miércoles, 12 de septiembre de 2018

Microhistoria a cuentagotas

 
Líneas de trincheras del macizo de Piul en la actualidad (por Pedro Rodríguez).

Mi abuelo paterno combatió en el franquista Ejército de Sur, en el frente de Córdoba, y no le fue mal. Acabó la guerra como cabo. Procedía de una humilde familia campesina gallega. Eran nueve hermanos, muchas bocas que alimentar. En los veranos se integraba en las cuadrillas de paisanos que se iban a la siega a pueblos de Castilla y de Madrid. En el verano del 36 lo metieron en un vagón de tren y lo enviaron al frente, como ganado. Él me contaba que nunca había estado, hasta entonces, mejor que en la guerra. Vestía un uniforme, tenía buenas botas y se hartaba de comer carne de la Argentina. Probablemente las penurias de su infancia y adolescencia le llevaron a mitificar e idealizar los años de la guerra, quién sabe. También me contaba cuando en una contraofensiva republicana fue hecho prisionero. Tras unos días reconvertido en soldado rojo, volvió a pasarse a sus filas, una noche calurosa de verano.

Cemento y traviesas metálicas en el nido del Campillo.

Hasta aquí el testimonio de mi abuelo, muy en la línea de la película La Vaquilla. Ahora tengo la ocasión de contrastar esa realidad de primera línea y cercanías, en otro frente, concretamente en el espolón de Vaciamadrid y en el macizo de Piul. La documentación que hemos recabado en el Archivo General Militar de Ávila nos permite adentrarnos en lo que fue la vida cotidiana en el frente del Jarama. Una de las fuentes interesantes nos la brinda el servicio de información franquista. Así pues, contamos con las declaraciones de aquellos que se pasaron de las filas republicanas a las posiciones sublevadas de Coberteras y La Marañosa entre 1937 y 1938. Un goteo constante. Cada ficha recoge el interrogatorio realizado al desertor y contempla varios campos para indagar sobre todos los aspectos posibles referidos a la línea defensiva leal. Por norma general, los que se pasan llevan armamento compuesto por fusil ruso, granadas de mano de Castillo, Hoffmann y piña. Así mismo citan la presencia, siempre, de ametralladoras Maxim en los nidos. Francisco Arco Ramos, de Santa Cruz del Comercio (Granada), evadido el 27 de enero de 1938, describe así las fortificaciones del Macizo de Piul:

Las posiciones ocupadas por su Bon. son de las corrientes estando los nidos de ametralladoras construidos con sacos y traviesas, siendo idéntica la construcción de la segunda y tercera línea, estando construyendo en esta última trabajos de fortificación, con nidos de ametralladoras de cemento.
Detalle de la traviesa derecha. La base de la plataforma es de ladrillo; sobre ella se dispone la placa de cemento.

A lo largo de 1938 se constata un boom constructivo en la defensa republicana. Esta actividad generó una arquitectura como la de El Campillo que estamos excavando, como veremos más adelante en ulteriores posts.

Carla retira una lata encontrada a la derecha de la tronera del nido.

Otro aspecto interesante de este tipo de testimonios es el referido a la alimentación en las trincheras. Los desertores republicanos señalan que tienen una paga diaria, en papel moneda, de 10 pesetas, que reciben casi siempre con retraso. Las tres comidas del día son más que justas. De desayuno, café de malta o una onza y media de chocolate; de comida, arroz o garbanzos y de cena, a las seis de la tarde, latas de carne rusa, un kilo para cada 10-12 hombres. 300 gramos diarios de pan. Algunos días le dan de postre una naranja. Evidentemente tenemos que leer entre líneas (nunca mejor dicho) y con cautela estos testimonios. Hombres que se evaden, que se encuentran bajo sospecha, que intentan agradar y minusvalorar el ejército que acaban de abandonar. Sin embargo, muchos de estos testimonios comparten afirmaciones semejantes. Si vamos a las declaraciones de evadidos a campo republicano, veremos también que las condiciones en el frente sublevado eran duras.

Arriba: escudilla para servir el rancho. Abajo: vaso de cinc, con el asa rota, en el que se servía café.

A la mala alimentación hay que unir las enfermedades y los problemas de la asistencia sanitaria. En estos testimonios se repite siempre que en las filas leales no tienen bolsas de curación individual, escasean los específicos y el material sanitario. En nuestro nido de ametralladora hemos encontrado una pieza poco corriente, un cuentagotas de vidrio, tuneado. Al consultar los partes de operaciones de la 18 División, de febrero a septiembre de 1938, detectamos otro goteo constante de bajas por enfermedad, por sarna, gripe y, sobre todo, paludismo.  En esta guerra tan premoderna y moderna a la vez, un mosquito tenía más poder destructivo que un cañón del 15 y medio. Lejos quedaban los tiempos aúlicos de la Casa de Peña Blanca, aquellos años en los que Felipe II se empeñaba en adecentar e higienizar las riberas del Jarama de la mano de su arquitecto Juan de Herrera. La lengüeta formada por los ríos Jarama y Manzanares era el paraíso de la malaria en los años 30, como si estos soldados estuviesen combatiendo en la frontera entre Etiopía y Sudán. Al fin y al cabo, ésta no dejaba de ser una guerra colonial.

Cuentagotas recogido sobre la plataforma de cemento del nido.


Fuentes documentales.
Archivo General Militar de Ávila. C. 1173, 5, 9. Declaraciones de evadidos.
Archivo General Militar de Ávila. C. 1086, 12. Partes de operaciones de la 18ª División. Febrero a septiembre de 1938.

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