Estos días excavamos en Abánades los restos de otro soldado. Lo enterraron sus compañeros en una paridera, apresuradamente, muy cerca de donde cayó. Lo mató una bala de 7 mm que le penetró el pecho, hacia el 1 de abril de 1938. Estaba casado y ya no era muy joven, aunque sí -mucho- para morir. Su atuendo no era militar: se sujetaba los pantalones con un cinturón con cierre de latón decorado con esmaltes. En el bolsillo derecho llevaba nueve pesetas y pico, republicanas. La alianza de oro, que ceñía un dedo pequeño y delgado, tiene una letra inscrita: "R".
Los arqueólogos no recuperamos muertos. Recuperamos vidas.
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