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lunes, 21 de octubre de 2019

Los invisibles


Totum revolutum: latas de la 2ª Guerra Mundial, ladrillos del campamento partisano, latas de cazadores de los años 1980 y latas consumidas por refugiados en 2019.

Desde la Arqueología comienzan a surgir iniciativas para afrontar las tragedias humanitarias desencadenadas por los procesos migratorios. En el congreso de la asociación europea de arqueólogos, celebrado en Maastricht (Holanda) en 2017, Yannis Hamilakis, uno de los arqueólogos mundiales de referencia, impartió una conferencia titulada Una arqueología afectiva de las fronteras, en la que dio buena cuenta del proyecto que lleva a cabo en las costas griegas con sus estudiantes de la Universidad de Brown. La ponencia generó una ardiente polémica entre los congresistas; mientras unos aplaudían la implicación de la arqueología en esta crisis humanitaria, otros se preguntaban qué sentido tenía sacar fotos a los salvavidas y lanchas abandonados. ¿No sería mejor y más útil que los recursos de la Universidad de Brown se invirtiesen en una ayuda real a los refugiados? ¿No es éste un ejemplo de vacua moda arqueológica que obedece a una necesidad académica de ir à la page? Como podemos apreciar, estas cuestiones tienen que ver con la ética. 

Entorno del hospital partisano. Zona de descanso de refugiados, con abundante material en superficie.

El recrudecimiento de las políticas antiinmigración en Estados Unidos también ha movilizado a arqueólogos como Jason de León o Randall McGuire. Este último, uno de los máximos representantes de la arqueología marxista en aquel país, lleva años trabajando en tareas humanitarias con la organización No Más Muertes en Nogales, Sonora, dedicada a ayudar a personas deportadas. El contacto diario con el muro fronterizo y su impacto sobre las poblaciones locales le llevaron a desarrollar una arqueología de la frontera con sus alumnos de la Universidad de Binghamton. En España se comienza a prestar atención desde una perspectiva arqueológica a fenómenos como la tragedia que se vive día a día en el estrecho de Gibraltar, donde han muerto miles de migrantes en las últimas dos décadas, o la creación por el Estado de los denominados centros de internamiento de extranjeros (CIES).


En el mismo espacio recogemos una pieza de una máscara antigás italiana, amortizada por los partisanos, y restos de comida de los refugiados de 2019, incluida una lata de conserva gallega. Globalizaciones de ayer y de hoy.

Nuestros proyectos de lo que podemos denominar Arqueología de la Hospitalidad han abordado la temática de los refugiados en el pasado. En los bosques del entorno de Dreznica, buscando los rastros de los partisanos de los años 40 nos encontramos con los nuevos invisibles del presente. refugiados del Próximo Oriente que intentan llegar a Austria y Alemania, después de recorrer cientos, miles de kilómetros. Tenemos la suerte de contar en nuestro equipo con el realizador croata Matija Kralj, quien conoce bien esta realidad, tras haber estado en Lesbos, Ceuta, Turquía, y reconoce perfectamente los efectos de la propaganda oficial en las comunidades rurales de Croacia.

Matija Kralj, registrando los paisajes de la resistencia, para el documental sobre nuestro proyecto.

Nosotros mismos hemos escuchado de boca de nuestros colaboradores locales cosas como: estos son soldados, muyahidines, estamos viviendo una invasión silenciosa. Incluso en la localidad de Krakar nos enseñaron una casa abandonada (que perteneció a un partisano conocido en la región), la cual, según ellos, fue quemada por refugiados recientemente, porque vieron allí una cruz. Estos relatos socavan la ética solidaria heredada de la lucha partisana. Si bien la gente más mayor reconoce la necesidad moral de ayudar a estos refugiados del presente, también nos encontramos con miembros de la generación nacida en el bosque muy críticos con esta realidad. Los más jóvenes incluso se organizan, en algunos casos, para autogestionar el asunto. Este miedo al Otro se manifiesta en los cercados, las rejas metálicas cerrando puertas y ventanas de segundas residencias y casas rurales vacías. Y se refleja en toda su crudeza en la acción de comandos enviados directamente desde Zagreb para la caza del hombre. Esta policía incrementa el PIB local con sus pernoctas, vicios y hobbies.

Vivienda supuestamente incendiada por los refugiados (estaba asegurada).

Los mismos bosques que acogieron a los partisanos son los únicos amigos de los refugiados sirios, afganos, kurdos, muchos de ellos desertores del ejército de turno. En los bordes de las dolinas documentamos esta realidad perenne. Una pieza de una máscara antigás italiana comparte espacio con latas de atún Calvo, en un espacio habilitado como campamento de una noche. Se puede llevar a cabo toda una etnoarqueología binfordiana de estos nómadas, perseguidos, del siglo XXI. Se esconden. Evitan ser vistos. Caminan de noche. Partisanos de hoy que subsisten como pueden, una vez más, en el bosque. Perseguidos por la policía del limes europeo, encargada de que la barbarie no acceda al Imperio. ¿Quienes son los bárbaros?





