón) y una cantimplora. Todo está mezclado con casquillos percutidos y espoletas de granada. Es posible que al alférez Moreno lo mataran a la entrada del fortín, donde quizá estuviera dirigiendo la defensa contra el ataque republicano. Quizá lo mató uno de los suyos, como indica el testimonio, o quizá simplemente cayó en la refriega. Por desgracia, la arqueología no es una ciencia exacta. Pero es más que posible que la estrella de seis puntas perteneciera a Jesús Moreno. Y esa estrella es la que hoy hace posible volver a contar su historia.
Estos días, con la colaboración de Yaiza, Diego y Marta (en la foto), lavamos y siglamos los materiales que se depositarán en el Museo Provincial de Guadalajara. Se trata de los hallazgos relacionados con la batalla de La Nava (Abánades), que llevamos estudiando desde el año 2011. El trabajo de laboratorio no es el aspecto más apasionante de la arqueología. Como se puede ver en la imagen, no se trata precisamente de CSI. Sin embargo, revisar cada objeto es encontrarnos (o reencontrarnos) con sus historias. Aquí van algunas de ellas:
Estas tres guías de peine de munición son solo algunas de las decenas que aparecieron en el corral de la Enebrá. Aquí se refugiaron los soldados franquistas al comienzo de la ofensiva republicana en el Alto Tajuña, hacia el día 1 de abril de 1938. Armados con sus máuseres de fabricación alemana, los sublevados hicieron frente al Ejército Popular, que acabó derrotándolos con una combinación de fuego artillero y de carros de combate -al más puro estilo de la Segunda Guerra Mundial. Al limpiar los peines hemos podido identificar los marcajes en algunos de ellos: P, P25 y P208G. Esto nos permite saber qué fabricas estaban suministrando munición a la España de Franco: de P208G desconocemos la procedencia, pero P identifica a Polte Armaturen, en Magdeburgo, y P25 se corresponde con la factoría de Treuenbrietzen. Ambas en un radio de unos 150 km entorno a Berlín.
Los alemanes no fueron los únicos en contribuir al esfuerzo de guerra franquista. Prueba de ello es este fragmento de granada de mano SRCM o Roma, fabricada por la Italia de Mussolini (aquípodéis ver imágenes de la granada completa). Su aparición cerca de la paridera de la Enebrá nos indica que el combate llegó a ser a corta distancia: los franquistas utilizaron estas granadas de forma defensiva ante los atacantes republicanos. Una de las peculiaridades de las Roma es que están fabricadas en aluminio. En los años 30, este metal era todavía un material moderno. Prueba de ello la tenemos en la siguiente imagen:
Es un mango de cuchara, pero una cuchara bastante especial por dos motivos. Primero, porque es de aluminio y además lo dice: tiene estampado un sello en que se lee "aluminium". Que se molestaran en anunciarlo indica que no era algo muy habitual en la época, quizá incluso se trate de un objeto importado (de ahí que diga aluminium y no aluminio). De hecho, todas las cucharas que hemos encontrado hasta la fecha son de peltre, estaño o hierro. El aluminio sería entonces el equivalente a los materiales compuestos de hoy en día, como los plásticos reforzados con fibra (FRP). Hay que tener en cuenta que a finales del siglo XIX el aluminio se consideraba todavía más preciado que el oro. El segundo motivo por el que la cuchara es especial es por la arandela. El dueño del objeto practicó un agujero en un extremo del mango y le añadió un anillo para poder engancharla al cinturón o a las trinchas. Esto no impidió que en los brutales combates por la Enebrá el soldado perdiera la cuchara. Y quizá también la vida.
Las granadas desempeñaron un papel protagonista en la batalla de La Nava. Especialmente en la posición conocida como La Nava 3. En estas fortificaciones franquistas descubrimos casi un centenar de granadas Laffite. En la imagen podéis ver dos chapas pertenecientes a esta granada (aquí podéis descubrir a qué parte corresponde). En ambas se observa una bombeta en la parte superior, similar al distintivo de artillería. Lo que más llama la atención de las placas es su color amarillo brillante (abajo). Esto obedece a la reutilización de latón destinado a conservas, que fue requisado por las fábricas de armas. Para evitar que el brillo delatara a los soldados, sin embargo, las chapas se pintaron de un verde oscuro mate (arriba), pero solo por la parte que iba expuesta.
