martes, 18 de septiembre de 2018

Debajo del olivo que el sol calienta


La semana pasada recibimos en la excavación la cariñosa visita de los miembros de la asociación Jarama 80. Nos regalaron un pin con su logo, unas hojas de olivo, un emblema que luce orgulloso en su gorra Javier Marquerie, mientras prospecta el entorno de El Campillo. Los olivares del valle del Jarama fueron los grandes aliados de la defensa republicana en los momentos cruciales de la batalla. Impedían la visibilidad de unas tropas franquistas que buscaban su ventaja en campo abierto. Los brigadistas se encaramaban a los árboles y acribillaban por la espalda a los infantes desorientados. Martínez Bande cita testimonios de protagonistas en los que se señala el papel jugado por los olivos (paradójicamente, símbolo de la paz) en las jornadas del 18 y 19 de febrero. Caballero, un capellán legionario, escribió: 

Cuando íbamos ya de noche a ocupar los puestos avanzados, entre los olivos, se pierde el rumbo y tenemos que esperar. Estuvimos a punto de caer en manos de los rojos. No había distinción alguna entre los olivos, sino los fogonazos de los tiros, y los cadáveres que yacían al paso. Muchos ingleses, franceses y de otras nacionalidades, de las  Brigadas Internacionales, que empiezan a actuar de firme. Tienen un material estupendo.

Estamos cercados por las Brigadas Internacionales, en proporción aplastante y con el mayor derroche de armas automáticas modernísimas, que manejan como locos, haciendo caer como copos las hojas del olivar. 


Los encinares jugarán el mismo papel en la batalla de Brunete. Árboles más mortíferos que un T-26. En breve, nuestro compañero Luis Antonio Ruiz Casero publicará un libro delicioso, centrado en reconstruir los combates en el palacio de Ibarra durante la batalla de Guadalajara. Nuestro colega se pone en la piel de los soldados y esboza un ensayo claro de lo que la arqueología postprocesual británica denominó Arqueología de la Percepción. Las páginas en las que nos habla de las oscilaciones en la moral de los defensores del palacio son fantásticas. La percepción y los sentidos son un campo de estudio que empieza a atraer la atención de los investigadores en arqueología del conflicto (Saunders y Cornish 2017). Participando de este enfoque, el autor describe las sensaciones y el estado de psicosis colectiva de los militares italianos en el encinar de Ibarra, sin buena visibilidad, cercados por el enemigo. Acostumbrados a la guerra celere y a la lucha en campo abierto, el ejército de Mussolini encuentra aquí su tumba. Esta misma psicosis se dio en el territorio ocupado por los italianos en Abisinia, un impero africano que se reducía, en realidad, a ciudades fortificadas, en medio de un territorio hostil (González Ruibal et al. 2010). La experiencia de los olivares del Jarama o de los encinares de Ibarra se repetiría poco después, en la campaña de Bizkaia, cuando los italianos volvieron a luchar entre masas forestales, en este caso, pinares extensos en la montaña vasca. El olor a resina de pino, las astillas voladoras que herían de gravedad a los soldados y la lucha en los bosques son una referencia constante en las memorias de los combatientes de ambos ejércitos en la primavera de 1937 en Bizkaia.

Batallón Celta, del Ejército de Euzkadi, en un pinar de Larrabetzu, Bizkaia, mayo de 1937.

Luis Antonio defiende (y aquí acaba el spoiler) la idea de que Ibarra, el high-water-mark del avance italiano en la batalla de Guadalajara, se convierte en el punto de inflexión de la ofensiva y el inicio de la derrota fascista ese 14 de marzo de 1937, debido, en gran medida, a ese pánico en el bosque. Se esboza así una línea de trabajo que está por abrir en la historiografía de la guerra civil: escribir una historia del miedo.
Los mandos franquistas señalaron el valor y la resistencia a ultranza de los brigadistas que contuvieron el ataque en el Jarama. Sus tumbas, sembradas entre los olivares, son la prueba de que ellos no tuvieron miedo a la hora de plantar cara al fascismo.


Levántate, olivo cano,
dijeron al pie del viento.
Y el olivo alzó una mano
poderosa de cimiento.

Entre los muchos cargos que desempeñó el fascista Dionisio Martín estaba el de Jefe del Sindicato Nacional del Olivo. Algo de interés debía tener en ello, como propietario agrario, latifundista con olivares en Jaén. La Victoria había acabado con las veleidades de los sin tierra, los jornaleros explotados que soñaron con otro futuro a través de las colectivizaciones y la revolución social. En la transición, este señor no quería enterarse de los nuevos tiempos. En 1981 el diario El País se hacía eco de los conflictos laborales con los trabajadores de su latifundio andaluz, la finca Torrubia (11 jornaleros heridos durante un enfrentamiento con la Guardia Civil, 13 de noviembre de 1981).

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma:¿quién,
quién levantó los olivos?

No los levantó la nada,
ni el dinero, ni el señor,
sino la tierra callada,
el trabajo y el sudor.


No hay comentarios: