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jueves, 23 de enero de 2020

Se abrirán las grandes alamedas

Paseo Central de la Alameda compostelana. El edifico blanco del fondo fue cuartel de Falange tras el golpe. Centro de tortura, hoy en día es una guardería.

En marzo de 2013, en el marco del festival Atlántica, diseñamos una visita guiada por la ciudad de Santiago de Compostela bajo el título Santiago y la Última Cruzada. En una tarde con nieve, algo inusual en la capital gallega, rescatamos del olvido lugares emblemáticos del golpe de Estado y episodios traumáticos de la violencia desatada por la represión franquista. En aquel entonces gobernaba la ciudad esa derecha recalcitrante que nada quería saber sobre la llamada memoria histórica. Con todo, la actividad fue un éxito de público.


Siete años después, el ascenso del fascismo en el Reino de España muestra ben a las claras la necesidad ineludible de luchar por la memoria en el espacio público de las ciudades. Por eso aplaudimos el proyecto expositivo desarrollado desde la Universidad de Santiago de Compostela por el equipo del catedrático de Historia Contemporánea Lourenzo Fernández Prieto. En los últimos años, este grupo de investigación ha centrado su interés en el estudio de las actitudes sociales en los espacios de reclusión, ejecución y enterramiento durante el golpe, la guerra civil y el franquismo en perspectiva comparada.

Todos los partidos políticos con representación en el Concello apoyaron la exposición, algo excepcional en otras latitudes, en donde prima el negacionismo neofascista.

En este contexto se debe enmarcar la exposición itinerante inaugurada hoy, bajo el título Deconstruír o franquismo, en el Paseo Central de la Alameda. La muestra se presenta en cinco etapas, desde la persistencia del franquismo a las ausencias de la memoria. El trayecto nos descubre la política conmemorativa de la dictadura, las amnesias que dibujan una auténtica cartografía del terror y las expropiaciones de significado de lugares y símbolos. La exposición también incluye reproducciones fotográficas de espacios y simbología franquista que perduran o que fueron olvidados por la ciudadanía de Santiago de Compostela y una cartografía interactiva que trae al espacio público los lugares de muerte y enterramiento en Galicia durante la guerra civil.

Una sociedad plural: la Compostela de la IIª República.



La Nueva España en Compostela. 

La exposición está abierta al público del 23 de enero al 6 de febrero de 2020. El 1 de febrero, a las 11 de la mañana, tendrá lugar una Ruta de interpretación del Franquismo en Santiago.
Más info en europeanmemories.net


viernes, 28 de junio de 2019

Por teu livre pensamento

Placas de homenaje en la entrada a la cárcel de Peniche.

En el Reino de España, el franquismo (que no es sociológico, sino estructural) impide que un gobierno democrático retire los restos del dictador del mayor monumento fascista que persiste en Europa, esto es, el Valle de los Caídos. El poder de la familia Franco es enorme. Un ferrolano, militar de carrera en 1936, acabaría sus días con una buena pensión, con reclutas reconvertidos en su servicio doméstico y con privilegios de todo tipo para sus familiares. Y ahí se acabaría todo. Pero no. Este Salvador de la Patria, tras cuarenta años tratando al país como su cortijo, legó a sus descendientes y arrimados un legado multimillonario en bienes y capitales. Pero la familia Franco no solo vive en la abundancia, sino que es tratada de manera indulgente por tribunales y medios de comunicación (y no hablo únicamente de la prensa del corazón). Y es más, marca la agenda política e impone sus condiciones. Todo esto ocurre gracias a esa Transición modélica y campechana que nos vendían gentes como Victoria Prego en la década de 1990, sin ir más lejos.

Obras de rehabilitación en el interior de la fortaleza-cárcel de Peniche.

Uno que se ha criado en esta realidad no deja de quedarse perplejo con la gestión de la memoria del pasado reciente que realiza nuestro país vecino (para algunos nuestro país), heredero de la otra dictadura ibérica. El 27 de abril de 2017 se reunió el Consejo de Ministros en la fortaleza costera de Peniche, cárcel política salazarista en su día, en conmemoración de la liberación de los presos tras la Revolución de los Claveles del 25 de abril de 1974. ¿Alguien se imagina algo parecido en el Reino de España?