miércoles, 2 de octubre de 2019

La gente del bosque


Hace un frío que pela. Entramos en la casa de la familia Radulovic, en la aldea de Tomicic. Calor de hogar. Esta pareja de jubilados vive sola todo el año. Una hija emigró a Estados Unidos y la otra a Alemania. El petrucio, Mihajlo Radulovic, está entusiasmado con la idea de que yo venga de España. No pasarán. Estamos en su casa porque el historiador, Milan, y la antropóloga, Ivona, quieren hacerles una entrevista. Pero antes, hay que mojar la palabra. Sobre la mesa, rakija y otros licores caseros, torreznos, embutidos, quesos. La hospitalidad de esta gente es proverbial. Aunque yo no sé hablar nada de croata, echamos mano de un lenguaje internacional: el fútbol. Las raíces serbias de esta familia se hacen notar: aquí son del Estrella Roja de toda la vida. Tras los prolegómenos, Mihajlo, como aviso previo a la entrevista, declara: Yo soy marxista. Y a partir de ahí la crónica del horror. Su madre fue asesinada por los fascistas, junto con dos de sus hijas, una de ellas un bebé de dos días. Esta es la historia de cada familia de aquí. Septuagenarios y septuagenarias nacieron en la primera mitad de los años 40 en el bosque. Son hijos e hijas del bosque. De un  bosque impenetrable, lleno de agujeros kársticos, de pendientes imposibles, de afloramientos rocosos. Un bosque protector, invisible a la aviación enemiga, imposible para la artillería italiana dispuesta en acorazados en el mar Adriático.

Ubicación del primer campamento partisano en los montes de Krakar. De izquierda a derecha: Xurxo, Carlos, Sanja y Nedeljko. (Fotografía de Matja Kralj).

Esta es también la historia de nuestro guía por las montañas de Krakar, el bueno de Nedeljko Maravic. Él nació en el bosque. Su relación cromosómica con el mundo vegetal le llevó a estudiar ingeniería forestal en Zagreb. De hecho fue el máximo responsable del distrito, hasta que en 1991 fue relevado injustamente de su puesto. Era serbio... en el nuevo estado croata independiente. En los inicios de la última guerra, tuvo que pasar por un control de carretera. Allí estaban apostados paramilitares croatas. Según nos cuenta, le amenazaron con una típica frase balcánica: te mataremos a ti, serás pasto de los zorros, y nos los comeremos. Nedeljko nos guía con pericia por los vericuetos del monte, un laberinto de pistas de tierra maltratadas por las cadenas de los tractores y camiones de la madera. Nos lleva al que se considera el primer campamento base partisano en la zona, habilitado en otoño de 1941. En esta fase paleolítica de la guerrilla, se habilitó un refugio en un monumental abrigo rocoso. Nedeljko va recogiendo flores y hojas, recita sus nombres en latín y nos ofrece una lección magistral sobre propiedades curativas y alucinógenas. Los servicios sanitarios partisanos echaban mano del saber local ante la falta de suministros, como así aparece reflejado en las crónicas de la época. El bosque protege, cura, calma, adormece, hace soñar.

Carlos tomando las coordenadas de la nueva cueva.

En el interior de la cueva.

Tras este viaje maravilloso por el bosque animado, Nedeljko nos lleva a su casa en la aldea de Krakar en donde nos aguarda una sorpresa. La antigua casa familiar estaba apoyada directamente en la pared rocosa. La parte trasera conectaba directamente con una cueva empleada por los partisanos, probablemente como almacén de municiones, suministros y alimentos. La entrada en pendiente a la cueva está llena de escombros y materiales etnográficos, probablemente de la segunda mitad del siglo XX cuando se empleó como basurero doméstico. Sin embargo, al fondo, parece conservarse el nivel de ocupación original. Allí documentamos algunas piezas de uniforme del Ejército italiano.


Arriba: objetos en el suelo de la cueva. Abajo: los mismos objetos en laboratorio (Fotos de Carlos Otero)

Nedeljko nos ofrece un tentempié, con salchichas y vino de casa. Él fue refugiado en su día y, ahora, su pueblo se encuentra en la ruta de paso de los refugiados que vienen de Próximo Oriente. La nueva gente del bosque, que deja sus propias huellas, que maneja su propia estrategia de ocultación. Los invisibles de Europa. De todo ello hablaremos mañana.

Proyecto Heritage from below. Traces and memories. Dreznica 1941-1945.







domingo, 31 de marzo de 2019

La lluvia al final de la guerra



Madrid se rindió el 28 de marzo de 1939. Después de dos años y medio de resistencia, cayó sin un tiro. Los republicanos no perdieron ninguna batalla en la capital, pero perdieron la guerra. El verano pasado excavamos en el lugar exacto donde se escenificó la rendición, junto al Asilo de Santa Cristina, a los pies del Hospital Clínico, en la Ciudad Universitaria. Encontramos la trinchera por la que se retiraron los coroneles Losas y Prada, el uno a celebrar la victoria, el otro camino del cautiverio. Sobre el suelo de la trinchera aparecieron los últimos objetos abandonados de la Guerra Civil: una granada de artillería sin explosionar, restos de ropa, latas, cristales rotos. 

Granada alemana de 77 mm sin detonar que apareció en el relleno de la trinchera.
 
