sábado, 14 de julio de 2018

El nacionalismo y la guerra

 Una casa no nacionalista (c) El País.

En los últimos meses se ha hablado mucho de nacionalismo en España. En general, la idea que prevalece es que el nacionalismo equivale a xenofobia, racismo, autoritarismo y guerra. Indudablemente, los sentimientos nacionales han ido con frecuencia aparejados a todos estos fenómenos, pero la realidad es bastante más compleja. Porque nacionalismo es el separatismo corso, el nacionalsocialismo de Hitler, la violencia de los ustachas croatas y la UPA ucraniana o la lucha pacífica de Gandhi por independizar la India del Imperio Británico. Si vamos al debate de los números, que tanto le gusta a la extrema derecha, convendría recordar que la suma de todas las guerras separatistas del siglo XX arroja un balance de unos cuatro millones de muertos (desde las guerras balcánicas de los años 10 hasta las más recientes de los años 90, pasando por los secesionismos de Biafra y Sudán del Sur), mientras que las dos guerras mundiales, en cuyo origen desempeñó un papel fundamental el nacionalismo de Estado, suman cerca de 90 millones de víctimas mortales. 

De hecho, una de las cosas que se tienden a olvidar en las tertulias periodísticas y las discusiones de bar (valga la redundancia) es que el nacionalismo no es un fenómeno exclusivo de pequeñas regiones que se quieren independizar. La primera definición del concepto que ofrece el diccionario de la Real Academia de la Lengua es "Sentimiento fervoroso de pertenencia a una nación y de identificación con su realidad y con su historia". Desde ese punto de vista, me atrevería a decir que hay más nacionalistas en los barrios madrileños de Chamberí o Argüelles (por el número de banderas por balcón) que en buena parte de Cataluña o el País Vasco. Lo que pasa es que el término nacionalismo se ha convertido en un insulto que se utiliza para criticar los sentimientos nacionales de los demás. Desde la perspectiva de la ciencia política, que es la que nos interesa aquí, tan nacionalismo es el centrífugo como el centrípeto.

Todo esto viene a cuento de un pequeño gran hallazgo efectuado en la excavación esta mañana. Se trata de una insignia con la bandera de la Falange y la bandera de España que ha aparecido casualmente (o no tan casualmente) a apenas dos metros de donde el año pasado recuperamos una insignia con el yugo y las flechas. 



 La insignia de la excavación y tal y como sería originalmente (c) todocoleccion.


La Falange tenía un fuerte componente nacionalista. De hecho, constituía uno de los pilares de su ideología. Y eran claves en su idea de la nación el elemento castrense e imperial. Los de Falange aspiraban a "ser padres de generaciones que sueñen con el dominio de la tierra" (palabras de Dionisio Ridruejo), una idea que encontraba eco entre los partidarios de Mussolini y el nacionalsocialismo. Precisamente esta ambición les llevaba a rechazar las formas de nacionalismo tradicional, típicas del siglo XIX, representado por estatuas y fiestas, que consideraban derrotista, pseudo-patriótico, "pueril y femenil en sus aspectos seductores" (1). Era el tipo de nacionalismo, sin embargo, que tenía mayor arraigo entre los conservadores de la época (que apoyaron el golpe de julio del 36). 

En lo que estaban de acuerdo falangistas y conservadores era en que el enemigo número uno eran los nacionalistas periféricos. De ahí que se considerara la lucha en el País Vasco y sobre todo Cataluña como una guerra de reconquista. La propaganda lo deja bien claro, como se puede ver en estos pasquines, a los que ya nos hemos referido en otra ocasión:

 

La guerra de España tuvo muchas facetas. Fue una guerra de clase y de religión, pero también fue una lucha entre nacionalismos -entre ideas incompatibles de nación. Pero el nacionalismo que introdujo los tanques en el debate no fue el de las periferias, sino el del imperio hacia Dios. Se dice mucho estos días que el nacionalismo es la guerra. Y con frecuencia es verdad. Pero igual no es el nacionalismo en el que ellos están pensando.
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(1) Saz, Ismael. España contra España: los nacionalismos franquistas. Marcial Pons Historia, 2003.








 




 

2 comentarios:

Unknown dijo...

No sobra niu una palabra, humildemente me permito destacar "tertulias periodísticas y las discusiones de bar (valga la redundancia)" es quizas a priori lo menos relevante del escrito, per sin duda son los pasquines de hoy en día como con los que ilustras el escrito, aumentan y dismunyen el nivel de disparate en función de los intereses de quien les paga, el problema es que hay espectadores/oyentes quen les cree.

Felicidades por tu capacidad de síntesis, no sobra una sola palabra.

Luis Manteiga Pousa dijo...

El nacionalismo, bien entendido, es muy respetable. No todo va a ser globalización, que tiene sus áspectos buenos pero otros francamente negativos.