El pasado fin de semana realizamos un primer reconocimiento del terreno en Belchite y su entorno. Guiados por la mano experta de Pedro Rodríguez Simón, hemos visitado algunos de los lugares clave de la batalla que se desarrolló entre el 24 de agosto y el 6 de septiembre de 1937. También hemos explorado sitios anteriores y posteriores al enfrentamiento, porque nuestro objetivo es comprender el paisaje de la violencia de la Guerra Civil y la dictadura. Como arqueólogos.
Y Belchite es el mejor paisaje de conflicto con el que un arqueólogo pudiera soñar: un escenario escasamente modificado desde los años cuarenta en el cual todavía es posible imaginar la violencia de la guerra y sentir el peso de la dictadura.
Nuestra visita comenzó en el Mojón del Lobo, donde se conserva un entramado de galerías subterráneas desde donde la artillería republicana bombardeó el pueblo durante toda la batalla.
Nuestra siguiente parada fue en las ruinas del Seminario Menor, a las afueras del pueblo. Esta posición se encontraba defendida por requetés del Tercio de Almogávares que perdieron el noventa por ciento de sus efectivos (más de 200 hombres) en Belchite. Podría ser una batalla medieval, con esas ruinas mudéjares y almogávares anacrónicos, sino fuera por la artillería y las ametralladoras.
Unos 800 metros al norte de esta posición se encuentran las ruinas de la Ermita del Calvario, desde donde los republicanos hostigaban a los defensores de Belchite. En las paredes de la ermita se observan las troneras que abrieron los soldados para observar y disparar al enemigo.
Si nos alejamos un kilómetro y medio hacia el este, nos encontramos con la Paridera del Saso, un corral de ovejas rodeado de espectaculares fortificaciones (trincheras, galerías cubiertas, fortín) construidas por los franquistas antes de la batalla. Se suponía que tenían que ser inexpugnables, y de hecho lo parecen, pero los republicanos las tomaron con un golpe de mano nada más comenzar los combates. A priori, es un lugar estupendo para excavar por la entidad de los restos, aunque la gran colmatación y los derrumbes nos advierten de que el trabajo será arduo.
Parte del mismo esfuerzo defensivo lo constituye la llamada "Loma Artificial" al sur, compuesta por un entramado de trincheras y potentes fortines de hormigón, algunos de dos plantas. Es un lugar díficil de excavar, pero una prospección geofísica puede ofrecer resultados interesantes.
Uno de los objetivos prioritarios del proyecto es seguir la pista de las Brigadas Internacionales. Los brigadistas fueron los encargados de lanzar el asalto a Belchite (una lucha feroz, casa por casa) y seguir su pista efímera por las ruinas del pueblo no va a ser tarea fácil. Pero la arqueología del conflicto moderno ha desarrollado técnicas sofisticadas para documentar combates que han dejado trazas poco consistentes o cuyos restos se han visto alterados por procesos posdeposicionales (como actividades agrícolas). Utilizaremos estas técnicas para seguir los pasos de los brigadistas en el ataque final.
La participación de los internacionales resultó también clave en los alrededores. En Mediana, a diez kilómetros al norte, los británicos, desmoralizados y diezmados, lograron detener la llegada de refuerzos franquistas desde Zaragoza que trataban de romper el sitio. En el paisaje estepario se observan bien las huellas profundas de trincheras y abrigos. Que aquí se combatió es más que evidente: la tierra está regada de casquillos de Mosin, balas de Máuser y metralla de mortero. Entre las zanjas denfensivas vemos el suelo seco abierto de cuajo por las explosiones y alrededor de los cráteres esquirlas de metal, que parecen no haberse movido un ápice desde hace tres cuartos de siglo.
En realidad, todo parece inmóvil en las trincheras de Mediana: las trincheras mismas, los arbustos ralos, las piquetas de alambre de espino, el alambre de espino, las cajas de munición.
Para encontrar trazas de los norteamericanos vamos al Santuario de Nuestra Señora del Pueyo. Aquí Pedro excava desde hace unos años una ciudad romana con edificios monumentales, sepultados bajo otros edificios monumentales (los del santuario), todo ello rodeado, perforado de trincheras y abrigos. En este lugar soportaron los de la Lincoln el bombardeo de los Junkers alemanes y noventa y cinco minutos de fuego de artillería, cuando en la primavera de 1938 el ejército franquista lanzó su ofensiva de Aragón. Fue la "barbarie azul", pues, la que destrozó la iglesia del Pueyo. La restauraron en 1947, pero no tanto como para que no se vea que una guerra pasó por ella.
