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sábado, 15 de septiembre de 2018

El matemático fascista

 

La zona de El Piul y El Campillo en 1956.
 
Los proyectos totalitarios dejan su impronta indeleble en el paisaje. El fascismo se concibe como todo un proyecto de ingeniería social, que necesita de técnicos cualificados para llevarlo a cabo. Dos paisajes de mi pequeño mundo han sido modelados por este tipo de gente. El primero de ellos, conocido hoy en día como Ribeira Sacra, no se puede entender sin el economista y banquero Pedro Barrié de la Maza y Pastor (1888-1971). Amigo íntimo de Franco, financió su Cruzada y a cambio recibió el monopolio de la explotación hidroeléctrica en los cauces del Miño y del Sil. Usó mano de obra esclava republicana, destruyó el patrimonio cultural milenario de esa tierra, expulsó a la población local, modificó el paisaje a una escala nunca vista, con embalses como Belesar (el orgullo de España, en palabras del dictador, 1964) y recibió el título de Conde de FENOSA. Por supuesto, se hizo multimillonario. El otro paisaje destrozado por fascistas es el entorno de mi ciudad, Pontevedra, en donde se construyó la factoría de ENCE (Empresa Nacional de Celulosas). Gracias a la moratoria concedida por el último gobierno de Mariano Rajoy (pontevedrés para más INRI), la fábrica seguirá soltando su hedor irrespirable, continuará machacando la ría y perjudicando la salud de la población pontevedresa. Uno de los consejeros, jefazos de ENCE en esa época, fue Dionisio Martín Sanz (1909-2002), viejo conocido aquí, en Rivas Vaciamadrid. Estudiante en la universidad de Valladolid en los años 30 se incorporó a las JONS de Onésimo Redondo. Estos fascistas bisoños, reconvertidos en matones de Facultad, no se dedicaban precisamente a tomar apuntes.
 
La misma zona en la actualidad.
 
Este ingeniero agrónomo fue uno de los responsables de la infame y criminal política de autarquía impuesta al pueblo español por el nuevo Régimen. Muchos colegas de profesión, republicanos, se exiliaron y contribuyeron, ellos sí, al desarrollo agrario de Chile, Uruguay, Argentina o México. Aquí se quedaron tipos como Dionisio. Empresario y terrateniente, con latifundios en Andalucía, se lucró con la dictadura. En la visita de hoy, al explicar los silos medievales que hemos documentado dentro del recinto de la Casa de Peña Blanca, nos acordamos de él. Fue el fundador del Servicio Nacional de Trigo, la entidad que mudó el paisaje de la Meseta Norte y de otras zonas del Estado. Desde entonces, los gigantescos y monumentales silos rivalizan con los campanarios de los deshabitados pueblos de la España cerealera, la España vacía. Camisa vieja, criticó los planes de desarrollo de los tecnócratas del OPUS, si bien no tuvo inconveniente en beneficiarse de ellos. En 1962, por cuatro duros, se hace con una megapropiedad entre la orilla del Jarama y el macizo del Piul. Ahí pretendió llevar a la práctica su teoría de la Economía Política Espacial. Porque este teórico era tan genial que desarrolló incluso una explicación matemática del nacional-sindicalismo (sic). Hay que reconocerle su habilidad para los títulos rimbombantes: La Planificación Española en la Olimpiada de las Ideologías es magistral. En 1963 desmanteló esta zona fértil, con el empleo de maquinaria extranjera. El allanamiento conllevó el acopio del material en las vaguadas ubicadas entre los cortados del Piul. Nuevos vertederos fueron transformando la topografía de la zona. Así mismo, como si fuese ganado, trasladó a jornaleros de su latifundio de Jaén a esta zona, en donde construyó viviendas, hoy desaparecidas. Lo que nos enseñan los silos de la casa de Peña Blanca es la instauración de un exitoso modelo campesino de explotación racional, intensivo y sostenible, de la vega del Manzanares y del Jarama, durante siglos. Este especialista en productividad, enviado de la Modernidad (en 1936 publicó un artículo sobre el cuidado cultural de las plantaciones de remolacha)  acabó con todo esto. Los deshechos contaminaron el nivel freático. Pero ni corto ni perezoso, vio en el metano generado otro posible nicho de mercado. La extracción de áridos acabó de modelar este nuevo paisaje.
 