En aquel acto solemne en Peniche se acordó convertir la prisión en Museu Nacional Resistência e Liberdade. Se cumplía así con las reivindicaciones, entre otros, de la União dos Resistentes Antifascistas Portugueses y del movimiento Não apaguem a Memória. Se evitaba así su conversión en hotel de lujo, que es como acaban estas cosas en la España del ladrillazo y la especulación. Estos días en Madrid, cientos de investigadores e investigadoras sobre la Memoria asistieron a un mega congreso en el que pudieron disfrutar de una visita guiada al espacio que ocupaba la cárcel de Carabanchel. A pesar de la lucha de la sociedad civil, de la protesta de científicos sociales e incluso académicos, el rodillo de la desmemoria se llevó por delante la prisión en 2008. La demolición, el Derribo de la Vergüenza le llamó Jesús Rodríguez, fue un paso más en la humillación pública a la que se ven sometidas las víctimas de la represión franquista.

Memorial con los nombres de 2.510 presos políticos que pasaron por Peniche.

El 25 de abril de este año se inauguró en la fortaleza de Peniche un memorial a los presos políticos. Allí están grabados los nombres y apellidos de 2.510 víctimas del Estado Novo. El acto estuvo presidido por el Primer Ministro António Costa y la Ministra de Cultura Graça Fonseca. En el Reino de España esto es imposible. Estas cosas hay que hacerlas fuera de nuestras fronteras. Lo único que ha hecho el Presidente español es ir a Francia, como cuando los jóvenes del tardofranquismo iban a ver películas eróticas. Así, como de estranjis, Pedro Sánchez homenajea a Antonio Machado, manchando su tumba republicana con la bandera rojigualda.


Ese mismo 25 de abril, se inauguró también en Peniche una exposición temporal titulada Por teu livre pensamento. El primer mes la visitaron un total de 16.215 personas. El gobierno de Portugal invertirá un total de 3,5 millones de euros en la rehabilitación y musealización de la fortaleza.
En el Reino de España un proyecto así ni se plantea, porque aquí no hubo ni fascismo ni antifascismo, porque este es un tema que divide a los españoles, porque es reabrir heridas, porque hay que mirar al futuro, porque ese dinero hay que invertirlo en cosas útiles como la lucha contra el cáncer. El cáncer de la desmemoria devora una sociedad. Y ahí están los resultados. Ya tenemos 24 diputados fascistas en las Cortes.

Liberación de los presos, 27 de abril de 1974.


jueves, 24 de enero de 2019

El Campo de Concentración de Nanclares de la Oca: Piedras



El domingo 17 de junio de 2018, por iniciativa de la asociación cultural Geltoki del municipio alavés de Iruña de Oca, llevamos a cabo un paseo arqueológico por el paisaje disciplinario del antiguo Campo de Concentración de Nanclares de la Oca, germen de la famosa prisión actual. Las expectativas eran pequeñas en un principio, pero medio centenar de personas emprendieron el camino que, no sólo sirvió para dar a conocer esta historia, sino que esperamos que sirva para iniciar una nueva. 
Tal y como cuenta Juanjo Monago en su libro El Campo de Concentración de Nanclares de la Oca (1940-1947) (ed. Dpto. de Justicia del Gob. Vasco, 1998), en diciembre de 1940, la aldea  alavesa de Garabo recibió a los primeros presos. Muchos de ellos eran brigadistas internacionales, traídos aquí desde el saturado campo de concentración de Miranda de Ebro. Llegaron en tren, por la vía férrea que une Miranda con Vitoria, a su paso por un pueblo que todavía hoy es sinónimo de cárcel: Nanclares.

Aquel invierno de 1940-1941, cientos de presos fueron alojados en tiendas de campaña y barracones precarios. El lugar era conocido como Montecillo de Garabo y se trataba de un promontorio rocoso rodeado por un meandro del río Zadorra. El borde de agua hace que este sitio sea casi como una isla en el corazón de Álava. La elección del lugar fue obra de un militar de la zona, alavés, pero los técnicos que trajeron sus planos eran alemanes. Tenían experiencia en esto.

Imagen aérea del campo de concentración de Nanclares (vuelo americano de 1956/7).

Enseguida aquellos primeros presos fueron obligados a detonar, picar y moler la roca caliza del Montecillo. En muy poco tiempo lograron alterar profundamente el relieve para crear así una gran zona llana de más de 50.000 metros cuadrados. La piedra extraída sirvió también para la construcción de ocho grandes barracones, con capacidad para doscientas personas cada uno. Fueron construidos siguiendo una llamativa planta trapezoidal. Cada barracón tenía un único acceso, orientado al sur, bajo la atenta mirada de una imponente torre de vigilancia. Esta disposición constructiva no era invención propia, sino que era la aplicación de un modelo que se mostraba muy eficiente en otros lugares.

