lunes, 29 de julio de 2013

Arqueología y memoria del socialismo real


 

Mientras en España el conflicto civil acabó con la instauración de una dictadura de derechas, en el este de Europa el fin de la Segunda Guerra Mundial condujo a la proliferación de regímenes dictatoriales de corte comunista. El fin del denominado "socialismo real" a partir de 1989 permitió que en diversos países se revisara la historia reciente, generalmente con apoyo estatal, y se recuperara la memoria de aquellos que perdieron su vida o fueron perseguidos por oponerse a las respectivas dictaduras. Dos casos interesantes son los de Polonia y la República Checa.

En ambos países la mayor parte de los monumentos comunistas han sido destruidos o retirados del espacio público. En Polonia se creó en 1998 un Instituto de la Memoria Nacional que tiene como objetivo honrar la memoria de quienes lucharon contra el nazismo y el comunismo, compensar a las víctimas de crímenes de estado e investigar y documentar dichos crímenes, en concreto los cometidos por el estado polaco durante la dictadura comunista. Como parte de esta labor, recientemente se ha creado la Base Genética Polaca de Víctimas del Totalitarismo y se subvencionan exhumaciones de represaliados bajo coordinación de la Universidad Médica de Pomerania.

En la República Checa se pueden visitar los campos de trabajos forzados del régimen comunista. Uno de ellos es Vojna. En este y en otros campos vecinos, los enemigos del régimen estalinista de Checoslovaquia fueron obligados a trabajar en condiciones terribles en las minas de uranio. En la actualidad ha sido reconstruido siguiendo su aspecto original (con barracones, torres de vigilancia y alambradas) y aloja un pequeño museo en el que se ofrece información sobre la historia de la represión comunista a través de textos, fotografías, planos y objetos originales. En una de las estancias se recoge el nombre de las cerca de 250 personas ejecutadas durante los 40 años que duró el régimen (un cuarto de millón sufrió encarcelamiento y varios miles murieron durante el cautiverio). A la salida del museo se pueden leer unas palabras de Vaclav Havel: "No debemos olvidar nunca a la gente que fue maltratada, torturada hasta la muerte o ejecutada. Y no debemos olvidar, en particular, a todos aquellos que los maltraron y torturaron".

Campo de concentración de Vojna en la actualidad

Las dictaduras no solo destruyen el presente de quienes las sufren. También envenenan el futuro de los pueblos y distorsionan su pasado. No hay una fórmula sencilla de acabar con el legado dictatorial. En cualquier caso, es una labor que pasa por hacer justicia, honrar a las víctimas, investigar críticamente la historia y hacerla pública. Mientras en España no se lleven a cabo iniciativas como las mencionadas como política de Estado, estaremos muy lejos de superar la losa del franquismo.

viernes, 26 de julio de 2013

De las Brigadas a los Andes (II)


John Murra trabajó en 1942 y 1943 con John Dollard y Ruth Benedict entrevistando a los veteranos de la Brigada Lincoln. En esa época se alistó voluntario para combatir en la IIª Guerra Mundial pero su solicitud fue desestimada por ser persona de lealtad dudosa. Su activismo político y su paso por la guerra civil comenzaban a ser un incordio. En vez de ir al frente impartía antropología en la Universidad de Chicago: Cuando otros fueron a pelear, yo daba clases, explicaba el sistema matrilineal de los Ashanti, declararía años después. La paranoica persecución del macartismo también afectó a este científico, considerado como poco adicto a la Constitución. De hecho, Murra sólo alcanzaría la nacionalidad estadounidense en 1950. Para aquellos que siguen pensando que no existe relación entre ciencia y política, abordamos aquí otra anécdota biográfica sobre este exbrigadista. El lanzamiento al espacio del Sputnik por parte de los soviéticos causó auténtico pánico en el Gobierno estadounidense que destinó miles de millones de dólares a la investigación en ciencia e innovación, a través de la National Science Foundation. Gracias a esta ayuda, Murra desarrolló su proyecto de arqueología de campo de Huánuco Pampa. 