 
Dionisio fue un fascista de tomo y lomo toda su vida. Fue uno de los procuradores en Cortes que votaron en contra de la Ley de Reforma Política. Era tan facha que dimitió de la directiva de FET y de las JONS cuando el Jefe Nacional, Diego Márquez, se negó a llevar la corona a Franco el 20-N junto a la de José Antonio. Aún en los años 80 reunía en su despacho a un residual partido neofranquista denominado Unidad Nacional.
No podemos entender el paisaje del macizo del Piul y su entorno sin este personaje, tan preocupado por los problemas del campo español. Entre los vertederos, en cuevas y abrigos rocosos, sobrevivieron familias excampesinas y jornaleras que se quedaron sin nada en la década de 1960, gracias al buen hacer de estos salvadores de la patria. Le faltó tiempo para venderles seguros de vivienda. Dionisio, nuestro Dioni, fue presidente de MAPFRE. Todo fuera  por España y su revolución nacional-sindicalista.
 
Por gentileza de la Fundación Francisco Franco.
 
Referencias.
Camprubí, L. 2017. Los ingenieros de Franco. Barcelona: Crítica.
 
De Pablo Tamayo, Francisco J. 2002. Historia de Rivas-Vaciamadrid. Ediciones Publirama. Págs. 190-192.
 
Eyré, A. 2013. Belesar. O orgullo de España. A Coruña: Hércules de Edicións.

lunes, 30 de julio de 2018

Serán ceniza



La Casa de la Peña Blanca, donde estamos excavando en Rivas Vaciamadrid, se enclava en un entorno saturado de historia. Aquí se encontraba un palacio de verano de Felipe II, del que pueden formar parte las ruinas que estudiamos. También hay restos romanos y de la Edad del Hierro. En la Guerra Civil quedó en la divisoria entre republicanos y sublevados.

Pero cuando llegamos hoy al edificio la moral no está muy alta. Es una auténtica ruina y una ruina bastante fea además, desfigurada una y mil veces a lo largo de los últimos cincuenta años. Está llena de basura, polvo y escombros.

Los arqueólogos somos, en cierta manera, como los biólogos. Pasamos tiempo en sitios donde aparentemente no hay nada y al rato empezamos a ver cosas -o quizá habría que decir que las cosas comienzan a manifestarse, al igual que los animales salen de sus escondrijos. Y así entre los escombros aparecen historias o fragmentos de historias de las que nunca sabremos el final. Ni el comienzo.

Vemos un botijo en miniatura, extrañamente limpio y nuevo entre tanta basura.

Vemos restos del trasquilado de una oveja. 
 
Vemos un pared acribillada a tiros. Aparecen concentrados hacia el centro, como dibujando la sombra de una diana invisible. En uno de los agujeros encontramos una bala de 9 mm impactada. Seguramente prácticas de tiro de la policía. Précticas tiro sobre un campo de batalla. 


Vemos un libro de Jesús Izcaray, Madame García. Tras los cristales, publicado por la editorial Akal en 1977. Akal se había fundado solo cinco años antes, con un fuerte compromiso izquierdista. Izcaray era del Partido Comunista, se exilió en 1939 y escribió una tetralogía de la Guerra Civil.  Madame García habla precisamente sobre el exilio; también sobre las guerrillas en Levante. Arqueología de la Guerra Civil incluso cuando no hay restos bélicos. O quizá este libro sea un resto bélico, también, a su manera.



