miércoles, 26 de septiembre de 2018

Siempre hemos vivido en agujeros



Uno de los abrigos del Campillo de Rivas Vaciamadrid.
 
En 1936, poco después de su incursión por tierras aragonesas, Buenaventura Durruti fue entrevistado por el periodista Pierre van Paassen. En uno de los momentos más famosos de este encuentro legendario, van Paassen le dice a Durruti que aun si ganan la guerra, se encontrarán viviendo sobre un montón de ruinas. A lo que el anarquista responde: "Siempre hemos vivido en la miseria. Sabremos arreglarnoslas durante un tiempo". Al menos esta es la versión que ha circulado en castellano. Pero en la versión inglesa dice algo más interesante: We have always lived in slums and holes. "Siempre hemos vivido en tugurios (guetos, barrios bajos) y agujeros".

Aunque el conflicto acababa de empezar y todavía el paisaje de España no se había convertido en un espacio arañado por trincheras, ramales y refugios, es como si Durruti estuviera ya adivinando el futuro inmediato. Como si su experiencia vital en slums and holes le permitiera imaginar que ese era precisamente el paisaje que iba a dominar España, toda España, y no solo las barriadas marginales, durante los próximos años (décadas, porque el paisaje de la posguerra fue también de tugurios y agujeros).

"Sabremos arreglárnoslas durante un tiempo", dice Durruti. Y lo que nosotros encontramos en nuestras excavaciones da fe de ello. De la inventiva de gente de las barriadas obreras, de las chabolas, de las aldeas paupérrimas, que sabían sobrevivir. Y sabían sobrevivir porque sabían fabricar cosas, reciclar, inventar, adaptarse. Unas habilidades que la mayor parte de nosotros hemos perdido. Los agujeros que excavamos en el Campillo sin duda reflejan una forma de vida penosa. Pero no debemos proyectar demasiado nuestras sensibilidades a los combatientes de hace 80 años. Para muchos de ellos, el slum del Campillo no era mucho peor que el slum de Barcelona o Madrid del que venían.

Incluso se podría decir que, en ciertos aspectos, era mejor. La comida, aunque progresivamente escasa y monótona, no faltaba ningún día. Y menos el alcohol. Tampoco los medicamentos. Tenían pasta de dientes y colonia, algo que en muchos barrios obreros y en muchas aldeas de los años 30 era un sueño casi inalcazable. Algunos aprendieron a leer y escribir en las madrigueras. Más increíble todavía: al caer la noche, los abrigos se iluminaban con luz eléctrica. Hemos encontrado cable y restos de una bombilla en su casquillo. Ahora encender la luz nos parece una trivialidad. En 1938 era magia. Hay que recordar que en buena parte de las aldeas de España la electricidad no llego antes de los años 50. 

Restos de una bombilla encontrada en un refugio.

En su entrevista con van Paassen, Durruti continúa diciendo que no solo se trata de adaptarse a las ruinas: ellos saben edificar. "Somos nosotros, los trabajadores, los que hemos construido estos palacios y ciudades aquí en España y en América y en todas partes. Nosotros, los trabajadores, podemos construir otros en su lugar ¡Y mejores! No tenemos miedo a las ruinas". 

Los trabajadores ciertamente volvieron a construir palacios y ciudades, pero no para crear una utopía libertaria, sino para edificar el régimen que representó todo lo opuesto a aquello por lo que lucharon los anarquistas en la Guerra Civil.

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