Nuestro compañero Carlos Marín se preguntaba si la experiencia en la guerra civil había condicionado la investigación de estos brigadistas metidos a antropólogos. En el caso de Murra este hecho es corroborado por su propio testimonio. Así por ejemplo, en una entrevista concedida al peruanista John Rowe hace repaso no sólo a su paso por la guerra civil española sino a la propia historia de Centroeuropa en el primer tercio del siglo XX. Citamos ab extenso párrafos de esa entrevista en la que podemos ver reflejada la genial mirada crítica de un individuo que sabía analizar las comunidades humanas, desde las fábricas de Croacia y las cárceles de Rumanía, hasta las propias brigadas internacionales:
A la postre, nunca estudié en una universidad rumana. En mi último año de liceo fui expulsado por pertenecer a las juventudes de la Social-Democracia, una organización legal. Finalmente me presenté a los exámenes nacionales para mi bachillerato como estudiante particular. Mientras tanto, primero en Rumanía y luego en Croacia, mi padre me consiguió trabajo como aprendiz en fábricas de papel. El creció en un orfanato y a la edad de doce años ya había comenzado a trabajar; aunque nunca realizada, su fantasía perenne fue la de convertirse en el primer fabricante de papel para cigarrillos del país. Yo estaba destinado a ser su técnico. En Croacia trabajaban turnos de doce horas con descansos de veinticuatro, lo que les permitía contar con luz solar para atender sus cultivos, día de por medio. En ambas naciones era cosa de rutina que mis compañeros de trabajo me invitaran a sus casas, donde la conversación giraba alrededor de los cultivos, las ceremonias de cosecha, la reforma agraria de 1918. También conocían los sindicatos, legales en Rumanía y clandestinos en Croacia. El trabajo en las fábricas de papel fue una importante experiencia educativa; me gusta pensar que me preparó para el trabajo de campo etnográfico. Conocí la primera generación de trabajadores industriales balcánicos, quienes, en su mayoría, eran campesinos serranos arrancados de sus fincas.
En Rumanía todos los obreros eran varones; en Croacia, país al que yo veía como "europeo", también las mujeres trabajaban en las plantas. El señalar tales diferencias parecía tan natural como la permanente conciencia de la etnicidad: los serbios y los croatas podían hablar el mismo idioma, pero mis compañeros de trabajo constantemente insistían sobre las diferencias. La brecha étnica entre ellos era tan amplia, que no recuerdo situación alguna en la que fuese pasada por alto. Sin embargo, de hecho, se me había preparado desde la infancia para advertir tales diferencias. Sólo las mujeres gitanas vendían maíz y nadie más cargaba bultos sobre la cabeza; el yogur llegaba a casa todas las tardes y sólo los búlgaros lo repartían; los dulces eran hechos por sajones o griegos. Los húngaros de mi edad hablaban rumano con frecuencia, pero ninguno de los rumanos que conocía admitía saber húngaro, a pesar de que entre nosotros vivían tres millones de hablantes nativos de esa lengua. A los dieciocho yo no tenía ni idea de que el clasificar tales diferencias podía ser una ocupación, que uno podía ganarse la vida observando la diversidad étnica. 
También resultaron aleccionadoras algunas breves detenciones entre 1933 y 1934: los prisioneros se segregaban, no sólo por grupo étnico, sino también por credo político. Decenios más tarde, la novela carcelaria de José María Arguedas El sexto me pareció conmovedoramente familiar. El ascenso de Hitler al poder estimuló a la Guardia de Hierro rumana a exigir "pureza racial": se oían muchas versiones de lo que esto podía significar en un país tan multiétnico. Una vez pasé un mes en una cárcel de provincia, donde yo era el único "rojo" entre unos veinticinco miembros de la Guardia de Hierro que acababan de asesinar al primer ministro. Me escapé de algunas de las palizas que se me venían encima cuando se supo que yo era experto en jugadores y tácticas de fútbol.
 