Y vemos un libro de Montserrat Roig, Tiempo de cerezas, publicado como el de Izcaray en 1977 (la versión castellana, el año anterior en catalán). Solo se puede leer alguna página: suficiente para dar con el libro en Google Books. Otra novela sobre el exilio. Otro resto bélico.



Encontramos el primer volumen de la Enciclopedia Británica (que empieza con el arquitecto Alvar Aalto). Una enciclopedia en papel que ahora parece más arcaica que un hacha de sílex. 

Encontramos una publicación sobre la representación de las cinéticas enzimáticas. Y me pregunto qué diablos es eso.




Vemos un cojín de colores que perteneció a un sillón de los años 70, porque la combinación de colores solo es imaginable en los años 70. Al lado, unos cartones. Al lado, una fogata. Lo que queda del hogar de un sin techo. Un sin techo que quizá pasara el tiempo leyendo la Enciclopedia Británica o sobre las cinéticas enzimáticas o sobre el exilio.

Y todo esto es basura, claro, pero como diría Quevedo, tiene sentido. Y da no sé qué dejarla ir sin un recuerdo.

domingo, 22 de julio de 2018

Via Crucis

Escuadra Negra de Eirexalba (en Ermida 2017: 66).
El terror fascista dejó una huella indeleble en la memoria de la parroquia de Saa. Como en toda investigación sobre la represión, aquí libramos una lucha entre la tradición oral y los documentos disponibles. Tras reunirnos con los vecinos en el local social, tras recoger varios testimonios, tras realizar entrevistas, podemos trasladaros aquí el relato trasmitido de generación en generación sobre la muerte de O'Inverno.

Espacio en donde la tradición oral sitúa la fosa de O'Inverno.
"Vinieron unos hombres deconocidos, decían que de la parte de Sarria, falangistas. Llegaron a Covadelas y el Inverno estaba desayunando con los dueños de la casa: ¡Vámonos, que éste ya ha comido y bebido bastante! Y lo llevaron a Saa, moliéndolo a palos por el camino. Uno decía mira qué patas más gordas tiene este conejo, y le arreaban con los mosquetones en las canillas. Llevaba unos pantalones cortos, hacía mucho calor. Iba todo ensangrentado, cayéndose a cada paso, con las manos atadas. Los falangistas no lo llevaron por la carretera sino que torcieron por el pueblo (Pousa) a la vista de todos. En aquella piedra una vecina les pidió que no le pegasen, que le quería dar un vaso de agua: No señora, este ya bebió bastante ya beberá allí arriba. Cogieron el camino al alto de Santa Lucía, y al llegar a O Poste, a la altura del pinar de O'Xexo le dieron a elegir cómo morir, si de culo o de frente, y él eligió de culo, mirando hacia el norte, hacia donde estaba su aldea de Eirexalba. Lo aperrillaron allí mismo. El cadáver quedó de bruces sobre el camino. Se avisó al pedáneo y dos hombres fueron a la iglesia a coger las andas de la Virgen, y así lo trajeron. Al día siguiente llegó su viuda con dos niñas pequeñas, dos de las hijas de O'Inverno".
A la izquierda, Carlos, Drácula, cantero de A Estación. A la derecha, Carlos, minero de Toreno, voluntario de la ARMH. Ambos son nietos de represaliados.
El relato del martirio de este hombre se fue modelando en el imaginario colectivo tomando como referencia el suplicio de Cristo. En esta zona contamos con otros ejemplos, como el médico rural Manuel Díaz, O'Pequeniño d'O Incio, que fue atado de manos a la cola de una caballo blanco y arrastrado durante kilómetros hasta su asesinato a manos de los mismos pistoleros que actuaron en Saa, es decir, la Escuadra Negra de Eirexalba. Desde la francesada y las carlistadas no se había conocido una ruptura tal del orden moral entre el campesinado. El terror implantado por los falangistas utilizó como herramienta básica la visibilización de la represión: exposición de cadáveres en las cunetas y los atrios de los cementerios, maltrato de las víctimas a la vista de los vecinos, etc... Todavía en 1944, en un periódico local de Sarria, ante la implantación de la guerrilla antifranquista, se recordaba a la población civil: ¡Aviso a navegantes. Cuidado con la Escuadra Negra!
Foto de final del sondeo arqueológico.
El relato popular, tan descriptivo a la hora de abordar el suplicio de nuestro hombre, no llega a concretar su lugar de enterramiento. La tradición sitúa la fosa de O'Inverno justo a la entrada del atrio, a la izquierda de la escalinata, en un recoveco cuadrangular pegado al muro. Durante décadas se utilizó este espacio para lanzar los cohetes el día de la fiesta, precisamente en el mes de agosto. Incluso algunos entrevistados nos cuentan que aparecían ramos de flores en ese preciso lugar.
El sondeo practicado aquí dio resultados negativos. La iglesia y el atrio se ubican en un pequeño espolón rocoso, por lo que el muro se encuentra en la ruptura de pendiente. Al poco de excavar ya aparece la roca madre, a pena morta.
Nos quedaban otras dos posibles localizaciones.
Drácula restituyendo el enlosado, tras acabar los trabajos arqueológicos.

Referencias:
Ermida Meilán, X. R. (2017). "Para nós o matar é una honra. As Escuadras Negras de Falanxe". En X. R. Ermida Meilán, E. Fernández Fernández, X. C. Garrido Couceiro e D. Pereira González (coords.): Os nomes do terror. Galiza 1936: os verdugos que nunca existiron: 63-80. Santiago: Sermos Galiza.

sábado, 7 de julio de 2018

El olor del miedo


En alguna ocasión hemos hablado del olor de la Guerra Civil. A veces, la peste o el aroma del pasado llegan al presente -los efluvios de una letrina o de un frasco de medicina o de colonia. Es una sensación extraña y brutal. Una especie de máquina del tiempo que de repente lo sitúa a uno hace 80 años. 

Pero las cosas normalmente no huelen o no, al menos, a Guerra Civil, sino a óxido o a humus. Aun así, determinados objetos son inseparables de una fragancia o un hedor, que podemos inmediatamente asociar a nuestra experiencia cotidiana. No sé muy bien a qué huele la explosión de un mortero porque afortunadamente nunca he tenido que estar cerca de una. Pero sí sé a que huele una camisa sudada o un orinal. 

En el refugio antibombardeo del asilo de Santa Cristina que estamos excavando nos hemos topado hoy precisamente con un orinal completo. Es de metal esmaltado y su superficie está completamente decorada con aguadas azules, que imitan las vetas del mármol. No se trata del ubicuo bacín blanco con una cinta azul de la primera mitad del siglo XX. Es casi lujoso. Tanto que se podría pensar que se encontraba ya en el asilo cuando las tropas franquista tomaron la posición el 17 de noviembre de 1936. Encaja mejor con otros objetos elegantes que nos encontramos entre las ruinas del asilo (lámparas de araña, porcelana, vasos de vidrio tallado). 

El orinal del asilo debió encontrar uso inmediato en el nuevo contexto bélico. Constituía una pieza básica en los refugios antibombardeo, porque en ellos se pasaban muchas horas y porque el miedo es el mejor laxante. La escritora costarricense María Pérez Yglesias escribe en su cuento Estela



“Caminamos cerca de un galerón mal construido y un tufo insoportable me recuerda el olor a miedo del que hablan mi tía y mi abuela cuando recuerdan los horrores de la guerra civil española del 36. Ese olor a excremento, orinal, vómito y sudor de los refugios para huir de las bombas enemigas”.

El hedor de la orina y las heces es tan desagradable como polisémico. En un bebé resulta casi entrañable. En un anciano, desolador. En un callejón nos habla de juergas nocturnas o de gente sin hogar. 

En un refugio antibombardeo es el olor del miedo.

miércoles, 6 de junio de 2018

¿Cuánto daño hace una bala?


