Boris Koseleff, apátrida del Batallón Edgar André, caído en la Casa de Campo
La posición de Casa de Vacas que estamos excavando la ocuparon brigadistas del batallón Edgar André. La mayor parte eran alemanes pero también había yugoslavos, húngaros, griegos y españoles. 52 brigadistas del André murieron en combate y 140 cayeron heridos en menos de un mes, entre el 9 de noviembre y el 5 de diciembre de 1936. En la lista de caídos varios figuran como staatenlos. Apátridas. Un estatus con resonancias románticas pero que resulta trágico en una sociedad donde la pertenencia a un Estado garantiza los derechos básicos. Los apátridas centroeuropeos del siglo XX, como Hannah Arendt o Stefan Zweig, lo saben bien.
Los apátridas del Edgar André combaten en una guerra que puede ser perfectamente la suya, porque no pertenecen a ningún lugar. Lo han perdido todo, excepto la vida. Por ahora.
Los alemanes, los yugoslavos, los húngaros y los españoles luchan codo con codo en una trinchera de 300 metros en la Casa de Campo. Se enfrentan a una lluvia de balas, granadas de mortero y disparos de artillería. "Desde el amanecer hasta el anochecer no paró ni un solo momento el fuego de los morteros y de la artillería", escribe el jefe de la primera compañía, Philipp Shuh. Y damos fe de ello. Frente a los parapetos de la trinchera que excavamos aparecen cientos de fragmentos de metralla.
Los brigadistas comienzan a caer: "Un camarada ocupa mi antigua tronera", prosigue Schuh, "Unos momentos después lo veo tambalearse, su cara muy ensangrentada; tiene una herida grave en la mandíbula. Pocos momentos después cae herido nuestro camarada Mathes. Dos balas le habían atravesado los riñones. Muere en nuestros brazos".
Los brigadistas mueren y matan. Disparan tiro tras tiro y los cargadores de Enfield van cubriendo los parapetos y el suelo de la trinchera. Esto no lo dice Shuh, pero lo sabemos nosotros: porque lo excavamos y lo vemos con nuestros propios ojos. Las guías de peine se cuentan ya por decenas y apenas hemos comenzado la excavación.
Guías de fusil Enfield calibre 0,303
Guías in situ en la trinchera
El enemigo está a menos de 40 metros, dice Shuh. A mucho menos a veces, decimos nosotros: algunas balas de ametralladora disparadas desde la trinchera se encuentran impactadas sobre el suelo a poca distancia, prueba de que se disparaba a tiro rasante porque el enemigo ya estaba encima. Y mejor prueba que esto, la granada que encontramos a 20 metros del parapeto. Es una Quinto Regimiento, la bomba de mano que los republicanos tienen que improvisar en el último minuto porque el Ejército de África amenaza Madrid y no hay armas suficientes para pararlo. Y a falta de algo mejor, se cortan tubos de calefacción de tren, se rellenan de pólvora y se les pone una mecha. Un arma tosca para una guerra salvaje.
Los yugoslavos, los alemanes y los húngaros se defienden de los españoles y marroquíes, que avanzan implacablemente, usando fusiles británicos comprados a la Unión Soviética que disparan cartuchos estadounidenses que son excedentes de una guerra en Francia. Y mientras algunos no tienen patria, otros tienen patrias fuera de lugar, o patrias confundidas y la patria de los objetos, que está siempre clarísima, y las de las personas, tantas veces en duda, se mezclan aquí, en la Casa de Campo, en el fragor del combate.
Y resumen, de golpe, la historia del siglo XX.
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