Imágenes aéreas del campo de concentración de Buchenwald (izda.) y de Sachsenhausen (dcha.), Alemania.

El río Zadorra, traicionero con las crecidas invernales, hacía muy difícil cualquier tipo de huida. De ello da fe, por ejemplo, la aparición de un preso ahogado en 1943. La lógica penitenciaria de los lugares remotos y de las barreras de agua, presente en toda la historia de las colonias penales, atroz y obvia en sitios como Tasmania o Nueva Caledonia, se presenta aquí a una escala mucho más pequeña pero igualmente efectiva. Esta tierra de Garabo sólo ofrece una salida posible, por un estrecho camino junto al río, siempre bajo la supervisión de la torre de vigilancia. 

Mapa de visibilidades desde la torre de vigilancia del Campo a 1 km. 

Como expuso Michel Foucault en Vigilar y castigar, la ciencia disciplinaria es un saber que implica un conocimiento sobre los individuos –de sus culpas y de sus penas, de sus posibilidades de redención y, en definitiva, de sus almas. Pero este es un saber que apela también a la materialidad. La disciplina carcelaria necesita de una serie de arquitecturas que la sustenten y la reproduzcan. Bentham ya lo dejó claro en el siglo XVIII con su modelo de panóptico y su ideal arquitectónico del control sobre los individuos. En el caso del Campo de Concentración de Nanclares no sólo apreciamos su arquitectura disciplinaria, sino que la topología de la zona es igualmente una herramienta de vigilancia. La morfología geológica del lugar fue un factor determinante para la instalación del centro. Y yendo más allá, la roca era de suma importancia. 
Durante décadas, los presos de Nanclares trabajaron intensamente en la cantera del centro. El trabajo era el medio para la redención nacionalcatólica. La contribución necesaria para construir la Nueva España, mediante el sudor y, en ocasiones, mediante la sangre. El 10 de abril de 1945, una explosión en la cantera produjo nueve heridos graves. Aunque la mortalidad anual del Campo era de una media de 12-13 presos por año. Es decir, una muerte al mes.

Presos del campo trabajando en las canteras.

A finales de la década de 1970, se inició una gran remodelación de la prisión. Se pasó del orden trapezoidal de barracones a un sistema de patios y módulos más moderno. La cárcel, con su morfología actual, fue reinaugurada en 1984. La piedra fue sustituida por el ladrillo. Casi todo rastro del pasado concentracionario fue borrado, pero el material de obra sigue delatando el origen de algunas de las instalaciones. O dicho de otra forma, es la petrología –la caracterización del tipo de piedra– la que señala el contexto arqueológico original del Campo de Concentración.

Vista aérea de 1968 (izda.) y vista actual de la prisión con los restos en piedra original (dcha):
1- Acceso; 2- Restos del molino de piedra. 

El edificio de acceso sigue siendo parte del antiguo Cuerpo de Guardia. Se aprecian también los muros de piedra de una gran construcción al pie del complejo, en el parking de Visitas. Estos muros son los escasos restos de un gran molino en el que se picaba la roca extraída en la cantera para distribuirla en camiones. Algunas empresas constructoras hicieron grandes sumas de dinero con este negocio y, una vez más, nuestras gafas petrológicas nos advierten de la presencia de estas piedras de sangre, incluso en edificios y barrios de Vitoria. 

Barrio “Martín Ballesteros” de Armentia (izda.) y edificio de la calle Ramiro de Maeztu (dcha.).

Estos, al igual que muchísimos otros a lo largo del Reino de España, son los restos silentes de una explotación del hombre por hombre a una escala sin precedentes en nuestra historia. Y así es como, desde la Arqueología, esa ciencia que dedica tantos esfuerzos en descifrar piedras, nos ayuda a acercarnos a un pasado poco conocido, el del Campo de Concentración de Nanclares de la Oca.