Para volverse pacifista, no hay nada mejor que leer los artículos médicos donde se describen las heridas producidas por armas de guerra. La bibliografía científica en este sentido se incrementó a partir de la década de 1880, en relación al uso generalizado de nuevos cartuchos de fusil con balas de chaqueta metálica (full metal jacket) y alta velocidad inicial (muzzle velocity).

La guerra greco-turca de 1897 fue uno de los primeros conflictos en los que se utilizó munición moderna a gran escala (similar a la que todavía predomina hoy en los campos de batalla). Además, contó con numerosos médicos internacionales que dejaron testimonio del efecto de la nueva munición. 
Su relato difiere bastante de las imágenes edulcoradas que predominaron en la época, como esta:


A continuación copiamos un párrafo de uno de estos artículos, en el que se describe el daño causado por una bala de Máuser alemán. Una bala similar a las que se dispararon a millones durante la Guerra Civil Española.


Las heridas pélvicas son muy serias y suelen ser causa de piemia [infección generalizada con estafilococos y neumococos que invaden la sangre]. Vimos un caso muy severo. El paciente era un voluntario garibaldino, de 17 años. Estaba luchando contra la Brigada de Máuseres Turca y fue alcanzado en el hipogastrio izquierdo (...)”


[Cuando fue atendido por el médico] “los tejidos abdominales se estaban desprendiendo. La bala había perforado el intestino delgado, atravesado la vejiga y el recto (...) y salido a través de la nalga. Hubo peritonitis localizada. El intestino, enmarañado, se salió de la pelvis, que se convirtió en una cavidad llena de pus, plasta, orina, el contenido de intestinos y cuajada sin digerir. Todo lo cual teníamos que vaciarlo y vendarlo cada cuatro horas. 

Tuve que introducir la mano derecha en la pelvis a través de la abertura abdominal para sacar el hediondo contenido con la palma. Nunca he visto una situación tan espantosa y repugnante. El pobre hombre estaba completamente demacrado, pero se aferraba a la vida con una tenacidad increíble. Finalmente murió de agotamiento.*

Si la generación que fue a combatir voluntaria y alegremente a la Primera Guerra Mundial hubiera sido educada con la bibliografía médica de la época, en vez de con cuadros heroicos y relatos épicos de guerras remotas, seguramente habría habido menos voluntarios y menos alegría. Quizá incluso no habría habido Primera Guerra Mundial.
______

*Davis, H. J. (1897). Gunshot Injuries in the Late Grecoturkish War, with Remarks upon Modern Projectiles. British Medical Journal, 2(1929): 1789-1793.


sábado, 7 de enero de 2017

Tras la estela nazi... destrucción, memoria y urgencia

Estela alemana de Urbina en la actualidad.
Hace tiempo que quienes trabajamos con el legado arqueológico de la Guerra Civil y el Franquismo reclamamos dos cosas: por un lado, la necesidad de intervenciones que estudien y visibilicen este patrimonio olvidado y frágil, y por otro lado, que exista algún tipo de interés en este legado de cara a su “protección” o, al menos, la toma de conciencia respecto a su existencia. El debate sobre qué hacer con el paisaje simbólico del Franquismo (o Paisaje de la Victoria) está servido, si bien la Administración pública parece relegarlo a comisiones de memoria histórica poco activas o, simplemente… pasa del asunto.
Durante y tras la guerra, el Régimen de Franco puso en marcha una “colonización simbólica” del territorio: los monumentos a los/sus Caídos, las cruces conmemorativas y los vía crucis a los mártires formaban parte de la legitimación del sistema mediante un recuerdo manipulado del conflicto. Franco debía su poder a una victoria militar y eso fue lo que en un principio quiso dejar claro en su relato de “vencedores” y “vencidos”. Esa es la razón por la que nuestro espacio público está lleno de hitos que reproducen ese discurso de poder autoritario y antidemocrático.