También encontramos una botella de sidra. Y no es la única. Junto a la entrada de una galería de contraminado, a poca distancia de la trinchera, encontramos varias botellas de sidra intactas, al lado de restos de cordero y chirlas.


No es descabellado interpretar este contexto como el festín de la victoria. Sabemos que los soldados solían recibir raciones extra de comida y sobre todo bebida después de un triunfo militar. Disponemos de una fotografía tomada en el Hospital Clínico poco después de acabar la Batalla de Brunete, en la que se ve a unos legionarios celebrando con alcohol el fracaso de la ofensiva republicana.

"Unos cuantos legionarios del Hospital Clínico celebrando con unas botellas de manzanilla la derrota de los rojos en Brunete". Ciudad Universitaria, 2 de agosto de 1937. Biblioteca Nacional, 6C.Caja/60/2/100.


La caída de Madrid, sin embargo, no fue un triunfo cualquiera. Fue el definitivo. Y un triunfo definitivo exigía una celebración especial. Por eso encontramos botellas de sidra. El alcohol era corriente en los campos de batalla, tan habitual -y tan necesario- como el pan o las latas de sardinas. Sin embargo, lo que consumían los soldados diariamente era vino, jerez o brandy. De ellos estaban llenas las ubicuas botellas de Pedro Domecq que documentamos en las posiciones sublevadas a los largo de la guerra -como cabe imaginar, Domecq era un acérrimo partidario de Franco. También eran frecuentes los licores y el anís. Pero la sidra no. De todos los sitios de la Guerra Civil que hemos excavado hasta la fecha, solo en otra posición, además del Asilo de Santa Cristina, hemos encontrado botellas de esta bebida.


Es comprensible. El vino se fabrica en muchas partes de España y en grandes cantidades. La sidra fundamentalmente en el norte: en Asturias, el País Vasco y, en menor medida, Galicia. De hecho, el otro sitio de la Guerra Civil donde hemos encontrado una botella de esta bebida es en la posición republicana de Castiltejón, en el límite entre León y Asturias. Su baja graduación (5-6º) la hace poco apropiada para el frente, donde los soldados necesitan alcoholes con mayor contenido alcohólico para aguantar la guerra. Es dulce, como el cava, y de hecho ha desempeñado durante mucho tiempo su papel: la sidra fue la bebida preferente para las Navidades en buena parte de España, más que el champán. También durante la guerra: los franquistas arrojaron sobre las líneas republicanas en diciembre de 1938 miles de pasquines en los que prometían una cesta de Navidad a todos aquellos soldados que se pasaran a sus filas, como recoge Pedro Corral en su libro Desertores (2006, p. 188). La cesta incluía, entre otras cosas, turrón, frutas escarchadas, galletas Artiach (!) y una botella de sidra. El diseño de las botellas que encontramos en el asilo, de hecho, es un remedo de las de champán. Irónicamente, el sello que las acompaña muestra la efigie de la República. Pero no la española: la Republique Française, donde la sidra en cuestión recibió una medalla en una feria internacional. 

Medalla de una feria internacional en una de las botellas de Sidra.


El que se haya conservado intacto este contexto único del final de la guerra se debe a una sencilla razón. El diario de operaciones de la 16 División franquista, que cubría el sector de la Ciudad Universitaria, indica que el mismo 28 de marzo de 1939 se ordenó a las tropas que iban a ocupar las líneas republicanas que cegaran las entradas a las minas. Y eso hicieron, al menos, en el caso de las que se encuentran en el Asilo de Santa Cristina (algunas de las del Clínico permanecieron abiertas durante años). Prueba de que no tardaron mucho en cumplir las órdenes lo demuestra el hecho de que junto a las botellas y el cordero encontramos una gran cantidad de munición y cuatro proyectiles de mortero sin explotar (que no pudieron permanecer a la vista durante mucho tiempo, por motivos obvios), todo ello sellado bajo gran cantidad de tierra y escombro. En el relleno solo aparece material del período de la guerra o anterior, ni un solo objeto que se pueda datar con seguridad después de 1939.


Granada de mortero Stokes-Brandt sin detonar junto a botella de sidra.  

El sellado no se llevó a cabo el mismo día 28, claro. Los soldados tenían otras preocupaciones: beber, comer, cantar, ocupar las posiciones enemigas, enviar a los vencidos a campos de concentración. Pero no se demoró mucho. El año 1939 había comenzado muy seco. Hasta que finalmente el día 31 de marzo llovió. Las impresionantes fotos de Deschamps en la Ciudad Universitaria, tomadas nada más caer la capital, captan este tiempo gris y tormentoso -como si la Naturaleza comprendiera la tragedia de la República y se solidarizara con ella. También el 19 de mayo, cuando se celebró el Desfile de la Victoria, llovió durante una hora.

 La Escuela de Arquitectura captada por Deschamps tras la rendición de Madrid, bajo un cielo tormentoso.

Nubes de lluvia el Día de la Victoria (Juan Miguel Pando Barrero).

Un periodista de ABC hace referencia a esas lluvias del 31 de marzo. Después de hablar de la sequía que ha persistido hasta ese momento escribe con la prosa engolada del régimen: "Hoy la decoración súbitamente cambió, y el Señor de las alturas nos mandó, para que la paz fructificara, raudales de agua bendita del cielo, que traerá mañana espigas de oro" (ABC nº10.347, p. 5).  

