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Decía Michael Shanks que los arqueólogos no acabamos de entender bien lo de excavar la tierra. Nos empeñamos en tener los sondeos todos limpios y nivelados, así que pasamos buena parte del tiempo de una intervención alisando la tierra con paletines, cepillando y barriendo. Sin embargo, dice Shanks, la realidad no es así, la realidad material (y más cuando tiene que ver con tierra y piedras) es sucia, caótica, irregular.
Ayer empleamos bastantes horas dejando nuestras catas como una patena. Y al rato vino una tormenta y las dejó convertidas en charcos inmundos. Pero la verdad es que, tal y como están ahora, nos permiten hacernos una idea más precisa de cómo eran realmente las letrinas del campo de concentración que cuando estaban limpias: unas zanjas fangosas mal excavadas y fácilmente encharcables en las que 5.000 personas hicieron sus necesidades bajo el sol y la lluvia día tras día durante un año.
Para acabar de recrear el ambiente histórico, la zanja perimetral despedía un inconfundible hedor a excremento humano.
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