Cobertizo
utilizado como puesto blindado franquista en Murua (Zigoitia, Álava)
Los pasados días 27 y 28 de octubre, en La Granja de San
Ildefonso (Segovia), se celebraron unas intens(iv)as jornadas sobre arqueología
y patrimonio de la Guerra Civil española, organizadas por el Centro de
Investigaciones Históricas CIGCE. El encargado de dar inicio a las ponencias
fue Alfredo González Ruibal, quien presentó un concepto sugerente, que ya se ha
ido dibujando en diferentes entradas de este blog: las ciudades de batalla.
Al igual que existen los campos de batalla en el ámbito
rural, éste de las ciudades de batalla se presenta como marco de comprensión
para los conflictos bélicos en escenarios urbanos. Alfredo diferenció esta idea
frente a la de la ciudad de guerra, en tanto que ésta se correspondería con
aquellos enclaves urbanos creados ad hoc
con una funcionalidad bélica: las ciudadelas de la Edad Moderna serían un buen
ejemplo de ello.
Las ciudades de batalla, en cambio, son paisajes
vividos que no tienen esa funcionalidad pero que, al verse inmersas en un
conflicto bélico, viven procesos intensos de transformación. El caso que mejor
ilustra esta idea y que más se ha analizado en este blog es el de Madrid durante
la Guerra del 36: la capital de la República se convirtió en un paisaje de
guerra, en el que muchos elementos civiles fueron militarizados y en el que,
por ejemplo, las facultades universitarias se transformaron en posiciones de
combate. La performatividad de la guerra es la que manda y la que interactúa
con un paisaje preexistente.
Paseo por
la memoria en Murua con la asociación Abadelaueta
(foto de Manolo Sáez de Castillo).
Esto mismo es lo que pudimos comprobar en otro paseo
realizado en colaboración con la asociación etnográfica Abadelaueta, entre los pueblos de Murua y Manurga (Zigoitia,
Álava). De forma similar a la ruta de la que hablábamos en el post anterior, el
objetivo de este paseo era también el de solapar dos estratos en el paisaje:
por un lado, el paisaje rural alavés actual, y por otro lado, el territorio
militarizado de 1936-37. Vecinas y vecinos de la zona fueron quienes nos
contaron sus historias familiares en esta zona del frente vasco, uno de los
puntos clave en la llamada Batalla de Villarreal (noviembre-diciembre de
1936). Además, dentro de la lógica del empoderamiento patrimonial, utilizamos
unos materiales ideales para la visita, pero que nunca antes habían podido ser
accesibles en estos pueblos: los croquis y planos de la Comandancia Militar de
Murguía, en manos de los sublevados. Esta documentación, procedente del Archivo
Militar de Ávila, recoge información de casas y propiedades de familias que aún
viven aquí y que hasta ahora desconocían por completo su existencia.
Vista de
Murua desde el campanario de la iglesia
Croquis
militar franquista de Murua de 1937 (AGMAV, M. 762, 9)
En el paseo se contaron historias más o menos conocidas,
pero complejas por su carácter traumático. En el caso de Murua, este pueblo se
convirtió en una verdadera aldea de batalla, cuando el 30 de noviembre de
1936, día de San Andrés, patrón de Murua, comenzó la ofensiva republicana
vasca. Milicianos socialistas atacaron las posiciones de la caballería sublevada
y el pueblo, que estaba con los preparativos de la fiesta patronal, se
convirtió en un cruel campo de combate. La lucha por su control se cobró
decenas de víctimas civiles, así como una víctima patrimonial: la iglesia de
San Andrés se vio terriblemente afectada, hasta su demolición. Hoy en día, la
iglesia de Murua es en realidad una ermita, la de San Antonio, transformada en
la posguerra. Para el ennoblecimiento de esta ermita y su conversión en
iglesia, se trajeron elementos de la iglesia original de San Andrés, como las
campanas (con unos característicos agujeros de bala, al igual que en otras
iglesias de la comarca) o algunos sillares. Con algunas de estas piezas parece
que pasó como cuando intentamos montar un mueble de Ikea: hay que piezas que no
encajan completamente y que forman un conjunto extraño. Restos de cicatrices en
este intento de cirugía reconstructiva.
Elementos
insertados en la vieja ermita de San Antonio para convertirse en la (nueva)
iglesia de San Andrés (Murua, Zigoitia).