Los soldados no solo encomendaban su protección a las armas, al menos los sublevados, sino también a Dios, a la Virgen o a los santos. Entre los restos de combate en la Enebrá encontramos esta medalla de Pío XI que conmemora el Año Santo de 1933. Pío XI mantuvo excelentes relaciones con la dictadura de Mussolini, con el que firmó un concordato. Hizo lo propio con la Alemania nazi, aunque después criticaría al régimen. También defendió a Franco. Con su influencia, sin embargo, trató de conseguir treguas y anulaciones de penas de muerte. Pero el muy católico Caudillo raramente accedió a las peticiones del pontífice.
Nuestro colaborador Julián Dueñas ha desenterrado del archivo un interesante documento secreto que nos informa sobre prácticas poco ortodoxas llevadas a cabo por el ejército franquista durante la Guerra Civil. Es decir, lo que en el mundo civilizado se conoce como crímenes de guerra. El documento, firmado en Sigüenza (Guadalajara) el 15 de abril de 1938, se refiere a la seguridad en las carreteras de los municipios de Cobeta, Alcolea, Mazarete y Atienza. Pero no, no se trata de radares ni controles de alcoholemia. Las labores de seguridad a las que se refiere tienen más bien que ver con las patrullas a las que estamos acostumbrados en las guerras de Irak o Afganistán. Y consisten en vigilar las vías de comunicación para prevenir el sabotaje de "puentes y obras de fábrica". Para eso se ordena que se controlen los puntos estratégicos de las carreteras y se den batidas en busca de partidas republicanas encargadas de las voladuras. A las labores de vigilancia se destina el Batallón 347 y se ordena que en el se integre el "mayor número posible de Guardia Civil". El párrafo de mayor interés es el que indica cómo se ha de llevar a cabo la patrulla:
A las 6 horas de la mañana de cada día se efectuará un recorrido de toda la carretera que cada uno de los destacamentos tenga a su cargo para cerciorarse de que hay plena seguridad en el tránsito de dicha vía, recomendando que delante de la patrulla exploradora vaya un carro con elementos que hayan pertenecido al antiguo frente popular y de no haber aquellos simplemente individuos de antiguas ideas izquierdistas para que en caso de haber colocado algún petardo librar a nuestra fuerza de los efectos de aquellos.
El documento no requiere de mayor interpretación: si hay problemas se coge a cualquier civil desafecto y se lo utiliza como escudo humano. Todo siguiendo la moral cristiana y el honor militar por los que el ejército de Franco afirma guiarse. Y no hay duda de que es el ejército de Franco: el final del texto es casi tan significativo como el párrafo citado: se pide la armonía entre las distintas unidades "ya que todos estamos unidos por un ideal común, que es nuestro CAUDILLO (sic) y la salavación (sic) de España". Tampoco esto requiere de mucha hermenéutica, pero merece un par de comentarios: 1) el Caudillo figura en primer lugar y en mayúsculas; la salvación de España en segundo lugar y en minúsculas. 2) El Caudillo ya no es un hombre ni un líder militar, se ha transubstanciado en "un ideal común". Si esto no es fascismo, por favor, que baje Dios y lo vea. Emplear escudos humanos es un crimen y una práctica tan bárbara que se suele utilizar por parte de estados y facciones en guerra para desprestigiar al enemigo, al menos desde el siglo XVIII. Porque no es solo un crimen, es una deshonra para el ejército que lo comete. A los mandos que lo ordenan o lo permiten, hoy se los podría juzgar en la Corte Penal Internacional. Pero ya la Convención de Ginebra de 1929 prohibía explícitamente el empleo de prisioneros como escudos. Claro que los militares de Franco siempre podrían haberse defendido diciendo que ellos nunca utilizaron humanos, solo escoria roja.