Esa "agua bendita del cielo" anegó el suelo del refugio donde se encontraba la bocamina. Lo sabemos porque los objetos aparecen incrustados en un estrato de limo craquelado como el de los charcos secos. También porque una de las botellas de sidra estaba llena de agua sucia. El agua del último día de la Guerra civil española. O de los primeros días de la posguerra.

Dicen los homeópatas, contra toda evidencia científica, que el agua tiene memoria. Pero en el caso del Asilo de Santa Cristina es cierto. El agua de la botella de sidra tiene, contiene o, más bien, es memoria. La memoria de unos día grises que truncaron la historia de España.

lunes, 17 de septiembre de 2018

De Massachussets a Rivas: historia del mundo en un cartucho


La arqueología de la Guerra Civil Española, como casi todas las arqueologías contemporáneas, es también una arqueología de la globalización. En cada objeto que encontramos confluyen historias que ponen en contacto lo local con redes de comercio internacionales, geopolítica, movimientos sociales que afectaron al mundo entero, grandes procesos económicos. Y ahí está uno de los aspectos apasionantes de este campo. Que un cartucho que nos encontramos en una chabola republicana de Rivas, por ejemplo, pueda estar relacionado con la Primera Guerra Mundial, la Revolución Industrial y el movimiento Beat de los años 50. 

Esta mañana, a la entrada de un refugio semiexcavado en la roca aparecieron dos cartuchos de calibre 0,303, empleado por el fusil británico Enfield, con marcajes de Lowell, Massachussets. Están fechados en 1916. Veinte años antes de que la Guerra Civil fuera siquiera imaginable. Pero la historia comienza hace doscientos años. 

En la década de 1820 se funda en la localidad de Lowell un centro de fabricación textil. La industria del tejido fue, entre finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, el motor de la revolución industrial a ambos lados del Atlántico. De hecho, la máquina de vapor (cuyo invento en 1775 lo consideran algunos el inicio del Antropoceno), se puso inmediatamente al servicio de las fábricas de tejidos, que acabarían en pocas décadas destruyendo economías enteras basadas en la manufactura artesanal -principalmente la india. Massachussets se beneficiaba de la producción algodonera del sur de los Estados Unidos, que empleaba trabajo esclavo. Y parte de sus productos volvían allí: Lowell fabricaba entre otras cosas tejidos bastos y simples que compraban los dueños de plantaciones sureños para vestir (o más bien tapar) a sus esclavos.
 Fábricas textiles de Lowell hacia 1850.

Para mediados del siglo XIX, Lowell era el principal polo industrial de Estados Unidos. Como en otras ciudades fabriles, las condiciones de trabajo eran horrorosas -no muy distintas de la esclavitud. Entre 1830 y 1840 un obrero (o más bien una obrera, porque eran más las mujeres empleadas en esta industria)  trabajaba una media de 73 horas. Este horario inhumano se redujo a "solo" 54 horas semanales en los años 10. Lowell, comprensiblemente, no fue solo un centro pionero en el desarrollo industrial de Norteamérica. También en el desarrollo de la conciencia de clase y la lucha contra la explotación. Gracias a grandes movilizaciones que tuvieron lugar a partir de 1912, los trabajadores consiguieron importantes mejoras en sus condiciones laborales. 

Trabajadora en una fábrica de tejido de Lowell.


Mientras la industria textil crecía lo hacían también otro tipo de fábricas. Poco después de la Guerra de Secesión, en 1869, se instala en Lowell una factoría de armamento, la United States Cartridge Company, fundada por el general unionista Benjamin Butler y que alcanza su apogeo durante la Primera Guerra Mundial: la compañía fabrica el 65% de toda la munición de pequeño calibre de Estados Unidos. 

Publicidad de la fábrica de municiones de Lowell. 

La mayor parte de la munición va a parar al ejército británico (recordemos que los estadounidenses no entran en la Gran Guerra hasta 1917), que había enviado agentes a adquirir armamento ya en septiembre de 1914, solo un mes después de comenzado el conflicto -un buen indicio de que el gobierno no confiaba en que la guerra fuera a acabar antes de las Navidades. Algunas de las industrias textiles se ponen al servicio de la producción bélica y pasan de fabricar alfombras a producir balas. En total salieron de las factorías más de dos millones de cartuchos para el Reino Unido, Rusia, Holanda, Italia, Francia y Estados Unidos. 
 Enfield M1917, del tipo empleado en la Guerra Civil Española.

La fábrica de Lowell echa el cierre en 1926 y se traslada a Connecticut, donde seguirá fabricando bajo el sello de Winchester. 

¿Cómo llegó el cartucho desde Lowell a Rivas? Pues dando mucha vuelta. El destinatario original era seguramente el Reino Unido. Su ejército necesitaba la munición de calibre 0,303 para los fusiles Enfiled y ametralladoras ligeras Lewis, que lo estaban dando todo en el Frente Occidental. No todos los cartuchos se gastaron al acabar la guerra, claro, pero como nunca estaremos faltos de violencia institucionalizada, los británicos tuvieron la oportunidad de darles uso en la Guerra Civil Rusa, que comenzó en 1917 y arrasó el país hasta 1921 (y en algunas zonas hasta dos años más tarde). El conflicto, que enfrentó al Ejército Rojo contra varios ejércitos blancos (contrarrevolucionarios) y una variedad de milicias, dejó tras de sí un par de millones de muertos. Y muchos excedentes bélicos.

