Está de moda entre los arqueólogos del mundo contemporánea afirmar que la arqueología del presente tiene que ser una arqueología de la superficie. La profundidad está sobrevalorada, dicen. Es una vieja metáfora de la disciplina que debemos superar. La arqueología también puede y debe analizar lo que está a la vista, sobre el suelo, en las paredes de los edificios. Es muy cierto. Nosotros mismos hemos practicado la arqueología superficial: analizando arquitectura franquista, estudiando impactos de bala en las paredes o registrando graffiti.
También es verdad que no es fácil encontrar estratigrafías profundas del siglo XX. Pero existen. En la Ciudad Universitaria de Madrid tenemos la suerte de contar con sitios con una potencia estratigráfica extraordinaria. En las trincheras que excavamos este verano documentamos más de un metro y medio de sedimentación que fosiliza una historia peculiar: la historia geológica de los últimos 80 años en Madrid. Y más que eso: la historia del Antropoceno, esa era en la que vivimos inmersos y que supone la intrusión decisiva del ser humano por primera vez en la evolución geológica del planeta. Al finalizar los sondeos tomamos una columna de muestras para su análisis micromorfólogico.
Toma de muestras geológicas en uno de los sondeos de la trinchera de comunicación.
Junto a las trincheras, el refugio de tropa que también excavamos también reveló una gran potencia estratigráfica. Pero aquí no es la historia del Antropoceno lo que podemos recuperar, sino la historia humana de la capital. Hay veces que coincide la potencia estratigráfica y el olvido. La tierra cubre la memoria. Y este es un buen ejemplo de ello. Porque en el abrigo de la Ciudad Universitaria se esconden, en sus cerca de dos metros de estratos arqueológicos y seis niveles de uso, la historia marginada del siglo XX.
Estratigrafía del abrigo
Los dos primeros niveles son de la Guerra Civil y nos cuentan la vida de los vencidos en la guerra. Unos vencidos que fueron, además, castigados, humillados y finalmente olvidados. Poco es lo que nos queda de ellos: una caja de munición reventada, cartuchos oxidados, algunas latas. La imagen de un ejército derrotado.
Los siguientes niveles son los de la vida en la posguerra: gente sin hogar ocupó el refugio y en él pasó frío y hambre nada más acabar la guerra. Las huellas que dejaron son los restos de una hoguera y unas pocas latas y botellas de vidrio rotas. Entre ellas, una de agua mineral Insalus, de Tolosa (País Vasco). Su presencia no indica que los indigentes bebieran agua mineral, sino más bien que reutilizaban cuanto podían. Los sin techo vivieron en el abrigo en los años 40.
Suelo de ocupación del final de la guerra e inmediata posguerra
La ocupación continuaría en los años 50, después de una breve interrupción marcada por aluviones. Sobre ellos aparece un nuevo nivel de suelo, otra hoguera y más basura. A este período corresponde una botella de Crush, un ancestro de la Fanta que se fabricó en España desde 1929. El diseño art nouveau del vidrio, en este caso, permite datar el contenedor antes de 1955. También a esta fase corresponde una botella de Ferroquina, un vino de origen italiano con hierro añadido, y una moneda de Franco datada en 1947. Los años 40 y 50 fueron testigos de la llegada a Madrid de una gran cantidad de gente que emigraba de los pueblos, huyendo de la miseria o la persecución política. Se asentaron en los márgenes de la capital, donde malvivían en chabolas, cuevas y ruinas.
Moneda del Caudillo de España por la Gracia de Dios datada en 1947
Los años 60 suponen un cambio en el registro arqueológico. Para este período ya no tenemos un nivel residencial propiamente dicho, es decir, con suelos, hogueras y materiales de vida cotidiana. Los años 60 son una fase de desarrollo económico, retroceso del chabolismo y comienzo de actividades propias de la sociedad del bienestar, como las comidas campestres y los guateques de fin de semana. Es posible que a este tipo de prácticas haya que atribuir una diversidad de botellas de alcohol (anís La Castellana, jerez Bobadilla, cerveza Mahou), que no aparecen asociadas a otros elementos, excepto una lata de mejillones.
¿Restos de un guateque campestre de los 60?
Basurero de los años 60 con lata de mejillones en primer plano.
Objetos asociados a la ocupación de una mujer sin hogar a principios de los 90
No sabemos qué pasó con esta mujer (y creemos que era una mujer porque apareció esmalte de uñas rosa). Pero hace unos 20 años dejó su hogar improvisado. Desde entonces, el sitio ya solo es visitado esporádicamente por hombres que practican actividades sexuales.
Manuel de Landa propone en su visión no lineal de los últimos mil años una descripción geológica de la historia. El proceso de emergencia de las ciudades es para el filósofo equivalente al de lavas y magmas. No es una metáfora, advierte: realmente se trata de los mismos procesos físicos. La lava se solidifica de la misma manera en que las ciudades se van convirtiendo en entes más pesados y rígidos, con sus murallas, casas y monumentos.
En la Ciudad Universitaria nos encontramos un proceso geológico distinto: el aluvión. Los refugios y las trincheras de la Guerra Civil se convirtieron desde abril de 1939 en una trampa sedimentaria, es decir, una barrera contra la que se remansa la materia que fluye arrastrada por los elementos. En los refugios y las trincheras se han sedimentado capas de aluvión geológico, formado por las arenas arrastradas por la lluvia. Pero también hay capas de aluvión humano. Por algo se habla de "gente de aluvión": personas desplazadas no por fenómenos geológicos, sino políticos y económicos. La gente de aluvión la forma el desecho social: los soldados vencidos en un frente secundario, los que lo han perdido todo, los emigrantes, los indigentes, los homosexuales.
En la Ciudad Universitaria rescatamos un proceso geológico-social olvidado, en el que se mezcla la gente, la basura y la arena. Es una historia que tiene poco de épica. Una historia de los perdedores de la historia.
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