sábado, 22 de noviembre de 2014

Al alba, al alba: la verdad era repelente

El Duque de Alba en el Museillo del Palacio de Liria (1953).
 
Tengo casi cuarenta años de edad y ya he visto de todo en la Televisión Pública española, pero ni en el Califato felipista ni en el Emirato aznariano el Telediario alcanzaba estas cotas de panfleto del NODO. En un país de tonadilleras encarceladas, chorizos forrados con cuentas en Suiza, curas depravados y constructores-mafiosos-políticos de cacería y puticlub, no desentona que la muerte natural de una duquesa se honre con auténticos funerales de Estado. Más madera para la bilbaína del cachondeo más allá de los Pirineos. Esto es normal, lamentablemente. Lo que ya es increíble es el tratamiento historiográfico de la noticia. Según lo que nos cuentan, el Duque de Alba estaba en Londres de casualidad durante la guerra civil; era una persona a la que sólo le guiaba el amor a la Patria. Sólo se dice que en 1940 es nombrado embajador en la capital británica. La duquesalolaila es elevada a los altares de la Protección del Patrimonio, su verdadera misión en la tierra al margen de la política y el mundanal ruido. La prueba esgrimida para continuar con esta loa patrimonial es la titánica tarea de Cayetana y sus hijos por recuperar el Palacio de Liria. Muy bien. Pero en ningún momento se cuenta la verdad; da la impresión que fueron extraterrestres los que destruyeron el palacio. Pues no.
 
La Liberación: pruebas de la vesania marxista, el Palacio de Liria y el Museo del Prado.
 
Cuando se produce el golpe de estado, el Duque de Alba se encontraba en Londres de vacaciones. Allí se pone al servicio del bando nacional, siendo nombrado en mayo de 1937 jefe de la delegación oficiosa del Gobierno Nacional en Gran Bretaña. El duque fue una de los artífices de la exitosa campaña propagandística que consiguió que el Reino Unido no interviniese en la guerra civil española. Como señala J. Avilés (1996: 165) una de sus principales tareas fue convencer a los británicos de que los rebeldes no eran unos fascistas que iban a poner España al servicio de Roma y de Berlín, sino unos patriotas cuyas ideas conservadoras no estaban lejos de las de muchos tories. Desde ese puesto fomentó incluso la creación de The Friends of National Spain y dio a conocer tanto la persecución religiosa y las tropelías cometidas en zona roja. Como ejemplo de la barbarie de las hordas marxistas pudo poner como ejemplo la destrucción del palacio de Liria, residencia de los Alba en Madrid en la que se había reunido el Patronato de la cueva de Altamira en más de una ocasión. El bando nacional culpó a los rojos de este hecho, como lo haría también con el bombardeo de Gernika (Gracia 2009: 31). Como nos hemos cansado de comprobar en sitios como el Frente Norte o Belchite, la propaganda franquista modeló ya en tiempo de guerra esta imagen de los republicanos leales como una masa informe de bárbaros, iletrados e ignorantes gobernantes rojos, llenos de odio y con un apetito insaciable para derramar la sangre de aquellos que se oponían a sus arbitrarias decisiones (Solla 2010: 15). La horda marxista fue un término utilizado hasta la  saciedad para deshumanizar al enemigo derrotado durante todo el régimen franquista (León y López 2013: 16-9).
 
Milicianos de la UGT guardando el Palacio de Liria, tras el bombardeo nacional: las armas encima de la cama en la que murió la emperatriz María Eugenia.
 
Valga de ejemplo  este  fragmento de la crónica de ABC del 9 de abril de 1939 (que ayer mismo se encargó de recordar tan venerable periódico) sobre la destrucción del palacio de Liria:
 
La muerte del palacio de Liria merece tantas lágrimas, que su antiguo césped ganaría verdor en el triste homenaje. Pocas cosas son comparables a estas mutilaciones atroces que dejan a medio morir nuestras antiguas mansiones cortesanas. Estos vestigios calcinados de pretéritos lujos son ruinas pavorosas, revueltos los cimientos y la ornamentación. La patraña marxista tendió sus armas en torno a la destrucción del palacio de Liria. Una propaganda falaz afirmó deberse a un bombardeo de la aviación nacional. La verdad era repelente: la propia voracidad de los rojos no se contentó con saquear el palacio, sino que quiso destruirlo para borrar así brutalmente la huella del robo.
 
Milicianos en la Exposición de Valencia, observando pinturas rescatadas del Palacio de Liria.
 

La realidad era muy otra. Diez bombas incendiarias arrojadas por la aviación nacional cayeron sobre el edificio el 17 de noviembre de 1936 en plena ofensiva franquista sobre Madrid. Las milicias comunistas del 5º Regimiento rescataron de entre las llamas las obras de arte que pudieron salvar. Todas ellas serían expuestas en Valencia por el Ministerio de Instrucción Pública entre diciembre de 1936 y enero de 1937 (Muñoz 2009). Como se puede apreciar, lejos de actuar como hordas incontroladas, las autoridades republicanas deciden abordar una ambiciosa operación de traslado del Tesoro Artístico Nacional a Valencia.
Nada de esto se recuerda estos días. Será que para el nuevo periodismo de la televisión pública española es cierta aquella máxima del ABC del 9 de abril de 1939: La verdad era (y sigue siendo) repelente para los cavernícolas ultraderechistas que gobiernan hoy en día el Reino de España.
 
Anuncio de la prórroga de la exposición en Valencia.


1 comentario:

asociacion veciñal do saviñao dijo...

Gracias por divulgar lo que la información del regimen ( de hoy y aller ) tergiversa . Gracias por dar luz a tanta oscuridad .