Los británicos apoyaron, como se puede imaginar, a las fuerzas contrarrevolucionarias, y en concreto a Anton Denikin, un personaje bastante siniestro, cuyos soldados asesinaban con la misma alegría a comunistas y a judíos -adelantándose al genocidio cometido por los nazis y sus aliados ucranianos durante la Segunda Guerra Mundial.  El apoyo vino sobre todo en forma de armas y en concreto de 200.000 rifles, la mayor parte Enfield P-14, y sus respectivos cartuchos de 0,303. 


Un avance de la Guerra Fría: la lucha británica contra los soviéticos durante la Guerra Civil Rusa.

Cuando los bolcheviques ganaron la guerra, se encontraron con un gran número de armas de los calibres más diversos. La Guerra Civil Española les vino de perlas para deshacerse de estos excedentes: la munición de 0,303 fue de la primera que llegó a España procedente de la Unión Soviética. Sabemos que un gran cargamento de este proyectil se desembarcó en España el 1 de noviembre de 1936. Lo hizo con otros materiales bélicos obsoletos (como los fusiles Vetterli Vitali de la década de 1870) que fueron entrando en España a partir del 4 de octubre. 

Brigadistas con Enfield en la Casa de Campo en noviembre de 1936. Foto de Robert Capa. 


Los Enfield eran mucho mejores que los Vetterli o los Gras, pero el ejército soviético estaba armado con fusiles y ametralladoras que empleaban el cartucho 7,62 x 54 mm, así que lo primero que hizo la URSS, además de desprenderse de todo tipo de antiguallas, fue vender cualquier cartucho que no se pudiera disparar con sus propias armas (así como los fusiles que los disparaban). De esta manera, los Enfield y su munición llegaron a Madrid justo a tiempo para la defensa de la capital, que tuvo lugar a partir del 7 de noviembre de 1936. En las fotografías de la Batalla de Madrid, de hecho, se puede observar a muchos  brigadistas armados con Enfield. 

Cuando los republicanos recibieron decenas de miles de Mosin Nagant a partir de febrero de 1937, los Lee Enfield fueron o parar (o se quedaron) en frentes secundarios, como la Ciudad Universitaria de Madrid, donde ya no habría ataques masivos desde diciembre de 1936 (y donde nos encontramos muchos de sus casquillos) o el frente estabilizado del Jarama después de la ofensiva franquista. Los cartuchos de 0,303 que encontramos son un testimonio más de la escasa acción que vio este sector a partir de marzo de 1937.

Nos queda por vincular el cartucho de Enfield con el movimiento Beat: la explicación es sencilla. En Lowell pasó su infancia y adolescencia Jack Kerouac, el escritor maldito por antonomasia de mediados del siglo XX, defensor de las drogas, el amor libre, el hedonismo y la libertad individual y precursor del movimiento hippie. Su primer libro importante The Town and the City, está parcialmente basado en sus experiencias en Lowell. Haber crecido en una ciudad industrial, gris y opresiva como la mayor parte de las ciudades industriales, seguramente algo tiene que ver con su  actitud vital y con su obra.  

Jack Kerouac afirmó que las guerras no hacen avanzar a la humanidad, excepto materialmente. Las cuevas en las que vivían los soldados en Rivas y el cartucho  de Enfield que ya era viejo cuando llegó a España nos hacen pensar que a veces ni siquiera materialmente.

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Howson, G. (2000). Armas para España: la historia no contada de la Guerra Civil española. Península, Madrid.

Lowell. The story of an industrial city. US Department of Interior, Washington, 1992.
Mrozowski, S. A., Ziesing, G. H., & Beaudry, M. C. (1996). Living on the Boott: Historical Archaeology at the Boott Mills Boardinghouses, Lowell, Massachusetts. University of Massachusetts Press.



