Paseo fotográfico por Untzaga/Unzá.
Las 8:30 de la mañana
del domingo 3 de diciembre. Día Internacional del Euskera y tercer día de copiosa
nevada otoñal. Dentro de esta serie de paseos vecinales por la(s) memoria(s) de
la Guerra del 36 en el frente alavés, hoy toca el pueblo de Untzaga/Unzá
(Urkabustaiz), al pie de un paisaje que conocemos bien: el monte San Pedro.
Hoy realizaremos un
“paseo fotográfico” –humildemente inspirado en el trabajo de Ricard Martínez y
su Arqueologia del Punt de Vista en
Barcelona– utilizando para ello imágenes del Archivo Municipal de
Vitoria-Gasteiz. Hay una serie muy interesante de imágenes de requetés en el
“Frente de Orduña-Unzá”, tomadas por J. Heredia, el “Cojo de Hermua”, y que
queremos compartir con vecinas y vecinos del pueblo.
Al iniciar el trayecto
en coche y abandonar mi aldea –después del ritual invernal de descongelar las
lunas y palear la nieve–, paso por Urbina y veo que la estela que recuerda a
tres artilleros alemanes de la Legión Cóndor (y de la que ya hemos hablado
varias veces en este blog: parte
I, parte
II y parte
III) ha sufrido una nueva muestra de rechazo político. Ha sido parcialmente
destruida en varias ocasiones y, hace un año, alguien borró su inscripción.
Esta vez la acción está firmada por Ernai,
grupo juvenil de la izquierda abertzale.
En la pasada primavera,
los artistas Iratxe Jaio y Klaas van Gorkum hicieron un molde sintético de la
estela, dentro del proyecto
The Materiality of the Invisible.
La obra se expuso en el Congreso de la European Association of Archaeologists (EAA), celebrado en Maastricht el pasado mes de septiembre. Con este
trabajo se pretendía abordar entre otras cuestiones, la gestión del legado
simbólico del franquismo a través de un ejemplo políticamente rotundo como éste.
Cierro este paréntesis
narrativo y aclaro que seguimos de camino a Untzaga.
Untzaga se sitúa al
borde de un gran precipicio sobre el valle del Nervión y fue una importante
base operacional para el Ejército sublevado. La Ofensiva de Villarreal
(noviembre-diciembre de 1936) abrió aquí un segundo frente que, como sabemos,
tuvo como resultado la toma republicana del monte San Pedro. En los meses
siguientes, cientos de requetés guarnecieron esta pequeña aldea y las fotos del
Cojo de Hermua así lo atestiguan.
Cañón franquista instalado en la parte sur de
Untzaga.
Nos reunimos más de 30
personas en el “Txoko” de Untzaga, la antigua escuela del pueblo. La chimenea,
más necesaria que nunca en este paisaje siberiano, está adornada con lauburus y
otros adornos vascos. En alguna que otra casa del pueblo se han visto carteles
de temática más o menos abertzale. Tomando café me encuentro leyendo en voz
alta los resultados electorales de febrero de 1936, comparándolos con la
sociología política actual.
Gráficos de resultados electorales de Urkabustaiz
en 1936 y en 2015.
Muchas cosas parecen
haber cambiado. El tradicionalismo carlista ha desaparecido electoralmente,
pero hace 80 años fue la fuerza que empujó a Álava y a Navarra a convertirse en
los territorios que más voluntarios ofrecieron a la causa de Franco. Bajo el
lema “Dios, Patria y Rey” se estructuró una cultura política de larga duración
y especialmente arraigada en el ámbito rural. A día de hoy parece que el
carlismo está muerto y enterrado, pero sólo basta con que rastreemos en
nuestras genealogías familiares para que encontremos su presencia.
Imagen de requetés frente a la casa de la familia
Urbina, en Untzaga.
Con unas hegemonías
políticas actuales contrarias a este pasado, la labor de contextualización es
totalmente necesaria. Quienes se identifican con las causas de los vencidos en la guerra –el nacionalismo
vasco y la izquierda en general– ocasionalmente encuentran incomprensible que
su familia perteneciese al bando vencedor.
A veces con una mezcla de vergüenza y de rechazo. En otros casos, en cambio, se
ha mantenido cierto orgullo, fosilizado hoy día en opciones políticas
conservadoras todavía arraigadas en los pueblos.
Fuerzas sublevadas posando frente al pórtico de
la iglesia.
Después de hablar de
la guerra, de las dos batallas en el monte San Pedro y del papel jugado por
Untzaga como retaguardia requeté, salimos a las calles y buscamos los lugares
que aparecen en las fotografías. Localizamos las casas que fueron ocupadas por
soldados. Incluso el viejo bar del pueblo, con una tabernera que no conseguimos
identificar. Rastreamos las instantáneas y buscamos elementos identificativos:
puertas, ventanas, caminos, esquinales, etc. Lecturas de paramentos y búsqueda
de rasgos materiales que aún hayan perdurado. De repente todo el mundo hace
Arqueología de la Arquitectura.
Requetés y tabernera en la entrada del viejo bar.
Este ejercicio es
realmente interesante por varios motivos. Para empezar, porque devuelve a la
comunidad local parte de su memoria gráfica, guardada en archivos desde hace 80
años. En segundo lugar, porque permite la implicación de cualquier persona
interesada: como acabo de decir todo el mundo hacemos Arqueología de la
Arquitectura. En tercer lugar, porque con el poder evocador de las imágenes
parece romperse la línea entre pasado y presente, en tanto que buscamos rasgos
imperecederos, continuidades y patrones comunes en el tiempo, así como
apreciamos los cambios materiales. Y por último, porque nos sirve para poner
rostro(s) a esas realidades culturales y políticas que ahora nos pueden parecer
extrañas.
Ante las repetidas
acusaciones que recibimos por “estudiar sólo lo de un bando”, con ejercicios
como éste se demuestra que trabajamos por la comprensión crítica de todos los
agentes en la guerra, señalando siempre las responsabilidades históricas de uno u
otro contendiente. Arqueólogas y arqueólogos construimos discurso histórico y
eso implica contextualizar. Incluso quienes somos “rojos” (y hasta
“separatistas”) también abogamos por ello.
Txoko de Untzaga.
Para acabar, sólo
queda decir que seguiremos trabajando en el frente alavés, con más actividades
abiertas a todo el mundo. Estas semanas de entrevistas, charlas y visitas
colectivas están siendo una verdadera lección de gestión patrimonial. Como
novato agradecido por naturaleza, sólo me queda dar las gracias a quienes hacen
posible este trabajo, ya sea en Untzaga, en Uzkiano, en Murua, en Manurga… y en
todas las demás aldeas que todavía tienen que lidiar con las cicatrices de un
conflicto cada vez más lejano pero todavía presente
Post by Josu Santamarina Otaola.
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