Hace unos días, al decapar la tierra que cubre el pabellón del asilo que estamos estudiando, Carla detectó una zona de color y textura distintos, más oscura y compacta. Podía ser simplemente que en esta zona la cimentación del pavimento estuviera cubierta por otro estrato. O que aquí hubiera desaparecido por alguna razón. Así que decidimos excavar un poco más.
Fue una buena idea. Todo parece indicar que nos hallamos ante un refugio excavado en los cimientos del edificio, una de las múltiples estructuras que transformaron el asilo en una fortaleza subterránea. Por ahora llevamos excavado un metro y medio de profundidad y todavía no hemos llegado al suelo. Está bien sellado, o sea que quizá encontramos un nivel de la Guerra Civil bien conservado al fondo.
Mientras tanto, los materiales que hallamos entre los escombros que rellenan el abrigo son numerosos e interesantes. Aparece abundante munición, como en otros puntos del yacimiento. Probablemente los cartuchos que más abundan son los alemanes de 7,92 mm. Este es un fenómeno que hemos atestiguado en otros yacimientos: hay más munición gastada de 7 mm y más munición sin usar de 7,92. La explicación que se nos ocurre es que llegaron grandes cantidades de balas de la Alemania nazi, pero los fusiles más comunes siguieron siendo los Máuseres de fabricación española de 7 mm. Eso explica que al acabar la guerra hubiera excedentes de cartuchos de 7,92 que no se llegaron a usar.
Además de la munición documentamos las consabidas botellas y fragmentos de botellas -al fin y al cabo, recordémoslo, estamos excavando un bar. Hemos descubierto un ejemplar completo de una de las intrigantes botellas de medio litro que aparecen con tanta profusión en los drenajes del asilo. El sello es de González Byass, conque puede que contuviera brandy.
Un hallazgo para el contenedor verde.
Otros descubrimientos significativos son dos cepillos de dientes. Uno de ellos es de plástico amarillo y en su mango se lee "Extra Fine". Prácticamente todos los cepillos de dientes de la época de la guerra eran de plástico amarillo. Me pregunto cómo se organizaban en las casas de los años 30 para no acabar limpiándose la dentadura con el cepillo de otro. Digo prácticamente porque el otro ejemplar no es amarillo, sino que imita el carey. Esto hace pensar que quizá sea más antiguo, porque los primeros plásticos en los años 60 del siglo XIX emulaban la concha de tortuga. Cuando la baquelita y otros materiales sintéticos reemplazan al celuloide, comienzan a popularizarse los colores homogéneos (y estridentes).
Cepillo de plástico imitación carey. Las tortugas respiraron aliviadas cuando se inventaron los polímeros sintéticos.
Los años 30, en todo caso, son el momento en que la producción de plástico crece exponencialmente. Es entonces cuando se inventa el nylon, el polietileno y otras sustancias que continúan en uso actualmente. Algunos arqueólogos y geológos consideran la generalización del plástico como un marcador de la nueva era geológica conocida como Antropoceno, en la que cree todo el mundo menos Donald Trump y unos señores de Arkansas. En las estratigrafías, la proliferación de polímeros se documentaría a partir de 1950 aproximadamente. La Guerra Civil, que trajo consigo la generalización de ciertos plásticos por primera vez en España (baquelita para máscaras antigás, por ejemplo), adelantó unos años la llegada de la nueva era geológica por estos lares. Aunque después nos despediríamos del Antropoceno durante unos años gracias a la autarquía y sus tecnologías estilo Picapiedra.
Más hallazgos: un tintero. Otro objeto muy común en contextos de la Guerra Civil. Este en concreto es muy parecido a los que aparecen en las líneas republicanas. Según hemos podido comprobar, las marcas favoritas en territorio gubernamental eran Waterman y Milán. En zona sublevada no lo tenemos tan claro, porque aparecen menos tinteros y además sin inscripciones.
Un tintero entre el escombro.
En el asilo, sin embargo, hemos descubierto una tapa de una marca de tinta que no habíamos documentado hasta la fecha: Samas. Gracias a un interesante blog aprendemos que la tinta Samas se producía en Valencia, así que los tinteros Samas de las líneas franquistas solo se pueden explicar por los excedentes de preguerra. La fábrica se funda a finales del siglo XIX y su eslogan era de lo más épico-militar: "La tinta samas siempre vence". No obstante, su dueño, César Giorgeta Kermaschi, pertenecía a la masonería, que es una organización esencialmente pacifista. Que ironía maravillosa pensar en los legionarios de Franco escribiendo con tinta masónica.
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