martes, 11 de septiembre de 2018

El olor de la derrota

Anuncio de Gal en la estación de metro de Chamberí.
Los años 20 supusieron una auténtica revolución en el ámbito del diseño. Cartelistas, dibujantes y artistas prestaron sus servicios a casas comerciales que se abrían al mundo del márketing y la publicidad. En la incipiente sociedad de consumo, un perfume o un agua mineral debían entrar por los ojos, no solo por la nariz o la boca. Botellas y frascos fueron un campo de experimentación, desde al art noveau a las vanguardias. La instauración de la IIª República abrió el camino a la liberación de la mujer e intentó aminorar el peso de la moral católica en la vida cotidiana. Las casas de perfumes jugaban entonces la baza de la sensualidad, de la atracción, de lo prohibido. En el Madrid de preguerra una de las firmas más importantes del sector era la Compañía Perfumería Gal, cuya fábrica en estilo neomudéjar se emplazaba junto a la plaza de Moncloa, en el Paseo de San Bernardino. Todavía se conserva un anuncio en azulejo en la estación de Chamberí. Sus productos estrella eran la vaselina y el mítico jabón Heno de Pravia. En los años 30, actrices de éxito como María Guerrero y Margarita Xirgu prestaron su voz en la radio para la promoción de Gal. Al estallar la guerra, en el verano de 1936 la fábrica es colectivizada. Sus trabajadoras corrieron a alistarse para acudir al frente. Como podemos leer en Agente Provocador, la revista Crónica se hizo eco de este hecho:
Obreras de la Casa Gal, de la fábrica de pañuelos y de otros sitios, han acudido en tropel a alistarse en el Batallón que lleva el nombre de Lina Odena, en memoria de aquella que en un frente de Andalucía supo derramar generosamente su sangre joven y ofrendar su vida en defensa del ideal.
Lina Odena era una militante comunista a la que sorprendió el golpe de Estado durante un congreso provincial en Almería. El 14 de septiembre se dio de bruces con una partida de falangistas y se suicidió de un disparo en la sien. La unidad de combate de las milicianas perfumistas no tuvo mucho recorrido. Sobre estos batallones femeninos y su coqueteo con el frente se decía en Mundo Gráfico, el 29 de julio de 1936:
Quieren luchar, quieren ir a la Sierra. Pero sin olvidarse por ello de llevar la boca pintada a lo Joan Crawford y de mirarse a hurtadillas algún rizo rebelde en el espejo que llevan en el bolsillo izquierdo del mono, sobre el corazón.
Otra gran compañía de la competencia, en aquellos años prebélicos, era la casa Parera, de Badalona. Su fundador, Joan Parera i Casanovas en la década de 1910, manejaba el discurso paternalista de la patronal catalanista católica. Cada año, por la fiesta de Santa Isabel, regalaba a cada una de sus trabajadoras un estuche personal de cosméticos variados. Can Parera alcanzó una notable proyección internacional. En mayo de 1933 el dueño invitó a las participantes del certamen de belleza Miss Europa que se iba a celebrar en Madrid. En el top de sus producciones se contaba por entonces con Cocaína en Flor (es en serio), para mujeres, perfume misterioso cuyo nombre responde a efectos desconocidos, y con un clásico para hombre-macho ibérico, Varón Dandy, perfume que por razones psicológicas atrae poderosamente a la mujer. Como hacía la competencia, Parera fichó a artistas de la época. En 1933 y 1935 sonaban dos tangos, recitados por Carmelita Aubert, en los que se cantaban las excelencias del superperfume seductor Cocaína en Flor:
Un perfume que persiste/un aroma que no cansa/una sensación que no se olvida/Superperfume Cocaína en flor.
Las necesidades da guerra llevaron a la Generalitat de Catalunya a reconvertir parte del tejido industrial. De diseñar y producir pintalabios y perfumes se pasó a fabricar en cadena granadas de mano y proyectiles. Toda una metáfora de lo que supuso el conflicto bélico.
En varias ocasiones nos encontramos en nuestras excavaciones de la guerra civil con frascos de perfume. Esta vez, el contexto es realmente sorprendente. En el nido de ametralladora del Campillo, excavado en la roca, documentamos un hogar, con salida de humos incluida. Sobre el piso de ladrillo quedó fosilizado un evento, la última comida que hicieron los soldados de la posición antes de la derrota. Unos ladrillos dispuestos de forma vertical flanqueaban una lata que en su día contuvo carne. Entre la ceniza recogemos pequeños clavos de la madera empleada en la combustión, y huesecillos de animal, restos óseos de un humilde guiso. Este verdadero bodegón bélico se completa con dos frascos de vidrio, emplazados in situ, que todavía mantienen su tapón de corcho, impregnados de un líquido que se asemeja al vino tinto. Uno es un tintero y el otro un frasco de perfume. Este último todavía conserva la pegatina promocional de la casa Parera y el sello fiscal de 15 céntimos.
Un comentarista anónimo de nuestro blog nos echaba en cara que somos muy dados a la imaginación, que lo que tenemos que aportar es información. Desconoce este amable lector que la imaginación es la herramienta historiográfica más poderosa. Nos gusta imaginar cómo y por qué llegó este frasco de colonia al frente. ¿Sería el regalo de una amante, esposa, novia? ¿Lo trajo un combatiente procedente de Levante en los primeros compases de la batalla del Jamara? Sí, la imaginación genera relatos sugerentes sobre el pasado. Parafraseando aquella película El perfume: historia de un asesino, basada en la famosa novela de Patrick Süskind, podemos escribir El perfume: historia de un soldado. Lo pudimos comprobar en la visita guiada del sábado a El Campillo, con los niños y niñas probando su olfato para la investigación. Poder acceder a los olores de la guerra. Las trincheras no olían a perfume, sino a mierda, sudor, polvo y barro. Aquí se constata una vez más la ruptura que supuso el conflicto. El hombre ideal (de una sociedad en paz) que cantaba Carmelita en 1933 en una cuña publicitaria de radio de Varón Dandy, estaba en las antípodas del hombre ideal, del hombre-guerrero que debía combatir en las trincheras.
Con la Victoria, Parera y el franquismo hicieron buenas migas y consagraron la imagen del hombre impuesta por el nuevo régimen, un hombre que no tenía ya que seducir, sino imponerse, por la violencia sin hacía falta. Una colonia para los vencedores. En cambio, el olor de la derrota quedó fosilizado en el fondo de las trincheras republicanas. Hasta hoy.
 

