domingo, 22 de octubre de 2017

¿Cómo comienza una guerra?


Con mucha frecuencia la gente nos pregunta, o más bien se pregunta retóricamente ¿cómo pudo empezar la Guerra Civil? ¿Qué llevó a los españoles a matarse en masa? La respuesta más fácil y una de las más populares es que fue una locura colectiva. Pero desgraciadamente no es verdad. Aquí siempre hemos insistido en que las ciencias sociales tienen como objetivo explicar (o ayudar a comprender) los fenómenos sociales, por eso son ciencias. De ahí que la imagen de la locura transitoria no nos parece que ayude a clarificar mucho el pasado. Y tampoco el presente.

Es díficil explicar cómo empiezan las guerras. Cada guerra es única, porque en ella se conjugan factores históricos peculiares. Por eso, también, es difícil predecir cuándo va a comenzar un enfrentamiento bélico. Como sucede con los economistas, los que estudiamos la historia somos bastante buenos explicando lo que ya ha pasado, pero muy malos adivinando el futuro.

Por desgracia, la crisis por la que pasa España en este momento nos ayuda un poco a entender cómo empiezan los conflictos armados. También a entender cómo no empiezan, porque en España no va a haber una guerra, eso está claro. Nos encontramos en un ambiente muy tenso, donde cualquier juicio u opinión desencadena una inusitada violencia verbal por un lado o por otro. Enseguida queda uno encasillado en un bando. Por eso aquí evitaré emitir ningún juicio sobre la razón de ninguna de las partes implicadas, sobre las bondades de la unidad de España o de la Cataluña independiente. Creo que ambas posturas pueden ser defendidas legítimamenete y de forma argumentada, pero no es mi tarea como investigador del pasado -y menos aún como arqueólogo- el opinar sobre la forma en que debe organizarse nuestro país.

Pero sí creo que, como científico social, puedo reflexionar sobre cuestiones más generales. Que es de lo que se trata en esta entrada ¿Qué favorece que se desencadene la violencia colectiva?

Habría que comenzar diciendo que el ambiente tenso al que me acabo de referir es, en sí mismo, característico de situaciones prebélicas. Lo que no quiere decir que lleve a la guerra. Existen ocasiones donde la situación ha sido extremadamente tensa y los discursos muy agresivos sin que se haya producido una guerra (pensemos en el caso de la crisis de los misiles en Cuba, en 1962). Pero desde luego ayuda: la Radio Mil Colinas, que se dedicó a inflamar los ánimos de los hutus antes del genocidio, tuvo un papel clave en la masacre de Ruanda en 1994.


Es característico de situaciones prebélicas también que se extienda la idea de que la palabra ya no sirve. Que se ha acabado el momento del diálogo y que hay que pasar a la acción. Lo que no quiere decir que la ruptura del debate político lleve necesariamente a la guerra. Pero nuevamente, ayuda mucho. Recordemos la Guerra de Irak y el deseo del gobierno de Bush por acabar con las negociaciones, contra el juicio de la ONU y sus expertos.

Es típico también de ambientes previos a un conflicto armado que la gente enarbole banderas, cante himnos, repita eslóganes, demonice al contrario, lo perciba como un enemigo al que hay que vencer y no convencer. Lo que no significa que este ambiente más propio de un estadio de fútbol que de una democracia conduzca a un enfrentamiento armado. Porque aquí no va a haber un enfrentamiento armado. 

En España no va a haber una guerra. Pero no porque no exista el ánimo en muchos de someter al contrario o imponer su verdad por la fuerza, sino porque las guerras requieren de la conjunción de más factores que el voluntarismo de los patriotas, por muchos que sean estos. Elementos fundamentales, por ejemplo, en el caso de los conflictos civiles, son la división de las fuerzas armadas, la quiebra institucional y el colapso del Estado, como ha recordado hace poco el historiador Julián Casanova. Cosa que no se da en nuestro país.

Pero cuando veo tanta gente agitando banderas tan alegremente, no puedo dejar de recordar el ambiente de fiesta del comienzo de la Primera Guerra Mundial, especialmente en Inglaterra. Masas de ciudadanos salieron a las calles en pleno fervor patriótico para celebrar que su país había decidido sustituir la negociación por la imposición de la fuerza. Estaba clarísimo entonces para una mayoría que la única posibilidad para mantener el orden en Europa era por la fuerza de las armas, aunque ello implicara la guerra generalizada.


Británicos saludan la declaración de la guerra el 4 de agosto de 1914 en Londres. Más de ochocientos mil ciudadanos del Reino Unido perderían la vida durante el conflicto.
 
En ambientes prebélicos a los que primero se señala es a quienes abogan por la paz. Se convierten en enemigos peores que el enemigo -traidores, cobardes, derrotistas. En ambientes prebélicos los "hombres buenos", como describe el historiador Ruiz Manjón a los que optaron por el diálogo y la comprensión del otro y evitaron las soflamas incendiarias antes y durante la Guerra Civil, son, desgraciadamente, una minoría. Por eso, también, comienzan las guerras.

Conviene aquí recordar unas palabras escritas por un testigo de los dos conflictos mundiales: 
"Cuantos más brutales los medios, más resentidos estarán los enemigos, con lo que endurecerán la resistencia que se trata de vencer... cuanto más se trata de imponer una paz totalmente propia... mayores son los obstáculos que surgirán en el camino... la fuerza es un círculo vicioso -o mejor, una espiral- salvo que su aplicación esté controlada por el cálculo más razonado".
Estas palabras no son de ningún hippy. Las escribió el capitán Sir Basil Henry Liddell Hart, soldado y teórico militar. Fue uno de los principales adalides de la guerra mecanizada, también de la reconstrucción del ejército de Alemania Occidental en los años 50. Liddell Hart no era un pacifista y su postura es ante todo práctica. Imponer a toda costa la postura de uno, por mucha razón que se tenga, solo empeora los conflictos, cuando no los provoca. El militar británico lo sabía bien, porque la Paz de Versalles, que obligó a Alemania a una rendición incondicional y humillante después de la Primera Guerra Mundial, solo sirvió para allanar el camino a la siguiente. 

Se ha convertido en un lugar común decir que es necesario preservar el patrimonio de la Guerra Civil, o de cualquier guerra moderna, para aprender de nuestros errores. Estamos de acuerdo. Pero estudiar y musealizar trincheras y fortines sirve de poco si no entendemos qué condiciones se dieron en la sociedad para que comenzara la violencia.


__________
El texto de Liddell Hart está citado en la obra de F. Aznar Fernández-Montesinos, Entender la Guerra en el Siglo XXI. Ministerio de Defensa / Universidad Complutense, 2010.

1 comentario:

Anónimo dijo...

He dudado en hacer un comentario, por lo de "sin comentarios" como muestra de aprobación. Sólo un pequeño detalle, no todas nuestras ideas y deseos políticos son igual de legítimos, los hay que prefieren menos fronteras y países, menos banderas y más solidaridad, porque uno de los desencadenantes de las guerras es la economía; para qué repartir con los que tienen menos. La izquierda que yo conocía pintaba en las paredes la frase "Ni dios, ni patria, ni rey" los tiempos cambian, pero los motivos para las guerras siguen siendo los mismos; dios, patria y ricos.