Nivel de quemado de fines de la Edad del Bronce en Los Castillejos.
Algo tan poco espectacular como un suelo de tierra puede contar muchas cosas. En el sondeo en la posición republicana de Los Castillejos hemos aprendido muchas cosas sobre lo que pasó aquí... hace 3.000 años.
Frente a lo que pensábamos originalmente, el grueso muro que comenzamos a excavar hace dos semanas no es del Bronce Final (hacia el 900 a.C.), sino más reciente, de la Segunda Edad del Hierro.
Cimentación de la muralla de la Segunda Edad del Hierro (A) y restos arrasados del poblado de fines de la Edad del Bronce (B).
El muro se construyó sobre las ruinas de un poblado más antiguo, este sí del Bronce. El poblado, o al menos parte, quedó arrasado por un incendio, en el que ardieron las cabañas de ramas y barro y se destruyeron cerámicas y otros objetos domésticos. No sabemos qué es lo que motivó esta destrucción. Pudo ser un simple incendio de una cabaña. Pero también es posible que sea el resultado de un conflicto entre clanes o poblados. Después de todo, la situación en esta época de tránsito entre la Edad del Bronce y la del Hierro es de gran inestabilidad a lo largo de Europa occidental. De ahí que la gente se asiente en montes de difícil acceso, como Los Castillejos.
Tampoco los momentos finales de la Edad del Hierro (hace unos 2.300 años) son pacíficos. En esa época proliferan los poblados fortificados para defenderse de vecinos agresivos. Es entonces, probablemente, cuando se construyen las fortificaciones que nos hemos encontrado.
La Guerra Civil Española se puede ver como una lucha de clases, nacionalidades o ideologías. Pero también como un episodio más de conflictos entre vecinos en la Península Ibérica. Cuando un antropólogo le preguntó a su informante melanesio por qué su grupo nunca luchaba con cierta tribu lejana y extraña y en cambio estaba a la gresca continuamente con una comunidad vecina con la que compartía lengua y cultura, su respuesta fue: "¿cómo nos vamos a pegar con aquellos si apenas nos entendemos?".
Hay en la actualidad clínicas que prometen curar la homosexualidad. Hace 75 años existían centros que prometían la cura del izquierdismo. Al contrario que las terapias anti-gay, las que eliminaban las bacterias rojas del organismo resultaron mucho más efectivas, al menos durante unas décadas. El tratamiento que se ofrecía a los pacientes no era para menos: palizas, torturas, hambre, vejaciones. Cientos de miles de españoles salieron curados de las clínicas de Franco, también conocidas como campos de concentración. Desgraciadamente para el régimen, el virus brotó de nuevo y acabó dando lugar a la sociedad posdictatorial en la que vivimos actualmente, sin Caudillo ni valores que nos guíen. La teoría de que el izquierdismo es una enfermedad que se puede curar en sanatorios no es ningún invento para calumniar al régimen de Franco (como si hiciera falta inventarse cosas para denigrar la dictadura). La existencia de dicha teoría es rigurosamente cierta. Y uno de sus mayores adalides fue Antonio Vallejo-Nájera, descubridor del "gen rojo". Al igual que otros grandes pensadores como Pío Moa o César Vidal, Vallejo-Nájera consideraba que los "rojos" eran inferiores mentalmente, con comportamientos semejantes a niños y animales. Sus investigaciones se basaron en el estudio de especímenes de rojos en cautividad, concretamente mujeres malagueñas y brigadistgas internacionales. Las ideas de este psiquiatra encajaban bien en el espíritu eugenésico que dominaba a ciertos sectores médicos de la época, sobre todo en la Alemania Nazi, pero también en Estados Unidos. Su objetivo último era regenerar la raza española, al igual que los nazis querían hacer con los arios.