En 1936, nada en la vida académica podía compararse con las exigencias de la política. En el otoño, cuando en las universidades de la nación se inició el reclutamiento para formar una brigada internacional que fuera a la guerra civil española, estaba preparado para enrolarme. Y es justo lo que hice, y fue así como aprendí castellano y cómo llegué a convertirme en estudioso del mundo andino. Tres años más tarde, cuando logré regresar a la Universidad de Chicago, mi interés en la política se estaba desvaneciendo. Pocas experiencias pueden ser más benéficas que la participación en una guerra civil moderna para explorar las realidades del centralismo "democrático" o la presión ejercida por los lazos nacionales y étnicos sobre la posición de clase. Como miembro políglota, aunque subalterno, de la plana mayor de las brigadas internacionales en Albacete, fui testigo de cómo las decisiones que afectaban a miles de personas las tomaban gente que no era española y cuyo rango y autoridad venía de fuera de la República, de sus respectivos comités centrales. Si bien es cierto que en el frente los líderes militares eran frecuentemente promovidos en el campo de batalla y que algunos eran excelentes comandantes, los de la contraparte política eran abrumadoramente incompetentes. De los comisarios británicos, canadienses y estadounidenses a quienes serví durante el primer año de la guerra, sólo retengo a uno en la memoria como capaz de llevar a cabo sus funciones especializadas: Steve Nelson, croata de Pensilvania, cuya autobiografía demasiado desteñida y defensiva, con pretensiones de "historia oral", fue publicada hace algunos años. Se merece algo mejor.
Lo ganado en los dos años de participación en el estado mayor y en la línea de combate (1937-1938) fue una valoración, compartida por pocos académicos, del talento que implica la destreza militar y una permanente admiración por el pueblo español; de haber triunfado la República, dudo que hubiera regresado a los Estados Unidos. Hacia noviembre de 1938, la mayoría de los extranjeros que estaban de nuestro lado y que provenían de países democráticos fueron repatriados; sin embargo, el mayor número de voluntarios era de ciudadanos de regímenes dictatoriales de Europa Oriental, los Balcanes, Italia y Alemania. No se nos admitió en Francia hasta febrero de 1939 y fuimos entonces encerrados tras alambradas de púa en las playas al este de Perpiñan. Después de unos seis meses en varios campos, logré regresar a Chicago.
Los años 30 eran así. Franco representaba no sólo una España en peligro, detrás de él estaban Hitler y Mussolini. Yo tenía sólo 20 años, era más atrevido e ignorante. Pero aprendes muy rápido, sobre todo cuando sales de tu trinchera para atacar mientras el enemigo te espera en la suya con su ametralladora...

domingo, 21 de julio de 2013

De las Brigadas a los Andes (I)


Este mes estamos trabajando en Chile en el marco del proyecto Ecología Política en la Puna Atacameña codirigido por Frances Hayashida (University of New Mexico), César Parcero (INCIPIT, CSIC), Diego Salazar y Andrés Troncoso (Universidad de Chile). Nada más llegar, en conversaciones informales con compañeros especialistas en Arqueología andina, comenzó a salir el nombre de John Murra (1916-2006), uno de los padres de la investigación sobre el Imperio Inka, un tipo peculiar, con un agudo sentido crítico y un humor a prueba de bombas. Traemos a colación a este científico social para complementar un post anterior firmado por el compañero Carlos Marín y titulado Bandas, tribus, jefaturas… y brigadas internacionales.