Continuará…

Post by Josu Santamarina Otaola (GPAC, UPV/EHU).

sábado, 11 de febrero de 2017

Fantasmas en la ciudad: símbolos republicanos en Madrid


Fuente de 1934 (con la inscripción mutilada) en la plaza de Cabestreros (Lavapiés, Madrid) (junio 2015)

A menudo los debates y las discusiones sobre los símbolos políticos en el espacio público manifiestan una tremenda simpleza. Esto se puede apreciar en el interesante caso planteado recientemente con motivo de las normativas que han implementado, o pretendido implementar, distintos consistorios para aplicar la Ley 52/2007, de 26 de diciembre, de Memoria histórica. No me voy a detener a analizar los pormenores de esta polémica, dado que llevaría mucho tiempo, aunque el caso de Madrid daría para extraer algunas conclusiones rápidamente. Pero sí voy a proponer algunas ideas para enriquecer el debate, y ello de la mano de la arqueología, como disciplina específicamente comprometida con la comprensión profunda de la materialidad en el espacio y el tiempo.

Hay en Madrid, como en otros lugares del Estado español, algunos símbolos republicanos (me refiero a símbolos materiales, como veremos más abajo), cuyo elenco real no está claro, que a muchxs nos interpelan para dirimir cómo es posible que se hayan mantenido después de la Dictadura. Las propuestas, sin embargo, suelen ser claramente pobres, sobre todo entre los sectores de extrema derecha, panegiristas del Régimen, aunque bien podríamos encontrarlas también entre algunos nostálgicos de la II República, cuyo discurso a veces puede caer en el victimismo (justificado, por lo demás).

Un estudio arqueológico articularía otro tipo de explicación, desde luego más compleja. Aunque no lo hemos llevado a cabo, ni sabemos de nadie que aún lo haya hecho, voy a esbozar algunas hipótesis que podrían orientarlo. Como hemos propuesto sobre este mismo caso, toda investigación se articula en contextos particulares a partir de un problema delimitado en el espacio y en el tiempo (objeto de estudio) y del examen de una posible solución (hipótesis), inquiriendo una serie limitada, si bien lo más amplia posible, de pruebas (corpus empírico) en función de determinados y explicitados presupuestos teóricos y metodológicos.

Los símbolos republicanos que hay en Madrid son de muy diverso signo. Podríamos partir del estudio de los símbolos inmateriales, como hacen algunas incursiones en el tema, pero nos vamos a centrar en los materiales; unos y otros, aun así, tienen relación. Además, nos ocuparemos de los que corresponden a la II República (1931-1936/9) y trataremos de esbozar una explicación sobre su mantenimiento específicamente durante la dictadura franquista (1936/9-1975/82).

La hipótesis que planteo es que su supervivencia responde principalmente al modo de proceder del totalitarismo (originariamente fascista y posteriormente nacionalcatólico, sin que éste, en todo caso, perdiera lo esencial de aquél). Su comprensión debe considerar, pues, la gramática en la que se insertan, un lenguaje de represión y control social; el símbolo aislado, del tipo que sea, nos dice poco por sí mismo. Su presencia es entonces una parte importante de la lógica represiva del Régimen, que, como otros sistemas totalitarios, opta para acabar con el enemigo por una de estas dos posibilidades, según el momento: o bien erradicar de un modo absoluto a los "otros", como vimos en Lidice y ha sucedido en los bombardeos contra las ciudades españolas del bando republicano durante la Guerra, o bien destruir de un modo relativo, conservando algunos de sus elementos, para manejarlos (y resignifcarlos) a su antojo. Éste parece ser el caso de Madrid, donde, como vamos a ver bien, una serie de símbolos materiales sobreviven al holocausto.

El modo de mantener esos elementos nos da la clave de la destrucción relativa. En la "inmensa prisión" en que se ha convertido España, esa supervivencia es completamente fantasmal. La presencia republicana, a través de esos símbolos materiales, es la constatación o presencia de una ausencia, un grito mudo sobre una realidad moribunda pero aún presente. Desde el punto de vista urbanístico, esto se traduce en el mantenimiento peculiar de algunos emblemas republicanos, con unas características específicas que rastrearemos, junto con otros símbolos materiales (monárquicos, fascistas y nacionalcatólicos) que organizan la ciudad bajo el paradigma totalitario.