lunes, 10 de septiembre de 2018

Espacio multifuncional



La estructura que estamos excavando en el Campillo de Rivas Vaciamadrid es de lo más interesante. No es que aparezca una gran cantidad de material, pero está bien conservado y los materiales parecen encontrarse in situ. Los datos arqueológicos apuntan a un incendio intencionado de la techumbre para acelerar el colapso de la construcción. Encontramos un montón de carbones, incluidos restos de ramas y vigas de madera carbonizadas, todas al mismo nivel, lo que encaja bien con el derrumbe del techo. 

A lo largo de los años hemos excavado un gran número de refugios de tropa de la Guerra Civil. También de fortines. En este caso parece que se combinaron ambas funciones. Hemos descubierto una aspillera que da a una plataforma de cemento en la que debió de emplazarse una ametralladora Maxim. La plataforma se construyó utilizando traviesas de acero saqueadas seguramente de la vecina vía del tren. Junto a la aspillera aparecen algunos casquillos soviéticos de 7,62 mm disparados por la Maxim (y el fusil Mosin). 



Pero justo detrás de esta estructura tenemos una hornacina excavada en la roca, con suelo de ladrillos macizos. Sobre el hogar de ladrillos encontramos una lata (usada para calentar la comida), un frasco de colonia y un tintero. También aparecen en el refugio muelles de colchón y unos orificios practicados en la pared de roca que podrían haber servido para encajar unos camastros. En estos momentos estamos excavando una segunda estancia, que se une a la primera mediante unas escaleras talladas en la roca. Sobre las escaleras había trozos de una vasija de barro.


Esta estructura es una paradoja de la modernidad. Los arqueólogos hemos podido observar que una de las innovaciones que trajo consigo la era moderna -y que marca muy claramente el final de las sociedades tradicionales- es la aparición de espacios domésticos divididos. Cada función (cocinar, dormir, recibir visitas) tiene su propio lugar, separado por tabiques y muros que impiden la visión y garantizan la intimidad. La separación de espacios está también vinculada al desarrollo de la individualidad: si en la Edad Media (o en las viviendas campesinas de no hace mucho) compartían espacio animales y personas y poseer un dormitorio individual era un lujo de señores, en la Edad Moderna preferimos no convivir en la misma habitación no ya con vacas u ovejas, sino con otros semejantes (excepto con nuestra pareja).

La vivienda troglodita que excavamos en el Campillo combina casi todas las labores cotidianas en un mismo espacio: cocinar, comer, dormir, escribir cartas. Y las mezcla además con las actividades bélicas (vigilar, disparar, defenderse).
En un espacio de pocos metros cuadrados una podría, hipotéticamente, vivir, matar y morir. La modernidad en la guerra implica el fin de la modernidad.

viernes, 7 de septiembre de 2018

Primera Jornada de Puertas Abiertas

En rojo, la ubicación de la Casa de Peña Blanca. Punto de encuentro a las 10:00.

El ayuntamiento de Rivas Vaciamadrid, en colaboración con nuestro equipo de trabajo, organiza un ciclo de visitas guiadas a las excavaciones arqueológicas a lo largo del mes de septiembre. La entrada es libre y gratuita. Mañana sábado quedamos a las 10:00 con todos vosotros en la Casa de Peña Blanca, en donde hay espacio suficiente para aparcar. La estación de metro de Rivas Vaciamadrid queda muy cerca.

Silos de época romana. Sondeo arqueológico en el interior de la Casa de Peña Blanca.

10:00-11:30. La casa de Peña Blanca constituye uno de los epicentros de la batalla del Jarama en Rivas. Nuestro objetivo aquí es identificar restos de la antigua población Vaciamadrid, evaluar el carácter histórico del edificio de las cuatro torres (al lado derecho de la A-3 en sentido Valencia, a la altura de la salida del km 19) que podría retrotraerse a tiempos de Felipe II y dilucidar la relación que la estructura, hoy abandonada, pueda tener con la guerra civil.

Restos del antiguo ayuntamiento de Rivas, localizados ayer.

Desde ahí iremos al Campillo, en donde a partir de las 12:00 os mostraremos la posición republicana que estamos excavando.

12:00-12:30 Zona de El Campillo. Veremos restos de trincheras, refugios, un nido de ametralladoras y un observatorio de la batalla del Jarama.

AVISO. Quien quiera acudir a ambas zonas, se recomienda usar vehículo propio (bicicleta, moto, automóvil...) por la distancia entre la Casa de Peña Blanca (en la orilla sur de la A-3, salida km. 19) y la zona de El Campillo (orilla norte).

1. Ubicación de la Casa de Peña Blanca. 2. Ubicación de la posición de El Campillo.



miércoles, 25 de julio de 2018

Retrofuturismo

 Excavando el refugio 3.