El judío John Murra nació en Ucrania, de ahí pasó a Rumanía y de adolescente comenzó a trabajar en una fábrica en Croacia. Proletario activista en la lucha comunista acabó con sus huesos en la cárcel en varias ocasiones. Para alejarlo de esta existencia problemática, un pariente, contrabajista de la Sinfónica de Chicago, lo reclamó desde los EEUU. Fue allí donde Murra se matriculó en la Universidad para cursar Sociología. Muy sonada fue la clase en la que interrumpió al maestro Radcliffe-Brown para espetarle: ¿Y qué pasa con la lucha de la clases? Siempre combativo, fue detenido de nuevo por alborotador en varias ocasiones. Consiguió el Bachelor onf Arts en Sociología en 1936, justo cuando surge su interés por la antropología y da comienzo la guerra civil española. Su militancia en las Juventudes Comunistas le lleva a enrolarse en las Brigadas Internacionales. Llega al puerto francés de Le Havre en 1937, con veinte años. Su formación políglota le lleva a colaborar con la red que pasaba combatientes voluntarios a la zona leal republicana por los Pirineos. Una vez en España, trabaja como traductor del Estado Mayor Político de las Brigadas Internacionales en Albacete. En febrero deserta de este puesto para incorporarse al frente, lo que le lleva de nuevo a la cárcel. En todo caso, consigue su objetivo y participa en el cruce republicano del Ebro formando parte del 58 Batallón Lincoln, XV Brigada. En la ofensiva es herido de gravedad y retirado a la retaguardia. Con la caída de Catalunya ingresa en varios campos de concentración franceses. Retorna a USA y continúa su postgrado en Antropología. 
Brillante docente de la Universidad de Chicago se especializa en etnohistoria con una tesis doctoral sobre el Valle del Cañar (Ecuador). En el marco del final de la IIª Guerra Mundial, Murra forma parte de toda una generación de intelectuales que va a reflexionar sobre las causas del ascenso del totalitarismo. En su caso, pesará mucho la experiencia en la guerra civil, en donde se desentiende del comunismo para abrazar ideas anarquistas. Desde la antropología, retoma los conceptos de Polanyi de reciprocidad y redistribución para elaborar su teoría socioeconómica sobre el sistema de poder que sostiene el Imperio incaico. En su obra cumbre The Economic Organisation of the Inca State (1956, traducida e España en 1978) Murra desarrolla su hipótesis del control vertical de los pisos ecológicos como un modo de producción original de los Andes. Aquí analiza los mecanismos de solidaridad, cooperación y reciprocidad comunitarios desarrollados por las comunidades campesinas subalternas (ayllus) y cómo son destruidos por la redistribución Inka, un estado que poco tenía que ver con esa imagen de Estado del bienestar propuesta por otros antropólogos yanquis. En su opinión, el Imperio generó clases sociales subordinadas (aclla, yana, mitima) y acabó con unas comunidades andinas sin Estado, sin clases sociales y sin propiedad privada.

Fotografía publicada en el libro: Camaradas: relatos de un brigadista en la guerra civil española; de Harry Fisher.
De izquierda a derecha: Bienvenido Domínguez (Cuba), Jack Schulman, Joe Azar, Julius Deutsch. Detrás, en las mismas posiciones anteriores: Joe Stone, Mome Teitelbaum, Sam Stone, Robert Zimmer y John Murra.

viernes, 19 de julio de 2013

Enseñar la Guerra Civil Española


Ese es el reto que se proponen Maria Feliu Torruella y Francesc Xavier Hernàndez Cardona (Didpatri, Universida de Barcelona) en un libro de reciente aparición. Didáctica de la Guerra Civil Española (Editorial Graó, Barcelona, 2013) sugiere una serie de actividades y recursos para que los profesores de secundaria puedan trabajar la historia de la guerra en las aulas de forma amena y participativa.

La obra cubre tanto la Guerra Civil propiamente dicha como el período de la dictadura franquista y aborda al mismo tiempo las formas de conmemoración en el presente. Lo que se nos propone ante todo es una historia social, que nos acerca a los protagonistas anónimos del período, a la vida cotidiana, a las experiencias y a las memorias de la gente (civiles y militares). Cada capítulo ofrece una serie de recursos bibliográficos y páginas web para profundizar el conocimiento y desarrollar nuevas actividades. Las que los autores han diseñado son de lo más diverso e incluyen trabajos sobre historia oral en la localidad, un mercadillo de la Guerra Civil, un estudio sobre la pervicencia de monumentos franquistas y republicanos, el análisis de fotografías aéreas para interpretar campos de batalla, la comparación crítica de documentales de la época... La recreación histórica también tiene un hueco en este libro como importante herramienta didáctica que es.