Para poder profundizar en esta hipótesis y proceder a su examen, lo primero de todo es dirimir qué símbolos de la II República se han mantenido realmente a lo largo de la dictadura, o en la mayor parte de su trayectoria, porque sabemos que hay algunos que fueron tapados (y otros muchos eliminados) en ella, como es el caso de la fuente de la plaza de Cabestreros, en Lavapiés, según nos cuentan en el Foro del Viejo Madrid, o del cartel de inauguaración de la nueva Plaza de Toros de Madrid de 1931, como recoge Florentino Areneros. De manera que algunos de los símbolos que encontramos hoy han sido restituidos después del franquismo.

A continuación tratemos dos grandes conjuntos de aspectos de los símbolos republicanos que vemos hoy en día (y que, insisto, demostraríamos que se mantuvieron erigidos entre los años 40 y 70), con el fin de enriquecer nuestra hipótesis. Se trataría, pues, de interrogar a los testimonios, más que de describirlos (ya que por sí mismos, es obvio, no hablan). Como parte fundamental de este trabajo habría que aplicar este mismo análisis a otro tipo de símbolos vigentes durante la Dictadura (monárquicos y propiamente franquistas).

Por un lado, la naturaleza de la mayor parte de los emblemas republicanos es heráldica; son escudos nacionales (o remates) con la corona cívica o almenada. Son, por tanto, un tipo de símbolo más asociado con el poder político que con la ciudadanía (y especialmente con las clases trabajadoras). Este poder corresponde, además, mayoritariamente con el nivel municipal y sólo en unos pocos casos con el central. En un solo caso, el escudo parece pertenecer a un inmueble privado.

Banco de España desde la calle Alcalá (febrero 2017)
Estación de Atocha (o del Mediodía) (enero 2017)
Edificio del Ministerio de Agricultura y Pesca, y Alimentación y Medioambiente, desde la parte alta de la cuesta de Moyano (febrero 2017)
Antigua Casa de Maternidad (hoy Consejería de Políticas Sociales y de Familia de la Comunidad de Madrid), en la calle de O’Donnell (enero 2017)

Parque de Bomberos de Chamberí, en la calle de Santa Engracia (febrero 2017)
Detalle del escudo de la fachada principal
Servicio de Limpieza de Chamberí, en la calle de Santa Engracia (febrero 2017)

Detalle del escudo de la fachada principal
Esquina noroeste del Palacio Real (febrero 2017)

Detalle de la farola con remate de corona almenada

Calle Fúcar, entre Moratín y Gobernador, en la trasera de las dependencias municipales de gestión de residuos de la zona (diciembre 2015)
Escuela Mayor de Danza, en la Ribera de Curtidores (enero 2017)
Detalle del escudo de la fachada principal
Calle Amor de Dios, 6 (enero 2017)
Detalle del escudo en el frontispicio de la fachada principal
Puerta de España (Calle de Alfonso XII) (enero 2017)

Detalle del escudo
Servicios públicos en el Retiro (enero 2017)
Detalle del escudo
Aun así, es cierto que algunos símbolos (escudos, inscripciones), fueran visibles o no, se asocian de una manera más o menos explícita a la población en general y a las clases trabajadoras en particular, ya sea por la función de las construcciones en las que se encuentran o por la iniciativa a la que responden.
Plaza de Cabestreros (Lavapiés) (julio 2014)
Detalle de la inscripción

Cuesta de los ciegos (febrero 2017)
Detalle del emblema con la inscripción
Puerta de América (Avenida de Menéndez Pelayo) (enero 2017)

Detalle de la inscripción
Una de las fuentes de la Casa de Campo correspondientes a la II República (febrero 2017)
Por otro lado, podemos apreciar una serie de elementos en todos estos símbolos que manifiestan una característica crucial: su peculiar visibilidad (a menudo reducida o dificultosa). Entre ellos, primeramente hay que considerar su ubicación urbanística. La mayoría de los símbolos registrados se encuentran en el centro de Madrid, y particularmente en las grandes avenidas y lugares y edificios públicos, desligados por tanto de los sectores y espacios populares. Las excepciones son las fuentes de los barrios, como la de Cabestreros y la Cuesta de los Ciegos, o directamente de la periferia, como las de la Casa de Campo.

