El domingo 17 de junio de 2018, por iniciativa de la
asociación cultural Geltoki del
municipio alavés de Iruña de Oca, llevamos a cabo un paseo arqueológico por el
paisaje disciplinario del antiguo Campo de Concentración de Nanclares de la
Oca, germen de la famosa prisión actual. Las expectativas eran pequeñas en un
principio, pero medio centenar de personas emprendieron el camino que, no sólo
sirvió para dar a conocer esta historia, sino que esperamos que sirva para
iniciar una nueva.
Tal y como cuenta Juanjo Monago en su libro El Campo de Concentración de Nanclares de la
Oca (1940-1947) (ed. Dpto. de Justicia del Gob. Vasco, 1998), en diciembre
de 1940, la aldea alavesa de Garabo
recibió a los primeros presos. Muchos de ellos eran brigadistas
internacionales, traídos aquí desde el saturado campo de concentración de
Miranda de Ebro. Llegaron en tren, por la vía férrea que une Miranda con
Vitoria, a su paso por un pueblo que todavía hoy es sinónimo de cárcel:
Nanclares.
Aquel invierno de 1940-1941, cientos de presos fueron alojados en tiendas de campaña y barracones precarios. El lugar era conocido
como Montecillo de Garabo y se trataba de un promontorio rocoso rodeado por un
meandro del río Zadorra. El borde de agua hace que este sitio sea casi como una
isla en el corazón de Álava. La elección del lugar fue obra de un militar de la
zona, alavés, pero los técnicos que trajeron sus planos eran alemanes. Tenían
experiencia en esto.
Imagen aérea del campo de concentración de Nanclares (vuelo americano de 1956/7).
Enseguida aquellos primeros presos fueron obligados a
detonar, picar y moler la roca caliza del Montecillo. En muy poco tiempo
lograron alterar profundamente el relieve para crear así una gran zona llana de
más de 50.000 metros
cuadrados . La piedra extraída sirvió también para la
construcción de ocho grandes barracones, con capacidad para doscientas personas
cada uno. Fueron construidos siguiendo una llamativa planta trapezoidal. Cada
barracón tenía un único acceso, orientado al sur, bajo la atenta mirada de una
imponente torre de vigilancia. Esta disposición constructiva no era invención
propia, sino que era la aplicación de un modelo que se mostraba muy eficiente
en otros lugares.
Imágenes aéreas del campo de
concentración de Buchenwald (izda.) y de Sachsenhausen (dcha.), Alemania.
El río Zadorra, traicionero con las crecidas invernales, hacía
muy difícil cualquier tipo de huida. De ello da fe, por ejemplo, la aparición
de un preso ahogado en 1943. La lógica penitenciaria de los lugares remotos y
de las barreras de agua, presente en toda la historia de las colonias penales,
atroz y obvia en sitios como Tasmania o Nueva Caledonia, se presenta aquí a una
escala mucho más pequeña pero igualmente efectiva. Esta tierra de Garabo sólo
ofrece una salida posible, por un estrecho camino junto al río, siempre bajo la
supervisión de la torre de vigilancia.
Mapa de
visibilidades desde la torre de vigilancia del Campo a 1 km.
Como expuso Michel Foucault en Vigilar y castigar, la ciencia disciplinaria es un saber que
implica un conocimiento sobre los individuos –de sus culpas y de sus penas, de
sus posibilidades de redención y, en definitiva, de sus almas. Pero este es
un saber que apela también a la materialidad. La disciplina carcelaria necesita
de una serie de arquitecturas que la sustenten y la reproduzcan. Bentham ya lo
dejó claro en el siglo XVIII con su modelo de panóptico y su ideal arquitectónico del control sobre los
individuos. En el caso del Campo de Concentración de Nanclares no sólo
apreciamos su arquitectura disciplinaria, sino que la topología de la zona es
igualmente una herramienta de vigilancia. La morfología geológica del lugar fue
un factor determinante para la instalación del centro. Y yendo más allá, la
roca era de suma importancia.
Durante décadas, los presos de Nanclares trabajaron
intensamente en la cantera del centro. El trabajo era el medio para la
redención nacionalcatólica. La contribución necesaria para construir la Nueva
España, mediante el sudor y, en ocasiones, mediante la sangre. El 10 de abril
de 1945, una explosión en la cantera produjo nueve heridos graves. Aunque la
mortalidad anual del Campo era de una media de 12-13 presos por año. Es decir,
una muerte al mes.
Presos del campo trabajando en las
canteras.
A finales de la década de 1970, se inició una gran
remodelación de la prisión. Se pasó del orden trapezoidal de barracones a un
sistema de patios y módulos más moderno. La cárcel, con su morfología actual,
fue reinaugurada en 1984. La piedra fue sustituida por el ladrillo. Casi todo
rastro del pasado concentracionario fue borrado, pero el material de obra sigue
delatando el origen de algunas de las instalaciones. O dicho de otra forma, es
la petrología –la caracterización del tipo de piedra– la que señala el contexto
arqueológico original del Campo de Concentración.
Vista aérea de 1968 (izda.) y vista
actual de la prisión con los restos en piedra original (dcha):
1- Acceso; 2- Restos del molino de
piedra.
El edificio de acceso sigue siendo parte del antiguo
Cuerpo de Guardia. Se aprecian también los muros de piedra de una gran
construcción al pie del complejo, en el parking de Visitas. Estos muros son los
escasos restos de un gran molino en el que se picaba la roca extraída en la
cantera para distribuirla en camiones. Algunas empresas constructoras hicieron
grandes sumas de dinero con este negocio y, una vez más, nuestras gafas
petrológicas nos advierten de la presencia de estas piedras de sangre,
incluso en edificios y barrios de Vitoria.
Barrio “Martín Ballesteros” de Armentia
(izda.) y edificio de la calle Ramiro de Maeztu (dcha.).
Estos, al igual que muchísimos otros a lo largo del Reino
de España, son los restos silentes de una explotación del hombre por hombre a
una escala sin precedentes en nuestra historia. Y así es como, desde la
Arqueología, esa ciencia que dedica tantos esfuerzos en descifrar piedras, nos
ayuda a acercarnos a un pasado poco conocido, el del Campo de Concentración de
Nanclares de la Oca.
Continuará…
Post by Josu Santamarina Otaola (GPAC, UPV/EHU).
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