Imagen de la plataforma en defensa de la Cruz a los Caídos de Callosa de Segura, Alacant.
Nuestro país es cuanto menos diverso y complejo. En Callosa de Segura (Alacant), el pasado mes de diciembre se vivieron momentos tensos debido a la orden municipal de retirar la “Cruz a los Caídos” que preside la plaza de la iglesia. Cientos de vecinos, animados por la “Plataforma Ciudadana en Defensa de la Cruz”, incluso llegaron a vigilar el monumento durante toda una noche para evitar su retirada hasta que consiguieron paralizar la labor. La extrema derecha, ávida de atención mediática y apreciando la “noble lucha” de estos vecinos de Callosa de Segura, se presentó allí y, con el canto del Cara al Sol por bandera, defendieron el monumento. (Siempre hay que pensar que compañeros de cama tiene uno). La plataforma ciudadana negó su vinculación con la ultraderecha y se limitó a defender la presencia del monumento en base a su valor patrimonial y religioso. Madre mía… ¡qué cruz!


Falange y su apoyo a la Cruz de Callosa de Segura, 2016.
Por otro lado, en otro rincón de la Península, en el pueblo alavés de Urbina, hace unos meses ya nos hicimos eco en este blog de la existencia de una estela funeraria en recuerdo a tres artilleros alemanes de la Legión Cóndor (parte I y parte II). Meses después de que aquí publicásemos su historia, el diario El Correo –el más leído por estos lares– dedicó unas líneas a este monumento conmemorativo (aquí). La pregunta que nos hicimos en aquel momento era clara: ¿qué hace una estela nazi como tú en un pueblo abertzale como éste? El legado franquista de monumentos y cruces del Paisaje de la Victoria ha sido fuertemente perseguido en el País Vasco: la memoria antifranquista goza de un amplio consenso en la zona y eso significa que hay un gran rechazo social por estos símbolos.
Sin embargo, además de apreciar el valor incómodo de este legado material, como alguien que se dedica a la arqueología y la socialización del patrimonio conflictivo más reciente, no pude evitar hace hincapié en una reflexión que me suscitaba esta estela: si Franco negó toda participación alemana en su favor durante y después de la guerra –como cuando negó el bombardeo de Gernika–, ¿este tipo de vestigios de la Legión Cóndor no son acaso “evidencias empíricas” de su mentira? ¿Esta materialidad nazi en nuestro territorio no puede ser vista como precisamente el referente de un discurso antifranquista que denuncia su manipulación del pasado y su barbarie?
 Un patrimonio incómodo hasta para el propio Franco: 
estela de Urbina durante la Dictadura y en enero de 2016.
Esta reflexión ha parecido no importar mucho a quien ha destruido recientemente el campo epigráfico de la estela de Urbina. Las marcas de destornillador o algún utensilio similar son el único mensaje ahora legible en este polémico monumento. Ya no se leen los nombres de quienes murieron por una explosión –seguramente producida por algún cañón defectuoso– el 31 de marzo de 1937, el primer día de la ofensiva de Mola sobre Bizkaia, el día en que empezó la guerra relámpago en el mundo, precisamente aquí, en este rincón del País Vasco, y el día en el que también la localidad vizcaína de Durango fue salvajemente bombardeada y catorce presos republicanos de Vitoria –entre ellos el último alcalde democrático– fueron fusilados muy cerca de aquí. El próximo 31 de marzo se cumplirán 80 años, aunque parece que sin pena ni gloria (literalmente).  