En el lugar en el que situaba la iglesia original de San
Andrés ya no queda nada. Ni siquiera ruinas. Sólo una pequeña parcela de césped
con un banco de madera. Por eso, con algunos vecinos de Murua, que ya habían
buscado previamente fotografías antiguas de esta iglesia desaparecida, se pensó
en marcar el lugar con una instantánea que tomamos en el mismo paseo. Esto
también forma parte de la reapropiación comunitaria de un pasado enterrado.
Ecos de un
vacío arqueológico. Vecinos de Murua con fotografías de la iglesia
de San
Andrés en su emplazamiento original (foto de Manolo Sáez de Castillo).
El paseo continuó por el pueblo de Murua. Como guía,
utilizamos un croquis franquista de 1937, en el que se presentaban los
principales emplazamientos militares. Muchos edificios que existen en la
actualidad, tuvieron un uso militar en aquel momento, como vanguardia frente al
enemigo rojo-separatista que guarnecía posiciones allá arriba, en el macizo
del Gorbeia.
Si pensamos que uno de los mayores éxitos de la República
española fue el de las reformas educativas, resulta llamativo que los militares
sublevados instalasen su Plana Mayor en la escuela. De igual forma, la
taberna de Murua, regentada por Santiago Ortiz de Zárate, un conocido militante
del PNV que tuvo que escapar en los primeros días de la guerra, tuvo un uso
ciertamente prosaico: fue la cuadra de la tropa. Parece que la apropiación
funcional que el Ejército de Franco hizo de esta aldea no respondió únicamente
a criterios justamente funcionales. La elección de uno u otro lugar parece
esconder decisiones de carácter político.
Begoña,
hija de Santiago Ortiz de Zárate, nos muestra una foto de su padre como gudari
en el Ejército Vasco.
Para acabar, hilando así como el comienzo del post, hay
que destacar otro trabajo que se presentó en las jornadas sobre la Guerra Civil
de La Granja de San Ildefonso. Nuestra compañera Laia Gallego Vila presentó su
investigación sobre los bombardeos franquistas de Barcelona y los restos que han
perdurado hasta la actualidad. Su trabajo se titula Edificis ferits: Un estudi històrico-arqueològic dels bombardeigs de
Barcelona. Edificios heridos como testigos mudos de la destrucción y de
la (ocasional) reconstrucción.
Edificios heridos como los que encontramos en nuestra
visita a Murua: en puertas agujereadas de dormitorios, en suelos de madera
manchados de sangre o hasta en el baño de una casa en el que se conserva un
barril de Intendencia Militar de Euzkadi, probablemente abandonado por milicianos
al final de la Batalla de Villarreal.
Barril de
la Intendencia Militar de Euzkadi.
Restos sutiles de una guerra total. Cicatrices en el
paisaje cotidiano de estas aldeas de batalla del norte de Álava.
Post by Josu Santamarina Otaola.
1 comentario:
Igual interesa para la historia lo que describió el gudari Isidoro Andreu en sus memorias: "nos desplegamos, bordeando las casas, en dirección a la parte trasera de la iglesia de Murua, para cortar la retirada a los soldados que aún se defienden en su interior. El fuego de fusilería era muy intenso y cuando llegamos junto a ella nos parapetamos tras la tapia de una huerta que la domina por detrás. Está claro que la mole de su torre la convierte en un fortín, en el que se estrellan las balas de nuestros fusiles. Sería blanco fácil para un cañón, pero no lo tenemos y tomarla al asalto nos puede costar muchas bajas. La puerta trasera que divisamos parece muy recia. Encima hay dos pequeñas ojivas laterales, con vidrios coloreados y sus correspondientes rejas. La cosa está difícil, pero de pronto, un fusil ametrallador acribilla sus vidrios de colorines y un miliciano sale a la carrera de un portal, cruza la calle y colocándose debajo de una de las ojivas lanza una granda que se cuela limpiamente a través de la verja. A su estallido sigue un horripilante pandemonium de gritos humanos, coceos sobre las paredes y relinchos espeluznantes de caballos heridos, que patean sobre la puerta desesperadamente. La granada ha hecho explosión sobre ellos y los ha enloquecido, convirtiendo el interior de la iglesia en un infierno dantesco. Los relinchos de las pobres bestias son tan insoportables que me tengo que tapar los oídos para librarme de ellos. Los efectos sobre la moral de los encerrados es inmediato, pues de pronto aparece en el campanario un palo en el que ondea un trapo blanco. Se les ordena salir sin las armas, se abre la puerta y se produce una horrible estampida de caballos aterrados y cubiertos de sangre, que se desparraman coceando y relinchando por los campos vecinos. A continuación, salen los soldados con las manos en alto y los rostros lívidos de pavor".
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