Feliu y Hernàndez son conscientes de la importancia de los testimonios materiales y los lugares a la hora de transmitir el mensaje histórico. Los campos de batalla, los vestigios de la guerra expuestos en museos, los monumentos o las fosas comunes son al menos tan importantes para comprender el conflicto como los periódicos, películas, documentos artísticos u obras literarias que se tienen más habitualmente en consideración. Todos estos elementos se nos presentan  aquí como fuentes históricas en igualdad de condiciones. De hecho, el libro incluye un capítulo sobre arqueología (con un apartado específico dedicado a Charlie).

El objetivo de los autores no es solo que los alumnos de secundaria conozcan mejor la Guerra Civil, sino que la conozcan de forma crítica, involucrándose en la producción de conocimiento a partir de las fuentes primarias, y que el desarrollo de ese espíritu crítico (espíritu de historiador, al fin y al cabo) les sirva para reflexionar sobre la paz y los valores democráticos.

Didáctica de la Guerra Civil Española

Autores: Maria Feliu Torruella y Francesc Xavier Hernàndez Cardona.
Editorial: Graó.
Lugar de publicación: Barcelona.
Serie: Biblioteca de Íber, 297.
Fecha de publicación: 2013.
ISBN: 978-84-9980-493-4
162 páginas, 64 imágenes en blanco y negro.

Índice

Introducción: Una lejana guerra de la primera mitad del siglo pasado.
1. Memorias e historias de vida.
2. Paisajes de guerra y museos.
3. Espacios de represión.
4. Patrimonio monumental y monumentos.
5. Objetos, artefactos y documentos.
6. Arqueología.
7. Cartografía y foto aérea.
8. Fotografía.
9. Documentales y cine.
10. Prensa.
11. Literatura.
12. Arte.
13. Cómics, relatos e iconografía.
14. Banda sonora de una guerra.
15. Juegos.
16. Recreación histórica.

viernes, 12 de julio de 2013

El honor de los déspotas


El artista Eugenio Merino se ha visto obligado a pasar por los tribunales por haber vulnerado el honor de Francisco Franco. Su delito, que ya tratamos aquí, fue instalar una estatua del dictador en una máquina expendedora de refrescos ¡Intolerable! El señor Merino tendría que haber probado a realizar otro tipo de performance más impactante y más segura (jurídicamente hablando): participar en el asesinato de 150.000 personas. Que se sepa, a nadie en España le han condenado por un crimen de estas características. Por tratar de investigarlo sí, pero desde luego no por cometerlo.

La fiscalía defiende a Merino, lo cual es bastante indicativo de la sinrazón de la demanda interpuesta por la Fundación Francisco Franco. La defensa del fiscal consiste en afirmar que la instalación no vulnera el honor de Franco. Me parece que lo primero que deberíamos plantearnos es si una persona que ha cometido crímenes contra la humanidad tiene derecho al honor o al menos un derecho al honor semejante al resto de los mortales ¿el honor de Idi Amin, Pol Pot, Ceaușescu, Karadzic? Un individuo como Franco que lideró un golpe de estado, contribuyó a desencadenar una guerra civil, es responsable directo de la muerte y tortura de miles de oponentes políticos y que gobernó un país ilegítimamente durante cuarenta años ¿merece algún tipo de respeto?

Personalmente, creo que Eugenio Merino se pasó de respetuoso. Yo habría puesto a Franco copulando con un mandril o, por qué no, con el zombi de Fidel Castro. Claro que entonces igual ya no hablaríamos de arte, sino de una portada de El Jueves. Pero ¿se merece Franco otra cosa?

martes, 9 de julio de 2013

El hundimiento

Albert Louis Deschamps, Ciudad Universitaria de Madrid, 1939.