Con la deriva nacional-católica del franquismo y el apartamiento de los postulados más afines al fascismo, las teorías de Vallejo-Nájera fueron quedando arrinconadas. La eugenesia fue sustituida por el catecismo como herramienta para solucionar la enfermedad del izquierdismo. El motivo de esta entrada es un descubrimiento arqueológico. La arqueología, como ya hemos comentado más de una vez, no se lleva a cabo solo en el campo. También se pueden excavar los desvanes. Y en uno de los desvanes de la zona de Guadalajara en la que estamos trabajando aparecieron hace poco unos interesantes documentos del final de la guerra: dos pasquines de propaganda de los que lanzaban los franquistas sobre las líneas republicanas. El título del pasquín es "Como trata la España Nacional a los prisioneros". El reverso del documento responde a lo esperable: una enumeración de las bondades del sistema concentracionario franquista, resumidas en el menú de la semana, rico en nutrientes y calorías.
Nada más lejos de la verdad, por supuesto. Nuestras excavaciones en el campo de concentración de Castuera demuestran la falsedad de la propaganda. La comida se reducía a sardinas y atún en lata en cantidades ínfimas que sabemos que causaron (aquí y en otros campos) una enorme mortandad entre los prisioneros.
A nuestros ojos sorprende quizá que los franquistas se refirieran a sus centros de internamiento como "campos de concentración". Más de una vez nos han acusado de usar este término de forma sesgada para cargar las tintas sobre las penalidades de los presos republicanos. Pero la realidad es que el término estaba perfectamente aceptado por el régimen de Franco. Tan orgullosos estaban de sus campos de concentración que cuando bombardeaban con propaganda a sus enemigos les anunciaban lo bien que lo iban a pasar en ellos. Al fin y al cabo, el campo de concentración es un invento muy español: los diseñó el general Weyler durante la Guerra de Cuba ¿por qué avergonzarse? Pero si sorprende que se trate de ganar la rendición del enemigo hablando de campos de concentración, más sorprende el anverso del documento, en el que se les promete... sanatorios: "Un manicomio para los que, enloquecidos como consecuencia del terror rojo, van recobrando su salud mental". La verdad es que le dan a uno ganas de desertar. Yo añadiría otro slogan: "Cambia ese uniforme de rojo andrajoso por una flamante camisa de fuerza". Azul, por supuesto.
Muchos de los y las que
rondamos los cuarenta años de edad no hemos recibido información
sobre la guerra civil española en nuestra formación escolar, y
cuando ha sido así, la visión ofrecida dejaba mucho que desear. El
alumnado aragonés tenía como visita obligada el Belchite viejo, en
el que se ofrecía un discurso franquista que hacía hincapié en la
destrucción causada por las hordas marxistas. En mi colegio
pontevedrés el viaje de estudios de 8º de EGB a Madrid incluía la
visita al Valle de Los Caídos. Todo esto en plena democracia (década
de 1980). En el mejor de los casos, los libros de texto recogían el
enfoque clásico de la guerra civil como una locura colectiva,
una lucha de hermanos contra hermanos.
Afortunadamente las cosas
están cambiando. Hoy hemos recibido la visita de chicos y chicas de
2º de la ESO del colegio Santa Cruz de la ciudad de Guadalajara.
Para nuestra sorpresa, el alumnado que nos ayudó a excavar en Los
Castillejos de Abánades mostraba tener un conocimiento previo de lo
que fue el conflicto. Al preguntar a los chavales qué sabían de la
guerra civil uno de ellos ofreció una frase lapidaria: La guerra
fuela lucha de Franco contra el pueblo. Toda una joya
retórica que hará las delicias de aquellos que pensáis que los que
escribimos en este blog somos partidistas, subjetivistas y maniqueos. Otro alumno, con más ganas de remover, comentaba a los colegas que Franco era un pringao comparado con Hitler, que se había cepillado a veinte millones de personas (sic).
Creemos firmemente en la
necesidad de una didáctica de la guerra civil española, sobre todo
en estos tiempos revisionistas. Contamos para ello con la fenomenal
experiencia del grupo DIDPATRI de la Universitat de Barcelona, un
equipo puntero que lleva años intentando superar la falta de
información y las visiones trasnochadas que hemos sufrido las
generaciones precedentes. En esta línea, nuestras excavaciones
siempre están abiertas al público y al alumnado de las zonas en las
que trabajamos. El conocimiento que generamos contribuye humildemente
a que los chavales conozcan los paisajes de su entorno y a que se
eduquen en una cultura para la paz.