Destrucción de la inscripción de la estela, en noviembre-diciembre de 2016. 
Desde la labor arqueológica sobre la Guerra Civil y el Franquismo, las medidas que tomamos en torno a esta cuestión han sido sencillas: primero, conocer la historia de esta estela; segundo, documentar su estado actual –incluso hicimos un modelo fotogramétrico en 3D a disposición del público, aquí–; y tercero, proponer un debate abierto y público sobre qué hacer con ella. Este último paso es el que ha quedado empañado a golpe de martillazo y rascado de destornillador. La inscripción de este monumento ahora parece una esquizofrénica declaración escrita con símbolos del Lejano Oriente. Creo que hemos perdido un recurso didáctico y polisémico de cara construir una memoria democrática y realmente antifranquista. Una de las evidencias más claras de la gran mentira de Franco.
En cualquier caso, esta acción subraya algo que venimos defendiendo mucho tiempo: tenemos el deber de una “Arqueología de la Guerra Civil de urgencia”. Con la implicación de múltiples agentes, debemos afrontar este pasado, estudiarlo de forma crítica y tomar decisiones sobre qué hacer con él. El resultado del debate puede ser el de realizar acciones de damnatio memoriae como la efectuada en Urbina, pero ¡ojo!... tras un debate. Estos elementos son bien común público y por eso la multivocalidad que reclamamos no debe quedar en manos de quien motu proprio blande el martillo y se cree representante de toda voz colectiva. 80 años después… la estela (y sus posibles significados) se difumina(n).

Agradecimientos
El estudio de la estela de Urbina no habría sido tan multidisciplinar y rico sin la ayuda de gente como Laia Gallego, Xabier Herrero, Ane Urrutxua y Xabi Mtz. de Guereñu.

Post by Josu Santamarina Otaola.

lunes, 19 de diciembre de 2016

Una arqueología profunda del siglo XX


Está de moda entre los arqueólogos del mundo contemporánea afirmar que la arqueología del presente tiene que ser una arqueología de la superficie. La profundidad está sobrevalorada, dicen. Es una vieja metáfora de la disciplina que debemos superar. La arqueología también puede y debe analizar lo que está a la vista, sobre el suelo, en las paredes de los edificios. Es muy cierto. Nosotros mismos hemos practicado la arqueología superficial: analizando arquitectura franquista, estudiando impactos de bala en las paredes o registrando graffiti.

También es verdad que no es fácil encontrar estratigrafías profundas del siglo XX. Pero existen. En la Ciudad Universitaria de Madrid tenemos la suerte de contar con sitios con una potencia estratigráfica extraordinaria. En las trincheras que excavamos este verano documentamos más de un metro y medio de sedimentación que fosiliza una historia peculiar: la historia geológica de los últimos 80 años en Madrid. Y más que eso: la historia del Antropoceno, esa era en la que vivimos inmersos y que supone la intrusión decisiva del ser humano por primera vez en la evolución geológica del planeta. Al finalizar los sondeos tomamos una columna de muestras para su análisis micromorfólogico.

Toma de muestras geológicas en uno de los sondeos de la trinchera de comunicación.


Junto a las trincheras, el refugio de tropa que también excavamos también reveló una gran potencia estratigráfica. Pero aquí no es la historia del Antropoceno lo que podemos recuperar, sino la historia humana de la capital. Hay veces que coincide la potencia estratigráfica y el olvido. La tierra cubre la memoria. Y este es un buen ejemplo de ello. Porque en el abrigo de la Ciudad Universitaria se esconden, en sus cerca de dos metros de estratos arqueológicos y seis niveles de uso, la historia marginada del siglo XX.

Estratigrafía del abrigo


Los dos primeros niveles son de la Guerra Civil y nos cuentan la vida de los vencidos en la guerra. Unos vencidos que fueron, además, castigados, humillados y finalmente olvidados. Poco es lo que nos queda de ellos: una caja de munición reventada, cartuchos oxidados, algunas latas. La imagen de un ejército derrotado.

Los siguientes niveles son los de la vida en la posguerra: gente sin hogar ocupó el refugio y en él pasó frío y hambre nada más acabar la guerra. Las huellas que dejaron son los restos de una hoguera y unas pocas latas y botellas de vidrio rotas. Entre ellas, una de agua mineral Insalus, de Tolosa (País Vasco). Su presencia no indica que los indigentes bebieran agua mineral, sino más bien que reutilizaban cuanto podían. Los sin techo vivieron en el abrigo en los años 40. 

