Balas de 7 mm documentadas en la prospección de la Ciudad Universitaria
Pese a los muchos años que llevamos haciendo arqueología de la Guerra Civil, me cuesta no sorprenderme al encontrar los restos del conflicto a flor de piel, en los lugares más insospechados. Espacios cotidianos como la Casa de Campo o la Ciudad Universitaria en Madrid están literalmente acribillados de historia.
Quizá lo que más sorprende es que la mayor parte de los paisajes en los que trabajamos se han visto despojados de su memoria humana. Han quedado marginados en los partes de guerra, olvidados en las autobiografías, dejados de lado, hoy, en las rutas históricas. La gente que nos visita se maravilla ¿cómo es que hay trincheras aquí? ¿Es posible que encontréis tantas cosas en este parque que he visitado tantas veces? ¿así que esta trinchera era republicana? Comparto su sorpresa. La memoria humana tiene sus límites. No puede almacenarlo todo. Pero la tierra recuerda lo que nosotros no hemos podido o no hemos querido recordar.
Los arqueólogos somos testigos de segunda mano de la historia, pero testigos al fin y al cabo. Y lo que hacemos es dar testimonio -fragmentario, confuso, equivocado a veces- de lo que vemos (¿pero qué testimonio no es ambiguo, incompleto, con frecuencia erróneo?). Y no sé si es por su carácter testimonial, o porque sus pruebas son materiales o porque aparecen en lugares insospechados, pero el caso es que la arqueología produce una cierta inquietud. Una inquietud que no es extensible, por las razones que sean, a otras disciplinas que estudian el conflicto.
Jaime González escribe hoy en el diario ABC en relación a nuestras excavaciones que si los huesos pudieran hablar dirían "cuidado, mucho cuidado". Por algún motivo los huesos, los casquillos y las latas dan miedo. Estoy seguro de que Jaime González no escribiría lo mismo sobre el trabajo de un historiador en un archivo. Los documentos, que sí hablan una lengua inteligible, no despiertan tantos temores. Solo la labor de los arqueólogos, testigos imperfectos de la tierra acribillada, es peligrosa ¿por qué será?
1 comentario:
Parece que aún pervive en nosotros ese miedo que enmudeció a nuestros padres.
Yo, asiduo de la Casa de Campo desde niño, no supe por boca de mis padres qué eran esos restos de hormigón donde me refugiaba para jugar.
Viendo esas balas, imagino que fueron disparadas por una persona contra otra persona, las balas no saben nada, matan igual a un inocente; niño o adulto. Son una intención, una defensa o simplemente una perversión de los humanos inteligentes. Nosotros sí que sabemos.
Cuánto se aprende de estas lecciones enterradas, aunque a Manuela Carmena la Guerra Civil le parezca cosa de viejos, sólo le falto decir que ocultando la guerra, esta no existe. Flaco favor hace esta izquierda a la memoria histórica popular y auténtica.
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