Durante la IIª República
se desarrolló notablemente la educación pública como una
herramienta útil en el camino de la modernización y democratización
del país. Un buen ejemplo del fenómeno es La lengua de las
mariposas, el hermoso relato de Manuel Rivas que fue llevado al
cine por José Luis Cuerda. El maestro hacía visitas de campo con el
alumnado para conocer la naturaleza y la historia de la comarca de
turno. En Galicia y el Bierzo conocemos casos de maestros que
llegaron a llevar a cabo catálogos y excavaciones arqueológicas en
yacimientos con alumnos de Primaria y de Bachillerato en la década
de 1930. La derecha reaccionaria y la Iglesia española nunca vieron
con buenos ojos esta política educativa, laica y abierta a las
innovaciones pedagógicas que se estaban desarrollando en Europa. Así
fue que al llegar el golpe de Estado uno de los gremios más
castigados, con asesinatos y depuraciones, fue el de los
profesionales del Magisterio. Aquí está claro quienes eran los
buenos y quienes eran los malos, y contamos con tesis doctorales que
aportan datos al respecto para el conjunto de diferentes zonas del
Estado español. Una de los más famosos dibujos de Castelao, el
líder de Partido Galeguista republicano, es aquel que muestra a dos
niños campesinos mirando fijamente el cadáver de su maestro,
paseado por los fascistas: La última lección del maestro,
reza el pie de dibujo que eligió Castelao.
Nosotros no creemos en
las trincheras que se abren cada día, ya sean reales o virtuales. Las trincheras de verdad, las de la guerra, son espacios traumáticos que nos aportan información
(los objetos, los cadáveres está ahí, pese a quien le pese).
Excavar una trinchera es revivir una microhistoria que nos pertenece
a todos. Desde la Arqueología pretendemos elaborar un relato
comprometido que sólo obedece a dos principios éticos claros: la
honestidad intelectual y la reivindicación constante de los derechos
humanos. En esta trinchera nos encontraréis, abiertos al debate
público y la controversia, como no podía ser de otra manera.
Las trincheras, pensadas para defender a los soldados, se han convertido muchas veces en su tumba. En ocasiones han quedado sepultados en ellas por el fuego artillero. Otras veces tras capturar una trinchera enemiga, los ocupantes simplemente echaron tierra sobre los cadáveres de los defensores. En la zona de Guadalajara donde excavamoslos vecinos se desembarazaron de los muertos que llenaban sus campos en la posguerra arrojándolos a las zanjas y cubriéndolos con piedras. El alto de La Molatilla, en Sotodosos, se convirtió en el escenario de una de las mayores carnicerías de la Guerra Civil en la provincia de Guadalajara. En la primavera de1938, durante la ofensiva republicana en el sector Abánades-Sotodosos, las tropas leales se enzarzaron en una dura lucha por esta posición que culminó con la captura del cerro el día 3 de abril, cuatro días después de que se iniciara el ataque. El día 16, la contraofensiva franquista consigue recuperar La Molatilla. En ambos episodios, tanto sublevados como republicanos sufrieron un enorme número de bajas. Las huellas del combate son perfectamente visibles en la actualidad: no existe un metro cuadrado de terreno que no esté perforado por cráteres de mortero, artillería pesada o bombas de aviación y sembrado de metralla. Al acabar la guerra, los vecinos debieron encontrarse el monte reducido a cenizas y lleno de cadáveres.
En una de las trincheras encontramos restos humanos. Fueron sacados a la luz parcialmente hace años en una excavación furtiva. Esto dificulta reconstruir los hechos históricos, pero por lo que hemos podido inferir hasta ahora sabemos que los huesos pertenecen no a un soldado si no a dos. Los restos se encuentran desarticulados y mezclados con bloques de piedra, idénticos a los que colmatan el resto de la trinchera, por lo que es posible que fueran a parar allí en la posguerra.