Suelo de ocupación del final de la guerra e inmediata posguerra


La ocupación continuaría en los años 50, después de una breve interrupción marcada por aluviones. Sobre ellos aparece un nuevo nivel de suelo, otra hoguera y más basura. A este período corresponde una botella de Crush, un ancestro de la Fanta que se fabricó en España desde 1929. El diseño art nouveau del vidrio, en este caso, permite datar el contenedor antes de 1955. También a esta fase corresponde una botella de Ferroquina, un vino de origen italiano con hierro añadido, y una moneda de Franco datada en 1947. Los años 40 y 50 fueron testigos de la llegada a Madrid de una gran cantidad de gente que emigraba de los pueblos, huyendo de la miseria o la persecución política. Se asentaron en los márgenes de la capital, donde malvivían en chabolas, cuevas y ruinas.


Moneda del Caudillo de España por la Gracia de Dios datada en 1947


Los años 60 suponen un cambio en el registro arqueológico. Para este período ya no tenemos un nivel residencial propiamente dicho, es decir, con suelos, hogueras y materiales de vida cotidiana. Los años 60 son una fase de desarrollo económico, retroceso del chabolismo y comienzo de actividades propias de la sociedad del bienestar, como las comidas campestres y los guateques de fin de semana. Es posible que a este tipo de prácticas haya que atribuir una diversidad de botellas de alcohol (anís La Castellana, jerez Bobadilla, cerveza Mahou), que no aparecen asociadas a otros elementos, excepto una lata de mejillones.
  
¿Restos de un guateque campestre de los 60?


Basurero de los años 60 con lata de mejillones en primer plano.

Una nueva capa de arena arrastrada por la lluvia sella esta fase hasta que a finales de los 80 se produce una nueva ocupación, nuevamente por indigentes. O más bien indigente. Porque los restos que nos encontramos parece que se pueden asociar a una mujer sin hogar que vivió en el refugio hasta mediados de los años 90. Ahora vuelven a aparecer restos de vida cotidiana (medicinas, objetos de higiene, alimentos, un colchón, pilas). 

Objetos asociados a la ocupación de una mujer sin hogar a principios de los 90

No sabemos qué pasó con esta mujer (y creemos que era una mujer porque apareció esmalte de uñas rosa). Pero hace unos 20 años dejó su hogar improvisado. Desde entonces, el sitio ya solo es visitado esporádicamente por hombres que practican actividades sexuales. 

Manuel de Landa propone en su visión no lineal de los últimos mil años una descripción geológica de la historia. El proceso de emergencia de las ciudades es para el filósofo equivalente al de lavas y magmas. No es una metáfora, advierte: realmente se trata de los mismos procesos físicos. La lava se solidifica de la misma manera en que las ciudades se van convirtiendo en entes más pesados y rígidos, con sus murallas, casas y monumentos.

En la Ciudad Universitaria nos encontramos un proceso geológico distinto: el aluvión. Los refugios y las trincheras de la Guerra Civil se convirtieron desde abril de 1939 en una trampa sedimentaria, es decir, una barrera contra la que se remansa la materia que fluye arrastrada por los elementos. En los refugios y las trincheras se han sedimentado capas de aluvión geológico, formado por las arenas arrastradas por la lluvia. Pero también hay capas de aluvión humano. Por algo se habla de "gente de aluvión": personas desplazadas no por fenómenos geológicos, sino políticos y económicos. La gente de aluvión la forma el desecho social: los soldados vencidos en un frente secundario, los que lo han perdido todo, los emigrantes, los indigentes, los homosexuales.

En la Ciudad Universitaria rescatamos un proceso geológico-social olvidado, en el que se mezcla la gente, la basura y la arena. Es una historia que tiene poco de épica. Una historia de los perdedores de la historia.