La
arqueología de la Guerra Civil española y el Franquismo es menos reciente de lo
que creemos. De hecho, ya durante la Guerra Civil y dentro del propio bando
franquista se oyeron las primeras voces para dejar algunos escenarios de la
contienda como paisajes de guerra monumentalizados que reflejaran la
"barbarie marxista". Es el caso de algunos de los lugares en los que
hemos intervenido en los últimos años. En la Ciudad Universitaria de Madrid, por ejemplo, tal y como documentaron nuestras compañeras
historiadoras, nada más terminar la guerra la Comandancia
General de Ingenieros le pedía al caudillo:
Tengo
el honor de proponer a V. E. que se declare monumento nacional la Ciudad
Universitaria, tal como se encuentra en la actualidad, y para que se conserve
indefinidamente se empiecen con toda actividad los trabajos necesarios de
consolidación de edificios y trincheras, haciendo los revestimientos necesarios
y concediendo al Ejército el honor de su conservación y el de su custodia al
glorioso Cuerpo de Mutilados de Guerra”, pues “de los grandes hechos históricos
acontecidos en nuestra Nación apenas quedan vestigios”
Pese
a que la respuesta de Franco fue contundente: “No deben conservarse vestigios
de esta guerra una vez hecha la debida depuración”, el caso es que durante un
tiempo, hasta que la Ciudad Universitaria fue reinaugurada en 1943, hubo
visitas guiadas por este espacio de ambigua memoria para el bando ganador. Se
instaló una cartelería, un discurso museográfico diríamos hoy, en las propias
trincheras. Estos carteles elocuentemente rezaban: "Ellos" y
"Nosotros":
.
Pensemos que este paisaje de guerra simbolizaba el primer
encontronazo del imparable avance franquista, allá por noviembre de 1936, y
quizás la causa de que la contienda durara tanto tiempo. Allí estuvo el frente
de guerra más duradero -858 días-, recordando incesantemente que la toma de la
capital no era posible. Finalmente el paisaje bélico fue borrado, tal y como
deseaba el dictador. Pero la memoria histórica del bando vencedor no
desapareció con esas trincheras, sino que se monumentalizó en la entrada del
campus, precisamente por donde las tropas franquistas entraron en Madrid en
abril de 1939. El arco de la victoria, el ministerio del aire de estilo
neoherreriano, el panteón dedicado a los caídos del bando "nacional",
el águila fascista... se concentran en el entorno de la plaza de Moncloa,
reproduciendo y naturalizando a día de hoy la memoria histórica del franquismo,
sin que por el momento, casi 40 años después de la muerte del dictador, hayamos
realizado ninguna relectura democrática.
De igual modo, en multitud de calles y plazas de
España se mantiene el nomenclátor de la dictadura, que, evidentemente, sólo recuerda
a aquel "Nosotros" de los carteles de la Ciudad Universitaria de
Madrid. Un nosotros con nombres y apellidos, como podemos leer en los listados de
los "caídos por Dios y por España" que se sitúan a modo de epígrafes
monumentales en los muros externos de muchas iglesias. El conjunto iconográfico
se suele completar con una gran cruz cristiana, presidida por el nombre del
fundador y el símbolo del partido fascista Falange.
En
el caso de Belchite (Zaragoza), en donde acabamos de terminar nuestro último
proyecto de arqueología de la Guerra Civil y el franquismo,
volvemos a encontrar otro intento de "parque arqueológico" franquista.
El pueblo sufrió dos asedios y consiguientes tomas. Una en agosto-septiembre de
1937, protagonizada por el bando republicano y con un importante rol de las
Brigadas Internacionales, y otra por el bando sublevado en marzo del año
siguiente. El
propio Franco visitó las ruinas del pueblo viejo de Belchite en 1938, en donde
dio un discurso prometiendo que junto a "estas ruinas de Belchite se
construirá una nueva ciudad, hermosa y amplia en homenaje a su heroísmo único". Lo cierto
es que los técnicos de la Dirección General de Regiones Devastadas
sobredimensionaron la destrucción del pueblo ya que tan sólo un tercio de los
inmuebles quedó en ruinas. Un número pequeño si se compara con la casi total destrucción
de pueblos cercanos como Rodén. La reconstrucción del pueblo era perfectamente
factible, sin embargo, ya se había decidido que estas ruinas iban a tener un
importante simbolismo en la "Nueva España". En 1938 el ministro de
interior del primer gobierno franquista, Ramón Serrano Suñer, diría: "Se
respetarán las ruinas, pero al lado de ellas se levantará una gran ciudad".
No es casual que la revista Reconstrucción,
publicación de la mencionada Dirección General de Regiones Devastadas, abriera su primer número en 1940 con un
fotomontaje de Franco con las ruinas de Belchite al fondo.