En segundo lugar, es preciso tener en cuenta su posición y orientación en las construcciones en las que aparecen. Veremos que según una y otra se dificulta enormemente su visión. Así, en el Banco de España y en la Maternidad de O'Donnell los escudos están en las partes más altas de los edificios (en frontispicios o cornisas)...
Panorámica del Banco de España desde la calle de Alcalá (febrero 2017)
Panorámica de la antigua Maternidad de O'Donnell (enero 2017)
Y en el Retiro, el Palacio Real y el Ministerio de Agricultura, se sitúan al margen de las vías de circulación o en sectores laterales o traseros de los edificios o espacios, o incluso en lugares en cierto modo abyectos (como los entornos del Viaducto, donde se halla la fuente de la Cuesta de los Ciegos):
Puerta principal del Retiro, desde la plaza de la Independencia (febrero 2017)
Ubicación de la farola "republicana" del Palacio Real fuera del paseo, mirando hacia la calle Mayor (febrero 2017)
Ubicación de la farola "republicana" del Palacio Real fuera del paseo, mirando hacia la plaza de España (febrero 2017)
Cuerpo trasero del Ministerio de Agricultura donde se encuentra el escudo republicano que hemos visto (febrero 2017)
Situación de la fuente con escudo republicano, al pie de la Cuesta de los ciegos, al borde de la vaguada por la que discurre la calle Segovia, debajo del aciago viaducto (febrero 2017)
En cuanto a su orientación, podemos apreciar, por ejemplo en los escudos del Banco de España, el Ministerio de Agricultura, la Estación de Atocha y la Maternidad de O’Donnell, que están ubicados de espaldas al mediodía (sur) o poniente (oeste), o sea que se orientan al norte o este, de manera que en la gran parte del día, especialmente en su parte central, se dificulta, de un modo natural, su contemplación, porque se ven a contraluz o en la umbría.
Banco de España a las 13 horas (febrero 2017)
Ministerio de Agricultura hacia el mediodía (febrero 2017)
Maternidad de O'Donnel al mediodía (febrero 2017)
Estación de Atocha al mediodía (febrero 2017)
En tercer y último lugar, complementando este aspecto, habría que estudiar rigurosamente también las dimensiones, los materiales y el estado de conservación. Comparados con otros símbolos (escudos monárquicos y fascistas), los emblemas republicanos son mucho menores...

Fuente de Cabestreros (julio 2014)

Fuente de Apolo, de 1777, en el Paseo del Prado (Madrid)

Fachada principal del Ministerio de Agricultura, con un esplendoroso escudo monárquico en el frontón superior (febrero 2017)
Detalle del escudo monárquico

Arco "de la Victoria", en Moncloa, de 1956 (junio 2013)

IES San Isidro (calle Toledo) (febrero 2017)
Detalle del escudo franquista

Los materiales son más variados e incluyen algunos menos nobles que la piedra, como el hierro forjado y las molduras de escayola...

Puerta de España, en el Retiro (enero 2017)

Puerta de Felipe IV, en la calle Alfonso XII (febrero 2017)
Y el estado de conservación en algunos casos es posible que fuera deplorable (cuando no consecuencia de una mutilación):

Escudo de la Escuela Mayor de Danza, de la calle Ribera de Curtidores, en una foto (sin fecha) del blog La Estantería de arriba. Compárese con el lustroso aspecto de hoy en día que podemos apreciar en la fotografía de más arriba
Toda esta información debe organizarse, concretarse y ampliarse, entre otras cosas con herramientas para cuantificar datos y manejar múltiples variables; los Sistemas de Información Geográfica pueden ser muy pertinentes, también en estos casos. Aun así, con lo visto hasta aquí en este rápido estudio arqueológico, podríamos pulir la hipótesis expuesta más arriba para partir de una más sólida en una investigación ulterior.

Está claro que el mantenimiento (pendiente de verificación en cada caso) de símbolos materiales de la II República en Madrid durante el franquismo no puede ser simplemente consecuencia de la magnanimidad, tolerancia y espíritu de concordia del Régimen. Numerosos elementos sobre el carácter totalitario y fascista (revestido de nacionalcatolicismo) concurren para que pensemos lo contrario, tanto en lo que toca a la eliminación física de republicanxs y antifascistas (Juliá 2001, Espinosa 2010) como en cuanto al control ideológico del país en su conjunto (Richards 2006). En el caso abordado hoy aquí cabe afirmar que la tolerancia hacia los símbolos republicanos responde a su carácter restringido (es decir, son representaciones ligadas al poder, si bien en general un poder menor, correspondiente al nivel municipal -los símbolos del estado central son monopolizados por el fascismo y el nacionalcatolicismo) y sobre todo a su reducida visibilidad.

