martes, 7 de octubre de 2014

Una trinchera, una tumba


Las trincheras, pensadas para defender a los soldados, se han convertido muchas veces en su tumba. En ocasiones han quedado sepultados en ellas por el fuego artillero. Otras veces tras capturar una trinchera enemiga, los ocupantes simplemente echaron tierra sobre los cadáveres de los defensores. En la zona de Guadalajara donde excavamos los vecinos se desembarazaron de los muertos que llenaban sus campos en la posguerra arrojándolos a las zanjas y cubriéndolos con piedras.

El alto de La Molatilla, en Sotodosos, se convirtió en el escenario de una de las mayores carnicerías de la Guerra Civil en la provincia de Guadalajara. En la primavera de1938, durante la ofensiva republicana en el sector Abánades-Sotodosos, las tropas leales se enzarzaron en una dura lucha por esta posición que culminó con la captura del cerro el día 3 de abril, cuatro días después de que se iniciara el ataque. El día 16, la contraofensiva franquista consigue recuperar La Molatilla. En ambos episodios, tanto sublevados como republicanos sufrieron un enorme número de bajas. 

Las huellas del combate son perfectamente visibles en la actualidad: no existe un metro cuadrado de terreno que no esté perforado por cráteres de mortero, artillería pesada o bombas de aviación y sembrado de metralla. Al acabar la guerra, los vecinos debieron encontrarse el monte reducido a cenizas y lleno de cadáveres. 

En una de las trincheras encontramos restos humanos. Fueron sacados a la luz parcialmente hace años en una excavación furtiva. Esto dificulta reconstruir los hechos históricos, pero por lo que hemos podido inferir hasta ahora sabemos que los huesos pertenecen no a un soldado si no a dos. Los restos se encuentran desarticulados y mezclados con bloques de piedra, idénticos a los que colmatan el resto de la trinchera, por lo que es posible que fueran a parar allí en la posguerra. 



En la propia trinchera y en los alrededores encontramos trozos de metralla y espoletas de artillería y junto a los parapetos se aprecian cráteres de todos los tamaños dejados por las explosiones. 



Quizá nunca podamos llegar a saber qué es lo que mató a estos infortunados combatientes, si fue un trozo de metralla, una bala o la onda expansiva de una granada artillera. Pero viendo el campo de cráteres en que reposan sus huesos podemos imaginarnos el terror y la angustia de sus últimos momentos con vida. Recuperar sus huesos cuidadosamente nos permitirá saber más de ellos y sobre todo proporcionarles el enterramiento digno que se les ha negado durante 76 años.

2 comentarios:

Nemo dijo...

Hola: Respecto a la frase "En una de las trincheras encontramos restos humanos. Fueron sacados a la luz parcialmente hace años en una excavación furtiva. Esto dificulta reconstruir los hechos históricos." Sería más justo decir que sin esa excavación primera, lo más altamente probale es que los restos de estos dos combatientes muy probalemente no hubieran aparecido jamás, o tal vez en caso de aparecer, nunca hubieran llegado a conocimiento de arqueólogo alguno... Saludos.

Menoslobos dijo...

Para un soldado, aunque lo sea a la fuerza como en la mayoría de los combatientes de la GCE, el propio campo de batalla tampoco es una sepultura tan indigna como el trajín que le estáis dando a sus restos para rascar noticia. No creo que el tono melodramático y sensiblero con pretensiones de reflexión sobre tragedias colectivas usado en la redacción compense lo que es, en el fondo, buscar rédito mediático desenterrando muertos en combate, que ya se sabe que los huesos tienen mucho morbo.
Por cierto, el vocabulario no puede ser mas maniqueo... ¿porque no sencillamente decís "los buenos" y "los malos" y así acabamos antes? También podéis incluir en "los malos" a esos excavadores furtivos a los que primero pedís ayuda para hacer prospección y en lugar de dar las gracias aprovecháis para presentarlos como unos saqueadores. Al menos no lo son de tumbas...