El párroco de
Belchite, fiel seguidor del nuevo régimen, escribió en la prensa de la época:
Las
ruinas de Belchite, escuela de patriotismo y virtudes cívicas. Si la
destrucción de Belchite no hubiera sido tan honestamente trágica, diríamos que
las ruinas de este pueblo se prestan a ser un lugar objetivo para el turismo.
Los españoles, con el tiempo, llegarán a la antigua villa de Belchite como los verdaderos
patriotas van a visitar las ruinas de Numancia. [...] Cuando la guerra haya
terminado se impondrá una excursión obligatoria a las escuelas nacionales y sus
maestros darán una conferencia sobre el simbolismo de estas ruinas sagradas y
preciosas. ¿Qué lección puede ser mejor? No importa si la nueva ciudad no se erigió
sobre las ruinas porque éstas, correctamente rodeadas por un muro, durarán para
la posteridad, un monumento vivo de la raza.
Las
razones políticas para no reconstruir el pueblo viejo de Belchite eran claras.
Franco quería mantener estas ruinas como testimonio del heroísmo de los
ganadores y de la crueldad de la batalla que tuvo lugar. Pero más allá de eso,
el contraste entre las ruinas del pueblo viejo y el Nuevo Belchite, construido
con mano de obra esclava -unos 1500 presos políticos que "redimían sus
pecados" mediante el trabajo y la fe católica-, tenía la intención de marcar de forma material y
duradera un contraste dramático y sensacionalista entre el afán destructivo del
Marxismo y la capacidad creativa de la España de Franco. En el primer número de
la mencionada revista Reconstrucción
puede leerse:
Junto
a las piedras heroicas de viejo Belchite el diseño cálido y acogedor de Nueva
Belchite va a ser erigido. Escombros y reconstrucción, montones de ruinas
repartidas por el marxismo como una huella de su fugacidad y el monumento de la
paz construido por Franco. Símbolos de dos épocas y dos sistemas, ambos
Belchites hablan, con el lenguaje silencioso de su escombros y sus piedras
blancas, sobre la brutalidad y la cultura, la miseria y el Imperio, la materia
y el espíritu, la "Anti-España" subyugada y la España victoriosa y
eterna. [...] Regiones Devastadas se puso manos a la obra. Cientos de
prisioneros, redimiendo sus pecados anteriores mediante el trabajo, ya la están
levantando. Y cuando, muy pronto, bajo el sonido de sus campanas, Belchite se
convierta en un pueblo tranquilo y sólido, amable y trabajador, pacífico y
cristiano, ofrecerá a las personas el magnífico símbolo de sus dos pueblos, tan
diferentes y opuestos como los sistemas que fueron la causa de la guerra en nuestro
país: el Belchite devastado por el marxismo y el reconstruido por la España de
Franco.
El
simbolismo de estas ruinas fue tan grande que en plena guerra se consideró la
posibilidad de hacer rutas turísticas que conectaran Belchite con las ruinas de
otros pueblos y ciudades aragonesas destruidos por los combates, como Teruel,
Sierra de Alcubierre y Huesca. Estas ruinas así entendidas supusieron para los miles de
prisioneros que estaban construyendo el nuevo Belchite la violencia directa por
parte del Estado, mediante la humillación, la explotación y la re-educación
política / ideológica. Lo que estos prisioneros vivieron de forma amplificada,
es lo que el resto de vecinos de Belchite, y en general toda la sociedad española,
vivió bajo el franquismo.
Esta
gestión franquista de la materialidad de la Guerra Civil no se circunscribió
exclusivamente a las ruinas y a los paisajes de guerra, o a la erección de
monumentos. Los muertos del bando sublevado, los "caídos por Dios y por
España", no fueron sólo honrados y homenajeados en las fachadas de las
iglesias y en monumentos como el panteón de Moncloa, sino que un año después de
terminada la guerra, con la Orden del 6 de mayo de 1940, la inmensa mayoría de
las personas ejecutadas en territorio republicano fueron localizadas,
exhumadas, identificadas, re-enterradas y homenajeadas por las autoridades franquistas
en sus lugares de origen, al tiempo que sus familiares recibieron todo tipo de
ayudas.
Evidentemente
en ese momento aquellas exhumaciones no siguieron ningún protocolo arqueológico
o forense. Las musealizaciones de paisajes de guerra y ruinas o las
exhumaciones fueron prácticas para-arqueológicas del franquismo que en ningún
caso pudieron ser asimiladas en la tradición arqueológica de la Academia hispana.
Se trataba de una Arqueología que por aquel entonces era fundamentalmente prehistórica.
Restaba aún mucho tiempo para que se atendiera a los periodos históricos desde
esta disciplina. Pero ¿qué ocurrió con la Arqueología, como disciplina académica,
mientras se desarrollaban todas estas prácticas para-arqueológicas? Básicamente
que la Arqueología se disciplinó, en el doble sentido de institucionalizarse
aún más como disciplina, pero sobre todo en el de integrarse en los principios
del nuevo orden jerárquico, racista y machista de la dictadura. La Arqueología
sufrió una reorganización general. Las principales figuras se exiliaron o fueron sustituidas -como
Pere Bosch Gimpera, Hugo Obermaier o J.M. Barandiarán- e institucionalmente la
Arqueología estuvo marcada por un fuerte centralismo desde Madrid. Se
prohibieron instituciones científica previas, como el Institut d´Estudis
Catalans o el Seminario de Estudios Galegos. La Arqueología pasó a formar parte
de un régimen jerárquico que se controlaba desde Madrid y que estaba en manos
de muy pocos hombres fieles al régimen, como J. Martínez Santa-Olalla, Joaquín
Mª de Navascués, Blas Taracena Aguirre o Martín Almagro Basch. La mejor
metáfora visual del momento es la entrada de este último en marzo de 1939,
vestido de falangista y pistola en mano, en el Museo de Arqueología de Cataluña
(Barcelona), del cual acababa de ser nombrado director.
La
influencia del nuevo orden político fue palpable, dentro del campo
arqueológico, en la profunda reforma institucional llevada a cabo, con la
creación en 1939 del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC),
que centralizó y organizó jerárquicamente la investigación científica. Y en concreto para la Arqueología
en la inauguración de la Comisaría General de Excavaciones Arqueológicas, que
sustituyó a la Sección de Excavaciones de la Junta Superior del Tesoro
Artístico (1933-39), y que pasó a estar dirigida por Julio Martínez
Santa-Olalla, militar de alto rango y falangista progermánico.
Ello nos lleva a
otra característica del momento: la potenciación de las carreras de
determinados profesionales afines al régimen, quienes, desde sus posiciones de
poder, hicieron lo posible para moldear la disciplina al servicio del
franquismo. Uno
de los casos más relevantes fue el
panceltismo de los mencionados Almagro Basch y Martínez Santa-Olalla, como
prueba de la primitiva unidad del pueblo español y base racial de la
hispanidad, al modo de los arios para la Alemania nazi. Las ruinas de Numancia, que
estuvieron habitadas por el pueblo "celta" por excelencia de la península, los
Celtíberos, fueron un referente racial y heroico de la hispanidad, que, como hemos
visto más arriba, se equipararon con las de Belchite, dentro de una perspectiva
esencialista y antihistórica, pero que fue amparada y promocionada desde el
monopolio disciplinar que cultivaron estos arqueólogos del régimen.
Si
bien estos arqueólogos no participaron directamente de la gestión franquista de
la materialidad de la Guerra Civil, ya que en aquel momento estos restos no
tenían cabida en la disciplina arqueológica, sí que corroboraron con su trabajo
y desde el omnipresente paradigma histórico-cultural los principios raciales y
esencialistas de la "Nueva España". Formaron parte del engranaje
institucional e ideológico que convirtió estos lugares en lieux dominants, es decir, en lugares al servicio del poder, absorbidos
dentro de un aparato monumental ideado para mantener un discurso ideológico.
Las
fuerzas reaccionarias nos llevan 75 años de adelanto en la gestión de toda esta
materialidad de la Guerra Civil y en la erección de monumentos para consolidar
el relato de los vencedores. Mientras exhumaban a sus muertos asesinaban
impunemente a decenas de miles de personas que acabaron en fosas comunes. Los
principios ideológicos anclados a aquellos monumentos y ruinas se basaron en la
exclusión, humillación y memoricidio de aquella anti-España a la que se estaba
asesinando, esclavizando y adoctrinando en el nacional-catolicismo. Discursos y
prácticas franquistas que se siguen reproduciendo continuamente, a día de hoy,
y además de forma naturalizada. La violencia simbólica fijada a estos lugares
sigue teniendo la misma fuerza que antaño. El miedo con el que nos seguimos
enfrentando a estos restos, el miedo a no revolver en el pasado para no herir
sensibilidades, es buena prueba de ello. El franquismo hizo bien su trabajo.
Otra Arqueología, centrada también en los restos de este conflicto contemporáneo, lleva al menos desde el año 2000 trabajando para revertir esta situación. Pero vista la gestión de la materialidad de la guerra y dela dictadura que hizo el propio franquismo ¿no será que lo que llevamos haciendo estas dos últimas décadas no es tanto una Arqueología como una contra-Arqueología de la Guerra Civil y el franquismo?
Otra Arqueología, centrada también en los restos de este conflicto contemporáneo, lleva al menos desde el año 2000 trabajando para revertir esta situación. Pero vista la gestión de la materialidad de la guerra y dela dictadura que hizo el propio franquismo ¿no será que lo que llevamos haciendo estas dos últimas décadas no es tanto una Arqueología como una contra-Arqueología de la Guerra Civil y el franquismo?