Podría plantearse también que en los casos en los que realmente fueran advertidos los emblemas el mensaje era claramente paternalista y revanchista: por un lado, el régimen es capaz de perdonar pero, por otro, recuerda a quién ha derrotado, y en ambos casos decide preservar o mutilar unos pocos símbolos (y aniquilar el resto). De cualquier modo, lo que hace es mantener presente y viva la figura del enemigo derrotado, a través únicamente de su contorno, y por tanto del "otro" vaciado. Éste se convierte, pues, en un espectro, en el marco de una ciudad y un país devastados por la guerra, la reclusión, los fusilamientos y la autarquía, y saturados con muchos otros símbolos (materiales e inmateriales) que se articulan en un lenguaje de dominio y represión sin precedentes.

Por supuesto, cabrían más lecturas, complementarias con la anterior. Entre otras cosas, se podría valorar la indiferencia del propio Régimen dada la ignorancia, lograda a través de cuarenta años de control ideológico, respecto de la iconografía republicana por parte de la mayoría de la población. Al fin y al cabo a mucha gente le cuesta hoy en día distinguir el emblema monárquico de la corona rematada con flores de lis y el símbolo republicano de la corona cívica o almenada.

En definitiva, podemos apreciar cómo la configuración simbólica material del espacio público y su gestión son asuntos complejos que no se pueden solventar con enfoques y tratamientos simples, como hemos intentado insistir cuando me he referido a la geografía de la memoria y el conflicto. De todas formas, bien sabemos que las decisiones y las polémicas sobre este tema no están únicamente marcadas por las simplificaciones. Aparecen, decisivamente, las lealtades de los gobiernos (municipales, autonómicos y central) para con sus orígenes o fuentes de legitimidad, especialmente cuando se trata de explicar la gestión que hacen precisamente de algunos de estos símbolos republicanos, que ha llevado a (continuar) su destrucción; el escudo de Fúcar expuesto más arriba y, como nos cuentan en el Foro del Viejo Madrid citado también antes, los de la Puerta del Río, junto al Palacio de los Vargas, y los mencionados por Areneros ya no existen o no se encuentran expuestos... Y también interviene, en otros casos, el fundamentalismo democrático, típicamente pospolítico, como nos ha explicado Alfredo González Ruibal (2010), que lleva a equiparar experiencias (y símbolos) cualitativa y cuantitativamente diferentes, como en el caso de Madrid al que nos referíamos al principio.

Solar de la calle Fúcar, entre Moratín y Gobernador, de donde ha desaparecido por el momento el emblema republicano aludido más arriba (enero 2017)
Y, para terminar, sería adecuado preguntarse también quiénes son los fantasmas realmente en un país dado la vuelta, reiniciado, en el que se ha eliminado a parte de su población, en el que las organizaciones sociales y los proyectos democráticos o revolucionarios han sido arrasados, en el que se han consolidado, hasta límites insospechados, los privilegios y los privilegiados (laicos y eclesiásticos), donde se han consagrado los modelos económicos y culturales de explotación clasista, machista y racista, en el que actúan implacablemente los poderes judicial y policial para reprimir la protesta, del tipo que sea, y en el que, finalmente, siguen rigiendo las lógicas represivas (si bien con un tratamiento mayoritariamente pospolítico), en torno al espacio público y la propia memoria colectiva, del totalitarismo. Los fantasmas son las manos invisibles que siguen marcando la agenda de la ciudad y el campo, las representaciones colectivas lanzadas desde las esplendoras construcciones arquitectónicas, las omisiones consagradas en los debates públicos..., o que al menos lo intentan con toda su fuerza.

***

Hay una versión más amplia de esta entrada en la web Cronos y Topoi

Todas las fotos, a menos que se indique lo contrario, han sido realizadas por Jorge Rolland Calvo

Referencias:
Espinosa, F. (2010): Violencia roja y azul: España 1936-1950. Barcelona: Crítica. 496 pags.

González Ruibal, A. (2010): "Contra la Pospolítica: Arqueología de la Guerra Civil Española", Revista de Antropología (Santiago de Chile), 22, 2º semestre, pags. 9-32.

Juliá, S. (2001): Víctimas de la Guerra Civil. Madrid: Temas de Hoy. 440 pags.

Richards, M. (2006): Un tiempo de silencio. La guerra civil y la cultura de la represión en la España de Franco, 1936-1945. Barcelona: Crítica. 376 pags.