En la propia trinchera y en los alrededores encontramos trozos de metralla y espoletas de artillería y junto a los parapetos se aprecian cráteres de todos los tamaños dejados por las explosiones.
Quizá nunca podamos llegar a saber qué es lo que mató a estos infortunados combatientes, si fue un trozo de metralla, una bala o la onda expansiva de una granada artillera. Pero viendo el campo de cráteres en que reposan sus huesos podemos imaginarnos el terror y la angustia de sus últimos momentos con vida. Recuperar sus huesos cuidadosamente nos permitirá saber más de ellos y sobre todo proporcionarles el enterramiento digno que se les ha negado durante 76 años.
La paridera de la Enebrá, escenario de la Batalla Olvidada.
Hoy hemos vuelto a la Enebrá, un espacio vinculado directamente a los combates de la Batalla Olvidada. Los fieles seguidores de este blog seguro que os acordáis de la paridera en la que soldados franquistas fueron masacrados en el inicio de la ofensiva republicana. Esta mañana hemos llevado a cabo una prospección extensiva de los alrededores de este sitio acompañados de aficcionados y detectoristas vinculados muchos de ellos a la asociación Frente de Madrid. Es de sobra conocida la tensa relación entre los detectores de metales y los arqueólogos. Las prácticas futivas en yacimientos arqueológicos (a menudo reflejadas en los medios de comunicación) se vinculan directamente con un uso ilícito de estas herramientas. De ahí la prevención de muchos colegas de la profesión ante aquellos aficcionados al mundo de la guerra civil española. En todo caso, el vacío legal existente hace que las materialidades del conflicto no gocen de una consideración patrimonial. Por lo tanto, de entrada, nadie está cometiendo ningún delito. Ante esta cuestión, nuestro equipo de trabajo cree firmemente en una Arqueología Pública que dé cabida a todos los agentes implicados en el proceso de patrimonialización de la guerra civil española. Conocernos ayudará a superar prejuicios y suspicacias; compartir experiencias puede contribuir a una concienciación patrimonial; trabajar juntos nos permite aprender, a todos. Contamos con buenos precedentes, como el proyecto de prospección en los frentes de Bizkaia en el que participan detectoristas y arqueólogos de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, bajo los auspicios del Gobierno vasco.
Detectoristas y arqueólogos en la Enebrá.
Nuestro objetivo hoy fue georreferenciar con GPS los puntos señalados por los colegas detectoristas con vistas a elaborar un plano de detalle de los combates en el entorno de la paridera. Hemos registrado desde los contornos de los cráteres producidos por impactos de artillería, hasta los numerosos restos de metralla esparcidos por toda la zona.
Recogida y georreferenciación del material documentado con detector de metales.
El terreno aparece plagado de impactos de bombas de aviación, morteros y granadas de artillería. Los cartuchos, casquillos percutidos y proyectiles nos indican bien a las claras las armas con que contaban los soldados republicanos. Hemos documentado casquillos de Lebel (WESTERN 1918), Mosin-Nagant e incluso munición mejicana. Excedentes de otras guerras que llegaron al territorio leal gracias a la ayuda soviética.
Conjunto de casquillos de Lebel.
Regulador de tiempos de un metrallero.
Bala deformada de procedencia mejicana.
También hemos recuperado objetos y parte del equipamiento que acompañaba a los soldados: suelas de zapato, un reloj e incluso una insignia del cuerpo de ingenieros. La asociación de objetos nos permitirá documentar lugares de enterramiento de combatientes que lucharon en esta batalla.
Insignia del cuerpo de ingenieros.
Las relaciones de pareja siempre son complicadas, pero lo que las hace posible es la necesaria comprensión mutua. Los arqueólogos hemos aprendido mucho del saber atesorado por los detectoristas, sobre todo su conocimiento detallado de tipologías de armas y munición. Por su parte, nosotros hemos intentado inculcar la importancia de los contextos arqueológicos. Todos hemos puesto nuestro granito de arena. Es un primer paso.