Os cuento rápidamente que un servidor tiene que irse a dormir. Hoy empezamos a excavar en el interior de la galería del refugio 3 y ¡sorpresa! (otra). Resulta que no es una bocamina como la del refugio 1, es decir, una simple abertura en el suelo que da acceso a un túnel vertical. Esta es bastante más grande, estaba originalmente forrada de madera y tiene escaleras de acceso. Hemos encontrado ya cuatro peldaños, algunos tallados en el sustrato geológico y otros realizados con ladrillos reaprovechados del asilo. Sobre los peldaños  quedó abandonado un cargador de Máuser español y dos casquillos unidos por la boca. 

Cargador de Máuser y casquillos unidos.

Estos últimos deben de ser obra de un soldado aburrídisimo, quizá el centinela que tenía que estar pendiente de sus camaradas zapadores mientras estos trabajaban en los túneles. En el relleno de la galería además ha aparecido una palanca de una granada polaca wz gr 31 y, paradójicamente, una moneda republicana. Una acuñación de 25 céntimos de 1934. 

  
Moneda republicana y palanca de granada polaca.


Kemer, uno de los mejores dibujantes de la Guerra Civil, nos dejó una serie de ilustraciones de la guerra de minas en la Ciudad Universitaria que no se pueden contemplar sin sentir escalofríos. Especialmente cuando uno está excavando los restos de lo que él dibujó hace 80 años. Son unas escenas entre arcaicas y futuristas que solo se pueden describir como steampunk. Retrofuturismo puro.


Es quizá esta lucha subterránea la que se antoja más surreal de todas las que se libraron en la Guerra Civil. Guerreros del subsuelo armados con máscaras antigás, pistolas semiautomáticas, granadas, dinamita, cuchillos, picos y lámparas de carburo combatían a un enemigo invisible en las entrañas de la tierra. Las legendarias ratas de túnel de Vietnam tuvieron su precedente en Madrid en 1936. Es bien sabido que muchos de los que que lucharon en los túneles del Vietcong acabaron con serios trastornos psicológicos. Lo que sucedió a quienes combatieron en las minas de la Universitaria, en cambio, tenemos que imaginárnoslo.

 

martes, 24 de julio de 2018

Este refugio es una mina


Tintero con deformación de fábrica procedente del refugio 3. 
 
El refugio 3 que estamos excavando en estos momentos es una mina. Lo es en un doble sentido. Por un lado, porque no paran de salir cosas. El relleno de escombros está trufado de arriba a abajo de materiales de la Guerra Civil y del asilo. Ya vamos por el quinto tintero y el tercer cepillo de dientes. Muchos de los objetos apuntan al uso de esta estructura y de la zona circundante como un lugar de habitación cotidiano. 

El cepillo de dientes que hemos encontrado hoy es interesante porque es muy distinto de todos los que hemos encontado hasta ahora excavando sitios de la Guerra Civil. Precisamente en la página anterior indicábamos que los cepillos del primer tercio del siglo XX son sistemáticamente de plástico amarillo. También los hay anaranjados o rojo claro. Pues bien, el de hoy, para llevar la contraria, es azul. Y tiene una curiosa decoración en relieve en el mango. Como el cepillo de imitación carey, es posible que sea de la época del asilo. 



Lo que sin duda pertenece a la época de preguerra es un cartel de mármol con letras incrustadas en metal en el que se puede leer "DOCTOR / (...)E  GARDO(...)". La siguiente letra parece una C. Si a alguien se le ocurre cómo reconstruir el apellido que nos deje un comentario, por favor.

 
Los restos de botellas siguen apareciendo a montones. Un buen número de ellas están bastante enteras. Predomina el habitual Pedro Domecq, hay algunas de anís y este extraño ejemplar, que conserva una etiqueta en la cual se puede leer "LEGIÓN".
 

Al buscar "Legión" y "licor" en internet descubro que la "Leche de pantera" es un cóctel que encargó Millán Astray a Chicote para sus legionarios. Así que este brebaje es considerado la bebida oficial del cuerpo. Se hace con leche condensada, agua y ginebra. Y para darle un toque más legionario se le puede añadir pólvora. Hemos encontrado granadas sin explotar menos peligrosas que este cóctel. Dudo que enviaran leche de pantera embotellada a las trincheras, aunque visto el nivel de la logística del ejército sublevado tampoco me extrañaría. Si mandan paella con chirlas a primera línea porque no van a mandar cócteles. Pero parece más verosímil que la botella pertenezca a alguna producción conmemorativa del cuerpo para subir la moral a la tropa. Como esta maravilla de aquí, que debería exhibirse en un museo de arte contemporáneo:

(c) todocoleccion.net

Decíamos que el refugio es una mina en dos sentidos. Y es que parece que tenemos otra bocamina en el suelo de la estructura, como sucede con el refugio 1. 

Fondo del refugio 3 con el acceso abierto en el pavimento.
 

De hecho, no sería nada descabellado que las entradas subterráneas de ambos refugios conduzcan a la misma galería, que atravesaría toda la cimentación del edificio del asilo e iría comunicando abrigos y otras estructuras enterradas o semienterradas. Ojalá pudiéramos echar un ojo a esa galería. Imaginaos: un túnel de mina de la Guerra Civil sin tocar desde abril de 1939...