Existen varias descripciones de los últimos días de la Guerra Civil y los primeros días de la España, una, grande y libre: el golpe de Casado, la rendición de la República, soldados que abandonan las trincheras y se vuelven andando a su casa, oficiales republicanos que conducen obedientemente a sus hombres al campo de concentración, masacres y ajustes de cuentas...

¿Pero que significó el hundimiento desde un punto de vista material? Tenemos que imaginar las trincheras, hasta entonces rebosantes de gente y actividad, de repente vacías... pero no de cosas. Detrás quedaron toneladas de suministros, munición, objetos personales, basura de todo tipo, alambre de espino, piquetas, medicinas, armas. En algunos casos los vecinos de los pueblos en primera línea del frente se alimentaron de latas de la Guerra Civil hasta bien entrados los años cuarenta. El hundimiento trajo consigo también niños y adultos mutilados por la explosión de granadas y proyectiles de artillería y el conseguiente trabajo del Servicio de Recuperación del Ejército, que no solo recogió toneladas de material bélico, sino que lo clasificó convenientemente y publicó tipologías -auténticos arqueólogos del presente. Su trabajo lo complementaron los vecinos de los pueblos afectados por la guerra. El chatarreo se convirtió en tarea muy lucrativa durante la Segunda Guerra Mundial, cuando la maquinaria de guerra alemana necesitaba todo el metal del mundo (literalmente).

El hundimiento dejó también un paisaje en ruinas que duró décadas. Ahora cuesta pensar que a finales de los años 50 en el Paseo de Rosales, en Madrid, había todavía casas bombardeadas en las que vivían familias sin recursos como "okupas". Las primera semanas de paz asistieron a la conversión de docenas de edificios en centros de detención improvisados, donde se agolpaban miles de prisioneros republicanos en condiciones infrahumanas. Mientras, las fosas del Cementerio de la Almudena no dejaban de crecer.

El final de la República fue también el de un sistema material. Escudos en edificios oficiales, uniformes, monumentos, emblemas, papel timbrado, dinero. De la noche a la mañana toda la cultura material republicana debía desaparecer y ser sustituida por la neoimperial y nacional-católica del franquismo: águilas y cruces de piedra, escenarios de escayola a modo de fantasía barroco-fascista, graffiti con el busto de Franco, nuevos monumentos, uniformes, billetes, sellos.

Pensemos en la sensación de tener en las manos miles o millones de pesetas y que de repente no valgan nada de nada. Eso fue con lo que se encontraron muchos españoles, incluidos los pagadores del ejército, al rendirse la República. Como el Teniente Antonio Mayorgas de la 27 Brigada Mixta, originario de Lucena (Córdoba) y destinado en la Sierra Norte de Madrid. Antonio bajaba regularmente a la capital a buscar la paga de la tropa. Pero el 28 de marzo de 1939 se encontró conque los billetes que tenía entre las manos ya no eran dinero. Peor, se habían convertido en un documento peligroso. Antonio podía haberlos quemado o entregado a las nuevas autoridades. Pero decidió conservarlos. Los guardó en una caja, donde permanecieron durante décadas. Allí permanecen, de hecho, hoy: decenas de miles de pesetas en billetes de los años 30. El salario sin valor de unos soldados vencidos.



La mayor parte de esos soldados, como el propio Teniente Mayorgas, acabaron con sus huesos en campos de concentración y cárceles. Algunos serían ejecutados. Pero Antonio Mayorgas pudo salir del campo de Alcalá de Henares y regresar a su hogar. De la República no solo conservó uno de los mayores símbolos de soberanía en un Estado moderno - el dinero. También guardó una medalla con la efigie de la República y el busto de Pablo Iglesias.



Setenta años después del hundimiento, apareció, como un espectro, escondida en una mesilla de noche.