miércoles, 27 de diciembre de 2017

La guerra total en tu aldea (y III)





Paseo fotográfico por Untzaga/Unzá.

Las 8:30 de la mañana del domingo 3 de diciembre. Día Internacional del Euskera y tercer día de copiosa nevada otoñal. Dentro de esta serie de paseos vecinales por la(s) memoria(s) de la Guerra del 36 en el frente alavés, hoy toca el pueblo de Untzaga/Unzá (Urkabustaiz), al pie de un paisaje que conocemos bien: el monte San Pedro.
Hoy realizaremos un “paseo fotográfico” –humildemente inspirado en el trabajo de Ricard Martínez y su Arqueologia del Punt de Vista en Barcelona– utilizando para ello imágenes del Archivo Municipal de Vitoria-Gasteiz. Hay una serie muy interesante de imágenes de requetés en el “Frente de Orduña-Unzá”, tomadas por J. Heredia, el “Cojo de Hermua”, y que queremos compartir con vecinas y vecinos del pueblo.
Al iniciar el trayecto en coche y abandonar mi aldea –después del ritual invernal de descongelar las lunas y palear la nieve–, paso por Urbina y veo que la estela que recuerda a tres artilleros alemanes de la Legión Cóndor (y de la que ya hemos hablado varias veces en este blog: parte I, parte II y parte III) ha sufrido una nueva muestra de rechazo político. Ha sido parcialmente destruida en varias ocasiones y, hace un año, alguien borró su inscripción. Esta vez la acción está firmada por Ernai, grupo juvenil de la izquierda abertzale.

Estela alemana de Urbina (3 de diciembre de 2017).

                                                                 
En la pasada primavera, los artistas Iratxe Jaio y Klaas van Gorkum hicieron un molde sintético de la estela, dentro del proyecto The Materiality of the Invisible. La obra se expuso en el Congreso de la European Association of Archaeologists (EAA), celebrado en Maastricht el pasado mes de septiembre. Con este trabajo se pretendía abordar entre otras cuestiones, la gestión del legado simbólico del franquismo a través de un ejemplo políticamente rotundo como éste.

Cierro este paréntesis narrativo y aclaro que seguimos de camino a Untzaga.

Estela de Urbina en el proyecto artístico The Materiality of the Invisible (abril-septiembre de 2017).

Untzaga se sitúa al borde de un gran precipicio sobre el valle del Nervión y fue una importante base operacional para el Ejército sublevado. La Ofensiva de Villarreal (noviembre-diciembre de 1936) abrió aquí un segundo frente que, como sabemos, tuvo como resultado la toma republicana del monte San Pedro. En los meses siguientes, cientos de requetés guarnecieron esta pequeña aldea y las fotos del Cojo de Hermua así lo atestiguan.

Cañón franquista instalado en la parte sur de Untzaga.
                          
Nos reunimos más de 30 personas en el “Txoko” de Untzaga, la antigua escuela del pueblo. La chimenea, más necesaria que nunca en este paisaje siberiano, está adornada con lauburus y otros adornos vascos. En alguna que otra casa del pueblo se han visto carteles de temática más o menos abertzale. Tomando café me encuentro leyendo en voz alta los resultados electorales de febrero de 1936, comparándolos con la sociología política actual.

Gráficos de resultados electorales de Urkabustaiz en 1936 y en 2015.

Muchas cosas parecen haber cambiado. El tradicionalismo carlista ha desaparecido electoralmente, pero hace 80 años fue la fuerza que empujó a Álava y a Navarra a convertirse en los territorios que más voluntarios ofrecieron a la causa de Franco. Bajo el lema “Dios, Patria y Rey” se estructuró una cultura política de larga duración y especialmente arraigada en el ámbito rural. A día de hoy parece que el carlismo está muerto y enterrado, pero sólo basta con que rastreemos en nuestras genealogías familiares para que encontremos su presencia.

 Imagen de requetés frente a la casa de la familia Urbina, en Untzaga.

Con unas hegemonías políticas actuales contrarias a este pasado, la labor de contextualización es totalmente necesaria. Quienes se identifican con las causas de los vencidos en la guerra –el nacionalismo vasco y la izquierda en general– ocasionalmente encuentran incomprensible que su familia perteneciese al bando vencedor. A veces con una mezcla de vergüenza y de rechazo. En otros casos, en cambio, se ha mantenido cierto orgullo, fosilizado hoy día en opciones políticas conservadoras todavía arraigadas en los pueblos.

Fuerzas sublevadas posando frente al pórtico de la iglesia.

Después de hablar de la guerra, de las dos batallas en el monte San Pedro y del papel jugado por Untzaga como retaguardia requeté, salimos a las calles y buscamos los lugares que aparecen en las fotografías. Localizamos las casas que fueron ocupadas por soldados. Incluso el viejo bar del pueblo, con una tabernera que no conseguimos identificar. Rastreamos las instantáneas y buscamos elementos identificativos: puertas, ventanas, caminos, esquinales, etc. Lecturas de paramentos y búsqueda de rasgos materiales que aún hayan perdurado. De repente todo el mundo hace Arqueología de la Arquitectura.

Requetés y tabernera en la entrada del viejo bar.

Este ejercicio es realmente interesante por varios motivos. Para empezar, porque devuelve a la comunidad local parte de su memoria gráfica, guardada en archivos desde hace 80 años. En segundo lugar, porque permite la implicación de cualquier persona interesada: como acabo de decir todo el mundo hacemos Arqueología de la Arquitectura. En tercer lugar, porque con el poder evocador de las imágenes parece romperse la línea entre pasado y presente, en tanto que buscamos rasgos imperecederos, continuidades y patrones comunes en el tiempo, así como apreciamos los cambios materiales. Y por último, porque nos sirve para poner rostro(s) a esas realidades culturales y políticas que ahora nos pueden parecer extrañas. 
Ante las repetidas acusaciones que recibimos por “estudiar sólo lo de un bando”, con ejercicios como éste se demuestra que trabajamos por la comprensión crítica de todos los agentes en la guerra, señalando siempre las responsabilidades históricas de uno u otro contendiente. Arqueólogas y arqueólogos construimos discurso histórico y eso implica contextualizar. Incluso quienes somos “rojos” (y hasta “separatistas”) también abogamos por ello.



Txoko de Untzaga.

Para acabar, sólo queda decir que seguiremos trabajando en el frente alavés, con más actividades abiertas a todo el mundo. Estas semanas de entrevistas, charlas y visitas colectivas están siendo una verdadera lección de gestión patrimonial. Como novato agradecido por naturaleza, sólo me queda dar las gracias a quienes hacen posible este trabajo, ya sea en Untzaga, en Uzkiano, en Murua, en Manurga… y en todas las demás aldeas que todavía tienen que lidiar con las cicatrices de un conflicto cada vez más lejano pero todavía presente

Post by Josu Santamarina Otaola.

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