En el Campo de Belchite se han conservado en buen estado kilómetros y kilómetros de fortificaciones de todo tipo. Sin embargo, esto no es más que una parte de los restos del conflicto existentes. Como es bien sabido, el propio pueblo destruido por los combates quedó abandonado por decisión del nuevo régimen, como testimonio material de la "barbarie roja". Estas ruinas atraen hoy a miles de visitantes, aunque cada vez son más las ruinas del tiempo y menos las de la guerra.
Menos conocido es el paisaje de la represión y de la dictadura. Quizá porque está por todos lados y de tanto verlo hemos dejado de verlo. En Belchite se conserva particularmente bien: en primer lugar se encuentra el propio pueblo nuevo, un ejemplo perfecto de urbanismo franquista, en el que se mezclan elementos neotradicionales, nacional-católicos, historicistas y fascistas, una amalgama arquitectónica muy parecida a la propia ideología franquista.
El espacio franquista es un espacio disciplinario. Se observa claramente en Belchite, pero aún mejor en un lugar situado a pocos kilómetros del pueblo y que se conoce popularmente como "Rusia". Se trata de un poblado de nueva planta característico de los planes de Regiones Devastadas en los años cuarenta. Aquí se alojó, según parece, a los vecinos cuya devoción al régimen resultaba dudosa - de ahí el nombre: un poblado de "rojos". Podría ser un cuartel o un campo de concentración, con sus barracones paralelos idénticos en tamaño y forma. El cojunto está presidido por una capilla y entre la capilla y el poblado hay un gran espacio que recuerda a los patios cuarteleros o concentracionarios: el lugar donde se forma, se escuchan arengas, mítines o misas: el espacio para hacer a la gente española de verdad, buenos patriotas. Hoy en día el asentamiento está abandonado o semiabandonado: algunas de las viviendas se utilizan como almacenes. No nos será posible excavar aquí, pero sí levantar un plano detallado que nos ayude a comprender mejor la forma en que el espacio sirvió para construir sujetos dóciles en la Nueva España.
En el entorno de Belchite hay más espacios represivos: en el Seminario Menor hubo un campo de concentración por el que pasaron brevemente soldados internacionales y otros prisioneros republicanos, antes de ir a parar a otros campos o a la fosa común. Es un sitio complicado para excavar, por la cantidad de derrumbe y escombro y por la densidad histórica del lugar: se entremezclan los restos eclesiásticos del siglo XVIII, con los de la batalla de Belchite, con el campo de concentración.
En el propio Belchite todavía se conservan restos del campo de internamiento en el que malvivieron los trabajadores forzados encargados de reconstruir el pueblo. Y se sabe de otros campos que aún tendremos que localizar.
La posguerra fue una época de penuria para casi todos. Fue también un viaje a otro tiempo, aunque en realidad uno que nunca había existido: una mezcla de totalitarismo futurista y pasado imperial, medieval y primitivo. Primitivo para las familias empobrecidas y sin hogar que volvieron a habitar las cuevas a las afueras de Belchite: un lugar perfecto para llevar a cabo una arqueología de la posguerra.
Sin embargo, como en otros lugares de España, la gente sacó partido de la ruina: muchos fortines llevaron una nueva vida como casas, corrales o almacenes.
El paisaje bélico de Belchite es el sueño de un arqueólogo. Pero también puede ser su pesadilla. No solo por la compleja estratigrafía material, sino también por la estratigrafía de memorias. El de Belchite es hoy un paisaje memorial erizado de cruces y monolitos como un campo minado. Toda intervención arqueológica en un pasado conflictivo es una operación de riesgo que saca a la luz memorias incómodas, disonantes, que entran o pueden entrar en liza con las aceptadas e idealizadas (de unos y de otros). La arqueología es, ante todo, una ciencia y como tal es agnóstica: abre la tierra con precisión quirúrgica y expone lo que hay, lo bueno y lo malo, lo que nos gusta y lo que no.
En septiembre, comienza la operación.
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