viernes, 7 de septiembre de 2018

El Jarama

El paisaje de cantiles en el que se talló la posición republicana de El Campillo.

El Jarama es considerada una de las mejores novelas españolas del siglo XX. Publicada en 1955 es un buen exponente del realismo social imperante en la literatura de postguerra. Su autor, Rafael Sánchez Ferlosio, siempre ha hecho gala de un encendido sentido del humor, como lo demuestra la nota que incluyó en la sexta edición. La novela comienza con una bella descripción del río Jarama. Cansado de que muchos lectores señalasen ese párrafo como lo mejor de su obra, el autor tuvo que aclarar lo evidente: ese texto no era de él sino una cita literal extraída de una descripción geográfica de la provincia de Madrid publicada por Casiano de Prado en 1864.
El Jarama nos cuenta lo que les ocurre a once excursionistas que deciden pasar una jornada calurosa de domingo estival en una arboleda a orillas del río. Aquel paisaje de la década de 1950 mantenía incólumes las cicatrices de la guerra, algo que se comprueba fácilmente al consultar las fotografías aéreas del vuelo americano. Aunque estamos relativamente lejos del río, el Campillo nos recuerda la novela de Ferlosio. Un pinar con mesas de madera sirve de parada y posta a excursionistas, ciclistas, adolescentes de botellón y arqueólogos. Nos podemos imaginar las típicas comidas campestres de domingo en este tercer milenio. Los mayores somos un rollo, y podemos reconstruir el itinerario de esos niños y niñas, cercanos a la pubertad, que se escapan en la sobremesa. Como nos indica un guardia del Parque del Sureste, a la chavalada le gusta mucho esconderse en los abrigos rocosos y en el observatorio tallado en el yeso. Al recorrer a pie los restos de las trincheras que jalonan el pie del farallón, uno se encuentra con un serpenteante rastro de bolsas de chetos, doritos, fantas y kases, canicas y ornamentos neohippies, que se mezclan con casquillos percutidos o balas deformadas por el impacto directo en la roca.


La novela de Ferlosio forma parte de una tradición literaria en la que los ríos pasan de ser marcos espaciales del relato a convertirse en protagonistas. Estas trincheras no importaron nada a nadie (o casi) durante décadas. Los adolescentes ignoran que aquí hubo una guerra. Una periodista de televisión se acercó ayer a nuestra excavación para cubrir una noticia de hallazgos romanos en Rivas Vaciamadrid. Cuando le decimos que lo que hay aquí son trincheras, nos pregunta, con un fino olfato periodístico: pero trincheras ¿de qué? El Jarama es, también, el Río del Olvido, parafraseando otra novela maravillosa, en este caso del escritor leonés Julio Llamazares. Para recuperar la memoria de estos espacios estamos aquí, gracias a la llamada del ayuntamiento de Rivas Vaciamadrid, empeñado en que el paisaje hable.

Este tipo de abrigos ya fueron ocupados episódicamente durante la Prehistoria.

Casiano de Prado, el prologuista elegido por Ferlosio para su novela, fue un ilustrado gallego, liberal, que tuvo problemas con la Inquisición por leer libros prohibidos. Tras su paso por la cárcel de Santiago de Compostela, acabó de ingeniero de minas y culminó su vida profesional con el mapa geológico de la provincia de Madrid (1864). Él fue nuestro particular Boucher de Perthes y se convirtió en un pionero romántico de la paleontología y la prehistoria en España. Buscó en las graveras del Cuaternario la presencia del hombre fósil y se empeñó en reconstruir el paleoambiente, en ver cómo era ese paisaje en épocas remotas. En gran medida somos herederos de aquel brillante geólogo. Nosotros también nos empeñamos en recuperar el paisaje bélico tal como era en 1937. Entre cantiles, yesos, arcillas, margas y dolomías. Y no es tarea fácil. Desde entonces todo ha cambiado. La extracción de áridos generó una laguna artificial. Las fábricas, los basureros incontrolados, un campo de tiro de la Guardia Civil, el desarrollo al fin y al cabo, modificó de pleno los escenarios de la batalla.

Munición relacionada con el campo de tiro.

Un arduo trabajo de fotointerpretación y de prospección nos sirve para alcanzar ese objetivo. Como en una sucesión de estratos miocénicos, en el Campillo hay diferentes capas de memoria que se entrecruzan. En Rivas Vaciamadrid se grabó un capítulo de El Ministerio del Tiempo, ambientado en la batalla de Teruel. Como sus protagonistas, tenemos una misión: viajar en el tiempo a través del paisaje.

Podría ser una excavación de un yacimiento paleolítico, pero no lo es.

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